Pregón de la Cofradía de la Soledad

Pregón de la Cofradía del Stmo. Cristo de la Misericordia, María Stma. de la Soledad y Jesús Resucitado para la Semana Santa del 2024

Pregonero: Antonio Vallejo Caparrós

Piedad, ten piedad de mí.

Y no se la lleva, gritamos todos los bastetanos cada 6 de septiembre, ante el intento que el sucesor de Juan Pedernal realiza todos los años, con el propósito de llegar sin pintar hasta tus pies, para poder llevarte a su ciudad natal, Guadix. ¡Y no se la lleva!, seguimos diciendo, desde que Miguel tira el tercer cohete en las Arrodeas y se inicia la carrera, hasta que finaliza en este bendito templo franciscano, lanzándonos todos hacia él para pintarlo y que una vez más fracase en su intento.

¿Y por qué lo hacemos? ¿Por qué pintamos a Cascamorras?

Pues porque ponemos nuestra vida al esfuerzo de conseguir que no se la lleve, porque eres Nuestra Madre, la Madre de todos los BASTETANOS, eres la imagen pequeñita que con tu alargado manto nos cubre y protege a todos. Porque, Madre de la Piedad, nosotros sin ti no somos nada, porque tú eres nuestra vida y nuestra guía.

Por eso, Piedad, no te irás nunca de Baza, no dejaremos que te lleven y estaremos dispuestos a dar nuestras vidas por ti.

Madre de la Piedad,
te rogamos que nos protejas
y nos guíes en nuestro camino.

Eres nuestra madre,
la madre de todos los bastetanos,
Y te queremos con todo nuestro corazón.
Te pedimos que nos concedas
la fuerza para seguir adelante
y superar todas las dificultades.

Ayúdanos a ser mejores personas,
más humildes y más compasivos.
Te rogamos que nos bendigas
Y nos concedas tu paz.

¡Y no se la lleva!

¡Viva la Virgen de la Piedad!

Hoy nos reunimos bajo su mirada maternal para pregonar a nuestra Cofradía. Un pregón que nace del corazón, un canto a la fe y a la devoción que sentimos por nuestra Madre.

Este año, tengo la responsabilidad y el honor de ser el pregonero, y os pido que me acompañéis en este viaje por la historia, la tradición y la fe de nuestra Cofradía, que nos llevará desde el Miércoles Santo hasta el Domingo de Resurrección, con la procesión del Resucitado, pasando por el pésame a la Soledad del Sábado Santo.

Pido a las Santísimas Vírgenes de la Piedad y de la Soledad que tengan piedad de mí y me den las palabras adecuadas para llegar a vuestros corazones.

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Padre Emilio y querido Miguel.
Hermano Mayor de la Cofradía y Junta de Gobierno.
Hermanos y hermanas de la Cofradía.
Representantes del Ayuntamiento.
Consiliario y presidenta de la Federación de Hermandades y Cofradías y Junta de Gobierno.
Cofradías de nuestra ciudad, de manera singular a las que pertenecen a nuestra Parroquia: la Cofradía de la Esperanza, El Nazareno y La Virgen del Carmen.
Y, de muy especialmente, a las que conviven con nosotros en este templo: la Hermandad de la Virgen de la Piedad y la Hermandad Parroquial y Sacramental del Cristo Yacente.
A la Hermandad de la Virgen del Rocío.
A Caritas Interparroquial.
A mi familia, amigos y amigas.

Bienvenidos.
Paz y Bien.

Gracias por estar aquí esta noche para escuchar mi pregón, que ya es el vuestro.

Todo comenzó el 11 de noviembre, un sábado, al final de la misa de cultos y de difuntos del mes. Manolo, nuestro Hermano Mayor, se levantó y se dirigió hacia mí. Me llamó para comunicarme el deseo de la Junta de Gobierno: querían que yo fuera el pregonero del año 2024.

Automáticamente le dije que sí. Todos sabéis que para mí ser pregonero de nuestra Cofradía es una ilusión muy grande.

No me lo esperaba, esa es la verdad. A partir de ese momento, mi cabeza empezó a dar vueltas y pensar, para intentar asimilar la propuesta que me habían hecho y que yo había aceptado.

Mis sentimientos se fueron enfrentando unos a otros. Al principio, la sorpresa me inundó, pero después, la tristeza llegó. La tristeza de que este pregón, debería haber sido dedicado a la persona que me dio la vida.

Porque la Virgen de la Piedad y la Virgen de la Soledad son mis madres en la fe, pero Pepita, mi madre lo es en la vida terrenal, fue la que me trajo al mundo, me crio, me educó y me ayudó a ser persona, junto a mi padre, Antonio, y mis hermanos.

Siempre había tenido en mente que el día que pronunciara este pregón, se lo dedicaría a ella. A la mujer que amaba a la cofradía con una pasión inigualable. A la mujer que, aunque no era hermana, se preocupaba por cada detalle, como si fuera parte de su propia familia.

Mi madre tenía una devoción a la Soledad muy especial. Un día de los que fui a verla, finalizada la pandemia, cuando ya nos dejaban salir, me pidió: «¿Por qué no vamos a ver a la Soledad?» Me quedé un poco sorprendido, porque a ella siempre le gustaba ir a Santiago y escuchar al Padre Emilio en las Misas que tanto le ayudaron esos meses.

Pero aquel día me pidió que subiéramos a la Iglesia de la Piedad. Subimos. La emoción en sus ojos era palpable. Entramos a la Iglesia, acercándonos primero al Cristo de la Misericordia, después fuimos ante la capilla del Resucitado y, en silencio, nos postramos ante la Virgen. Ella la miraba con fervor, yo la miraba a ella. En ese momento, observé la profunda conexión que las unía.

Al salir, mi madre rebosaba felicidad. Sus ojos brillaban, su rostro emanaba paz. «He pedido por todos nosotros», me dijo. «Dormiré tranquila esta noche».

Mi madre no era hermana de la cofradía, pero la amaba como uno de nosotros.

Por eso Mamá, te dedico este pregón, que hoy 16 de marzo ve la luz, de manera especial a ti, cumplo mi deseo de dedicártelo, lo que no entraba en mis cálculos, Mamá, es que no estuvieras hoy aquí presente en la Iglesia de la Piedad, para escucharlo junto a todos nosotros.

Tengo la seguridad que esta noche desde el cielo y junto al papá escucharas las palabras que de mi corazón saldrán a la luz pública y que solo son una amalgama de sentimientos de tu hijo hacia la cofradía que tanto quiere y venera.

Va por ti Mamá, te quiero.

Hace 83 años que el Cristo de la Misericordia llegó a Baza, 82 que lo hizo la Virgen de la Soledad, 71 que lo hizo el Cristo Resucitado y este año, 2024, se cumplirán 75, concretamente el 14 de diciembre de la fundación de nuestra Cofradía.

Miguel Sánchez Mínguez encabezó la junta constituyente, 12 hombres, que tuvieron la feliz y maravillosa idea de crear nuestra Cofradía. Entre ellos, mi padre, que fue quien me metió en las venas la pasión que siento por la cofradía, por él, estoy aquí y cada día que vengo lo recuerdo y lo echo en falta. Gracias a todos ellos. Nuestra admiración y sobre todo el agradecimiento por haber tomado la decisión tan acertada de crear esta gran familia cofrade. Os propongo que este año que celebramos el 75 aniversario de la fundación de la Cofradía, les hagamos un reconocimiento especial. Se lo merecen.

Desde esa junta encabezada por Miguel Sánchez Mínguez, a la actual dirigida por Manuel Gea Ortega, han pasado también como Hermanos Mayores, José Soria Ibáñez, Gabriel Manzano Campoy, José Sola Caparrós, Ricardo Sánchez Yeste, y un servidor. Junto a todos nosotros, muchos de vosotros habéis formado parte de las juntas de gobierno y, el resto, posibilitado una cofradía fuerte en la fe y en los principios cristianos.

Nuestra cofradía a lo largo de la historia ha dado muestras de ser seria, austera y fuerte.

Mis recuerdos me remontan a las fechas de la Cuaresma. Cuando era un niño, venía con mi padre a este Templo y veía como los mayores se reunían por aquí, hablaban de los proyectos a realizar, de cómo organizar la procesión o los cultos, y estaba por allí junto con otros niños, interesándome por todo lo que acontecía, especialmente en las Novenas y los actos preparativos de las procesiones del Miércoles y del Viernes Santo.

Recuerdo procesiones donde la asistencia de hermanos cofrades era muy numerosa; los pasos, en sus tronos a ruedas, en medio de todos ellos. No como ahora, que se hacen dos tramos, sino en medio y llevados por personas que desde dentro los empujaban, siguiendo las instrucciones de los hermanos que, vestidos de penitentes, guiaban y empujaban también el trono.

Buenas bandas nos acompañaban. Recuerdo especialmente la banda de cornetas y tambores de la Guardia Civil, por su elegancia y sobriedad.

Fueron unos años llenos de emoción y de ilusión que avocaron en una nueva época de nuestra cofradía.

No creo que me equivoque si digo que, en esos momentos, la Semana Santa de Baza tenía un estancamiento: era totalmente horizontal y necesitaba algún revulsivo que la relanzara y este llegó el año en que se constituyó la cuadrilla de costaleros de la Virgen de la Esperanza y se pasó de llevar los tronos a ruedas, a ser portados por los hombros de jóvenes orgullosos de portar sus imágenes.

Este hecho lo cambió todo y ya todas las cofradías se dispusieron a ejecutar el cambio tan importante que revolucionó nuestra Semana Mayor.

Como no podía ser de otra manera, nuestra cofradía también dio el paso y en 1988, acordó que los pasos del Stmo. Cristo de la Misericordia y de la Virgen de la Soledad fuesen portados por horquilleros y costaleros, respectivamente.

Podéis haceros una idea de la revolución que supuso buscar 44 hombres que quisieran ser horquilleros, 64 para ser costaleros, transformar los tronos que había, realizar ensayos para aprender a llevar los pasos, porque todos éramos nuevos. Bien cierto es que algunos costaleros de otras cofradías nos echaron una mano y Esteban, nuestro capataz, ya estaba saliendo con la cofradía de Santiago y tenía experiencia.

Igualmente, y en la misma línea, discurre la Cofradía del Resucitado, que fue creada el 10 de mayo de1953 y se determina que procesione en la mañana del Domingo de Resurrección, así como que sus participantes fuesen niños y niñas de edades comprendidas entre 6 y 14 años.

También les llegó a los pequeños el momento del cambio y se desbordó la pasión y la ilusión al constituirse la primera cuadrilla de horquilleros del Resucitado.

Todo ello, supuso un cambio en la cofradía extraordinario. Se fue transformando y, con los rasgos de siempre, fue adecuándose a cada momento.

Con ilusión, y producto de ese trabajo y acción constante, en la Semana Santa de 1991 se estrenó el trono del Cristo de la Misericordia, realizado por los hermanos Jiménez y el trono de la Virgen de la Soledad, en alpaca, realizado por el taller de don Manuel de los Ríos.

Y para completar y concluir el proyecto iniciado, en la Semana Santa de 1997, los niños de Resucitado ya procesionaron con el nuevo paso de Nuestro Padre Jesús, realizado también, cómo no, por los Hermanos Jiménez.

La primera cena de hermandad se celebró el 22 de marzo de 1986. 38 años hace ya. Posteriormente, en 1991, se iniciaba la célebre convivencia de costaleros y costaleras, que después pasaría a ser una convivencia de toda la cofradía.

En 2003, concretamente el 10 de febrero, Javier Fernández Martínez fue el encargado de pregonar a nuestra cofradía por primera vez como acto oficial y de manera permanente. A partir de ese año se iría celebrando en la Cuaresma.

Lo que quiero deciros con todo esto es que, de una manera u otra, conformamos una verdadera familia. Una gran familia cofrade donde hemos de tener en cuenta que nuestros referentes y nuestros guías no son otros que el Cristo de la Misericordia, María Santísima de la Soledad y el Cristo Resucitado. Eso es lo importante y lo esencial.

Por eso, el mensaje que yo quiero deciros con todo lo anteriormente expuesto es, sencillamente, que nuestra cofradía siempre ha sido, es y deberá ser una cofradía abierta; cuantos más seamos mejor. Y eso debe perseguir unos fines, que no solo consisten, que también, que el Miércoles Santo llevemos 200 penitentes, sino que la cofradía esté viva durante todo el año, no solo el Miércoles Santo y el Domingo de Resurrección.

Ahí es donde no nos podemos equivocar y, con alegría, participar en la vida de la cofradía los 365 días. Tenemos que vivir la cofradía todo el año.

Antes, ahora y siempre tenemos que seguir haciéndolo así.

No lo olvidéis nunca. ¡Cofradía, Cofradía Y Cofradía!

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Es 24 de noviembre y en estos momentos escribo estas palabras llenas de dolor. Hoy hemos asistido muchos de nosotros al funeral de Ana Alonso Florentín, horquillera que fue del Resucitado; participaba también en nuestro cortejo como acólita o incensario. Hoy es uno de esos días en los que te haces una serie de preguntas que tienen difícil respuesta o, al menos, son muy difíciles de entender y asimilar.

Hoy ha sido Ana, hace unos meses fue Leandro Mesas Martínez, horquilllero del Cristo de la Misericordia, que, en el mes de octubre, tras una terrible enfermedad, nos dejó

Va a hacer ya 6 años, que Juan Luís Sánchez Espín, también horquillero del Cristo y también tras una enfermedad crítica, nos abandonó en un día de octubre.

Y antes de todos ellos, en 2016, Juan Ramón Lozano Hernández, también Horquillero nos dejó de una manera repentina y cruel, que destrozó nuestros corazones, cuatro días antes de la salida extraordinaria del Cristo de la Misericordia con motivo del 75 aniversario de la llegada a Baza.

Recientemente, Manuel Castellano Maestra, cofrade nuestro y miembro de otras cofradías, como el Silencio y la Hermandad de la Virgen de la Piedad, se marchó de esta vida terrenal el día de su santo. A Manolo le encantaba salir el Miércoles Santo.

Así podríamos recordar a muchos hermanos y hermanas.

Seguro que todos tenemos o conocemos alguien que nos han dejado joven o por razones de difícil compresión y entendimiento.

Nos preguntamos una y otra vez ¿Por qué? ¿Por qué, Señor, te los has llevado? ¿Por qué TÚ, que eres tan bueno y representas el bien, has permitido que nuestro corazón esté lleno de dolor?

Esta es la pregunta que muchas veces nos hacemos y a la que no le encontramos respuesta fácilmente.

¿Por qué ha sucedido todo esto?

Se ha quedado dentro de mí, dentro de nosotros, un vacío tan grande que no he conseguido reaccionar, ni asumir la situación de una manera normalizada.

La única respuesta que he encontrado a mis preguntas e interrogantes, la única situación que me ha dado tranquilidad ha sido venir hasta este Templo y ante vuestros pies divinos de Misericordia, Soledad y Resurrección, he sido capaz de encontrar la paz que necesitaba.

Sin mediar palabra alguna, siento vuestro apoyo, vuestra fuerza, vuestro consuelo y me hacéis entender nuestra Fe, el fin del cristiano, Muerte y Resurrección.

Difícil de asumir, pero me dais la paz necesaria y la fuerza suficiente para continuar nuestro camino diario. El dolor no desaparece, se transforma en esperanza de volver a estar junto a ellos una vez que nuestro periplo en la vida terrenal finalice, os lo aseguro y os los recomiendo: venir ante ellos y escucharlos.

La Misericordia es la luz que nos guía a través de la oscuridad
es la mano que nos levanta cuando caemos
es el amor que nunca falla
y es la esperanza que nunca muere.

En medio de la tristeza y el dolor
encontramos Misericordia.
En medio del miedo y la duda
encontramos Misericordia
En medio de la desesperanza y la desesperación
encontramos Misericordia.

La Misericordia es la luz que nos guía a través de la oscuridad
Es la mano que nos levanta cuando caemos
Tú, Cristo de la Misericordia,
Eres es el Amor que nunca falla.

¡¡¡Misericordia, Soledad y Resurrección!!!

Sí. Misericordia, Soledad y Resurrección es nuestra Cofradía. Son nuestros titulares a los que veneramos. Son los tres misterios que se entrelazan para formar el corazón de nuestra fe.

La misericordia se manifiesta en el sacrificio de Jesús, quien entregó su vida por la redención de la humanidad. Su muerte en la cruz representa el amor infinito de Dios por nosotros, su disposición a perdonar nuestros pecados y a ofrecernos la oportunidad de una nueva vida.

¡Dicen que no existe Dios!

Y yo digo que es mentira. Que aquí sabemos que existe. Que lleva 80 años repartiéndonos perdón, porque cuenten lo que cuenten y digan lo que digan, está aquí “clavao” en el madero, nuestro Cristo de la Misericordia, el querido padre de nuestros anhelos. Es y será para siempre, nuestro Dios que está en los cielos.”

Estas palabras no son mías como todos sabéis, las pronunció nuestro hermano Ramón Rodríguez Carpio en la exaltación que hizo con motivo del 75 aniversario del Cristo de la Misericordia. Gracias, Ramón, por haberlas anunciado a los cuatro vientos y porque desde ese mismo momento las hice mías. Cada vez que paso a sus pies las recuerdo. No se puede decir mejor ni más claro. Qué verdad más rotunda y absoluta.

En ocasiones, he venido hasta la Iglesia de la Piedad con mi nieto Diego, que es un fanático de la cofradía también. Mi hijo siempre me ha dicho que tenía el nieto perfecto para mí, que le apasionaba el fútbol, el Cascamorras y la Soledad.

Pero siempre he observado que cuando entramos en la Iglesia, al Resucitado y a la Capilla de la Soledad, se acerca enseguida, pero de la capilla del Cristo se queda alejado, se separa. Y entonces le digo vamos a acercarnos y le damos un beso a los pies del Cristo y no quiere.

– Pero bueno, Diego, ¿por qué no nos acercamos?
– Abuelo, está dormido y no quiero que se despierte.

Y es cierto. Parece que está dormido, que no está muerto. La imagen de Cristo en la cruz, con los ojos cerrados, nos recuerda el amor inmenso de Dios y el sacrificio redentor que hizo por la humanidad.

Al presentarme ante él, su mirada serena, con los ojos cerrados en profunda paz, sus manos extendidas en la cruz, sujetas por los clavos que perforan su carne, son un símbolo de entrega y sacrificio. Sus pies, desgastados por los besos y las manos de los fieles que buscan consuelo, transmiten una profunda conexión con la humanidad.

En esos momentos de recogimiento, al estar frente a él, puedes sentir cómo sus ojos cerrados te miran al alma, cómo sus manos extendidas te acogen, y cómo sus pies desgastados te acompañan en tu camino.

Un momento muy especial, fue en la Cuaresma del 75 aniversario, cuando estuvo en el altar mayor, presidiendo todos los actos que se celebraron.

Los viernes por la noche, en los momentos del ensayo, la Iglesia se quedaba sola y a oscuras; tan solo con la luz que brotaba de los cirios que se encendían a tu lado. Qué imagen más impresionante. La luz aumentando cada vez más. Tú te iluminabas, se podía ver con nitidez tu cara, tu mirada que había cambiado porque, claro, estaban cerca de Ti tus hijos, tus horquilleros, preparándose para lo que pronto tendrá que ocurrir.

Ese momento en penumbra es inigualable, yo no soy capaz de describirlo con las palabras suficientes y adecuadas. Solo deciros, que me podía haber tirado allí horas y horas mirando su rostro en silencio. Tú lo ocupabas todo. No hacía falta más. Tú lo ocupabas todo.

Tu presencia no se limita a estas paredes, pues tu espíritu se extiende a través de cada uno de tus hijos. Cuando alguno de nosotros realiza una obra de bien, cuando visita al necesitado, al enfermo o al que se encuentra solo, es como si Tu mismo estuvieras allí presente.

Horquilleros, hermanos, recordad que nuestro Cristo está siempre con nosotros, en cada paso que damos, en cada obra de bien que realizamos. Juntos podemos construir un mundo mejor, un mundo lleno de la luz de la Misericordia.

Que sí. Que sí existe Dios. Está aquí “clavao” en el madero. Nuestro Cristo de la Misericordia.

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La soledad de María nos recuerda el dolor y la tristeza que acompañan la muerte de un ser querido. Su sufrimiento refleja la compasión de Dios por el dolor humano y su presencia en los momentos más difíciles de la vida.

María, Madre; mujer y Madre:
eres la Madre entre todas las madres,
tu presencia constante nos acompaña,
eres un bálsamo de consuelo en el dolor.

En tu mirada al cielo, al Padre,
se refleja el dolor de una madre por su hijo perdido.
Un dolor que solo una Madre puede comprender.

Pero también se refleja la tranquilidad de la fe,
la certeza de que su muerte ha dado fruto.
María, eres la Madre que nos comprende,
que nos consuela y nos fortalece.

Eres la Madre que nos guía hacia el camino del amor,
la Madre que nos enseña a vivir con esperanza.

Mirad: cuando nos visitó el Cardenal don Carlos Amigo Vallejo, nos comentó una anécdota que le ocurrió a él en Sevilla. Después de un acto como el que hemos celebrado hoy en nuestra novena, en la sacristía, se reunieron varios hermanos y empezaron a comentar que ese “año se continuaría con la tradición familiar”, “este año mi hijo saldrá en nuestra Estación de Penitencia, como lo hizo mi abuelo, mi padre y como lo hice yo. De nuevo, nuestra familia continuará con nuestra tradición de salir en la procesión”.

De repente, observó que uno de los hermanos entristeció al oír esos comentarios y manifestó, “desgraciadamente y debido a los estatutos de la cofradía, en mi familia, se romperá esa tradición, ya que yo no tengo hijos, tengo una hija y las normas le impiden salir y, por tanto, mi abuelo salió, mi padre salió, yo he salido, pero mi hija este año no lo podrá hacer”.

Monseñor escuchó esa charla, y al año siguiente, las mujeres pudieron procesionar en Sevilla, porque D. Carlos así lo dispuso.

He comentado esta historia, por un motivo muy claro y concreto. ¿Cómo es posible que en una cofradía la mujer no tuviera un protagonismo fundamental? ¿Verdad que no se entiende?

En la nuestra también ocurrió algo parecido. Se fundó en 1949, y no fue hasta 1983, 34 años después, cuando la Junta de Gobierno acordó la integración plena de la mujer como hermanas de la cofradía, con los mismos derechos y deberes que los hombres, 34 años después, con sinceridad, es incomprensible que durante tanto, tantísimo tiempo, nuestra madre de la Soledad no tuviera alrededor de ella, junto a ella, a su hijas, cuidándola y mimándola, como solo las mujeres sabéis hacerlo.

En 1984 creamos la Hermandad de Camareras de la Virgen, para que pudieran procesionar junto a ella

En 2001 se acordó la incorporación de las niñas como horquilleras del Resucitado y en 2006 se constituyó la cuadrilla de costaleras de Nuestra Madre.

En definitiva, que gracias a que nuestra Soledad nos iluminó a todos, ya hace tiempo que podemos decir que la mujer se integró plenamente a todos los niveles; les costó, pero lo consiguieron.

Las mujeres aportáis una perspectiva única a las cofradías. Vuestra sensibilidad, capacidad de organización y fe profunda son esenciales para el buen funcionamiento de nuestra hermandad. Además, la presencia de las mujeres en las cofradías es un reflejo de la realidad social. Las mujeres sois cada vez más activas en todos los ámbitos de la vida y las cofradías no deben ser una excepción.

Es hermoso ver cómo la Madre de todas las madres, con su manto protector, nos acoge a todos y nos llena de su amor.

Soledad, Madre, no permitas ni una muerte más por motivo de la violencia de género machista, ni una sola más. Tus hijos te lo pedimos.

Con gran fervor, elevo mi voz ante ti en este momento.

Te presento mi petición más deseada, mi anhelo más profundo. Confiando en tu infinita bondad y misericordia, te imploro que intercedas ante Dios Padre por mi causa.

Hace ya cinco años que te lo pedimos, que iniciamos los trámites y que en la solicitud a nuestro Obispo decía:

El culto a la advocación a la Virgen de la Soledad en el Convento e Iglesia de la Merced -hoy Templo de la Piedad-, se remonta a algo más de 300 años; habiendo recibido, desde entonces, una gran veneración en la ciudad de Baza. Tales circunstancias motivan que le solicitemos que autorice el inicio del referido expediente para que, si así lo estima, la imagen de Nuestra Señora sea coronada para mayor gloria de Dios y de la Santísima Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra, para bien de la Santa Iglesia, de nuestra Diócesis, de la ciudad de Baza y los hermanos de la Cofradía.

Pues bien, estas palabras decían con exactitud los motivos por lo que lo pedíamos. Motivos que en la actualidad están totalmente vigentes, yo me atrevo a asegurar que mucho más que cuando se hizo la solicitud, porque ante las situaciones desastrosas de todo tipo que se viven a nivel mundial, la Virgen de la Soledad ha sido y es un consuelo para todos.

Por eso tus hijos de la Cofradía, no cejaremos en el empeño de conseguir que el proyecto iniciado llegue a buen fin.

No es necesario que la coronación de la Virgen de la Soledad se limite a actos festivos. De hecho, es una oportunidad ideal para reflexionar sobre su significado más profundo y para fortalecer nuestra fe.

Nuestro proyecto debe ser que sobre tu cabeza podamos colocar la corona de espinas de tu hijo de la Misericordia, la corona de la Virgen de la Soledad no debe ser de oro y piedras preciosas, sino de obras de caridad.

Las estrellas que adornen su corona deben ser el reflejo de las buenas obras que realizamos en su nombre. Cada acto de bondad, cada gesto de amor, cada ayuda al necesitado son una estrella que brilla en su corona.

La Virgen de la Soledad es la reina de la caridad. Ella nos enseña a amar a Dios y al prójimo con todo nuestro corazón. Ella nos inspira a tender la mano a los que sufren y a dar de lo que tenemos a los que menos tienen.

Al coronar a la Virgen de la Soledad con obras de caridad, estamos honrando su legado y siguiendo su ejemplo. Estamos haciendo del mundo un lugar mejor y estamos construyendo el Reino de Dios en la tierra.

Estoy seguro de que todos nosotros pondremos nuestro empeño en conseguirlo, que trabajaremos, para que todo lo que se nos pida, sea lo que sea, lo podamos conseguir, para que cuando Nuestro Padre, que está en el cielo, así lo disponga, la Madre de Dios, la Reina de San Juan, la Reina de Baza sea:

¡María Santísima de la Soledad Coronada!

Con su dedo índice derecho apuntando hacia el cielo, nos muestra una conexión directa con Dios Padre. Esta señal nos recuerda que Él es el Mesías, el Salvador del mundo, que venció a la muerte y nos abrió las puertas a la vida eterna.

Jesús ama a todos los niños, especialmente a los de Baza. Él quiere ser su amigo y compañero. Los invita a seguirlo y a vivir una vida llena de amor, alegría y esperanza.

La túnica blanca que llevas refleja tu divinidad y pureza. Eres el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para salvarnos.
La Cruz que sostienes en tu mano izquierda es un símbolo poderoso.
La Cruz nos recuerda el sacrificio que hiciste por la humanidad.
La Cruz es un símbolo del perdón de nuestros pecados.
La Cruz nos recuerda que la muerte no es el final.
La Cruz no solo es un símbolo de sufrimiento, sino también de alegría.
La Cruz también simboliza tu triunfo sobre la muerte.
La Cruz es un símbolo de nuestra salvación.

Pregonar es anunciar un acontecimiento que va a ocurrir, y ese cometido me habéis encomendado, es anunciar, en voz alta y fuerte desde este atril, los acontecimientos que viviremos en los próximos días.

Para mí, es anunciar que ha llegado la Cuaresma y que, tras vivirla intensamente, llegaremos debidamente preparados a la Semana Santa y, en especial, a los días señalados para nuestra Hermandad.

El miércoles de ceniza inicia este tiempo.

Los viernes son especiales en esta iglesia, pues la algarabía, la alegría y la ilusión se manifiestan en el momento en que hombres y mujeres se citan para realizar los ensayos, para portar sobre sus hombros a la madre de la Soledad.

Son momentos de convivencia, de reencuentro para muchos de vosotros y también, cómo no, el momento ansiado y esperado para los que llegáis por primera vez y os estrenáis bajo la parihuela de la Virgen.

Toca ahora los momentos previos y de preparación para el día señalado. Mientras tanto, disfrutáis viviendo los ensayos. Buenas igualás, levantás al cielo, andar con las marchas apropiadas… en definitiva, disfrutando como solo lo hace el que se siente costalero o costalera de la Virgen.

Igual ocurre con los horquilleros del Cristo, que aguardan con impaciencia la llegada de los viernes de Cuaresma, un año más, para arrimar el hombro a la trabajadora del paso del Señor. En los ensayos transmitís la seriedad y la elegancia que os caracteriza. Causa una impresión inigualable asistir a un ensayo vuestro.

Las noches de los viernes son diferentes en el barrio de San Juan, en la Plaza de la Merced y la Iglesia de la Piedad. Los protagonistas, todos vosotros y vosotras. Al finalizar, la oración de Javier al Cristo a sus pies.

Y llega el sábado, a las cuatro de la tarde. Con puntualidad taurina, la plaza de la Merced y la puerta del convento del mismo nombre están llenas de niños y niñas, que esperan la llegada de los capataces para entrar a la sala de reuniones a pasar lista, para después, en la Iglesia, ser medidos y colocarse en las trabajaderas de la parihuela del Resucitado, para realizar el ensayo ansiado, hasta la Alameda y vuelta a la iglesia.

Os puedo asegurar, pero con el corazón en la mano, cómo he podido disfrutar cuando yo iba a los ensayos. Cómo me levantabais el ánimo. Qué preguntas y propuestas me hacían. Yo tenía claro que, aunque en la semana tuviera algún problema, cuando llegara allí los sábados, ellos harían que se me olvidara todo.

Qué maravilla era y es veros ensayar los pasos que mandan vuestros capataces, por las calles del barrio.

Finalizado el ensayo, visitáis a vuestro Resucitado, rezando, le prometéis que el sábado siguiente estaréis allí, para ensayar y visitarlo una vez más.

¿Y cómo se finaliza, que se hace cuando el ensayo ha terminado? Pues claro, a por el donuts de chocolate. Que las buenas tradiciones no hay que perderlas.

14 de marzo, jueves, es el día de inicio de la novena a nuestros titulares, que nos permite dedicar tiempo especial a la oración y prepararnos para nuestra estación de penitencia, dedicándole y rezándoles cada día por una entidad de la cofradía.

El segundo jueves, las calles del barrio se convierten en un escenario de fervor y devoción. Los hermanos asistentes a la novena nos disponemos a realizar el Santo Viacrucis, portando la cruz en la que Cristo dio la vida por nosotros.

Es un momento de profunda emoción, de recogimiento y de oración.

Las velas encendidas iluminan el camino y crean una atmósfera de solemnidad y de respeto.

Jesús es sentenciado a muerte,
Jesús cargado con la Cruz,
Jesús cae por primera vez,
Jesús se encuentra con su Madre,
Jesús es ayudado por el Cirineo,
La Verónica limpia el rostro de Jesús,
Jesús cae por segunda vez,
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén,
Jesús cae por tercera vez,
Jesús es despojado de sus vestiduras,
Jesús es clavado en la Cruz,
Jesús Muere en la Cruz,
Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos de su Madre,
Jesús es sepultado.

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos,
Pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador. Amén.

Esta es la oración y estas son las estaciones que se completan. Y en respetuoso silencio, rezamos por las calles del barrio.

Al finalizar, de nuevo en el altar de la Iglesia de la Piedad, sentimos nuestros corazones fortalecidos y preparados para que, al día siguiente, último día de la novena, Viernes de Dolores y función principal con la imposición de las medallas de la cofradía, recibamos a los nuevos hermanos y se proceda a realizar el solemne traslado de nuestras imágenes a sus pasos.

Primero, el Cristo de la Misericordia, a hombros de sus horquilleros, en silencio, tan solo la música acompaña la quietud de la noche y la oscuridad de la Iglesia.

Ramón canta a tu Cristo, Él te aguarda y nosotros lo ansiamos. Al instante, el Cristo se encuentra en su paso.

Sobre sus andas, la Virgen de la Soledad se alza majestuosa, envuelta en un manto de dolor y esperanza.

Sus hijos e hijas, con fervor y devoción, la portan por la nave lateral, iluminada tan solo por las velas de los allí presentes.

La luz tenue crea una atmósfera de recogimiento y de misterio.

El silencio solo se rompe por el sonido de los pasos de los costaleros y costaleras.

Al llegar al frontal de su paso, la Virgen es colocada con sumo cuidado.

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Es Domingo de Ramos.

La Función de las Palmas es un acto de fe y de esperanza. Toda la parroquia se une para celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén.

La procesión comienza en la iglesia de San Juan. Los fieles, con palmas y ramas de olivo en sus manos, llegamos hasta la casa de todos los bastetanos.

Es un momento de alegría y de fiesta.

Son las cuatro de la tarde, el sol brilla en lo alto del cielo bastetano.

Nuestra cofradía, engalanada con sus mejores galas, acompañados de la Federación de Cofradías se dispone a marchar hacia la Casa de Hermandad de la Esperanza.

Los niños del Resucitado, con sus rostros llenos de ilusión, portan el cojín sobre el que va depositada la llave que abrirá la Semana Santa bastetana.

¡¡Manolo!!,

Toca la puerta de la Esperanza con solemnidad.

Anuncia con fervor que la cofradía del Resucitado ha llegado, portadora de la llave que abre las puertas de la Semana Mayor bastetana.

Que tus golpes resuenen con fuerza, como sabemos hacerlo los de la Soledad, para que todo el mundo sepa que la Semana Santa de Baza ya está en la calle.

Hay dos noches en el año en la que me cuesta conciliar el sueño. Cuando me acuesto, la emoción no me deja dormir. Pienso y sueño en lo que al día siguiente habrá de venir. Todo lo que tendré que hacer, lo maravilloso que será ese día y, desde que me acuesto, estoy deseando que amanezca para levantarme y disfrutar de esos días tan señalados.

Son el día de Cascamorras y el Miércoles Santo.

Preparamos nuestros atuendos cofrades. Mis hijos, su ropa de costaleros y costaleras; mis nietos y yo, los trajes de Penitentes.

Siempre me ha gustado venir a la Iglesia y estar un rato con ellos por la mañana, para ir preparándome para la procesión de la tarde. Es un momento muy personal.

Con la llegada de la tarde, es la hora de venir para la iglesia.

Quietud y silencio en el tiempo franciscano.

De obligado cumplimiento, cuando llegamos es acercarnos a nuestros titulares para rezarles, para decirles que ya estamos aquí. Un año más cumplimos con nuestra obligación y devoción de estar junto a ellos en la tarde del Miércoles Santo.

Poco a poco la iglesia se va llenando. Empiezan a llegar los penitentes, que se van sentando en los bancos, esperando ser llamados para colocarse en el sitio indicado. Las mantillas, en el altar; los niños y niñas que nos acompañan, junto a la cruz, y los jóvenes pasan a la sacristía, para ponerse la ropa para portar los ciriales o el incienso.

La llegada de lo horquilleros, costaleros y costaleras nos advierte que ya es la hora.

Se oye la voz clara y firme del Padre Emilio, rezando, en primer lugar, por nuestros difuntos, después, por los que otros años nos acompañaban y este año ya no están. Pidiendo que nuestra procesión discurra con normalidad.

Ya, todo preparado.

Ocho de la tarde. El portón principal de la Iglesia se abre. José Ramón Mateos, portando nuestra Cruz guía y rodeado por un buen número de niños ataviados con el traje de la cofradía, se pone en la calle, para iniciar nuestro desfile procesional.

Empiezan a aparecer las capas negras con borde blanco, túnicas negras y capillo blanco; sobre este, el escudo de la cofradía. Ese es nuestro traje de Penitente.

Penitente, pieza clave y fundamental de nuestra procesión. Los hombres, mujeres, niños y niñas que os ponéis el traje de la cofradía manifestáis con vuestra participación un acto de devoción y penitencia, siendo la manera por la que expresáis vuestra fe y compromiso religioso.

Cada uno de nosotros que somos penitentes de fila, durante toda la procesión somos la luz que ilumina el camino en el recorrido.

El penitente en la procesión va en silencio, pensando, meditando y rezando.

Somos los guardianes de Nuestro Padre unos, y de Nuestra Madre, otros. Son horas de reflexión que te hacen mirar en tu interior y analizarte, es un momento donde dialogas contigo mismo.

Penitente, eres el alma de la procesión, sin tu presencia nada sería igual. Eres más que necesario. Eres fundamental.

No hace muchos días, al preguntarle a una joven por su edad, ella, que sabía por qué le preguntaba, me respondió de inmediato, “no saldré de costalera, yo soy penitente porque los penitentes son más que necesarios”.

Vaya respuesta que me dio, efectivamente. Los penitentes sois necesarios. Fundamentales. Yo, desde aquí, os reivindico. Penitente, disfruta de tu procesión.

Rosas rojas a tus pies conforman tu calvario, rojo como el corazón de los 42 hombres de trono que, con su hábito negro y cíngulo blanco, te llevan sobre su hombro un año más.

El momento ansiado se aproxima. Esperan el toque de campana para arrimar el hombro y levantar el trono de nuestro Padre, para iniciar la revirá que lo saque de su capilla y colocarlo frente a la puerta de la Iglesia, para salir a la calle.

Ya son muchos años que lo veo salir del interior de la Iglesia. Es impresionante la imagen percibida del paso desde atrás. La Cruz se sobrepone en la imagen, no se aprecia entera, ni su cara, ni su cuerpo, ni los pies; tan solo los brazos, pero la visión es increíble. El Cristo de la Misericordia sale a la calle, suena Historias de Judea. En la plaza abarrotada, lo reciben impresionados con su belleza. Suena la campana y al cielo, los horquilleros lo elevan a lo más alto, junto al Todopoderoso.

Dirigen su paso hacia los balcones de palo, donde la oración se hace saeta en la voz de Ramón. Hoy más que nunca, pide por todos nosotros.

Los toques del llamador hacen que todo quede en silencio en el interior de la Iglesia. La cuadrilla de mujeres ya en su sitio, preparadas para hacer la primera levantá a pulso.

La Virgen no puede estar más guapa, la flor adorna su paso y las velas de sus candelabros, totalmente encendidas, iluminan su cara extraordinariamente bella.

Ya en el centro de la Iglesia, la primera levantá al cielo.

El trono de la Virgen empieza a salir a la calle y los presentes, los de aquí y los de allí, admiran a la Soledad guapa, bella y majestuosa, envuelta con su manto azul que simboliza la pureza del cielo y su conexión con lo divino.

Delante de ella y escoltándola por las calles de la Jerusalén Bastetana, sus hijas, sus mujeres devotas, que han decidido acompañarla con su teja y mantilla negra, que cubre su cabeza y cae sobre su espalda. Vestido negro, en la mano un Rosario y en la otra, la vela que ilumina el camino de la Madre.

Que no estás sola, María, tus mantillas no te dejarán sola durante toda la procesión. Tú las miras a ellas y ellas te miran a ti. Qué estampa tan maravillosa, siempre estáis cerca de la Virgen, nunca dejéis de acompañarla y de iluminarla.

El encaje, delicado y antiguo,
se posa sobre su frente con gracia,
como las alas de un ángel silencioso,
protegiendo su corazón en la procesión que avanza.

En el silencio de la procesión,
su mirada se encuentra con lo eterno,
y en cada puntada de su mantilla,
borda la historia de un amor sincero.

Que esta mantilla de la soledad
sea faro en la noche de los corazones
y que las lágrimas que se ocultan tras ella
sean hilos que unen almas en oraciones.

El cortejo ya en la calle, completamente formado. Delante de cada paso, jóvenes del Resucitado con sus trajes de acólitos, túnica negra y roquetes blancos, son los encargados de esparcir el aroma de incienso, simbolizando la purificación y la conexión entre lo terrenal y lo divino.

Son los que están más cerca del Cristo y de la Virgen, son niños y niñas que sueñan con ser costaleros o costaleras de la Virgen y horquilleros del Cristo. No paran en toda la procesión de balancear los incensarios y de envolver en una nube de incienso a los pasos.

Y, cómo no, siempre me ha sorprendido de una manera extraordinaria la cantidad de personas anónimas que, de forma individual y en silencio, con una vela en la mano y el corazón pletórico de fe, se sitúan detrás de los pasos de la Misericordia y de la Soledad, personas que durante toda la procesión les rezan y les piden por algo o por alguien. No es necesario conocer por qué lo hacen, tan solo, las animo a que no dejen de hacerlo, que no los abandonen nunca y que sigan rezando tras nuestro Padre y nuestra Madre, confiando en ellos.

La Cruz de Guía está en el Carril. Los horquilleros comienzan con lentitud y los brazos cruzados, en señal de reverencia y humildad, a girar al Cristo para recibir a nuestra madre, suena Ave María, en un momento que se hace sencillamente eterno.

Con una quietud increíble, con un movimiento uniforme, con la mirada en la Cruz que lleváis encima, esos corazones generosos, no quieren que esa variación del paso finalice nunca. Poco a poco, nuestro Padre, iluminado por sus cuatro hachones, levanta la mirada para ver cómo su madre de la Soledad aparece por la calle Alamillos.  Mientras baja, sus horquilleros, avanzan lentamente.

Se puede observar en los ojos de estos hombres, que no sufren por el cansancio, y sí, la emoción de que el Cristo camine entre las aguas de sus cabezas y sus corazones.

Es increíble su sentimiento, una vez detenidos y arriado el paso esperan con quietud la llegada de la Soledad, que empieza a abrirse camino entre las filas de penitentes que se van girando al paso de la madre. Un paso corto pero firme de los costaleros la llevan hasta los pies de su hijo.

Tras un momento de silencio y al toque de llamador de los dos pasos, al mismo tiempo se levantan. Lo hacen a pulso. El Cristo de la Misericordia y María Santísima de la Soledad, frente a frente, mecidos por sus costaleros y horquilleros, que lo levantan al cielo en honor a la Virgen que mira a su hijo cerca del Padre.

En la cara de los horquilleros se observa la emoción por el momento vivido.

Yo, con mi farol en la mano, no pierdo detalle alguno del momento tan intenso que estamos viviendo, la emoción me embarga. No puedo reprimir que las lágrimas broten de mis ojos.

“El que no venga a la iglesia, que aprenda a rezar por las calles”.

Dicen que ser horquillero, costalero o costalera es una moda, un hobby. Que entráis en los pasos por divertimento, cachondeo e incluso por la fiesta que se puede originar después.

Pues yo digo aquí, claro y fuerte, que eso no es así. Que todos los que tomamos la decisión de entrar a un paso, lo hacemos porque tenemos fe, porque existe un sentimiento profundo relacionado con la imagen que vamos a portar.

¿Alguien duda del sentimiento que los horquilleros tienen al Cristo de la Misericordia? ¿Alguien duda que el esfuerzo de estar durante seis horas cargando sobre sus hombros en silencio sin relevo es por casualidad? No. Sencillamente es porque su fe los ha llevado hasta Él y no quieren dejarlo solo.

¿Y el sentimiento costalero?

Bajo la trabajadera, portando a la Madre de la Soledad, hombro con hombro, unos junto a otros, en silencio y escuchando la música celestial que se convierte en oración, marca el paso del camino de la procesión.

Yo personalmente así lo he sentido, en los años que salí de costalero. Recordaré siempre los momentos vividos intensamente bajo el paso.

Por eso digo que el que es horquillero, costalera o costalero, lo es porque tiene pasión, fervor y, sobre todo, fe por sus titulares. Y esto tenemos que dejarlo muy claro.

De regreso, en la madrugada, aún quedan momentos entrañables del paso del Cristo y de la Virgen por el Barrio San Juan.

La misericordia de Cristo pasa por la Plaza de los Moriscos. Sus horquilleros, aunque cansados, siguen firmes en su cometido de portar al Señor. ¡A esta es! “Silencio blanco”, “La pasión”, “Tres caídas de esperanza” son las oraciones convertidas en música que, durante el recorrido, han acompañado el paso de los horquilleros, que ahora, con izquierda alante, derecha atrás, comienzan la revirá para llegar a la casa de la Esperanza.

Imagen de cartel cuando el Cristo de la Misericordia llega hasta los pies del Cristo del Amor y la Virgen, que lo reciben engalanados con sus velas encendidas y este les responde con un saludo emotivo.

Y, cómo no, la tribuna permanente de los balcones de palo que ven reflejarse sobre la fachada de la Iglesia de San Juan la imagen del Cristo más bello de nuestra Semana Santa. Primero, aparecen los hachones; después, su calvario de rosas rojas y, posteriormente, el Cristo de la Misericordia con su mirada dulce y compasiva, porque él nos enseña que, en medio de la tormenta de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca.

Una vez girado y centrado en la Plaza de San Juan, la imagen es sencillamente espectacular. Para mí, no hay otra igual en toda la Semana Santa de Baza.

“Mi amargura” suena al principio de Santa Teresa de Jornet y la Virgen de la Soledad se dirige con paso lento hacia los Moriscos. El incienso lo impregna todo. El buen hacer de los costaleros y costaleras hace que nuestra madre camine sobre nuestras cabezas, en un momento intenso y emotivo, para entrar a la plaza. Su rostro iluminado por la cera se mueve al compás de la música y nuestra madre nos invita a rezar con ella.

Sigue su camino y, de repente, el tiempo se detiene, cuando el silencio de la marcha hace que la Virgen se postre ante la reina del Jueves Santo, Nuestra Sra. de la Esperanza. Qué momento más impresionante. No se puede pedir más.

Mientras todo esto ocurre, el Cristo de la Misericordia ya está en la puerta de la Iglesia.

Quiere entrar a su casa, mirando a sus hijos, a los que esta noche ha salido a visitar y los que durante todo el año lo visitan a él. Mientras suena “Bendición” lo veo entrar y le pido por los enfermos y porque ayude a sus familias.

La Virgen de la Soledad llega. Frente a la puerta se oyen los toques del llamador, que anuncian la voz de Paco mandando una levantá al cielo, para empezar el retorno a su casa.

Maniobra complicada por la estrechez de la puerta. La imagen, sencillamente majestuosa. La Virgen de la Soledad en el interior de la Iglesia, mirando a la calle, a los fieles allí presentes que han ido a despedirla y, a su espalda, la Virgen de la Piedad en su camarín. Solo tú, Soledad, tienes el privilegio de esta estampa cada miércoles Santo.

Se gira y comienza a caminar. Siendo recibida por los horquilleros delante del Cristo, que le hacen el pasillo de honor merecido de los hijos que la admiran y que, durante la procesión, no han podido admirar su belleza. Poco a poco y muy despacio, porque no quieren que se acabe, llegan ante su capilla y allí, la última levantá al cielo de este año.

El padre Emilio toma la palabra para dar las gracias a Dios por la procesión realizada y la veneración a nuestros titulares, indicando a los penitentes que pueden quitarse el capirote.

Todos los costaleros y costaleras situados frente a la Virgen con sus fajines azules en la mano y al unísono. Sus corazones gritan, ¡Soledad, guapa!, ¡Soledad, guapa!, ¡Soledad, guapa, guapa y guapa!

El Miércoles Santo ha finalizado.

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Hace 13 años que se tomó la decisión de celebrar el pésame a la Soledad. La idea primitiva no era esa. Pero al final, la decisión, fue, celebrar un acto, en el que se convocaran a todas las personas que quisieran, para venir a visitar a la Madre de Dios, rezarle y darle al pésame por la muerte de su hijo. La Virgen se colocaría al pie del altar.

La verdad que después se ha ido desarrollando y mejorando. Nos hemos sentido realizados con este acto y no necesitábamos más.

Cuando a primera hora llegamos al templo, te vemos solo iluminada con la luz de las velas, con el incienso que se puede sentir y no solo oler, la música tenue y adecuada, hacen que el lugar sea el ambiente propicio para visitarte y rezar contigo.

Es impresionante poder estar frente a ti, Madre, al pie del altar, en tu soledad; vestida de negro, que representa el luto por la muerte de tu Hijo, para acompañarte en tu dolor y hacerte más llevadero tu sufrimiento.

Nos arrodillamos ante Ti, para consolarte. Y lo más maravilloso y lo más extraordinario es que, al final, eres Tú quien nos consuela a nosotros.

Soledad, no estás sola y nunca lo estarás.

La emoción nos embarga en todo momento y, después del Ángelus, nos acercamos para hacerte una reverencia y te besamos la mano, en señal de devoción y amor a Ti.

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¡¡¡Resucitó!!!

Después de la noche más oscura, llegó el día más luminoso; después de la muerte, llega la resurrección.

Niños y niñas de nuestra querida Baza, Jesús, el Hijo de Dios, resucitó de entre los muertos. ¡Aleluya!

Con los primeros rayos del día en cada casa, los niños del Resucitado preparan los trajes de penitentes que acompañarán a Cristo en el cortejo y, de horquilleros, los que portarán al Padre sobre sus hombros.

Túnica blanca con ribetes dorados en la parte inferior y en las mangas también; zapatillas blancas, pantalón vaquero, camiseta y sudadera blanca, los horquilleros. En el corazón de todos, el escudo de la cofradía.

Las 11 se acercan y los alrededores de la Iglesia de la Piedad son un hervidero de niños. En la puerta esperan que se abra para poder acceder al interior y recoger la pequeña cruz que los acompañe durante el recorrido.

Mientras tanto, los horquilleros y horquilleras de Resucitado se concentran junto al Memorial de la Virgen de la Piedad. Se acerca el momento de la igualá.

Los nervios a flor de piel. Manolo, Alejandro e Iván proceden a formar las cuadrillas. La alta y la baja se irán turnando para llevar al Señor. También se establecen los turnos para llevar los cetros y el libro de reglas, porque esta es su procesión y ellos son los protagonistas.

A la hora indicada, y ya formados, con una gran sonrisa en la cara que refleja su felicidad, se dirigen al interior del templo, donde se encuentra el Señor de la vida en su paso, debidamente adornado: rosas blancas y tulipanes amarillos representan la victoria de Jesús sobre la muerte; la promesa de la vida eterna y la alegría de la resurrección y de los niños, que hoy podrán hacer realidad todo aquello que durante los sábados de ensayo han preparado y manifestar a Jesús que son felices y están orgullosos de ser sus pies.

Se abren las puertas de la Iglesia y la Cruz Guía sale a la calle, todos los niños de Baza y de todas las cofradías en las filas.

Suena la campana del paso y los jóvenes horquilleros y horquilleras lo alzan sobre sus hombros y empiezan a caminar, muy despacio, por la nave central de la Iglesia.

En la calle, son recibidos por el gentío que aguarda con impaciencia. La Marcha Real indica que ya están saliendo y con los sones de “Suena la Soledad” y “Virgen de la Hiniesta”, los jóvenes del Resucitado lo alzan al cielo. Sus brazos tratan de llevarlo a lo más alto posible, para que sea visto por todos y perciban que el Resucitado ya está en la calle.

El gesto de los niños de llevarte sobre sus jóvenes y frágiles hombros es una hermosa expresión de amor y entrega. Es una forma de mostrar su deseo de seguirte, de cargar con tu cruz y de compartir tu camino.

La primera parada, en la puerta de la Casa de Hermandad de la Esperanza, donde una representación de su Junta lo recibe, para rendirle honores y expresar su alegría de verlo de nuevo en la calle.

De allí a la Alameda.

Los árboles hacen las veces de un toldo natural que protege el paso del Señor y de los niños. La alegría de una mañana de primavera se ve reflejada en el rostro de los jóvenes que van portando su Cruz, unos y otros, al Señor. Sus caras, reflejan la felicidad que sienten.

Las campanas de la Iglesia Mayor reciben la comitiva para pasar por la carrera oficial y realizar su estación de penitencia.

Los primeros que acceden a la Plaza Mayor son los niños de todas las cofradías que forman el cortejo. Aparece el Resucitado. La maestría de los horquilleros hace sentir que de verdad viene andando entre los niños y las niñas.

En la rampa, el paso se detiene y al son de “Virgen de la Paz”, accede a la Plaza.  Qué elegancia, qué porte de horquilleros y horquilleras. Cómo llevan a Nuestro Padre.  Ole ahí el arte que tienen.

Llegan a la tribuna oficial, integrada esa mañana por los niños y niñas de las diferentes cofradías. La voz del Padre se escucha y la palabra de Dios se hace pública. Finalizada la oración, en un profundo respeto, se reinicia el camino. Toque de campana y al cielo. La Plaza Mayor es una auténtica fiesta cuyos protagonistas son los niños y niñas de Baza y el Resucitado.

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El polo. Sí el polo. Ahora llega el momento esperado por la chavalería. Desde que salieron de la Iglesia, esperan con ansiedad el momento de pasar por delante de la heladería de Los Valencianos, donde la familia Arqués obsequiará con un rico y maravilloso polo a todos los participantes en el cortejo. El revuelo que se produce es extraordinario y recuerda la frase de Jesús: dejad que los niños se acerquen a mí.

Al llegar el Resucitado hasta la misma puerta de la heladería, y una vez que los horquilleros han degustado el correspondiente polo, realizan una levantá al cielo pidiendo por la familia Arqués y cómo no, para que el próximo año se vuelva a repetir el momento del polo de Los Valencianos.

Tras pasar por la sede del Nazareno y recibir el saludo de esta hermandad, la procesión va llegando de nuevo a la Plaza de la Merced.

Los niños van entrando poco a poco y, mientras tanto, se acerca El Resucitado. Una vez en la plaza, los horquilleros lo giran para que pueda entrar mirando al pueblo.

Allí espera la cofradía de la Esperanza, para devolver la llave que les fue entregada el Domingo de Ramos, para abrir la Semana Santa. Acto emotivo, en presencia de la Federación de Cofradías.

¡Al hombro!, manda el capataz. Los niños y niñas, atentos al toque de la campana y al unísono así lo hacen; al siguiente toque, lo levantan al cielo, al mismo tiempo que se escucha “Ave María” y “Saeta”.

La emoción se manifiesta con un aplauso cerrado de todos los allí presentes. La Marcha Real marca el paso para que, poco a poco, vayan entrando en la iglesia. El ambiente en el interior del templo es indescriptible, lleno de niños y niñas que arropan al Señor de la vida.

Despacio, no tenemos prisa. Que no se termine, dicen los horquilleros y horquilleras hasta que llegan al altar, junto a la Virgen de la Piedad.

Los niños y las niñas cogen las flores del paso del Cristo, como recuerdo de este día tan maravilloso, que llevaran hasta sus casas o regalaran a un ser querido.

No queda nada más que ir a por el bocadillo y el refresco, charlar con los compañeros de cómo ha ido la procesión y decir una vez más todos juntos: ¡Viva el Resucitado!

La Semana Santa de Baza ha finalizado.

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Ya se va acercando el final del Pregón, ya he dicho casi todo lo que tenía que decir en esta encomienda que me habéis realizado.

Mis palabras han intentado transmitir cuáles son mis sentimientos y mis pensamientos.  He pregonado a nuestra cofradía, lo he hecho con toda mi alma y espero que cuente con vuestra aprobación, que no dudo que será así, ya que sois generosos e indulgentes.

Ya os he anunciado lo que está por venir en nuestra cofradía en esta Semana Santa.

Pero tengo que terminar insistiendo de manera clara y rotunda con en el mensaje final que he querido trasmitiros con mis palabras.

¡Cofradía, cofradía y cofradía!

Y, por supuesto, en nuestros corazones, Misericordia, Soledad y Resurrección, los 365 días del año.

Tengo que deciros que cuando levanto la mirada y os veo a cada uno de vosotros, por mi cabeza pasan momentos vividos con todos, en esta bendita casa y fuera de ella.

De cada uno, podría escribir páginas y páginas de agradecimiento, por lo que me habéis aportado a mí y a la cofradía.

Ese sí que sería el verdadero gran pregón de mi vida.

Gracias a todos los que desde fuera de nuestra cofradía habéis ayudado a que esta sea más grande cada día.

Gracias a los niños y niñas del Resucitado por haberme transmitido vuestra ilusión y pasión. Y por ser la cantera de nuestra cofradía y de todas las cofradías de Baza.

Gracias horquilleros, porque sois un ejemplo a seguir en el amor de la Misericordia de Cristo. Por vuestra constancia, elegancia y saber está bajo un trono, manifestando y demostrando como se ayuda al prójimo.

Gracias, costaleros y costaleras de la Soledad, de ahora y de antes. Junto a vosotros he vivido momentos intensos e inolvidables que jamás podré olvidar. Y, por qué no decirlo, por ser la mejor cuadrilla de costaleros y costaleras de Baza.

Gracias penitentes por ser la luz y la fortaleza de nuestra cofradía.

Gracias mantillas, porque siempre acompañareis a Nuestra Madre sin ningún tipo de condiciones.

Gracias, padre Emilio, por ser nuestro guía espiritual, llevarnos por el camino adecuado y, para mí, además de haber sido todo eso, ser el amigo que cuando necesita su mano se las ofrece sin ninguna condición. Gracias por haberte cruzado en nuestras vidas.

A todas las Juntas de Gobierno, a las anteriores, a las que habéis estado conmigo y a la actual, gracias por vuestra dedicación, esfuerzo y generosidad para engrandecer nuestra cofradía y por ello a nuestra Semana Santa.

En definitiva, gracias a todos, por conformar esta extraordinaria familia cofrade.

A mi familia, gracias por estar junto a mí siempre, en los momentos buenos y en lo menos buenos.

Y cómo no, a Mati, por aguantarme todas mis manías y locuras cofrades, por ser paciente conmigo por mi pasión por la Semana Santa y, en especial, con nuestra cofradía. Has colaborado conmigo, me has ayudado siempre. Tu pasión por la Soledad y el Cristo de la Misericordia te ha motivado a trabajar de manera incansable, sin importarte el tiempo y el lugar. Has conseguido que seamos mejores y lo más importante es que lo seguirás haciendo siempre que se te solicite. Gracias.

A Marta, Antonio y Mati, mis hijos, gracias por estar aquí hoy, Antonio, aunque no está presente, sí está con el corazón. Seguro, que me estará escuchando. Gracias por dejarme que os transmitiera mi bendita locura por nuestra cofradía, que insistiera una y otra vez que vinierais a los ensayos, que asistierais a los cultos. En definitiva, por permitirme que la mejor herencia que os pueda dejar sea el amor y el cariño a nuestros titulares.

A Diego y a mis nietos, Diego, Hugo y Marta, que ya son hermanos, trataré de que no dejen de serlo nunca.

Quiero pediros a todos un favor.

Me gustaría que cuando yo ya no esté por aquí, y queráis acordaros de mí, tan solo hagáis dos cosas:

La primera, escuchar esta marcha que está sonando: “El Cristo de las Aguas”. Me encanta. Escuchándola, he hecho las mejores chicotás bajo el manto de nuestra Soledad. Se me ponían, y se me ponen, los pelos de punta cada vez que la escucho y, con ella, entramos mi hija Marta y yo a este templo, hasta llegar al altar donde se casó con Diego,

Y la segunda y más importante, que vengáis a ver al Cristo de la Misericordia, a la Virgen de la Soledad y a Jesús Resucitado.

No lo olvidéis nunca.

¡Cofradía, Cofradía, Cofradía!

¡Misericordia, Soledad y Resurrección!

-oOo-

Que no me llamen María,
que me llamen Soledad.
Iba diciendo la Virgen
cuando comenzaban ya
a separarla de su Hijo
porque lo iban a enterrar.

Duro fue verlo azotar;
verlo, con la cruz cargar;
verlo cubierto de espinas;
verlo desnudo, sin más;
en el madero, clavado,
para luego agonizar.

Una vez ya hubo muerto,
fue más duro contemplar;
su cabeza, ya sin vida,
sobre el pecho descansar
mientras brotaba de su herida
agua y sangre, sin cesar.

Si ya no tengo el consuelo
de poderlo acariciar;
de tenerlo entre mis brazos
y de sus manos besar…
Esa… Esa será mi agonía.

¡Que no me llamen María!
¡Que me llamen Soledad!

Estas han sido mis palabras.

Muchas gracias.