591. Las huellas del tiempo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Miro la fotografía que acompaña este artículo y pienso que no es lo mismo viejo que antiguo, ni que anticuado u obsoleto, aunque todas estas palabras contienen el tiempo en su significado, que es tanto como añadir duración y cambio a las cosas y a los seres vivos. Así, tanto la materia inerte como la vida pueden verse transformadas por el tiempo, hasta el punto de su extinción; y, dejando aparte a los animales y a los seres humanos, mirando esta imagen se me viene a la cabeza todo un mundo de sensaciones y sentimientos asociados a las huellas que va dejando tras de sí el paso del tiempo. Silenciosa, sin prisas, pero también sin pausa, la existencia se va actualizando provocando todo un conjunto de variaciones que nos permite hablar finalmente de evolución y mutación. Las cosas creadas por el hombre no van a quedarse inalteradas con el paso de los años, precisamente porque no son inalterables, por mucha vocación de permanencia que tengan desde el mismo momento de su creación. Y lo más curioso es que las huellas del tiempo nos retrotraen al pasado y lo convierten en presente inevitablemente; o no les ha pasado, por poner un ejemplo, que al descubrir en un paisaje las ruinas de una vivienda la han imaginado nueva, y a la vez han fantaseado con las vivencias en ella y en los árboles que aún viven asociados y que sobrevivieron a quienes un día habitaron allí y los plantaron buscando sombra o frutos, o ambos. Hay huellas que se borran, como las pisadas de los pies en la arena de la orilla del mar; pero otras son señales que quedan para quienes sepan interpretarlas, creando un vínculo que muchas veces no es fácil comprender o explicar, pero que es muy real a pesar de su intangibilidad.

Foto: Lola Fernández

Miro de nuevo la fotografía y veo en ella diferentes materiales: piedra, ladrillos, madera, hierro forjado, restos de revestimiento de la fachada, y vegetación. Es sabido que la naturaleza siempre acaba por devorar cualquier obra artificial en cuanto ésta sufre abandono, y ahí está el verde de las plantas en la pared, y asomando por el poyo de la ventana. Y como un regalo del paso del tiempo, una pequeña flor de diente de león, iluminando con su color amarillo la sensación de melancolía que suele teñir las cosas que fueron y ya no son, o, al menos, dejaron de ser lo que un día fueron. Me dicen que tras esa fachada, con varias ventanas similares a la de la imagen, un día hubo una escuela a la que algunas de nuestras abuelas asistieron, sin imaginar siquiera que muchos años después de irse ellas, allí seguirían los restos de aquella su primera escuela. Y me siguen diciendo que después era un telar donde se tejía, o igual eran locales que estaban juntos, no me lo saben concretar, pero ello me basta para con mi imaginación añadir a la foto una música hecha de risas y alegres parloteos, un sonido de niñas y mujeres jugando y trabajando, poniendo una nota de alegría a unos años que se me antojan difíciles y en blanco y negro, como aquellas primeras películas de antes de que el color llegara al mundo del cine. La belleza o su ausencia no tiene por qué asociarse a lo nuevo, o a lo antiguo que se ha seguido manteniendo evitando que esté viejo y ruinoso. El tiempo va mutando las apariencias externas, pero en su omnipotencia no cabe acabar con los recuerdos; pues pocas cosas son más poderosas que la memoria de las personas o la de los pueblos, tanto que a veces se convierte en motor para el devenir de las generaciones futuras.

590. Una tarde de tormenta

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Dicen que vienen calores, intensos calores que estoy segura de que nos harán añorar estos días de auténtica primavera. Hemos tenido hasta lluvia, días y noches de lluvia de la de verdad, no las cuatro gotas de barro de tantas y tantas veces; incluso tuvimos, y temimos, tormentas eléctricas, que mira que me dan miedo los truenos, los rayos, los relámpagos y todo ese aparato eléctrico que anuncia su llegada entre vientos, se acerca tal y como prometía, y tarda en irse siempre más de lo deseado. Puf, vi una imagen de un almendro al que le cayó un rayo estos días pasados, en un campo cercano, y desde luego que entendí en toda su extensión lo malévolo de la expresión que te parta un rayo, porque el estropicio no es que fuera potente, sino lo siguiente. Todavía, si la tormenta te pilla por la noche en la cama, no tienes más que esconder la cabeza bajo las sábanas y cerrar los ojos para no ver la luz que ilumina la oscuridad nocturna, pero si hablamos de una tarde de tormenta, ay, eso sí que da canguelo cuando te asusta, y ahí no sabes qué hacer, como no sea apagar todo lo que esté enchufado, como la televisión, o el mismo móvil. Leí una vez que cuando hay tormenta eléctrica no se ha de contestar al teléfono, ni escuchar la radio, porque por ahí puede entrar un rayo…; ya sé que no hay que leer en Internet nada sobre algo que se tema, pero es como una tentación, y a veces más que quitarte miedos, los intensifica, seguro que saben de qué les hablo.

Foto: Lola Fernández

La cosa es que hay tempestades que no vienen montadas en el viento a través de los cielos, y son igualmente causa de espanto; así veo el panorama político en este justo momento, en que después de unas elecciones, se nos ha convocado a otras, en pleno verano y sin esperarlas. Y no es que sea especialmente temible acercarse a las urnas y depositar el voto, da igual que sea en julio, porque no es cuestión de calor; lo peor es seguir en modo campaña electoral, con los partidos cada uno con su historia, y con encuestas para todos los gustos, generalmente abriendo vías de opinión más que reflejando opiniones del electorado. Muchas veces pienso qué pintamos quienes votamos, si se pasan meses antes de hacerlo contándonos los hipotéticos resultados; pareciera que a los políticos les sobra y les basta con sus cábalas, y es como si la ciudadanía estuviera de más, cuando es realmente la única que importa. Aburre y da más miedo que un trueno la lucha por un puesto en las listas, y a veces saber quién va en ellas es peor que un relámpago cegador, porque te obliga a cambiar la intención de tu voto cuando no estás dispuesta a votar una lista que incluya a alguien a quien aborreces políticamente. Este juego de integrar a quien se quedó fuera, de subir o bajar como premio, de excluir como castigo, y todos esos vergonzosos movimientos de fidelidades, traiciones, pago de favores, venganzas y demás, me parece tan hostil como un repentino aguacero que nos moja hasta calarnos los huesos. Así que a ver si llega pronto, y pasa, la nueva cita electoral, que seguramente entonces será como que de verdad llega el verano, con vacaciones sin obligaciones, y con esporádicas lluvias estivales sin electricidad ninguna. Después, todos los adversarios políticos se sentirán vencedores, como ocurre generalmente, y si no les gustan los resultados, porque no tengan nada que ver con las previsiones de sus encuestas, no duden que empezarán a preparar más elecciones, con la ilusión de que en las próximas se cumplan satisfactoriamente sus deseos partidistas. Si es que al final voy a preferir una tarde de tormenta que acalle el ruido que enturbia nuestra convivencia, quién me lo iba a decir.

589. Las cosas que importan

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Lo que significan las cosas que importan es algo voluble, aunque a priori no nos lo parezca: una canción que te elevaba a los cielos un día, te pasa inadvertida otro si suena de repente, te es indiferente; una ciudad que te abrazaba al llegar, de pronto te es incluso hostil; un poeta que te volvía loca, y ya ni fu ni fa; un perfume, una obra artística, colores, lugares, ambientes, etc., sin ni siquiera advertirlo, se desdibujan en la nada, como la tinta de esos tickets que guardamos y con el tiempo están en blanco…Y no es así porque estén asociados a las modas, que esas ya se sabe que van y vienen; porque incluso siendo aliados de los sentimientos más profundos, cambian sin que nos demos cuenta, como la misma profundidad de tales sentimientos. Pienso esto cuando abro un libro y me encuentro entre sus hojas una flor silvestre seca que seguramente guardé cuidadosamente porque era importante en ese momento, pero que, ay, la miro y no me dice nada, es que ni siquiera sé de dónde procede, de cuándo es, de si estaba sola o acompañada al tomarme la molestia de cogerla y hacerla mía. Lo curioso es que no me deshago de ella, y la vuelvo a guardar entre las hojas de otro libro…; igual algún día, cuando yo ya no esté, alguien se tope con esa flor seca y piense en lo mucho que debió significar para mí si estaba entre mis libros más queridos; y lo cierto es que, con el tiempo, igual ni esos libros me digan lo más mínimo. Si de vez en cuando hiciéramos un inventario de todas esas cosas de las que nos rodeamos e incluimos en el círculo más preciado de nuestra privacidad, pensándolas importantes para nosotros, por un motivo u otro, lo mismo nos llevábamos la sorpresa de acabar tirando a la basura la inmensa mayoría de ellas.

Foto: Lola Fernández

Hasta aquí no me refería ni estaba incluyendo a seres vivos, que esa es otra, y mucho más peliaguda. Todo lo relativo a personas es, obviamente, bastante más complejo, pero en términos abstractos y amplios, también ocurre a veces que quienes eran esenciales para nosotros en un momento dado, después no son nadie, o, lo que es peor, son alguien que nos desagrada al punto de no querer no ya verlos, sino siquiera recordarlos. Es así, y si se piensa fríamente, es algo increíble que podamos mutar de dicha manera; claro que en este caso no es infrecuente que en medio de esa mudanza de filias a fobias haya una intensa decepción. Quizá ello explique igualmente que no nos ocurra de un modo similar con las mascotas, porque a quién le ha defraudado alguna vez su perro o su gata. La desilusión es un poderoso motor para sentimientos de animadversión y honda tirria, al tiempo que nos suele abrir los ojos y nos deja ver la realidad tal y como es, no tal y como la imaginábamos. Por el contrario, la ilusión actúa muchas veces en sentido inverso, y nos hace comulgar con ruedas de molino, volviéndonos ciegos y tontos como nosotros solos. Y da exactamente igual que seamos capaces de reflexionar sobre ello y lo entendamos de maravilla: seguiremos eligiendo una flor en el campo para que nos acompañe el resto de nuestra vida, y nos volveremos a equivocar con gente que de entrada nos parecerá exquisita y después sólo la veremos ordinaria y mediocre. Iremos andando de la mano de las cosas que importan aquí y ahora, aunque ya hayamos aprendido que eso puede cambiar tan fácilmente como el cielo en un día nublo con fuerte viento.

588. Empezar de cero

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Mientras recorro las calles, encuentro por las paredes restos del último Cascamorras y esa imagen de manos negras me hace pensar en pinturas rupestres y en nuestros primeros antepasados, que usaban sangre, arcillas o pigmentos vegetales para dejar sus primeras expresiones pictóricas en las paredes de las cuevas.  Junto a un puñado de manos de distintos tamaños, un corazón que pintó alguna persona romántica que en algún momento de su vida aprendió a relacionar esa figura con el amor. Los humanos trogloditas que plasmaban la huella de sus manos estaban experimentando, mientras que quien pintó el corazón nos dejó la plasmación de un aprendizaje a lo largo de su experiencia. Fotografío la pared y pienso que parece mentira que hayan pasado tantos miles de años entre las primeras expresiones artísticas del ser humano, y la costumbre de manchar las paredes blancas cada seis de septiembre, fecha de la tradición bastetana más conocida. Lo que para los foráneos que desconocen la fiesta del Cascamorras puede ser simplemente una especie de vandalismo urbano, y así me lo definieron un día unos publicistas sevillanos que pasearon por Baza tratando de inspirarse para un encargo sobre la marca de ciudad, para los bastetanos es algo que va ligado a sus emociones y sentimientos, y tan grabado en sus corazones como la pintura negra que se queda por muros y paredes, a lo largo de los años en muchas ocasiones. No, no desentona nada el corazón negro junto a las manos, y es bonito que aún haya quien exprese el amor sin personalizar con nombres y adjetivos.

Foto: Lola Fernández

Al pensar en el transcurso del tiempo, siglo a siglo, imperturbable al cómputo que nos inventamos para temporalizar, pienso en qué humano es considerar que nuestra vida podría ser o haber sido vivida de casi infinitos modos diferentes a como la vivimos y la estamos viviendo día a día. Y, sin embargo, creo que mil veces que naciéramos, volveríamos a hacer exactamente lo mismo. Podría haber…, si hubiera…, haría si…, pensamos y nos decimos, pero ¿de verdad creemos que tenemos el poder de cambiar nuestra existencia más allá de lo elemental? Hay personas, pocas, pero las hay, que de repente un día ponen punto y aparte, y empiezan a vivir de un modo y en un entorno completamente diferentes. Suelen estar solas, y si no lo están es porque alguien les sigue, pero por pura solidaridad más que por deseo propio; y son un buen ejemplo de que aún poseemos la capacidad de decisión, y que la voluntad es más poderosa que el peso intangible pero inmenso de la rutina y la costumbre. Todos sabemos de alguien que vendió todos sus bienes, abandonó un trabajo permanente y se fue lejos a vivir otra vida; seguramente nos pueda ser de inspiración saberlo, aunque me pregunto si ello basta para traducirse en un aliento, en una ayuda para tomar una decisión cuando nos ronda una idea de cambio. Igual pasarán los años y seguiremos recorriendo las calles, viendo año tras año las huellas negras de las manos de quienes detuvieron un momento su carrera para dejarlas sobre las blancas paredes; y nos volveremos a sorprender con trazados tan románticos como un corazón solitario perdido en nuestra ciudad. O, quién sabe, tal vez alguien sea capaz de realizar sus deseos de cambio más íntimos, y alguna vez sepamos que dejó todo sin mirar atrás, porque por delante tenía muchas cosas que ir a buscar para empezar de cero.

587. Y no llueve

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Abril aguas mil, pero está acabando el mes y no llueve, lo cual es bastante desesperante, por lo malo que es para el presente, y por las terribles consecuencias a corto y medio plazo. Que se hagan rogativas para que llueva no deja de parecerme pura superstición, más allá del componente religioso que puedan tener para los creyentes; pero me imagino, en este norte granadino, a las santas Alodía y Nunilón, patronas de Huéscar, y a la Virgen de la Piedad, copatrona de Baza, escuchando las súplicas y plegarias para que caiga la preciada agua de los cielos, y la verdad es que no me ofrece ninguna confianza ni esperanza tal costumbre ancestral. Me parece que sería mucho más efectivo hacer todo lo posible para evitar que se pierda el agua por fugas, roturas, sistemas obsoletos de distribución, y todo lo que hace que se desperdicie el agua que tanto necesitemos en un porcentaje medio superior al 15%, el cual se incrementa hasta un 30% y un 61% en las localidades medias y pequeñas, respectivamente. Una sola gota perdida es un pecado contra la humanidad, así que no sé cómo calificar que haya pérdidas de agua potable tan elevadas. Menos rezos y más inversión, porque después de todo, si llueve, se está desperdiciando agua; pero si encima no llueve, como es el caso, ya me dirán ustedes el panorama. No entiendo a los políticos, de verdad, y no me cabe en la cabeza que miren a otro lado y no se pongan a solucionar problemas reales con soluciones posibles. Si los curas quieren rezar, que recen con los feligreses, que al fin y al cabo es una de sus funciones; pero los políticos han de dedicar sus mayores esfuerzos a gestionar adecuadamente el ciclo del agua, priorizando la renovación de la red de cañerías para que se evite el terrible despilfarro de agua destinada al abastecimiento y al consumo urbano.

Foto: Lola Fernández

Siempre se nos hace cargar con el peso principal de todos los problemas, y creo que la ciudadanía es mucho más responsable que sus representantes políticos; no me cabe la mínima duda, en esta y en cualquier otra cuestión que precise la colaboración de la gente y de la Administración. Si a ello unimos cosas tales como que en tiempos de terrible sequía no se cierren los campos de golf antes que empezar con las restricciones al consumo domiciliario, o que no se aprenda de una sequía a otra y no se acometan las obras y la gestión precisas sólo porque de repente llueve y se desvanece la importancia y gravedad del problema, pues apaga y vámonos. Así que hace calor, hace excesivo calor para la temprana primavera en la que estamos, faltando aún dos meses para que llegue el invierno, y rondando temperaturas de 40º, que no presagian un verano muy diferente al anterior, con insufribles olas de calor con nefastas consecuencias para la salud. No quiero ni tocar el tema de los pantanos, los agricultores, los riegos, los precios asociados a tanto desastre; mientras vivimos época electoral, y lo que nos queda de aquí a diciembre. No sé si hay quien se preocupa de los programas que cada grupo ofrece para buscar el apoyo en las urnas; pero cada vez veo menos interés en las propuestas programáticas, enfrascados todos los que han de hacerlas en un malsano juego de mentiras y descalificaciones, con una música de fondo en la que queda claro que a los ciudadanos nos toman por tontos, y por desgracia a veces lo parecemos, sin ninguna memoria. No sé si la democracia se inventó allá en la Grecia antigua para que cada quien defienda a los suyos, sin importar lo que hagan, aunque eso que hagan sea malo e idéntico a lo que hacen los no suyos. Pero es lo que hay, y no queda otro remedio que asumirlo; y al mismo tiempo, mirar al cielo y desear con toda intensidad que llueva y llueva, y no deje de llover hasta que tengamos agua para respirar aliviados y tranquilos.  

586. Lo transversal

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Miedo me da cuando escucho hablar de transversalidad en términos políticos, y no porque teóricamente no me parezca integrador, sino porque a nivel práctico he ido viendo a lo largo de los años que eso de transversal es casi tanto como inexistente; como un cajón de sastre en el que se incluyeran las aspiraciones que no se van a llevar a cabo jamás. Que sí, que queda muy bien eso de renunciar de palabra a la dicotomía izquierdas/derechas, en pos de un entendimiento que huya de la oposición que se da en toda bifurcación. Lo malo es que no me creo que se pueda unificar el camino que conduce a dos realidades antagónicas, por muchos juegos malabares que se quieran hacer, o decir que se van a realizar; que entre el dicho y el hecho hay mucho trecho. Mi experiencia es que hay conceptos respecto a los que se habla de aplicar transversalmente, tales como el no sexismo, por ejemplo, o todo lo referente a la igualdad, y que después se diluyen como azucarillos en agua, sin volverse a saber de ellos, más allá de su esbozo inicial y su proyección transversal. No puedes ser madridista y culé al mismo tiempo; todo lo más, amante del buen fútbol, pero desde el momento en que tomas partido y te abrazas a unos colores, decir que es lo mismo es pura milonga. Y si eso es así en lo referente a un deporte, por mucho que llegue a ser casi una religión para muchos, ya me dirán ustedes en lo relativo a una ideología política. Si se es rojo, no se puede ser azul, y viceversa; por mucho que la mezcla de rojo y azul nos dé como nuevo color el violeta. Los colores y las mezclas van muy bien en el arte, la iconografía y todo tipo de disciplinas plásticas, así como en todo lo que tenga que ver con las flores, pero va a ser que no es extensivo al espectro político, me parece a mí.

Foto: Lola Fernández

A mi edad he visto ya muchos experimentos políticos que buscaban quedarse con el espacio llamado centro, y hay grupos de izquierdas y grupos de derechas que no han dudado en llamarse de centro, entendido siempre dicho espacio como una especie de tibieza que no asuste al votante; como si quien vota tuviera la piel de un recién nacido y hubiera que mantenerle entre algodones, no vaya a ser que por miedo, no se sabe muy bien a qué, vaya a quedarse en casa y se niegue a ir a depositar su voto en las urnas. No sé qué puede parecer atractivo en no ser frío ni caliente, pero personalmente eso de ofrecer algo contando con el miedo ajeno ya no me vale nada de nada. Me recuerda esa canción de Víctor Jara que decía usted no es ná, no es chicha ni limoná, y, además, creo que no se puede ir por la vida queriendo gustar a todo el mundo, y mucho menos en ciertos ámbitos como en el de la política, algo muy recurrente en estos tiempos electorales. Que ahora toca prometer lo que no se piensa cumplir, eso ya se sabe; que es el momento de arreglar a toda prisa calles y rincones olvidados durante años, ya lo vemos, y nunca es malo cualquier pretexto si al final nos arreglan las ciudades y pueblos; pero no me vengan con disparates absurdos de querer mezclar agua y aceite y que nos vayamos a creer que eso es posible, porque no lo es. Y porque no lo será aunque te vistas de prudencia y sensatez; pues da la casualidad de que hay muchas personas que no tienen miedo alguno ni al frío ni al calor, y sí mucho al nadar y guardar la ropa, cosa que tampoco sirve de nada cuando hagas lo que hagas se te ve el plumero. Hay que decir las cosas tal y como son, sin ponerse, previamente a la herida, una tirita; especialmente porque la gente, la que vota incluida, no tiene un pelo de tonta, y seguramente prefiere la verdad, por dura que parezca, a una mentira edulcorada que a nadie engaña.

585. Antes de tanto invento

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernádez. 

Está claro que desde el momento en que aparece un

adelanto en cualquier ámbito respecto a lo que teníamos hasta entonces, es muy difícil sustraerse a su influjo si no quiere una quedarse obsoleta. A ver, es que hay inventos que cambian todo, y no hay que irse demasiado lejos: desde que existe Internet nada es igual a antes, y si nos fijamos en algo tan presente en nuestras vidas como es el móvil, ya ni les cuento. Cualquier problema en las nuevas tecnologías nos puede dejar tirados y sin saber qué hacer, y es entonces cuando más puede añorarse el pasado, porque hacer cualquier cosa requería sólo de nuestros más elementales conocimientos y era casi imposible no poder hacer algo por causas ajenas. No sé, pienso por ejemplo en realizar una llamada telefónica, que nos bastaba con ir a una cabina de teléfonos, y siempre podíamos llamar, salvo avería, o colapso de gente a la espera, aparte de que en todo caso teníamos la posibilidad de irnos a otra cabina. Hoy ya ni existen cabinas, pero basta que se vaya la luz y estemos sin batería, para quedarnos a solas con nosotros mismos y sin poder comunicarnos. Es como eso de quitar los teléfonos S.O.S de las autovías y demás carreteras en los que existían para el caso de algún problema con el coche: llegaron los móviles y los desmantelaron, sin contar con el factor de la falta de cobertura en muchos lugares de la red viaria; así que hay que desear que si nos pasa algo en la carretera podamos comunicarnos no se sabe muy bien cómo, aunque siempre quedará la posibilidad de los tiempos pretéritos de que alguien nos vea y se detenga a preguntar. No sé, pero a veces nos creemos en el futuro y sólo estamos activando un pasado ya superado.

Foto: Lola Fernández

Esta misma semana me vi superada por un simple problema con la nube, que maldita la falta que me hace a mí una nube particular que copie todo lo que yo tengo por si algún día lo necesito. Si existen memorias externas en las que nos tomamos la molestia de guardar todo aquello que nos interesa de estos mundos virtuales y no tan virtuales, para qué quiero yo una nube, que se vaya llenando y llegue el momento en que está tan saturada que de repente se me avisa de que ni voy a recibir correos, ni los voy a poder enviar, a menos que haga sitio, o pague dinero para mayor almacenamiento de duplicidades absolutamente innecesarias. Héteme aquí durante más de tres días borrando mensajes y archivos de años y años y años, que una los tiene en el correo sin preocuparse, pero que resulta que ocupan un lugar irreal en una nube imaginaria, que llegado un momento de saturación nos puede descargar encima su abarrotamiento, hasta atiborrarnos de muermo total. Serán muy inteligentes las nuevas tecnologías, y ya no podremos vivir sin ellas, pero el aborrecimiento que a veces nos despiertan es máximo y absoluto. Total, que una va aprendiendo poco a poco cosas que parecen idioteces, pero que mejor saberlas si no queremos que llegue el día en que por no aplicarlas nos provoquen tal estrés que no nos dejen dedicarnos a otra cosa que no sea resolver los problemas que nos crean. De todas maneras, no dejo de pensar que antes de tanto invento nuevo, vivíamos en la gloria sin tanta inteligencia ajena, que ahora todo es smart, o sea, más listo que el hambre. Y me entran ganas de tumbarme a mirar el cielo, escudriñando nubes reales, dejando que pase el tiempo sin inmutarme, casi como si fuera esa cabeza montañosa del valle de Antequera, la conocida como Peña de los Enamorados, que se alza inmutable y eterna sin que problemas ajenos la distraigan.

584. Monas de Pascua

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Llega Semana Santa, y se esperan 16 millones de desplazamientos, que se dice pronto, pero que es una auténtica barbaridad. Desde primeras horas del viernes de Dolores, las carreteras se llenan de vehículos que colapsan algunos tramos, y no sólo en las entradas a las ciudades, sino ya en las mismas salidas de ellas, con todos los carriles en ambos sentidos abarrotados. Una imagen que agobia si la has de contemplar, y cuyos efectos se multiplican ad infinitum si lo haces desde el interior de tu propio coche. No sé qué puede ocurrirnos, pero a la mínima oportunidad queremos escapar, ni se sabe de qué, hacia dónde y cómo. Lo más curioso es que unos nos vamos y otros vienen, por lo que las multitudes se multiplican por doquier, bastándonos estar fuera, porque lo que es solos no lo conseguiremos. Vayamos donde vayamos, estaremos rodeados de gente extraña que nunca antes vimos, y a la que seguramente no volveremos a ver jamás; es así, y ello nos hace vivir una

sensación de falso anonimato que nos lleva a creer que estamos desconectando, aunque sigamos absolutamente enchufados a lo mismo de siempre. Viajamos, pero nos llevamos a cuestas los problemas y preocupaciones, los desengaños e ilusiones, la mala salud nuestra de cada día, y hasta las plataformas que nos permitirán seguir viendo nuestra serie favorita, o terminar esa película que nos dejamos a medias para hacer las maletas.

Foto: Lola Fernández

No nos vamos ligeros de equipaje, desde luego, porque cada vez parece que necesitamos más imperiosamente sentirnos rodeados por lo que tenemos a mano cotidianamente, como si prescindir de ello nos fuera a quitar la vida, o al menos una parte importante de ella. No sé si estamos tontos, o es que lo somos y la necedad es ya parte esencial de nuestra vestimenta en términos abstractos. Semana Santa, y las procesiones llenan las calles, pero curiosamente ya se empiezan a hacer compatibles con los elementos de ocio no sacro, y no porque lo puedas vivir todo en su justo momento, sino porque se empieza a experimentar simultáneamente: puedes estar en tu terraza con tu bebida favorita y tu charla informal, y estar viendo pasar junto a ti una procesión seguida fervorosamente por los creyentes que la llevaban esperando todo un año, sin que haya ninguna falta de respeto por parte de ninguno de los eventos, el religioso y el profano. Somos así de ambivalentes, y es como si no hubiera un mañana y haya de vivirse todo a la vez, por si llegara el momento en que nos volvamos a sentir encerrados y sin poder salir sin miedo a la calle. Seguramente el confinamiento sea la causa última de estas conductas que realizamos con toda normalidad, pero que no dejan de ser raras. A todo esto, te detienes un momento en el escaparate de una confitería, y unas tradicionales monas de Pascua te traen la evocación de un tiempo pasado, allá por tu infancia, cuando todo iba mucho más despacio y cada elemento tenía un significado importante en sí mismo, no como decorado que te es un poco ajeno, sino como algo que te hacía feliz sin necesidad de mayores añadidos. Y con esos dulces recuerdas cómo se traían de la panadería, recién sacadas del horno, y se comían en familia como postre especial de un tiempo que nada tenía que ver con el de ahora, y relacionas las monas con las palmas blancas trenzadas primorosamente, sintiéndote niña otra vez, aunque sea por unos instantes detenidos en el tiempo que afuera gira vertiginosamente.

583. Limpiar la maleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Si los océanos inmensos no pueden abstraerse del vaivén de las mareas, entre la pleamar y la bajamar, cómo nosotros, insignificantes seres humanos en la grandiosa Naturaleza, vamos a poder quedar al margen de sus cambios, pobres ilusos que sueñan con dominarla, cuando basta un temblor en la tierra o un rugido de volcán para dar la justa medida de nuestra nimiedad. Llegó la primavera y acto seguido el cambio al horario de verano, algo que a la ciudadanía en general no nos gusta nada de nada, que en su momento ya se constató en una consulta a nivel europeo, voluntad general que los políticos siguen ignorando excusándose en que no saben si optar por el horario estival o el invernal. Leía ayer que es muy probable que en España se siga mortificando al personal con dos cambios horarios anuales hasta el 2026, los últimos domingos de marzo y de octubre; o sea, que importan muy poco las recomendaciones científicas y la voluntad popular, cuando del abuso de poder político hablamos, para variar. Sueño con una sociedad en la que nuestros dirigentes se guíen por los deseos de la mayoría, pero eso ya no ocurre ni cuando nos expresamos como votantes, porque hace mucho ya que no necesariamente gobierna la lista más votada, sino que todo queda al caprichoso azar de las sumas. Se transforma así la soberanía popular en una simple aritmética de partidos, a veces ni siquiera de la misma ideología, tal y como ocurre en, por ejemplo, Cataluña, donde gobiernan en coalición la derecha y la izquierda, por una sencilla cuestión de remisión a los deseos independentistas. La famosa frase que se le atribuye a Groucho Marx, estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros, viene aquí como anillo al dedo; lo penoso es que él era un actor y humorista, cuya genialidad se expresaba en pensamientos como ese, y lo de los encargados de la política es más bien de juzgado de guardia, por puros mentirosos.

Foto: Lola Fernández

Pero bueno, más allá de adelantos o atrasos de la hora, que es tanto como jugar a dioses con el tiempo, el cambio de estación llega imperturbable, para que sin apenas darnos cuenta vayamos adecuando al clima y la luz nuestras conductas. De repente despojamos de protección contra las heladas a nuestras plantas, recuperando así la belleza del jardín, y nos sorprendemos volviendo a abrir los toldos para que ese sol que tanto anhelamos en invierno, no nos agobie en la temprana primavera, que ya sabemos lo relativo que es todo si se encuadra en su adecuado contexto. Y al salir de paseo nos encontramos con hombres y mujeres que se calan sus sombreros de paja y se afanan quitando las malas hierbas, y removiendo la tierra, ya sea en sus jardines o en sus huertas. Hay una sabiduría ancestral que besa los surcos que el arado abre en la tierra, tanta como en llegar a comprender que, aunque a veces nos parezca una pena que para disfrutar los hermosos amaneceres tengamos que madrugar, siempre tendremos la belleza del atardecer cuando estamos bien despiertos. No es tan difícil quedarnos con lo que en verdad importa, eliminando lo superfluo, como quien desbroza el terreno y lo limpia de maleza; cuidando, eso sí, evitar al hacerlo cometer algún error insalvable que nos haga arrepentirnos de nuestra acción, pues todo hecho implica consecuencias, y lo mejor es que lo que hagamos no rebase los límites personales de la propia experiencia.

 

582. Mirar y admirar

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Cierto es que en la diversidad hay riqueza, que lo endémico y cerrado no permite aportar matices y pluralidad, que por lo general siempre son preferibles varios puntos de vista que un solo enfoque a modo de burro con orejeras. Dicho lo cual, tampoco es difícil reconocer que hay pocas personas que acepten de buen grado que se les lleve la contraria, que se les rebata las ideas, que acaben viendo las cosas de otra manera tras aportaciones ajenas. No digo que sea imposible, pero no es lo más frecuente, lo sabemos todos; y si tocamos temas como la religión o la política, todo se acentúa y hay como un fondo pasional en la defensa del criterio personal, que a veces es algo irracional por lo extremo. Eso se ve muy claramente en las redes sociales, donde es prácticamente imposible opinar sin que quienes no están de acuerdo se lancen a la yugular, virtualmente hablando, por fortuna, para insultarte de malas maneras. Esto de Internet a veces es complicado de comprender, porque igual te censuran un tontolaba, que permiten amenazas de muerte y celebrar el dolor ajeno; es así, y no tiene demasiadas explicaciones, por lo que lo tomas o lo dejas. Está claro que el anonimato incrementa los bajos instintos y la agresividad, y que hay una corriente de odio en el mundo digital que es como un río subterráneo que transforma lo social en asocial: no en vano existen los llamados haters, que no son sino odiadores profesionales que se lanzan en tromba expresando asco, desprecio y rechazo máximo contra las mujeres, los rojos, los homosexuales, los gitanos, los negros, los moros y hasta los cristianos. Cualquier colectivo que no sea el suyo particular es una buena diana contra la que dirigir su odio extremo, y campan a sus anchas sin que nadie les corte el rollo, impidiendo cualquier debate o aportación de un pensamiento que les sea ajeno. Dan más asco del que ellos derraman, pero ahí están, y cualquiera en su sano juicio se abstiene de expresar lo que sea, pues con ellos sólo vale el insulto, y no es plan volverse de su calaña.

Foto: Lola Fernández

Más allá de este mundo de difamación en el que no caben más que la crítica destructiva y las amenazas, nada mejor que quedar con un amigo a tomar un café y hablar pausadamente de cualquier tema y de nuestras vidas personales; pero incluso esto es cada día más complejo, en este mundo de prisas sin saber por o para qué, porque mira que es absurdo correr sin motivo y sin ningún lugar al que llegar, ni antes ni después. Tenemos dentro una perenne inquietud que parece impedirnos detenernos y ralentizar nuestra vida, y olvidamos que el mundo se mueve despacito: la Tierra tarda casi 24 horas en rotar sobre su eje, y algo más de un año en trasladarse alrededor del Sol… y nosotros no paramos, como galgos corriendo en carrera tras una falsa liebre que les sirve de señuelo. No aprendemos, es increíble, siempre presas de un desasosiego que si lo analizas no se debe a nada en concreto; porque los problemas existen, por supuesto, pero no por correr más se solucionan; al contrario, mejor sentarse un momento y pensar qué podemos hacer. La cosa está en que mucho repetimos lo del valor de las pequeñas cosas, pero después parece que se nos olvida. Y a la postre, no hay como irse un rato a disfrutar de lo que nos ofrece la naturaleza, que nos basta con detenernos y admirarla, sin necesidad de adquirirla y llevarla a nuestro conjunto de cosas materiales, ese que nunca nos satisface, porque se nutre de necesidades creadas, que una vez conseguidas quieren otras nuevas, y así sucesivamente, como si fueran zanahorias que nos tientan para alcanzarlas sin que lo consigamos jamás. Nada como un tranquilo paseo a solas con nuestros pensamientos y rodeados de maravillas que están ahí para relajarnos con su belleza, sin mayor requerimiento que el mirarlas y admirarlas.

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