Documento 38/14 - 18 de septiembre de 2014

TARDE DE ARTE Y TOROS EN BAZA

Autor: JUAN ANTONIO DÍAZ SÁNCHEZ (Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino)

El toro sabe al fin de la corrida,
donde prueba su chorro repentino,
que el sabor de la muerte es el de un vino
que el equilibrio impide de la vida
(Miguel Hernández)


A las seis de la tarde, a las seis en punto de la tarde, una hora después que muriera el torero, en la arena de Manzanares, por las astas de “Granadino”, toro de Ayala, de mansedumbre probada, se fió el maestro empuñando la espada, y la sangre de Ignacio por la arena de la plaza fue derramada.

No cabe duda, la muerte del diestro don Ignacio Sánchez Mejías, fue uno de los episodios taurinos que más ríos de tinta ha suscitado en el último siglo. También la muerte de Manolete inspiró a los poetas para escribir versos, como los de Juan Ignacio Luca de Tena: “En la plaza de Linares, / cuando más brillaba el sol, / un toro de Mihura / frente a frente lo mató. / Mejor torero de España / el mundo te consagró. / ¡Ay Manuel, Manuel Rodríguez, / de los toreros la flor!”.

Pero, ¿por qué esta fiesta ha suscitado tanta belleza?, sin lugar dudas, porque el toreo es un arte, donde confluye la belleza y la estética, la valentía del torero y la bravura del toro. Por ello, la Fiesta Nacional ha sido motivo de inspiración para pintores de la categoría de don Francisco de Goya o don Joaquín Sorolla, poetas como Federico García Lorca, Gerardo Diego o Miguel Hernández, y compositores de la talla de José Franco, Santiago Lope, José María Martín Domingo, Orozco…, y, ¡cómo no!, sin olvidarnos de los grandes maestros: Quintero, León y Quiroga.

La tarde vivida el doce de septiembre de 2014, en la centenaria plaza de Baza, fue un verdadero espectáculo, un derroche de arte. Por supuesto, no pretendo escribir una crónica taurina, de hecho, no sabría. Mi afición por la tauromaquia me viene desde pequeño, cuando, siendo un niño, veía las corridas de toros en televisión acompañado de mi abuelo. Mis conocimientos sobre la Fiesta Nacional son muy escuetos. Conozco los lances más básicos, me suenan los pasodobles más famosos, mantengo en mi memoria los grabados de Goya cuando los estudié en la carrera o los cuadros de Sorolla cuando tuve la oportunidad de verlos en una exposición itinerante de The Hispanic Society of America de New York que vino a Málaga. También he podido leer y emocionarme con el “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” de García Lorca o la poesía taurina de Gerando Diego.

Esa tarde a la que hacía referencia anteriormente en la plaza bastetana fue sin duda un derroche de arte. No me extrañaría que, esta monumental corrida de toros, pase a los anales de la historia de la ciudad. Está claro que lo vivido allí fue algo estéticamente precioso, una corrida mixta con un rejoneador, Diego Ventura, y dos toreros, Julián López “El Juli” y “Talavante”. Diego Ventura hizo aflorar los más bellos sentimientos en mi corazón, nunca antes −y eso que había asistido a varios festejos taurinos tanto en Baza como en Granada−, había sentido lo que esa tarde sentí, las lágrimas de emoción empañaron mis ojos al ver la convivencia entre el rejoneador, el caballo (espléndido animal), la bravura del astado y la belleza de un pasodoble torero, interpretado por la banda, sonando en la plaza: ¡olé!, ¡olé! y ¡olé! se oye en las gradas. Todo perfectamente orquestado para ofrecer al aficionado unas sensaciones que son difíciles de explicar con palabras, más bien, se pueden explicar con el brillo de unos ojos emocionados por el arte del toreo o de un corazón embargado de bellas sensaciones.

La maestría de los diestros “Talavante” y “El Juli”, se puso de manifiesto en la arena del coso bastetano. Unas magníficas faenas a los toros de Domecq, morlacos de bravura y valía, fueron las realizadas a dichos astados. La convergencia entre la muleta y la testuz formaron una sinfonía perfectamente orquestada de arte y belleza. La bravura del toro que humillaba y envestía con temple por “invertidos” y “naturales”, unos lances de belleza y estética, de torería y arte, rematando la faena con “el de pecho”. Un público entregado, una afición que se derramaba por los costados de la plaza, el sol se iba poniendo, poco a poco, jugando el torero con la luz y con el capote acometiendo la envestida del toro por “chicuelinas” y “verónicas”, terminando con “revoleras” y arrancando un fuerte aplauso.

La torería, la belleza, el arte, la estética y la confluencia de los sentidos: vista, oído y gusto, se dieron lugar en aquella plaza, un doce de septiembre, festividad del Dulce Nombre de María, en la ciudad de Baza. La plaza callada, el diestro dispuesto a matar, no se oye ni el resuello del respirar, los corazones laten, el sexto toro en el centro de la plaza cuadrado está, el torero se lanza y le asesta la estocada final: rompe el silencio la plaza que estalla en aplausos de las gradas, con ello se pone punto y final a esta tarde de Fiesta Nacional.