562. De rule por la Alpujarra

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

La primera vez que pisé tierras alpujarreñas fue en la provincia de Almería, cuando alguien me invitó a pasar unos días en una típica casa de Válor; recuerdo que era una vivienda tradicional tal cual, sin reformas ni aditamentos, más allá de haber transformado la cuadra en bodega, manteniendo una puerta que más parecía de un establo de caballos que de una casa rural. Mis recuerdos se concentran en la recogida de aceituna, con los mantos cubriendo la tierra bajo los olivos, en bancales escalonados; y solares llenos de flores silvestres, con predominio de siempreviva blanca y morada. Pasé unos días tranquilos, pero, con la perspectiva del tiempo, no llegué a captar la esencia de lo que después he conocido yendo bastantes veces a la Alpujarra granadina. Esta región, que se extiende por ambas provincias andaluzas, entre Sierra Nevada y la costa, está compuesta por bastantes localidades, ninguna con mucha población, pero que suele multiplicarse con los visitantes a lo largo de todo el año. Sin embargo, para mi gusto, los tres pueblos más bonitos y característicos son, sin dudarlo un momento, los que se encuentran en el Barranco de Poqueira: Pampaneira, Bubión y Capileira, de abajo hacia arriba, hasta casi abrazar las cumbres de Sierra Nevada, con el Veleta con su inconfundible perfil, pero por la cara opuesta a la que se ve desde Granada capital. Cualquiera de los tres, desperdigados y escalonados mientras se asoman a las alturas abiertas, son absolutamente alpujarreños, muy cercanos unos de otros, pero con la curiosidad de que a la misma vez son bastante diferentes entre sí. Son lugares para enamorar los sentidos todos, y para ello casi no es necesario estar atentos; es tanta la belleza y la diversidad, tan imponente la naturaleza abrazada a sus calles y placetas, que, aunque no te fijes, te inundan en los muchísimos detalles de todo tipo que se reparten por aquí y por allá, sin querer llamar la atención, pero deslumbrando.

Foto: Lola Fernández

Piedras encaladas y pizarra, calles empinadas con canales por los que agua suena y salta, tinaos con sus tejados de vigas y piedra, flores de todos los olores y colores, plantas de múltiples verdes; los álamos, ahora en otoño, vistiendo de amarillo los paisajes antes de quedarse desnudos; el olor de las higueras, de los membrillos, de las manzanas, de los caquis; los castaños cuajados de frutos verdes, adornando el aire; el trino de tantas aves diferentes, con la alegría de los pájaros jugando ajenos al deambular de la gente. Los antiguos lavaderos, a cubierto de fríos y calores, hoy como reliquias de piedra y agua, por la que crece el musgo y el culantrillo ante la falta de uso. Las huertas, abiertas a los ojos curiosos de ciudad, que tienen la oportunidad de ver escaparates de hortalizas y frutas por los que han pasado los siglos sin mutar su apariencia. Y, por encima y más allá de todos esos detalles, que dejo aquí como simples esbozos, leves pinceladas que abran el apetito de conocer la pintura en su conjunto, las chimeneas de la Alpujarra, con sus sombreros de cal y pizarra, como vigías sobre los terraos cubiertos de launa, esos tejados planos tan característicos de estos pueblos con una arquitectura única y singular, amén de bonita a más no poder. Ah, y cómo olvidar los vinos y las viandas: quién no conoce el típico plato alpujarreño, y la variedad de embutidos y el buen jamón que se come por estas tierras… Es una buena manera de entrar en calor si hace fresquito o se siente la humedad propia de estos lugares tan altos, justo para empezar a recorrer los diferentes telares y tiendas, con las prendas expuestas en barandas y paredes de las muchas cuestas; esas jarapas multicolores, y las piezas de esparto, o de cuero, o de barro… Porque en la Alpujarra viven muchos artistas y artesanos, lo cual nada tiene de extraño viendo la cantidad de estímulos en que se despliega la belleza circundante. Si no la conocen, ya están tardando; y si han tenido el placer de visitarla, no tengan pereza para repetir viaje, porque es de esas regiones que nunca son iguales: cambia la luz, el clima, los colores, los olores… Lo que no falta nunca es la poesía de la Naturaleza, y el agua y el aire más puros que se puedan desear, en los días colgados en los barrancos, a la espera de que caiga la noche y los cielos se llenen de estrellas y el brillo de una luna que no puede ser más espectacular en tan inigualable marco.

561. Octubre

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández

Aunque a veces se hizo agotador, por las elevadísimas temperaturas que no pueden ser buenas para estos cuerpos, el verano pasó; un año más se perdió para siempre con su estela de nuevos recuerdos, de los que quién sabe cuáles perdurarán, y cuales se esfumarán sin dejar rastro en esa gran nube que llamamos olvido. Después de una fría primavera, y un estío ardiente, llegó el otoño sin demasiados cambios, y de repente estamos ya en octubre y parece que va haciendo más fresquito, aunque ahora viene el tiempo de los veranillos, para quien no tenga ganas todavía de fríos. Después de los calores soportados y de la sequía que nos amenaza en todo el país, la verdad es que no me importaría que llegaran días de lluvia, para refrescar las ciudades, alegrar los campos y llenar los embalses. Pocas cosas tan tristes como ver los pantanos casi secos, porque si el agua es vida, su ausencia es agobiante en todos los sentidos. Para nosotros los humanos, pero también para la flora y la fauna; así que cantemos eso de que llueva, que llueva, la virgen de la cueva… Me gustaría que el tiempo fuera tan normal y corriente, que el clima dejara de ser una perenne noticia; que sólo dudáramos sobre qué ponernos para salir en estos tiempos de transición, otoñales o primaverales. Y que nada perturbara nuestro disfrute de los últimos días largos, porque cuando acabe octubre lo hará con el fastidioso cambio horario, ese que a nadie gusta pero que se mantiene no se sabe muy bien por qué, y de repente anochecerá demasiado pronto, lo que propiciará que nos quedemos mucho más tiempo en casa.

Foto: Lola Fernández

Pasó el verano, y como quien no quiere la cosa estamos en octubre, y parece que ya vamos olvidando los años de pandemia. A lo largo de estos meses, casi todo lo que hemos celebrado ha sido después de dos años sin poderlo celebrar, con lo cual todo estaba como magnificado, con lo de exageración que ello conlleva. Supongo que esto pasará, y que lo mismo que ya es raro ver a alguien con mascarilla, se olvidarán las urgencias y la desesperación por lo que no las merecen demasiado, puesto que, aunque a veces parezca que no, hay vida más allá de la fiesta. Cuando andábamos confinados había quien reflexionaba sobre las consecuencias de tan general encierro, y se aventuraba a predecir cambios a mejor, virajes hacia una mayor profundidad espiritual y una huida de la superficialidad y el materialismo. No sé qué pensarán ustedes sobre ello, si creen que eran predicciones acertadas, o no; yo prefiero guardarme mi opinión, aunque me parece que es de esas ocasiones en que, aunque una calle, le salen subtítulos. Disfrutemos de este otoño temprano, mientras no sabemos muy bien si guardar las ropas de verano y sacar las de más abrigo; ojalá que todos nuestros problemas consistieran en algo tan sin importancia. Vivamos los días a través de las horas, apreciando el sabor de los tiempos, que cuando queramos darnos cuenta ya habrá llegado el invierno, y seguiremos aquí cambiando de ciclos: imperturbables y eternos ellos, mutables y perecederos nosotros.

560. Pausa

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Vivimos acelerados, nadie lo duda, llevamos siempre demasiadas prisas para llegar a ni se sabe dónde; corremos sin un porqué, pues ni siquiera perseguimos zanahorias que apremien nuestra estéril carrera. Por más que sepamos que hemos de tranquilizarnos y acompasar nuestras pautas al tiempo circundante, no lo hacemos. Corremos como si no hubiera un mañana, esperando tal vez estirar los días para agrandar el presente, y a veces ocurre que la flexibilidad no es tal, sino rigidez que rompe la cuerda y hace que nos estalle en la cara. En ocasiones la pausa la pone la vida, y no nos queda otra que quedarnos parados, porque esa interrupción desdibuja todos los caminos y nos deja a solas con nosotros mismos. Hay que tener mucho temple para saber acompasar los tempos, para vivir en armonía y que las interferencias no nos dejen a solas y expuestos en la intemperie. Cuando la vida le da a la pausa, no te queda otra que pararte. Y cuando eso ocurre, puedes verlo todo de otra manera; no es lo mismo mirar un paisaje por la ventanilla de un coche a toda velocidad, que asomarte mientras se avanza despacio: de repente, las distorsiones desaparecen, y ves la realidad tal cual es.

Foto: Lola Fernández

Seguramente no estamos tan ciegos como nos creemos, igual es que hay cosas que no queremos ver y pasamos por encima de puntillas, para que no nos afecten más de la cuenta. Lo que ocurre es que hay momentos en que no es ya lo que queramos o deseemos, sino que llega la hora de lo que es. Solemos repetir eso de es lo que hay, como si fuera irremediable, y es ahí donde nos equivocamos, porque nada hay que no tenga solución si lo vemos, lo reflexionamos y decidimos tomar cartas en el asunto, sean las que sean. Puede que nos acomodemos a quedarnos al margen de decisiones que nos urgen, convenciéndonos de que no hay ninguna necesidad de actuar ya; pero, cuando menos lo esperamos, no hay marcha atrás. Es como detenerse y callarse en medio de un bosque que nos parecía inanimado: instantáneamente se llena de vida y sonidos; no es el entorno, somos nosotros los que a veces caminamos como zombis.

Hay que ser justos y agradecidos con quienes nos cuidan y quieren, sin olvidar nunca que nadie ha de lograr que no nos queramos bien. Si eres importante para alguien, nunca te hará sentir lo contrario. No se puede pedir, y es tan absurdo e inútil como dar cuando no se desea lo que das. No hay que malgastar las palabras, porque el significado de los hechos es mucho más importante. Llega un momento es que lo negro es negro y lo blanco, blanco; y no hay quien pueda hacernos comulgar con ruedas de molino. Es preciso tomarse el tiempo necesario para ver cómo el trigo verde amarillea, anunciando el paso de una estación a otra. Y ahora que va a llegar el verano, nada mejor que aprovechar las hogueras de San Juan para desechar y quemar en ellas todo lo feo y que no nos sirve, con el deseo de una renovación que sea algo así como una muda de piel. No se nos olvide nunca que solamente se vive viviendo, no jugando a que estamos vivos. La vida no espera, o te agarras a ella, o te quedas muerto.

PD: Feliz verano, y nos vemos de nuevo cuando llegue el otoño.

559. El parque de Huéscar

Por Lola Fernández. 

Si Baza puede presumir de nuestra Alameda, en Huéscar tienen el Parque Municipal Rodríguez Penalva para orgullo y recreo de todos los oscenses y visitantes. Ideado en 1940, y terminado en 1948, es un ejemplo de cómo antes se daba mucha importancia a los elementos naturales dentro de la ciudad. El parque de Huéscar impresiona por su tamaño y variedad de flora y fauna, diversa esta última y a cuya cabeza colocaría las ardillas, que siempre son un aliciente al que buscar y disfrutar sin que se asusten, porque son muy suyas. Respecto a la flora, hay tanta y tan diferente, que son muy de agradecer los atriles informativos que de jardín en jardín nos van señalando cada árbol, cada arbusto, cada flor, las aves, los insectos…, lo que nos permite conocer y reconocer cada especie. No señalaré ninguna, para que sean ustedes mismos los que se acerquen y vean con sus propios ojos. Este lugar es uno de los más hermosos no ya de la provincia, sino que puede competir con cualquier otro parque reconocido como excelente, porque lo es y nada tiene que envidiar a ningún otro.

Foto: Lola Fernández

Otro aspecto a destacar es el sumo cuidado de jardinería y limpieza que nos permite deleitarnos sin interferencias de mal gusto. Allí todo es vida y, a la vez, quietud. Los trinos se funden con los perfumes, el verdor general se llena de múltiples colores, y nunca deja de asombrar la sensación de inmensidad que los altos árboles, y alguna planta altísima como la palmera, nos provoca. Aquí hay que mirar al suelo, pero los ojos terminan perdidos en el cielo. La forja ornamental del vallado se extiende por sus 800 metros de perímetro, solamente interrumpida en sus 8 puertas. Dividido en dos amplias zonas, la de invierno tiene un pasillo central que llega hasta una larga pérgola siempre colmada de rosas y otras hermosas plantas trepadoras. A ambos lados, una fuente circular de piedra en cada uno, y como esquinas del área de verano, estatuas de bronce representando a las cuatro estaciones anuales. Pasada la pérgola, se está en la zona estival, donde crecen los árboles más altos para optimizar las sombras, y donde hay una amplia explanada que seguramente se dejó sin plantar para albergar el ideado estanque que nunca llegó a realizarse. Hoy hay en él un parque infantil rodeado de bancos para que los padres no pierdan de vista a los críos.

Fuentes, estatuas, árboles de todo tipo, un precioso palomar de planta cuadrada que se pensó para guardar los aperos de jardín, coronada con dos alturas hexagonales rematadas por un precioso tejado de tejas árabes vidriadas en verde, a seis aguas, que es tan bonito como donde se encuentra. Perderse por los laberintos y paseos, sin prisa, con los sentidos atentos, es todo un placer. En sus 33 hectáreas no hay ningún rincón para que te entren ganas de marcharte; al contrario: este lugar es de esos al que siempre tienes ganas de volver, entrar por alguna de sus puertas y dejarte sorprender. El placer está asegurado, y no viene nada mal pasear y descansar entre tanta belleza, porque si se entra con agobios, se sale feliz y descansado, lo cual es el mejor motivo que se me puede ocurrir para ir y regresar cuantas veces sea posible. Si no conocen el parque de Huéscar, les invito a visitarlo, estoy segura de que les habrá de encantar.

558. Primavera incierta

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

No era invierno, y, sin embargo, qué frío y cuánta lluvia la caída día tras día en esta primavera incierta que nos hace preguntarnos dónde está. Porque no es verano, y menudo calor; sin apenas transición, de la tierra mojada al secano, del jersey a la camiseta. Los humanos, desorientados; las plantas, agobiadas y esperando un tiempo mejor y distante del exceso de agua o el impertérrito sol constante. Ya se sabe que la primavera es voluble y cambiante, pero lo de este año es de traca, exagerado a más no poder; será el cambio climático, pero eso no le sirve a nuestros cuerpos para sentirse mejor, ni a nuestras mentes para no desesperarse. Ojalá los gobernantes a nivel mundial lleguen a comprender que nos estamos cargando el planeta, el único que tenemos para aprender a vivir y pasar nuestra existencia; y esperemos que a nivel individual no contribuyamos a empeorar el panorama, ya de por sí bastante desalentador.

Foto: Lola Fernández

A nadie se le escapa que las armas son para matar, y que, si hay libre acceso a ellas, nada de extraño tienen las matanzas como las que muy cotidianamente ocurren en el país que se llama la primera potencia mundial, esos Estados Unidos que a veces, más que menos, provocan vergüenza ajena. Cómo es posible que no sepan o quieran reaccionar y decidan que no todo el mundo puede adquirir sin problemas un arma y matar aquí o allí, a familiares o a extraños, a muchos o pocos, sean delincuentes, jóvenes, adultos, o lo que sea, sin más trámite que pagar en caja, como si lo que se comprara fuera refrescos o bocadillos para saciar el hambre. Si a ello le unimos la pasividad de una policía que no sabe reaccionar para defender, pero que no titubea para matar ella misma a seres inocentes, pues… Cualquier tipo de arma es un objeto peligroso, que tan sólo excepcionalmente debiera utilizarse. Si acaso para salvar vidas, no para acabar con ellas. Y aún hay en nuestro país personajes indeseables que hacen apología de su libre uso; personajes indeseables de grupos indeseables, con ideología indeseable, y carencia total de principios y valores. Hay gentuza para quien el principio es solamente un comienzo; y el valor, algo cuantificable y con el que poder especular. Como hay gentuza por la que no pasó la evolución, sino la mera involución que siempre resta a nivel especie.

Primavera incierta, de límites desdibujados y borrosos, que nos hace desear inventarla si la deseamos, porque ella de por sí no se nos ofrece, como tantas cosas auténticas actualmente. Qué tiempos más difíciles de vivir, y no hablo sólo de la climatología. Mismamente puedo referirme a este sólo con acento, que es adverbio, diferente por completo del solo adjetivo: desde siempre la tilde los diferenció, y lo encuentro necesario por completo; por más que la RAE eliminara hace años la distinción. Se ve que con lo de limpia, brilla y da esplendor, se olvidó de lo que es escribir bien, y facilitar que el lector lea bien… Así que igual nos queda seguir escribiendo correctamente, más allá de entidades y organismos obsoletos y llenos de mucha más gente anticuada que actualizada. O inventar, coger unas hojas y unas flores y componer una primavera que no nos inquiete con su falta de certeza y su extravagante devenir. Después de todo, todo será según nos parezca.

557. La rosaleda perdida

Por Lola Fernández. 

Decía Audrey Hepburn que plantar un jardín es creer en el mañana, y no puedo estar más de acuerdo. Un jardín es una promesa de futuro, porque sembrar, plantar, podar, quitar las malas hierbas, regar, abonar, ir cuidando un jardín, o un parque, es contribuir a que la naturaleza pueda expresarse y regalarnos su belleza inigualable plena de colores, olores y texturas. Hemos tenido una primavera lluviosa, y aunque agua de lluvia no riega macetas, ha caído tanta agua que gracias a ella han sobrevivido las plantas abandonadas a su suerte, en aquellos lugares que nacieron para ser un remanso de paz, y se han convertido en espacios peligrosos e insalubres por la dejadez humana. Sé que a los responsables políticos les pierde el no contacto diario con la realidad de sus ciudades, el culto a los grandes proyectos, pero pobres de ellos si olvidan que es en las pequeñas cosas en donde reside la verdadera grandeza. Si yo fuera representante de la ciudadanía, me dejaría de tantas juntas a puerta cerrada con los responsables de las distintas áreas, y me iría a pasear por las calles y parques de mi ciudad, para ver si hay limpieza y esmero en el cuidado, para comprobar a pie de calle si los vecinos pueden ver incrementado o mermado su bienestar general, que ha de ser la única brújula y guía de la acción municipal, del trabajo de todo político que aspire a eso, al bienestar general, no a estar en las próximas listas electorales.

Foto: Lola Fernández

Tengo alguien muy querido de mi familia en la Residencia Municipal para Mayores, y he pasado mucho tiempo sin poder ir a verla, ya se sabe que en tiempos de pandemia no se puede hacer lo que se desea sin más. El caso es que finalmente he tenido la oportunidad de acudir junto a otros familiares, y he contado con la inmensa suerte de que se podía sacar con la silla que salvaba sus dificultades para andar, a pasear un rato con quien por desgracia ya no reconoce a su gente ni la realidad de la vida, pero a quienes el resto reconocemos y amamos, por lo que solamente deseamos lo mejor para ella. La pena ha sido querer dar un paseo por el parque que hay junto a la residencia, un lugar que, si estuviera cuidado, no digo bien cuidado, con cuidado me basta, sería un espacio maravilloso para proporcionar sombra y alegría a los sentidos, un terreno por el que tratar de olvidar las penas irremediables de la vida. Pero resulta que está absolutamente abandonado, lleno de malas hierbas con toda la fauna asociada que es propia de ellas; de seguir así, en nada podremos hablar de la salvaje selva regalada a los mayores, que lejos de disfrutar de las flores y el frescor del jardín, sólo tienen las promesas incumplidas de un vergel, sustituidas por la vergüenza y la rabia que nos provoca a residentes y familiares la rosaleda perdida. Invito a nuestro alcalde y sus concejales a bajar hasta el lugar, iniciando el paseo desde la rotonda que orgullosa luce el escudo del Ayuntamiento hasta el fondo, justo enfrente de la Residencia Municipal. Así podrán ver, desde fuera, claro, porque el parque es absolutamente intransitable, el regalo que nuestro Ayuntamiento ofrece a esos mayores que tanto dicen amar.

556. Somos así

Por Lola Fernández 

Somos así, y me parece que no tenemos remedio: nos gusta la contienda, competir, discutir, querer tener la razón y jugar con quien presuponemos que ganará. Si amamos la música, Bach o Vivaldi, los Beatles o los Rolling, rock o pop… Si nos gusta el futbol, un equipo u otro, merengues o culés o colchoneros o béticos… Y así siempre, y a todos los niveles: preferimos la disyuntiva a la unión, diferenciar a sumar; o lo que es lo mismo, nos gusta la gresca. No sé si será esencia de especie, educación social o una imitación secular, pero sabemos que ya desde los hijos de Adán y Eva hubo pelea, y además mortal: Caín mató a palos a su hermano Abel, según nos cuentan por envidia. Una vez más nos enfrentan dos personalidades, la buena y la mala, y esta, curiosamente, se alza ya con la victoria, aunque sea a base de quitarle la vida a alguien que no molesta y vive y deja vivir, provocando el rechazo más absoluto en el otro, que se toma la licencia de convertirse en rival, juez y ejecutor, ¡ahí es nada!

Somos así, no vamos a buscar lugares comunes ni a tender puentes, tampoco vamos a escuchar y a dialogar. Donde esté hablar y hablar y hablar, que se quite el conversar, dicho con algo de sarcasmo. Si el tema es la política, rojo comunista o fascista radical, cuando no populista, o corrupto o chaquetero. Si se pasa al tema de la religión, salvadores o demonios con sotana; si al de la historia, tantas corrientes y versiones como opinantes, y así sucesivamente con cualquier temática que deseemos imaginar. Somos mucho más de discordias que de concordias, de desencuentros que de aproximaciones; adoramos guardar una prudente distancia frente a lo ajeno, como si quisiéramos tener la suficiente perspectiva que nos permita llevar la contraria a la primera de cambio. No se ha acabado una exposición, cuando ya hay alguna interrupción. Antes de razonar, ya hace acto de presencia la irracionalidad de turno. Se empieza hablando con un buen tono y se concluye poco menos que vociferando, y a ver quién cambia el ritmo de los acontecimientos cuando se desbordan y son más potencialmente peligrosos que una bola de nieve cuesta abajo.

No sé si somos inhumanos por humanos o porque somos así, pero conjugamos la entrega más desinteresada por causas nobles de elevadas aspiraciones con el más egoísta interés de bajos vuelos. Que si alguno dice amar la noche, nosotros vamos a reivindicar el día; y si se llaman espirituales, nos nombraremos materialistas, y al revés, según quién hable el primero. Supongo, solo por suponer, pues si afirmo lo negarán antes o después, que es que nos va la marcha, y lo que ocurre al final es que nuestra verdadera opinión y los sentimientos más auténticos los solemos dejar guardados para una mejor ocasión, que seguro que también existe. Presupongo, ya saben, por no obtener un no antes de tiempo, que con el tiempo aprendemos acerca de la provisionalidad de las cosas y de los juicios, ideas y conceptos, y a la vez obtenemos el convencimiento de que no hay que estar convencidos de nada, porque todo es relativo, y no ya según el cristal por el que se mire, sino según quién tengamos enfrente, y si lo consideramos afín, dentro de lo que cabe de afinidad en la eterna rivalidad ontológica, o diferente. Que hace mucho el crear grupo, aunque no lo parezca; y estoy segura de que si Caín hubiera hecho migas con otros hermanos, nunca se hubiera cargado a Abel a base de golpes de quijada, porque hubiera contrarrestado los celos y la envidia haciéndose fuerte en un grupo y marginando al preferido. Pero eso es mera especulación, así que puede empezar el juego de negaciones, réplicas y contrarréplicas; será la mejor prueba de que esto no es un simple monólogo.

555. ¡Pobre de nosotras!

Por Lola Fernández. 

En el tema de los derechos fundamentales de las personas hay que tener mucho cuidado con no quedarse estancados, y mucho más con dar pasos hacia atrás. Hay toda una lucha histórica en su conquista, y lo que no sea avanzar es algo que no debiera permitir ninguna sociedad, si no quiere volver a las cavernas. Las mujeres representamos la mitad de la humanidad, pero no quiero quedarme en la cantidad, sino señalar que somos quienes alumbramos parto a parto a hombres y mujeres. Sin mujeres no hay vida, sin despreciar la contribución a ella de los hombres. Pero es que estos viven muy bien, se dan todos los derechos, además de los privilegios, y, sin embargo, ¿qué pasa con las mujeres? Que se responda cada quien, porque no es difícil saber la respuesta.

Leo, no sin ganas de llorar, que hace pocas semanas, los yihadistas prohibieron que las mujeres pudiesen estudiar a partir de la escuela primaria. Pero mi indignación y tristeza se incrementan hasta límites infinitos al saber que los talibanes recuperan la obligatoriedad del burka en Afganistán. Leo y mi congoja es máxima:  El burka es una prenda solo usada, en todo el mundo, en Afganistán, y tapa todo el cuerpo de la mujer sin excepción: a diferencia de los demás velos, algunos de los cuales se abren en la cara y las manos, el burka tapa todo. En las manos, guantes, y ante los ojos, una reja de tela aísla completamente a la mujer del mundo exterior. Su uso ya fue obligatorio desde 1996 hasta 2001 y ahora los talibanes, en el gobierno, vuelven a imponerlo. Recuerdo haber escrito un artículo sobre esta prenda, y saber desde entonces la cantidad de muertes que provoca, sólo por el tráfico y la falta de visibilidad. Pero va mucho más allá de esas estadísticas, por si no fueran más que suficientes. Es tratar a las mujeres como putas, amén de invisibilizarlas con algo que, según las mentes perversas de los talibanes, vela por la honestidad femenina… Algo así como los unicornios y su leyenda en la antigüedad de guardianes de la virginidad de las doncellas, sólo que no es un animal protector, sino una prenda absolutamente agresiva. Siempre he dicho que, si estos machos incivilizados quieren que los hombres no miren a las mujeres, lo suyo es ponerse ellos vendas en los ojos, no tapar a las mujeres. El caso es que el líder supremo talibán, en un comunicado emitido por el gobierno del grupo en Kabul, capital conquistada en agosto de 2021 tras la retirada de las tropas norteamericanas y la de todos sus aliados hace casi un año, ordena que las mujeres deben de usar el burka, ya que es tradicional y respetuoso… ¡Qué miedo me dan a veces la tradición y el respeto, cómo en nombre suyo se cometen las más terribles atrocidades!

Invisibilizar a las mujeres, desde el lenguaje inclusivo a la negación de la violencia machista de género, pasando por el no reconocimiento de la desigualdad efectiva entre hombres y mujeres, y sin desdeñar la agresividad que se manifiesta contra pobres mujeres que no saben cómo actuar para que sus hijos no mueran a manos de sus exparejas, que hacen de la violencia vicaria su arma de ataque más cruel, quitándoles la vida a sus propios hijos, sólo por hacer daño a unas mujeres, las madres de esos hijos, que sólo hicieron algo tan elemental como el ejercer su derecho a decidir, y que esa decisión fuera, ni más ni menos, que alejarse de sus verdugos, los que las maltratan y apalean hasta la muerte. No, esta sociedad no es normal si permite esta dinámica de odio hacia las mujeres. Y lo peor de todo es que poco nos queda en nuestras manos para defendernos, si acaso un impotente y estéril ¡Pobre de nosotras!

554. Los límites de la felicidad

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Feliz, feliz, lo que se dice feliz, es difícil serlo, por no decir imposible; pero cada quien sabe lo que es sentirse bien, muy bien, tan bien que es algo muy parecido a lo que entendemos por felicidad. A ver, hoy, por ejemplo, que es el día de la madre, no será fácil rebosar bienestar si nos falta la nuestra y no podemos llamarla temprano para felicitarla y reír un rato con ella, eso es así. Son los llamados límites de la felicidad, que, aunque son más imaginarios que reales, suponen un freno absolutamente efectivo. Pero respecto a las limitaciones, lo primero que deberíamos es diferenciar las externas y ajenas de las interiores y, por ello, personales. No tendríamos que permitir que nada que nos sea ajeno logre entrar en nuestra realidad íntima para descolocarnos y proporcionarnos infelicidad. Si nos quita alegría y tranquilidad, no es bueno para nosotros; y antes de que sea tarde, deberíamos ser capaces de desecharlo. Pero, ay, nos rodean tantas cosas y tantas gentes que no aportan nada como no sea negativo…; y, sin embargo, ahí se quedan, oscureciendo la luz, como sombra en el frío, que ya es mala sombra.

Foto: Lola Fernández

Es el primer día de mayo, el mes de las flores, que ya es un modo precioso de ser llamado, y empecé el día paseando y sintiéndome bien rodeada de verdes campos llenos de los colores de las flores. Un lujo para iniciar el día y el mes, con la alegría de una temperatura primaveral espectacular, la misma que da gozo a las aves y llena el paseo de cantos y piares de pájaros tan felices como yo. Ahí en ese punto en que las únicas fronteras posibles son las internas, y no las queremos cerradas y opresivas. En ese estado en que no hay puertas, ni verjas, ni cancelas; tan sólo ventanas abiertas y aire puro y renovado. Hay en una planta silvestre tanto placer encerrado como pueda esconderse en un libro, y sencillamente está a la espera de que nosotros lo disfrutemos. Quién no ha experimentado nunca la magia de soplar una bola de semillas del diente de león, pensando previamente un deseo y con la ilusión de que al dispersarse se cumplirán nuestros sueños. No, no es difícil ser feliz, y feliz de verdad, cuando andamos por nuestros caminos, sin prisas, caprichosamente si así lo queremos, sin que nada ni nadie enturbie nuestros pasos y nos amargue los momentos de dicha. Los ambientes han de mantenerse limpios y plenos de frescura, nada de enrarecidos, porque no hay necesidad de penas añadidas evitables y estériles. La vida es mucha vida para dar cabida a tanta tontería, así que olvidemos fronteras y lindes, límites y confines, siempre que nos sean impuestos sin motivo ni razón alguna de ser. Se está mucho mejor con la paz y la calma que produce sentirse bien con una misma, y nada ni nadie merece el esfuerzo de dar sin recibir, o de entregarse y recoger insatisfacciones y disgustos. Al final, son tan pocos los días que tenemos en realidad para vivirlos plenamente, que la única limitación aceptable ha de ser personal e intransferible, y lo único que hemos de acoger es lo que no nos impida ser mejores personas y nos proporcione bienestar.

553. Náufragos en islas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Digamos que en medio de lo convulso, la armonía es como un medio de salvación, un refugio en el que sentirse a salvo, sin connotaciones bíblicas de ningún tipo. Por mucho que no queramos pensarlo, por más que busquemos olvidarlo, vivimos unos tiempos que son muy poco dados a sentirnos libres y ajenos al peligro de vivir, no ya de morir, que sería mucho más comprensible. Vamos camino de dos años y medio de una amenazante realidad a nivel mundial, que implica por ello mismo no encontrar posibilidades de escape. Una pandemia que diezma la población y ante la cual las vacunas han sido un eficaz aliado, aunque sin duda alguna las mascarillas se han convertido en nuestras inseparables compañeras a la hora de salir de casa. Cierto que poco a poco hemos ido pudiendo salir de nuestros entornos geográficos más inmediatos; algo así como vivir la aventura de traspasar nuestras fronteras colindantes, como atrevernos a salir de los bordes mismos de nuestra cotidiana existencia. Pero qué mayor separación entre nuestra individualidad y el resto, que la que ha ido creando esa mascarilla que, a la vez que protege, nos ha cubierto el rostro y las facciones desde hace tanto, que hay personas a quienes no le hemos visto la cara al descubierto jamás. Hemos sido ojos que miraban otros ojos que nos miraban, poco más; y, siendo las miradas muy importantes, no ver las bocas, las narices, los gestos, la risa o el rictus de desagrado, por ejemplo, es algo que indudablemente ha incidido en nuestro mundo relacional más físico. Es muy difícil una buena comunicación cuando todo lo que ofreces y recibes es un abrirse o cerrarse los ojos, sin más acompañamiento gestual. Eso, sin hablar de la falta de contacto entre nosotros: ese no tocarnos, no besarnos, no abrazarnos, que, por supuesto, nos ha cambiado, convirtiéndonos en náufragos en islas aisladas, a la sombra no ya de una palmera, sino de una mascarilla.

Foto: Lola Fernández

Pobre de nosotros, los adultos que hemos rumiado tanto miedo y las más variadas expresiones de la frustración y el desespero, y pobres de los niños y niñas que están viviendo esto sin llegar a comprenderlo. No alcanzo a imaginar sus secuelas y consecuencias en los próximos años, si llega el momento en que la covid se gripaliza y pasamos a vivirla como una enfermedad estacional que pueda combatirse con la vacuna sin mayores problemas. Y de repente, los náufragos nos quedamos sin palmeras: nos han quitado la obligación de llevar mascarilla, con escasas excepciones, ya no solamente al aire libre, sino en los espacios interiores. Como por arte de magia, un juego de quitarse las caretas ha empezado a darse, casi imperceptiblemente. Ya no son ojos que nos miran mirarlos; ahora hay rostros que gesticulan ante nuestra sorpresa de conocer las caras que imaginábamos, y que no suelen corresponderse, en su realidad, a lo imaginado. Ahora los labios acompañan a las palabras, y las bocas a las risas, mientras los ejes que son las narices son más largos o cortos que parecían enmascarados. Madre mía, caras completas ante nuestros sorprendidos ojos, con un inicial desconcierto ante el hecho de sernos de pronto desconocidos quienes eran conocidos bajo mascarillas. Sin duda alguna es maravilloso descubrirnos, y en unos pocos días nuestros cerebros habrán asimilado la información total y completarán un juego de correspondencias tras el cual ni recordaremos el desconcierto inicial. Un avance importante en esa armonía que ha de reconfortarnos sin falta para paliar nuestra necesidad de afectos y mitigar los desconsuelos que vinieron de la mano del coronavirus.

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