601. Ángeles

Por Lola Fernández.

En unos días entrará el invierno, y lo hará este año entre las voces de los niños y niñas cantando los números de la Lotería de Navidad, momento que para mí es el auténtico pistoletazo de salida para estas fiestas. Entre christmas y obituarios se va acabando diciembre: en cuanto a éstos, no sé a qué es debido, pero se acostumbra a recordar a quienes han muerto desde enero, en plan homenaje, y aunque hay finados que se merecen pocas loas, ahí se cuelan en cualquier necrológica que se precie; y respecto a las felicitaciones navideñas, las de papel han sido masivamente sustituidas por los memes, los reels, los chascarrillos gráficos que van y vienen, paseando por toda España, con una supuesta gracia que por lo general si brilla es por su ausencia. Así que entramos en las navidades, señal de que estamos vivos y no hacemos bulto en ninguna necrología, y ante ellas, una de dos: o nos alegramos, o dejamos que nos invada un muermo total. De nuestra actitud ante determinada realidad, invariable independientemente de nosotros, dependerá que nos guste o disguste; y qué quieren que les diga, a estas alturas estoy mucho más por regocijarme en la alegría, que en arrastrarme penosamente bajo el peso implacable de una tristeza sin demasiado fundamento. Que sí, que en determinados momentos se añora demasiado a los que nos faltan y ya no volverán, pero eso pasa de uno de enero a treinta y uno de diciembre, así que es un poco absurdo circunscribir el dolor por la ausencia de nuestros seres queridos a unas fiestas específicas, sean navideñas o cualesquiera otras. De manera que, en estas últimas vacaciones anuales, me niego a sentirme mal de entrada y sin motivo concreto, y me basta el propósito de no caer en exageraciones propias del momento, sean consumistas, gastronómicas o de cualquier otra índole.

Ya se sabe que todo propósito no va más allá de la intención, así que no prometo nada, para qué, si lo mejor es dejarse llevar y que todo fluya sin interferencias personales. Con lo cual ya me veo disfrutando de lo que me gusta de la Navidad, que pasa por visitar las plazas que se llenan de puestos con todo tipo de artículos, sin dejar de entrar en cualquier iglesia que anuncie su Belén, canturreando los villancicos que me retrotraen a la infancia, comprando algún cartucho de castañas asadas con los que calentarme las manos en el frío ambiental propio de estos días, feliz de tantas luces en todas las ciudades, y todas esas cosas que sólo, o casi, se nos ofrecen en estos momentos. Me gustan los aderezos y la intermitencia luminosa en las gélidas noches, los escaparates, la flor de Pascua y el acebo, los falsos paquetitos de colores brillantes, los calcetines que cuelgan en las chimeneas, y, en general, todo con lo que adornamos el árbol navideño: las bolas, las cintas, las piñas, la estrella, y todos los colgantes habidos y por haber. No elijo entre Belén y Árbol, porque me gustan ambos y combinan genial; e igual me ocurre entre Papá Noel y los Reyes Magos, pues prefiero celebrar los dos, y multiplicar la ilusión. Pero si hay algo por lo que siento predilección, es por los ángeles, no me pregunten por qué, pero me gustan mucho y en cualquier lugar y tiempo. La verdad es que no tengo ni idea de cuántos tipos hay, y no conozco sus nombres y eso, más allá del ángel de la guarda, por ser el primero del que nos suelen hablar. Sin embargo, adoro ver ángeles cantores, o tocando instrumentos, sea en retablos, en museos de esculturas, o en pinturas, aunque no sean sobre la Natividad exactamente; me parece precioso todo lo angelical, y un gran contraste con lo feo y lo agresivo. Como ejemplo, el detalle de la Natividad de Piero Della Francesca, una pintura al óleo fechada entre 1470 y 1475, que se puede disfrutar en la Galería Nacional de Londres. Representa una escena del nacimiento de Jesús, un pasaje de la Biblia, y en ella hay un quinteto de ángeles que cantan mientras algunos tañen instrumentos de cuerda. Una pintura sencillamente deliciosa, con cuyo detalle, que no me puede gustar más, ilustro este artículo, al tiempo que les deseo una feliz Navidad.

600. La belleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Uno de esos conceptos en que apenas nadie coincide a la hora de explicarlo, aunque seguramente en el fondo estén todos de acuerdo, es el de la belleza. Puede entenderse como emanando de nosotros, o como estímulo que nos llega desde fuera, pero por lo general si hubiera que definirla, casi siempre se recurriría al placer: la belleza provoca sensaciones y sentimientos placenteros, de agrado, de atracción; frente a la fealdad, que causa rechazo y nos desagrada. Esto, claro está, siempre que nos movamos entre las coordenadas de la objetividad, pues si alcanzamos los dominios de lo subjetivo, todo puede volverse patas arriba, porque hay personas a quienes el mismo concepto de belleza les repele, dado su amor por el feísmo, que otorga valor estético a lo repugnante. En pintura, hablando de Arte, tan indisolublemente unido a la belleza, o a su carencia, tenemos, por ejemplo, por un lado, a Sandro Botticelli, cuyas obras, quedémonos con El nacimiento de Venus y La Primavera, podrían servir perfectamente para entender grosso modo el culto a la belleza; y, por otro lado, quien conozca la obra de Francis Bacon, puede encontrar en ella deformaciones y rasgos más que suficientes para hablar de cualquier cosa excepto de cánones clásicos de lo hermoso. Hasta aquí estaríamos en lo que podemos llamar belleza exógena, la que, desde el mundo externo, penetra en nuestro interior, a través del filtro de las personalidades individuales, nunca iguales entre sí. Y si en ella encontraremos dificultades a la hora de unificar concepciones, no te arriendo la tarea si entramos en las dimensiones de la belleza endógena, aquella que busca la luz desde el interior de las personas.

Foto: Lola Fernández

¿Qué hace que para nosotros una persona sea bella: los rasgos físicos, los valores, la actitud, sus maneras, la conducta desplegada en cada momento y circunstancia, sus aptitudes, el conjunto de todo ello, o nada de esas cualidades? ¿Preferimos la perfección y el saber estar, o nos atrae cierta imperfección y que cada quien vaya aprendiendo poco a poco y no sea un ejemplo de excelencia desde el minuto cero? Casi seguro que a nadie nos gusta que alguien mienta, o se muestre arrogante y fatuo mientras nos mira de arriba abajo; que nos desagrada la gente violenta, o maleducada, o egoísta, o traicionera, o que, generalmente, nos hace sentirnos mal cuando se adentra en las fronteras de nuestra intimidad. Pero tampoco en esto se dan exactitudes y certeza, porque, vistas desde fuera, hay atracciones y fascinaciones fatales que son irresistibles para el más pintado. Tal vez, y ello implica incertidumbre, buscamos aquello en lo que hallar cierta identificación personal, teniendo en cuenta lo que esto supone de experiencias previas, prejuicios adquiridos y factores culturales y educativos. O quizás tan sólo nos dejamos llevar sin más condicionantes cognitivos, y la belleza es todo lo que nos gusta –el elemento subjetivo por encima del objetivo-, sin mayores complicaciones. Todos nos sentimos más inclinados por una música, unos paisajes, un cielo, unas ciudades, unas personas, un libro, y unas vivencias en general, que por otros. Y de ahí surgen las afinidades con unas personas más que con otras, y la antipatía que sentimos por otra gente con la que no sólo no coincidimos en casi nada, sino que nos provoca una firme repulsa. Todo ello sin obviar que aquí podríamos introducir la temática de la atracción de los contrarios, que por hoy me parece que sería ya rizar el rizo; mejor elijo una fotografía para este artículo, que me parece que encierra mucha belleza, no sé si objetiva o sencillamente subjetiva.

599. Disparates

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Recuerdo a Miguel Gila con su característico teléfono llamando al enemigo para parar la guerra, le pedía que avanzaran por la tarde después de ver el fútbol, en vez de temprano cuando todos dormían… El absurdo de un humorista genial con el que nos partíamos de risa, que nada tiene que ver con la incongruencia de una tregua en la guerra de Israel, para dejar pasar una ayuda humanitaria a quienes a continuación se va a seguir masacrando sin piedad. Que se detenga una guerra, aunque sea por unos días, siempre es positivo, y a la vez nos indica que los enfrentamientos bélicos pueden frenarse, que alguien maneja los hilos y los resortes de la vida y de la muerte en campos de batalla muchas veces ficticios. Porque en las imágenes veo soldados armados hasta los dientes contra niños que lloran, mujeres y ancianos, y hombres desarmados que buscan entre las ruinas los cuerpos de sus seres amados. Me da lo mismo la diplomacia internacional y los protocolos: es intolerable esta matanza, por mucho que exista el derecho de defensa. Una cosa es atacar a un terrorista, y otra muy diferente aterrorizar a una población civil que no tiene nada que ver; y si nuestra sociedad no puede atajar algo tan brutalmente inhumano, es porque hemos fracasado como seres humanos supuestamente inteligentes. No es lógico, y sí disparatado, el proceder de los humanos en demasiadas ocasiones, y ese es sólo un pequeño ejemplo; porque podemos añadir la competencia entre ciudades por ver quién derrocha más electricidad para alumbrar las fiestas navideñas; o el éxodo vacacional sólo porque llegan puentes, con independencia de si hará buen tiempo, o estará todo masificado, etcétera. Continuando con la Navidad, da para observar muchos más desatinos: como el comer como si no hubiera un mañana, el reunirse con gente que no gusta nada, el gastar sí o sí, aunque el bolsillo renquee, y esas cosas que cualquiera puede visualizar con sólo pensarlo un poco. Es curioso cómo convive la fiesta y el duelo sin apenas fronteras; mientras unos lloran a sus muertos, otros se ponen ciegos de dulces y priva; igual el alegre sonido de los villancicos acalle el rumor del llanto en lugares que se nos antojan muy lejanos.

Foto: Lola Fernández

Es verdad que, si no queremos que la tristeza nos devore, hay que marcar distancia con los problemas cuya solución no depende de nosotros, porque sería casi imposible levantarnos con ganas de vivir sabiendo cómo es la vida globalmente en nuestro planeta. Hay que dejar paso a la fantasía y a la ilusión, sorteando obstáculos y dificultades según vayan llegando, que tampoco es cosa de anticiparlos y sufrir por algo que igual después ni ocurre. Por supuesto que caben las fiestas, los viajes, las luces, las músicas, aunque en algún lugar sólo haya miedo, oscuridad y estruendo amenazante; y todo ello sin sentirnos culpables, puesto que no lo somos. Pero hay que tener muy claro quién es el amigo y quién el enemigo, y no dejar nunca de denunciar al que abusa del más débil. Aunque en ocasiones cuesta diferenciarlos, siempre hay un bueno y un malo, y muchas veces un ataque es para tratar que dejen de pisarte; lo malo es que después sólo vas a conseguir que te aplasten… Aunque sea difícil, hay que seguir y no dejarse abatir, aunque la crispación y el desbarajuste hagan mucho ruido. Por mucho disparate que nos rodee, siempre vamos a contar con la imaginación para soñar un mundo mejor, y ella se manifiesta por doquier para quien quiera disfrutarla.

598. Más color

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Hay temas sobre los que, aunque te disgusten, has de escribir, y aún más cuando tienen tal importancia que son mucho más que un tema. 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer, y lo primero que pienso es que es una lástima no poder eliminarla como si se tratara de un tumor y contáramos con una cirugía feminista que acabara de una vez por todas con el maltrato, las violaciones y los asesinatos. 1.237 mujeres asesinadas desde 2003, cuando una sola es demasiado; pero es que esas cifras son sólo la punta del iceberg: nos llega la noticia de un feminicidio, pero nunca de cuántas mujeres sufren aterradas y apaleadas en sus hogares, junto a potenciales asesinos, que harán que las estadísticas se incrementen, cuando se les vaya de las manos, o de los pies, su violencia machista, o cuando ellas decidan dar un paso para escapar de sus infiernos particulares puertas adentro. Los negacionistas de la violencia de género, cómplices; los que tratan de comparar o de hablar de violencia doméstica, cómplices; los que se niegan a un minuto de silencio por la muerte de una mujer a manos de un machista asesino, cómplices; los que pretenden investigar a quienes trabajan luchando contra esta lacra social, cómplices y auténticos delincuentes. Cómo vas a negar la evidencia y pretender castigar, encima, a quienes se esfuerzan por ayudar a las mujeres que padecen el abuso de poder, en sus múltiples manifestaciones, de unos machos que debieran entrar en prisión y no salir mientras sus víctimas no dejen de sentir miedo por su culpa. Que en España se produzca una violación cada 4 horas es algo que provoca terror en cualquier persona bien nacida, y es demasiado desazonador ver qué poco se avanza en la lucha contra la violencia contra la mujer, y qué fácil es desandar lo andado con los inaceptables discursos de la despreciable ultraderecha.

Foto: Lola Fernández

Volver a recordar que el feminismo no es la otra cara del machismo, que sólo trata de conseguir la justa igualdad de derechos sin diferencias por el género, que es una lucha en la que son tan necesarios los hombres como las mujeres, ya cansa, porque es obvio y evidente. Se trata sencillamente de respetarse los seres humanos como personas, sin diferencias por nacer hombre o mujer. Lo increíble es que algo tan sencillo de enunciar encuentre tantísimos obstáculos en su realización, y es muy incomprensible que la mitad de la población humana viva amenazada por tantos bestias en la otra mitad. Es muy triste que las mujeres tengamos unos depredadores que nos amarguen la existencia: los machistas, que se creen que son más hombres porque tienen mujeres a las que atormentar, apalear o matar; sin darse cuenta de que no llegan ni a hombres.  Puesto que éstos respetan y no olvidan que todos nacieron de una mujer, y no es raro que tengan hermanas e hijas. Aunque agota tener que insistir, no queda otra que denunciar el machismo, muchas veces letal y siempre inaceptable. Por supuesto que se trata de mucho más que un tema, porque nos va en él el bienestar y la vida de las mujeres, muchas de las cuales son maltratadas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres. Es algo oscuro, tenebroso y feo, tan sombrío y lúgubre, que no podemos sino pedir más color, y que finalmente se den las condiciones para que no haya ni una sola mujer más víctima de la violencia machista.

597. Aforismos y refranes

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Entre dichos y sentencias, supersticiones y creencias, fuerzas sobrenaturales y evidencias empíricas, moviéndonos entre magia y ciencia, ahí estamos, tratando de hallar una armonía, aunque sea imperfecta. Siempre será difícil hablar de equilibrios, por lo que suponen de inmovilidad, así que si al menos encontramos concordia ya podremos darnos por satisfechos. En tiempos de conflictos y desavenencias, mejor esbozar una sonrisa, porque, aunque el que no llora no mama, el llanto no sirve de mucho cuando la suerte está echada. Malditos refranes es una canción de los Gabinete Caligari, en la que se quejan de que sólo se cumplen los negativos, como quien bien te quiere te hará llorar, mientras que los positivos se quedan en el refranero sin realizarse jamás. Y la verdad es que es lo que suele ocurrir, al igual que la Ley de Murphy: Si algo puede fallar, fallará. Si hay la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que cause más daño será la primera. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo. Así que ya me dirán ustedes si no hay que sonreír, aunque sea a base de inventarnos la alegría. Están los tiempos revueltos y anda la gente bastante desquiciada, casi al borde de un ataque de nervios, que diría Almodóvar. Se escuchan gritos y se observan gestos soeces, en medio de conductas que rayan el delirio por lo disparatadas. No viene mal en momentos así echar mano de pensamientos profundos y principios que encierran la sabiduría repetida siglo tras siglo para tratar de enseñarnos a ser mejores personas. Porque ser mala gente es lo más fácil, y recurrir a la violencia tiene el peligro de que te respondan con más violencia, lo cual no es muy inteligente precisamente.

Foto: Lola Fernández

Medicina mucho más adecuada un buen aforismo, que cualquier jarabe de palo, de eso no me cabe duda alguna: Más vale uno en paz que ciento en guerra, porque quien tiene paz y alegría, duerme bien de noche y gana bien de día, mientras que quien va a la guerra, come mal y duerme en la tierra. Pues cuando los sables mandan, los libros callan, además de que cuando truenan los cañones, no hay oídos para las razones, y cuando los tambores hablan, las leyes callan. Y no me negarán que son preferibles los libros, las razones y las leyes, antes que sables, cañones y tambores. La guerra, todo lo malo lo trae, y todo lo bueno se lo lleva, puesto que la guerra mil males engendra. Si se quiere afrontar la vida con sabiduría, no se puede acudir a la violencia como sustituto de la razón, ni pretender obtener a la fuerza lo que no corresponde por ley. Me parece que harán bien nuestros gobernantes si delimitan claramente la frontera entre el derecho y el abuso, que en mis tiempos mozos ya se hablaba de las diferencias entre libertad y libertinaje; claro que ahora no es infrecuente ver cómo se aúnan rezos del rosario con impúdico uso de muñecas hinchables. Ya digo, tiempos de delirio y actos surrealistas, grotescos y groseros, que, aunque puedan parecer absurdos, no dejan de ser peligrosos, y más cuando son dirigidos desde las sombras y ejecutados por cabezas huecas. Afortunadamente el otoño sigue su curso, y los árboles de la alameda amarillean, mientras el viento los aligera de hojas. Aunque aún no han llegado los fríos, inexorablemente vendrá el invierno, como espero que se instale la cordura en estos tiempos de furia. Mientras tanto, siempre habrá aforismos y refranes para acudir a ellos buscando refugio en nuestro desconcierto.

596. No es lo mismo

Lola Fernández

Por Lola Fernández.

No es lo mismo estar revolucionados, que ser revolucionarios; como nada tiene que ver manifestarte azuzado, que hacerlo indignado.  Es muy absurdo clamar contra algunos nacionalismos, mientras te envuelves en banderas; y no hay que ser muy listo para entender que no crea alarma el denunciar las carencias, los desmantelamientos y un mal funcionamiento, sino que alarmantes son en sí mismos dichas carencias, desmantelamientos y mal funcionamiento. Llama la atención que no se proteste en defensa de nuestros derechos, y que se desgañiten contra la democracia, pretendiendo lograr con la agitación que no se cumplan los designios sagrados de las urnas. Si hay alguna ley que aborrezca, esa es la del embudo; y nada me puede molestar más que que se pretenda ganar haciendo trampas. Me gusta la riqueza de la diversidad y el pluralismo, empezando por el político. Y sé que, junto al orgullo de ser de izquierdas, convive el de ser de derechas, pero si cantas el cara al sol mientras despliegas una violencia verbal y física contra personas y mobiliario, al tiempo que lanzas proclamas racistas y homófobas, no puedes ofenderte si se te llama facha, o, directamente, fascista. Máxime cuando estás mandando tu ira dirigida contra sedes de partidos políticos, y ello por algo muy sencillo: porque la Constitución nos dice que (sic) los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Que es tanto como decir que el derecho fundamental a la libertad de expresión no puede en modo alguno ejercerse vulnerando otros derechos, fundamentales o no. Añadiría algo más, si atendemos a la libertad de creación y ejercicio de los partidos, siempre que se respete la Constitución y la ley, hay algunos, como Vox, que deberían ilegalizarse, por inconstitucionales. Y si existen es porque hay democracia y es generosa, aunque no se puede consentir que ello lleve a ser tóxicos y peligrosos con el mismo juego democrático.

Lola Fernández

Quien está acostumbrado a hacer trampas, lógicamente no sabe perder, pero eso no es problema sino suyo, no de los demás. Y aquí en España, tan de todos como de quienes se creen con su posesión en exclusiva, la soberanía nacional reside en el pueblo español; no en los jueces, ni en algún político que se crea caudillo, ni en medios de comunicación al servicio de poderes fácticos que pretenden agitar la vida diaria para seguir viviendo a lomos de la desigualdad y el privilegio. La Constitución avala que gobierna no quien gana, sino quien logra los apoyos para hacerlo; y da vergüenza ajena que se trate de denigrar ciertos apoyos, cuando previamente se han pretendido sin éxito. No sé quién quiere tratarnos como a idiotas, pero, para su desgracia, no lo somos. Y es mucho más mayoritaria la cantidad de personas que no nos dejamos azuzar por las somormujas fuerzas que quieren llevarnos a la guerra para soportar los palos, mientras ellas se frotan las manos, que las mareas de violentos que pretenden ni se sabe qué; porque, a ver, qué es lo que creen que van a conseguir quemando contenedores, agrediendo a periodistas o policías, y destrozando todo lo que se les ponga por delante. Me parece grotesco que quienes no son más que unos nostálgicos de la dictadura, osen tratar de insultar llamando dictadores a dirigentes que no son nada sospechosos de serlo. Pero bueno, ya se sabe que no sirve de mucho razonar contra la irracionalidad del extremismo. Mientras se argumenta, ellos vociferan, si es preciso con megáfonos que dejen sordo a cualquiera que no se una a su barbarie; pero no por mucho gritar se tiene la razón; y por mucho que una mentira se repita, no se va a convertir en verdad. No es lo mismo discutir que imponer, argumentar que obligar, protestar que intimidar; y toda una evolución nos sacó de las cavernas y de acabar con el diferente a golpes y puñetazos. Aburrida y aturdida de tanta intranquilidad, no me queda otra que mirar a los cielos, que siempre procuran más paz que las guerras en la tierra; y desconecto de tumultos y turbas con el caprichoso pasar de las nubes, que a veces se visten de cometas y se dejan mecer por el viento.

595. La cafetería del Hospital

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Si mentir es, aparte de un pecado, algo que habla muy mal de quien lo hace, tomar el pelo a alguien pretendiendo mentir sin lograrlo es patético. Que dicen los responsables políticos que los temas sanitarios funcionan cada vez mejor, que se hacen inversiones en la sanidad como nunca anteriormente, que cada día hay más personal y las listas de espera son más cortas, y un largo etcétera que desde la e a la a es simplemente mentira, y de las gordas. Lo cierto es que antes, si quería pedir una cita médica entraba con internet y consultaba la Agenda Sanitaria de la web del Servicio Andaluz de Salud, y si para ese mismo día no había ya horas libres, para el siguiente la tenía asegurada con posibilidad de elegir la que mejor me iba. Previamente a ponerme a escribir este artículo, he entrado por curiosidad a consultar en qué fecha puedo obtener una cita de atención primaria con mi médica de familia, y si les aseguro que la primera disponible es para dentro de 15 días, pueden creerme, porque es la pura verdad. O sea, que si me pongo enferma, ya me puedo olvidar de ir al Ambulatorio, y disponerme a que, al llegar a Urgencias, la amable persona de turno me reciba con el consabido por qué no ha ido usted a su médico de cabecera…, olvidando que, cuando te encuentras mal físicamente, lo último que necesitas es que te mareen con tonterías. Así que no, no se han acortado los plazos para nada, más bien al contrario; por lo que esas maravillosas e incrementadas inversiones en sanidad desde luego no se han ido a la pública, sino a la privada, no me cabe la mínima duda: el consabido reparto para un puñado de amiguitos, con la nada disimulada intención de incidir en la deplorable desigualdad social. Siempre tuvimos un excelente servicio sanitario público, y parece que no quieren parar hasta cargárselo y que tengan acceso al cuidado de la salud los más pudientes, en detrimento de los más necesitados.

Foto: Lola Fernández

Y si hablamos del Hospital de Baza el panorama es igualmente desalentador, eliminando camas y especialistas, teniendo que ir cada vez con más frecuencia a la capital, con quejas continuas por parte de personal, usuarios y sindicatos. No sé de qué sirve de vez en cuando comprar alguna máquina nueva para que algún político se haga una foto y se vanaglorie de su magnífica contribución a la novedosa adquisición, si al mismo tiempo las condiciones laborales son tan nefastas que los médicos ni siquiera se quedan a vivir aquí, y su mayor anhelo es conseguir otra plaza lejos. Pero no me apetece detenerme en esos asuntos, porque lo único que se consigue es un cabreo innecesario. Ahora bien, me puede alguien decir por qué narices sigue cerrada a cal y canto la cafetería del Hospital, después de tres años desde que todos nos quedáramos sin ella. Primero se pasó un largo tiempo cerrada sin más; después hicieron unas obras que prometían una pronta apertura tras su conclusión; y finalmente, ahí sigue el edificio, arreglado pero vacío y sin la más mínima señal de que vaya a recobrar su vida de antaño, la que tantas veces acompañó a quienes necesitábamos sus servicios. Qué falta de respeto más grande hacia el personal, los enfermos, sus familiares, y los usuarios del Hospital en general. Actualmente, si vas en ayunas a hacerte una analítica, olvídate de desayunar después: si tienes que pasarte horas y horas acompañando a un enfermo, no pienses en descansar un poco tomándote aunque sea un café; si eres un trabajador, seguramente tendrás en cada departamento una oportunidad para tomar algo sin tener que coger el coche y desplazarte, pero también tendrás ganas de desconectar un poco con solo bajar a la cafetería. No sé, cada vez que paso y veo cerrado ese precioso edificio circular en el que tantas horas hemos tenido que pasar, muchas veces con dolor propio o por algún familiar, no llego a entender por qué ocurren estas cosas que al final redundan en más malestar para todos. Pero en algo me reafirmo invariablemente, y es en el convencimiento de que nos toman por tontos porque lo somos, y mucho, al permitir que sucedan. Porque no hay que olvidar que un mal político está ahí por el apoyo de muchos ciudadanos que después sufren en sus carnes las consecuencias de su malísima gestión. Así que es muy verdad y muy absurdo eso de que sarna con gusto no pica. Y mientras, a ver si llego alguna vez a ver que se vuelven a abrir las puertas de la cafetería del Hospital, que parece que se está convirtiendo en una causa tan perdida como el regreso del tren a Baza.

594. Entretiempo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Por esas cosas de la vida, este viernes pasado me acosté pensando que había que cambiar el reloj, cuando en realidad tocaba en la siguiente madrugada. Me levanté el sábado recorriendo los relojes de casa y atrasándolos automáticamente una hora, sin entender que el móvil siguiera igual que el día anterior. Bueno, me dije al comprobar mi error, ya los dejo cambiados para el domingo; aunque confieso que me sentí un poco perdida en el tiempo. Como por aquí es ahora cuando han bajado las temperaturas y por la noche ya uso una colcha ligera en la cama, he aprovechado el fin de semana para sacar la ropa de entretiempo y guardar la más estival. Entretiempo, bonita palabra que define a la perfección cómo me encontré el sábado por la mañana. Definitivamente, es lo que sentí, adiós, verano, adiós. Pasarán las estaciones antes de que vuelva a recorrer la orilla del mar con los pies descalzos, jugando a vestirlos de espuma; o antes de que no importe la hora para salir en medio de la noche a mirar el cielo estrellado cuando el silencio es el único que grita. Ahora toca disfrutar la metamorfosis más colorida de la Naturaleza, la misma que, invariablemente, cada año nos deja boquiabiertos con su inconmensurable belleza. Entretiempo, duermevela, agridulce…, sustantivos que implican transición, mezcla, fusión; como los juegos de palabras que aúnan a dos seres en uno, al estilo del gato que araña. Me gusta mucho el universo mágico de las palabras, y es fantástico perderse por entre sus confines, a modo de astronauta de la ficción.

Foto: Lola Fernández

 

No estaría mal, por ejemplo, encontrar una palabra que definiera cómo veo a Baza. Siempre me ha gustado sentirla como una ciudad, y creo que se acerca a ello, por servicios, por habitantes, y por otra serie de criterios objetivos, digámoslo así. Pero, ay, en ocasiones no me queda otra que verla más rural que urbana. No tengo nada en contra de los pueblos, frente a las ciudades; antes al contrario: veo bastantes ventajas en las poblaciones más pequeñas, siempre que no lo sean demasiado. Pero no me refiero a tamaño, ni mucho menos: hay algunas cosas bastetanas que me desorientan cuando me toca vivirlas, y es entonces cuando echo de menos una palabra que una pueblo y ciudad. No entiendo, por concretar, que un sábado de verano a las 8 de la mañana, que no son las 7 o las 6, llame a un taxi y nadie me conteste, dejándome tirada y obligándome a andar hasta la estación de autobuses cargada de equipaje, para una de las pocas veces en que no hago uso de mi coche. O que un viernes a las 11 de la noche, que no son la 1 o las 2 de la madrugada, el único taxista que me contesta me diga que tardará una hora y media en recogerme… Vamos a ver, ¿es que sólo hay un taxista y vive a una distancia equivalente a Loja? Pero ¿cuántas licencias hay en Baza para este medio de transporte? Esto ya no es ni siquiera de pueblo, porque estoy segura de que en cualquiera de ellos habría varios taxistas que acudirían solícitos a cumplir con la obligación de atender al ciudadano que requiera sus servicios. Es lo mismo que, por poner otro ejemplo, ir a un negocio y que unas veces esté abierto y otras cerrado, sin explicación ninguna, ni un simple Vuelvo enseguida, que generalmente es pura trola. Estas cosas sólo crean desconfianza y quitan las ganas de volver a usar esos servicios o acercarse a esos lugares. No quiero ni imaginarme que necesite una ambulancia y nadie me conteste, o me digan que vendrán cuando ya me haya ido al otro barrio. Una ciudad que quiera serlo, no sólo ha de llamarse así, sino que hay que cumplir, escrupulosamente, con la ciudadanía, y que ésta esté feliz de no vivir en medio de la jungla, o en el culo del mundo, con perdón.

593. El frío de las guerras

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cuando empezaba a ilusionarme con que la guerra entre Ucrania y Rusia llegaría pronto a su fin, la eterna contienda entre judíos y palestinos se sitúa en primer plano de la más triste y desesperanzadora actualidad. Una repugnante acción terrorista contra Israel, por parte de Hamás, ha conllevado el ataque sistemático del Estado israelí contra civiles palestinos inocentes, causando tantas muertes que sólo pensarlo causa pavor. Y entre los más inocentes, miles de niños muertos, y muchos más con vida pero aterrados, con el miedo asomando a unos ojos asustados que nada entienden. En unas imágenes, que ya se sabe que, como horror añadido a toda guerra, ahora se nos retransmite en directo por televisión, veo a un niño temblando, tratando sin éxito de ocultar su miedo, y cómo se echa a llorar desesperado cuando un adulto le abraza, queriendo sin lograrlo quitarle el frío que le hace temblar de pies a cabeza. Hay fríos, como el del alma, que no se quitan ni con todo el calor del mundo, y así es el frío de las guerras, como si por dentro todo se convirtiera en hielo. Mientras no haya un reconocimiento internacional y mutuo de los Estados de Palestina y de Israel, sin ocupaciones y con el respeto que las naciones se deben, malo, porque todo seguirá igual, y peor aún, que siempre es posible aunque parezca mentira. Y me pregunto cuántos niños sin ninguna culpa han de morir, para que los señores que se enriquecen con las guerras, que es tanto como decir con la muerte, decidan parar y que la anhelada y necesaria paz sea la única música en las tierras en donde el ruido de las bombas no deja al ser humano descansar. Toda guerra saca lo peor de cada hombre, sin importar al final el bando en el que se está, porque la venganza y el odio crean monstruos que sólo buscan causar el máximo dolor al adversario.

Foto: Lola Fernández

Vidas truncadas sin necesidad, eso consigue cualquier enfrentamiento bélico, y ello me lleva a visualizar los troncos de los árboles talados, que cuando dicha tala se hace sin control y porque sí, es como si se les hubiera declarado una guerra en la que ellos, los árboles, son sólo vidas inocentes a las que se les pone fin. Hace poco un joven de 16 años, y no le voy a poner ningún adjetivo, cortó sin más un árbol bicentenario, famoso y querido en el Reino Unido. Lo hizo al nivel del tocón y con una motosierra, por lo que los expertos confían en que pueda volver a crecer. Espero y deseo que sea así, y mientras miro imágenes del tronco seccionado, en el que se pueden ver fácilmente los anillos de crecimiento que te dicen no ya solamente la edad sino las vicisitudes de su vida, pienso en tantos cuerpos arrojados a fosas comunes en estos días en que la crueldad de la guerra nos convierte a todos en animales muy poco superiores y muy poco inteligentes. Ni siquiera quedará una huella que nos diga algo personal de cada cadáver, al modo de los troncos talados. Las talas indiscriminadas de árboles provocan que el bosque no sea capaz de regenerarse, con lo que llega la deforestación y sus nefastas consecuencias en los ecosistemas. Pero las muertes humanas indiscriminadas, ¿nos preocupan realmente como especie, o pensamos que no van a afectar a una humanidad que a día de hoy alcanza más de 8.000 millones de personas? No sé cómo piensan los promotores de la guerra, pocos y cobardes, pero que acaban con muchos valientes, aunque tengo muy claro que, si me entristece ver el tronco talado de un árbol sano, saber de la guerra me hiela el corazón.

592. Incoherencias

Por Lola Fernández.

Las contradicciones de nuestra sociedad provocan desazón e impotencia hasta al más pintado, aunque con el tiempo una ha ido aprendiendo a relativizar, porque en caso contrario no es raro que la tristeza te atrape, y tampoco es plan el estar sufriendo por las cosas que la humanidad en su conjunto haga o deje de hacer. Bastante tenemos con responsabilizarnos cada quien con lo nuestro, que ya es más que suficiente, como para estar pendientes de soluciones que son ajenas, aunque los problemas que las urgen nos atañan en un modo u otro. Sin embargo, hay tantas incoherencias a nuestro alrededor, que es imposible dejar de verlas y abstraerse por completo respecto a ellas. A ver: cómo es posible que se pierda un submarino, que no cumple las mínimas medidas de seguridad, en las profundidades del océano y haya un descomunal despliegue de medios para rescatar cinco vidas, cuando día a día se ignora a pateras que se quedan a la deriva en la superficie del mar y se condena con ello a cientos y cientos de personas a una muerte segura, mientras los países se pasan el balón de un tejado a otro, para finalmente no hacer nada ninguno de ellos. Por supuesto que las cinco personas víctimas de una implosión catastrófica a bordo del Titán se merecen todos los esfuerzos para salvarles, pero no más que cualquier inmigrante ilegal de las pateras abandonadas a su suerte a diario. El resultado es que el mar se ha convertido en una gran fosa común donde el mundo civilizado deja que naufraguen los sueños y las vidas de miles y miles de personas que sólo huyen del hambre y la guerra; y nadie nos cuenta nada de ninguna de ellas, excepto puntuales ocasiones en que a la orilla de cualquier playa llega el cadáver de un pobre niñito; entonces, y dicho con el máximo respeto, a mí qué me importa la vida de nadie que decide jugársela por nada especial.

Siguiendo con las cosas absurdas: cómo pueden las mujeres, ni nadie, votar a grupos de extrema derecha y a quienes con ellos pactan, si lo primero que hacen es eliminar las herramientas democráticas para la lucha por la igualdad de derechos, desde su negacionismo de la violencia contra la mujer. De qué han servido años y años de lucha, muchas veces dejando la vida en ella, por avanzar en el progreso y los derechos humanos, si llegan unos gañanes y producen una involución y un retroceso en nuestra democracia que difícilmente se pueden después revocar; y no hay más que ver el atraso que aún arrastramos tras cuarenta años de dictadura franquista. La conquista de los derechos son una mejora para la humanidad en su conjunto, y quien ataca a las mujeres, evidenciando un machismo y una misoginia repugnantes, atenta contra toda la sociedad. La igualdad de derechos es una conquista en la que se implican tanto las mujeres como los hombres, y precisamente éstos son los que menos debieran permitir que los machistas ensucien y perturben el entendimiento y la igualdad de género. Buscando la igualdad, se lucha contra la desigualdad, no contra los hombres; así que harían bien ellos en cerrar la boca y el paso a los que sólo llegan a machos, que son los que nunca van a saber, ni siquiera vislumbrar, qué es eso de la hombría. Y no quiero acabar sin señalar el desconcierto que me produce ver cómo la inmensa mayoría se suma a la fiesta con el más mínimo motivo, por ejemplo San Juan, mientras se queda en casita cuando toca salir a exigir cosas como una sanidad o una educación públicas potentes y decentes. Cuánto hemos de aprender de nuestros vecinos los franceses, que ya desde mayo del 68 nos enseñaron lo importante que es la lucha social por los derechos de las personas. Claro que para eso hay que saber distinguir entre lo importante y la mera parranda; que no está mal el jolgorio, ni mucho menos, pero siempre que se tengan satisfechas las necesidades vitales básicas, vamos, digo yo.

 

PD: Feliz verano y nos vemos en otoño. Sean todo lo felices que se pueda, sin olvidar las cosas que realmente importan, que suelen coincidir con las que nos mejoran como personas, y engrandecen la vida de la inmensa mayoría.

 

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