Documento 13/12- 19 de marzo de 2012PREFACIO a "DESDE EL MIRADOR DEL NEGRATÍN, POEMAS Y VERSOS"
|
|||
|
|||
Mi amistad con Antonio Víctor es reciente, pero, por un fenómeno raramente explicable, desde el primer momento, se estableció una fuerte corriente de simpatía y de entendimiento, que ha hecho posible recorrer en poco tiempo etapas que en otros casos serían difíciles de alcanzar. Tal corriente de empatía recíproca, pienso que está sostenida en una coincidencia de gustos, valores y modo de entender el mundo, y en la confianza y respeto mutuo que nos dispensamos. Todo ello ha redundado en que nos hayamos ayuntado en un ideal y empresa fascinante: poner en marcha la Asociación de Escritores del Altiplano de Granada y de Pozo Alcón (Jaén), de la que Antonio Víctor es mentor y fruto primigenio el libro que nos ocupa. Con toda modestia, pues, emprendo la tarea comprometida. Vaya por delante que participo del sentir de Miguel de Cervantes cuando, humildemente, se lamentaba de que el oficio de poeta era un arte o gracia que no quiso darme el Cielo (Viaje al Parnaso, I, 25-2), juicio, a mi entender, bastante exigente, por cuanto que el genial alcalaíno demostró ser un excelente poeta a lo largo de su obra. En mi caso, tristemente, no se da tal circunstancia: mi incapacidad ante la poesía es tal que no sé si se conserva alguna composición que “despistada” se haya salvado de la destrucción a la que sistemáticamente he sometido a todas mis aventuras poéticas. Con tales carencias abordo el comentario del libro Desde el Mirador del Negratín. Poemas y versos. Ahora bien, suele ocurrir, y este es mi caso, que los negados para el arte de versificar, sintamos una gran admiración por la poesía y los poetas, y seamos buenos lectores de este género. Sin amantes de la poesía, no se explica la publicación de obras poéticas. Se trata de un fenómeno parecido al que se da con la música y las artes plásticas en general. El mundo de la creatividad, sea literaria, artística o musical, es maravilloso. Cuando el poeta se afana en expresar y dar forma a sus sentimientos, es decir, cuando está en plena creatividad, se encuentra poseído por aquello que los escolásticos llamaban el quid divinum, es decir, por ese algo que hace parecerse a la divinidad. Por eso, su arte es el más excelso y digno de admiración. Prevalido, pues, de estas armas, mis carencias no pueden impedir que guste de la lectura de la obra poética y que la pueda analizar y comentar. Quizá por esto, no sea ésta la primera vez que me he embarcado en la aventura de la crítica literaria. |
|||
|
|||
Termina el nuevo libro, a modo de epílogo, con una oda dedicada a Mari Carmen, esposa del autor, que ha sido la musa inspiradora de gran parte de la obra y a cuyo aliento se debe la iniciativa de su edición. Amor a la naturaleza, a la familia, pueblo y congéneres, son los centros de interés que inspiran la obra de Antonio Víctor Martínez Cruz. Nacido en Tíjola, localidad situada en el valle del río Almanzora, con muy pocos años se traslada con su familia a Cuevas del Campo, pueblo del Altiplano de Granada, cercano a Baza. En estas dos localidades transcurre la infancia y primera juventud de nuestro poeta, cuyas vivencias perdurarán durante toda su vida. Allí, en pleno contacto con la naturaleza, aprenderá a conocerla y a amarla, distinguirá y gustará el canto de las aves, las fragancias de la vegetación natural y de las flores, el susurro del agua de ríos y fuentes, y admirará el paisaje de sus tierras, solemne y grandioso, sobre todo contemplado desde la atalaya del Mirador del Negratín, emblemático lugar que da título a este libro. Desde el mismo, se contempla la red fluvial que drena la comarca y aparecen magníficos el cerro Jabalcón y el pantano del Negratín, lugar mágico, que sirve de inspiración constantemente a nuestro autor. Siente pasión por la quietud de sus aguas, en contraste con la turbulencia de los ríos todavía jóvenes que en él desembocan, y le entusiasma la sinfonía de sonidos y silencios que embriagan el paisaje, lleno de luz de día y de oscuridades misteriosas durante la noche. No es de extrañar, pues, que su ilimitada imaginación haya hecho del pantano o del Mar del Negratín, como lo denomina en afortunada figura literaria, el hogar de un mágico e irreal mundo poblado de seres imaginarios, hadas, ninfas, gnomos, y que su cielo se vea surcado realmente por el majestuoso vuelo de las águilas. En ningún otro poema como en El agua está dormida –Pasión por la tierra- queda mejor reflejado todo cuanto acabamos de relatar: ¡Silencio…! / Porque el agua errante de la sierra / ha llegado… / está cansada, está dormida, / reposando en su lecho del pantano. ¡Silencio…! …yo quiero verla, / yo quiero oírla / bajar cantando, / entre las piedras. / Desde el alba se contempla, / el sonido, la luz y su transparencia, / la inmensidad de su entorno, / las caricias del solano, / los amores de las hadas / convertidas en libélulas / posándose en las aguas. El vuelo de las águilas, / el sonido de los vientos / musitando melodías / al cruzarse entre las cañas, / muy cerca de los pinos. A la pasión por la tierra, Antonio Víctor, que ha vivido entre Tíjola y Cuevas del Campo, con el sólo paréntesis de su estancia en el seminario de Almería, añade un gran amor a su familia y a sus pueblos, pasión que se ve reforzada cuando marcha a Barcelona, ya casado con Mari Carmen. A esa pasión familiar, dedica varios poemas, preñados de amor y añoranzas: a su abuelo paterno, aquél que le llamaba Víctor cuando regresaba de la vega; a su padre, el herrero, cuyo martillo mezclaba su ruido con el canto de las aves (La fragua, Y te fuiste para siempre); a su madre, siempre atenta, solícita y trabajadora (Así es ella, Ya no estás en la memoria); a su hermano Paco, perdido prematuramente (Quiero estar triste, La Noche), y así, a todos sus ancestros (El final de mi camino).El amor y la añoranza por los seres queridos desaparecidos le lleva a entrar en la más profunda soledad –Pasión por la soledad-, momentos difíciles en los que A veces sueña despierto / en esos días que me espantan / atravesando desiertos / que me minan y me dañan. Pero es en los últimos versículosdel poema Ya no estás en la memoria cuando alcanza el cénit de su expresión poética, al tratar, como lo hicieran los poetas españoles del Barroco, del proceso de desmaterialización que, tras la muerte, sufre el cuerpo humano hasta llegar a la nada y de cómo sólo queda ese polvo en movimiento, que se mezcla con el agua, con la brisa y el silencio. Nada tiene que envidiar tan inspirada metáfora al polvo enamorado del célebre soneto de Francisco de Quevedo. Pero caeríamos en un error si pensáramos que la poesía de Antonio Víctor sólo emana tristeza, nostalgia y pesimismo. En los poemas dedicados a su tierra y a sus pueblos, le vemos como un cantor entusiasmado del paisaje, del color, de la luz y de las fragancias de las flores y plantas aromáticas, romero, espliego, retama, tomillos, y entusiasmarse en la contemplación del cielo en las noches estrelladas. Otro tanto ocurre en los poemas agrupados bajo el título Pasión por el amor y, como veremos a continuación, en Cartas a Berta. Adquiere ahora la poesía de Antonio Víctor un tono de hedonismo líricamente sublimado, muy granadino, que nos recuerda la poesía de Pedro Soto de Rojas desplegada en su Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, o la obra poética de Federico García Lorca. Pero, ni aún este último, llegará a tratar el mundo irreal de los gnomos, sílfides, ninfas, con el alto grado de sensibilidad con que lo hace Antonio Víctor. Por otra parte, la idealización del paisaje que nuestro autor hace nos recuerda las églogas renacentistas, si bien poblado por auténticos pastores y pastoras, de carne y hueso, de forma que se acerca más a la poesía costumbrista del siglo XIX, cultivada por Gabriel y Galán, que a otra corriente literaria, ya sea realista o modernista. El escritor extremeño, además, maestro de enseñanza primaria y muy cercano al mundo rural, enlaza más que nadie con la condición de Antonio Víctor, maestro también y persona de profundas vivencias campesinas. Pero no nos engañemos, las connotaciones de nuestro poeta con los escritores renacentistas y del barroco español son evidentes. Si Garcilaso de la Vega canta al río Tajo a su paso por Toledo y al Danubio, “río divino”, cuando estaba desterrado en Budapest; Fray Luis de León al Tormes salmantino y Pedro Soto de Rojas a los granadinos ríos Darro y Genil, Antonio Víctor cantará la belleza del pantano del Negratín, transformado literariamente en un mar, y a sus islitas del Archipiélago de las Gaviotas. A las pasiones citadas, añade Antonio Víctor la pasión por Berta, o sea, Mari Carmen, su esposa, musa y amante. Expresión de la misma son Cartas a Berta, de las que ya he hablado. Poemario amatorio, a través del género epistolar, manifiesta su amor de juventud, cuasi de adolescente. Contrariamente a Dante, Petrarca o Pedro Soto de Rojas que aman platónicamente a sus damas, Beatriz, Laura y Fénix, sin ser correspondidos, Antonio Víctor ama a Berta, o sea, a Mari Carmen, jovencita de Cuevas del Campo, con un amor carnal de adolescente, correspondido, pero cargado de un idealizado lirismo. Son cartas retrospectivas en el espacio y en el tiempo, en tanto, que han sido escritas en Barcelona y en la actualidad. En ellas, la añoranza del amor juvenil compartido adoba el lirismo de sus relaciones, desde el amor reposado de la madurez: ¿Recuerdas? Tú y yo con amor, frente a frente / como el agua cristalina derramada, / fluía nuestro amor aquella mañana rosada / entre las dos orillas del Negratín, serenamente. Y desde ese equilibrio barcelonés, la pasión rememorada hace que en la Oda a Maricarmen –Berta desapareció en 1972, año de su matrimonio-, el amor juvenil aflore con toda su fuerza y pujanza: Quiero gritar en las cumbres / y elevar mi voz, ¿por qué no?, hasta el cielo, / quiero el calor de la lumbre / cuando acerco mi piel a tu cuerpo. Pero Antonio Víctor distingue consciente -o inconscientemente- entre su pasión de amor por Mari Carmen, de la pasión familiar, que concibe –de modo tradicional- de forma extensa, desde sus ancestros a sus nietas, Aina e Icíar. Al referirse a ellas, su poesía se hace tierna y delicada: Aina, ina / chiquitina / está a punto de llegar, refiriéndose a la mayor, e Icar, que tiene cara de cielo y rostro de beso, si es la menor. Así las cosas, pudiera parecer que el universo mundo de Antonio Víctor es muy reducido y que no trasciende de lo estrechos límites de su familia y del terruño. No es así, nuestro autor, que tiene cultura universal, domina la antigüedad clásica y ha recibido los influjos del humanismo renacentista y del barroco. Tampoco le son extraños los escritores del romanticismo, realismo y del modernismo. Se ha recreado en la poesía de Federico García Lorca, y como él, siente una gran pasión por el teatro. Antonio Víctor se manifiesta en su obra como un hombre actual, que vive los avatares de su mundo y que ama la paz y rechaza toda violencia. Llega a Barcelona ya formado y ejerce la docencia, pero al mismo tiempo se zambulle en la cultura catalana. Y todo ello, sin dejar de ser andaluz, sin renunciar a su espléndida cultura y sintiendo una gran añoranza por sus tierras, paisajes y hombres. Muestra de todo lo cual es la puesta en marcha de la Semana Santa Viviente de Cuevas del Campo, una de sus grandes pasiones. En este libro, se puede comprobar cómo su poesía, libre de medida, surge fluida y continuamente de la fuente inagotable de su inspiración, para deleite de todos sus lectores. |
|||
|
|||