614. Emociones invisibles

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Después del cálido invierno ha llegado una primavera de esas que llaman locas, porque sopla el viento, llueve y nieva en las alturas, lo cual no me parece locura ninguna, con la falta que hace el agua. Sin hacer caso del clima de estos días, el jardín y la casa se llenan de flores, o de promesas de floración, igualmente ilusionantes. Dentro de nada se abrirán los capullos del lirio amarillo, y florecerán las varas de la orquídea blanca, mientras las caléndulas brillan con su naranja dorado que alegra cualquier rincón y que despiertan y se abren en cuanto sienten los rayos de sol sobre sus hojas. Los diferentes geranios florecen incansables como una paleta multicolor, mientras los ramilletes de echeverías son un reclamo irresistible para los insectos polinizadores, entre las preciosas florecillas de las diversas suculentas. En conjunto, las plantas son como un tesoro, pero cada una de ellas son una joya única, con su propia historia y su devenir específico. No hay que nombrarlas ni llamarlas por su nombre, pero hay una química especial entre ellas y quien las cuida y se preocupa de que tiren adelante desde el primer momento, y duren los máximos años posibles a continuación. Imposible explicar la satisfacción que da coger unas hojas de laurel para algún guiso, o ver las flores del peral, después de un largo invierno sin hojas, cuando miras el fino tronco y las ramas, y te parece increíble que después se vista de verde y eche esos bonitos ramilletes de flores que, con suerte, se convertirán en frutos. Cualquiera que guste de la jardinería sabe que, cuando una planta se pierde, duele; al igual que cada brote es un regalo de la naturaleza que compensa con creces los cuidados, riegos, mantenimiento y todo tipo de esfuerzos que requiere mantener vivo y bonito un jardín.

Foto: Lola Fernández

Puertas adentro, las plantas de interior parecen embellecerse únicamente para nosotros, sin ningún interés en atraer insectos, y sin preocupación alguna por los fríos o el molesto viento. Siempre recordaré cuando se me ocurrió sacar fuera una dracena marginata que crecía con tal vehemencia que me hizo temer que no tendría sitio para seguir creciendo: parecía estar a gusto en su nueva ubicación, pero me bastaron unas semanas para comprobar que la cosa no andaba bien, que no había sido una buena idea, y aunque hace años que volví a meterla dentro, su crecimiento se frenó, y al mirarla se puede ver que sufrió y no se le ha olvidado. La verdad es que hay que ir aprendiendo sobre la marcha, y, aunque se tenga buena mano, no es nada fácil lo de la jardinería, pues sólo centrándonos en el riego, por ejemplo, es todo un mundo de aprendizaje en el que la teoría está muy bien, pero es en la práctica del día a día donde se aprende de verdad. Aparte del valor de unas plantas sanas y bellas, cómo ignorar el especial significado que algunas de ellas tienen para nosotros…; es el caso de la begonia grandis cuya imagen ilustra este artículo, que formaba parte del jardín de mi madre, y que ella tuvo especial interés en que yo me la quedara cuando faltara, junto con otras más que siguen vivas y preciosas. No sé describir mis sentimientos cuando la veo florecer, tan delicada y bonita, tan sana como cuando eran sus manos quienes la cuidaban, aunque seguro que si alguno de ustedes tienen plantas de sus padres, o incluso de sus abuelos, me entenderá perfectamente. Son esas emociones que nadie ve, porque son invisibles, y que se adhieren a unas flores, a una joya, a un libro, a un mueble, a una receta, y a tantas cosas que nos rodean, o no, y que nos recuerdan a los seres queridos que ya se fueron, pero que están vivos y eternos en nuestros corazones.

 

613. Mascarada

Por Lola Fernández.

Qué difícil y complejo es el mundo de los sentimientos y sus emociones, cómo cuesta explicar algunas conductas de los a veces mal llamados seres humanos, dado su grado de inhumanidad, cuánto pueden llegar a asustar ciertos comportamientos a todas luces crueles y desalmados. En qué balanza o péndulo se mueven el amor y el odio para que un padre sea capaz de asesinar fríamente y con alevosía a sus hijas de 4 y 2 años, sólo para matar indirectamente a la madre, en un caso más de esa violencia llamada vicaria, que es un modo como otro cualquiera de señalar un hecho monstruoso. Todo monstruo se esconde bajo una máscara para no provocar el espanto propio de su condición, pero cuando actúa se caen las caretas y cualquier persona que no sea igual se sobrecoge. Hay acciones que dan miedo incluso desde fuera y sin nada que ver, así que no me imagino cómo será convivir con este tipo de bestias. Qué nivel de egoísmo se puede llegar a acumular para que un niñato despreciable sea capaz de abandonar a su abuela a las puertas de un hospital, como quien deja un trasto viejo junto a los contenedores de basura y se aleja sin mirar atrás; igual se siente un ser sensible por haber elegido un hospital, comparado con otro caso que me viene a la mente en que el anciano fue abandonado por su familia en una gasolinera. No es normal tanto disparate, por mucho que cada vez sea más frecuente, y la desesperanza a veces es demasiado intensa con sólo una mínima implicación en estos tiempos que nos toca vivir.

Hasta qué punto puede extenderse la venganza para usar el hambre, y ahora también la sed, como arma de guerra, junto a los bombardeos y demás ataques bélicos; cuántos muertos necesita el odio para sentirse satisfecho y dejar las matanzas de gente indefensa. Contra cuántas personas han de abrir fuego los terroristas para consumar una masacre que les parezca adecuada a sus deseos de muerte inocente. No, no estamos locos, solamente estamos aterrorizados y espantados; los locos son ellos, los que no dudan en atentar y en dejar un reguero de sangre y destrucción tras de sí. Matanzas con todos los medios al alcance de unos perturbados fanáticos que en ocasiones usan trajes de camuflaje, pero otras veces esbozan sus mejores sonrisas de jóvenes chicas haciéndose selfies con un fondo de aniquilamiento. Puedes ver imágenes de estos dementes y parecerte gente normal y corriente, como si fueran al mercado a comprar en lugar de a provocar fieras barbaries que dejan una huella de muertos; o de supervivientes que, a lo peor, no tienen nada que comer, pero que empiezan de inmediato a alimentarse de odio y sed de revancha. Fusiles, ametralladoras, cañones, misiles, drones de combate, tanques, granadas de mano, ataques por tierra, mar y aire; me dan igual los medios y las fuerzas de operaciones, se les llame como se les llame, porque carecen de la principal fuerza, la de la razón: matar a los semejantes es siempre irracional, excepto acaso cuando no queda otro remedio. Pero no me creo en absoluto que no haya más alternativa que los atentados, las matanzas, las guerras; o el envenenar, quemar o matar a los hijos propios, cuando no directamente a sus madres; o el abandonar a los padres o abuelos, por ser un incordio insoportable para malnacidos. Miedo da pensar que, por desagradables que lleguen a ser algunas máscaras, más repulsiva es la realidad que se esconde bajo ellas, en esta farsa de encubrimiento y engaño.

612. Casi todo es mentira

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Facebook tiene la costumbre de empezar el día con un Hace X años, Ver tus recuerdos…, sin pararse siquiera a sopesar los sentimientos que pueden acarrear ciertas evocaciones; la cosa es que en esta ocasión me muestra una fotografía de hace 7 años de la Sierra de Baza nevada, que curiosamente es prácticamente igual a una que hice en estos días. En ella veo la nieve de telón de fondo, los árboles de hoja perenne luciendo majestuosos, y los de hoja caduca vestidos de flores antes de llenarse de renovadas hojas verdes. Por muy cálido que haya sido el invierno, que ya parece primavera, ahí se alzan las montañas con su frío blancor. A pesar del cambio climatológico, el tiempo y sus diferentes dimensiones es de las pocas verdades que nos rodean, ahora que la mentira y el engaño campan a sus anchas por doquier. Cuando se empieza a hablar con relativa naturalidad de la salud mental, resulta que no se cae en la cuenta de cuánto daño nos hace a los humanos como sociedad la falsedad y la estafa vital que nos rodean. La verdad es a estas alturas una rara avis que se valora poco, cuando debería ser la brújula que nos diga por dónde avanzar; cómo vamos a creernos nada, si casi todo es mentira y pura patraña. Es que incluso las creencias y las ideologías están plagadas del más descarado fraude, y al carro del infundio y de la trola se sube todo dios, con perdón, pero ya me dirán si es normal que los curas violen, ahí están los datos de la pederastia en la Iglesia, o recen entre chanzas sin gracia para que el Papa muera pronto. Y ya en terrenos más paganos, cómo se come que un mismo texto o realidad sean el blanco y el negro a la vez, según quién los enjuicie y su pertenencia a un bando político o al contrario. Eso de la objetividad y el análisis crítico lo dejaremos para otro momento, porque desde luego en este sólo brillan por su ausencia.

Foto: Lola Fernández

Así que cuando casi todo es mentira, no es difícil que aparezcan el malestar y la desilusión, y una desconfianza nada positiva que nos lleva a vivir a la defensiva, como si estuviéramos rodeados de truhanes que buscaran embaucarnos vendiéndonos la moto sin despeinarse. Me gustaría saber dónde queda eso de la vergüenza propia y el pundonor, qué es de la dignidad para ser consecuente y responsable y para acatar las implicaciones de envolverse en la mala praxis como quien bebe un vaso de agua. Cómo no va a ser general lo mal hecho, si no pasa nada por hacerlo así, que es mucho más cómodo y fácil que hacer las cosas correctamente y de acuerdo a las normas. Hoy en día es casi imposible ver que alguien responde por lo que haya hecho mal, aunque los resultados de esa negligencia sean miles de ancianos dejados morir en las residencias en tiempos de la pandemia, sin asistencia hospitalaria, porque se iban a morir de todas maneras; o miles y miles de niños y niñas en todo el mundo y desde hace muchos años, violados sistemáticamente por sacerdotes, sin que nadie haya hecho nunca nada para evitarlo, aunque conociera algo tan espantoso como asqueroso; o el indecente enriquecimiento de unos y otros aprovechándose de que vivíamos encerrados y con miedo mientras la cifra de muertos era la única e inexorable certeza. No sólo casi nada es verdad, es que además sentimos el deseo de que ojalá las verdades que nos rodean fueran también mentira, porque cuando todo es tan desagradable y deprimente, la mayor esperanza es que sea una pesadilla y, de repente, despertemos y sintamos el alivio de que era solamente un mal sueño.

611. Femenino plural

Por Lola Fernández. 

Nosotras, mujeres, femenino plural, al igual que desigualdades, discriminaciones, reivindicaciones, y un largo etcétera absolutamente masculino singular. El feminismo es una lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, no es ninguna fiesta, porque no hay nada que festejar, la verdad. Cada vez estoy más ajena a que se viva el Día Internacional de la Mujer como una celebración festiva. No ha lugar a bailes y cánticos, porque para luchar hay que ponerse muy serias: nos matan, nos marginan, nos invisibilizan, nos maltratan en todos los sentidos, nos cierran el paso con un patriarcado indeseable; entonces, de qué va la cosa para tanto festejo. Sólo cabe gritar que ni una muerta más, ni una indecente desigualdad más, ningún tributo de servilismo a pagar por ser mujeres…, y eso es más efectivo en una manifestación, que en un escenario. Ya está bien de llamar fiesta a los días de lucha… Hay que salir a la calle, mujeres y hombres de bien, contra el machismo, para impedir que obstaculice o acabe con un muy difícil avance en derechos igualitarios, y para dejar muy claro que no podrán con nosotras, por mucho que se emperren.

Es peligroso, y sibilino, querer enmascarar las demandas de las mujeres hablando de realidades que nada tienen que ver, como, por ejemplo, el sempiterno comodín de la familia. Como es una pena que entre las mismas mujeres impere aún, en demasiados casos, los discursos machistas y ese absurdo compadecerse de los pobrecitos de los hombres, perdidos ante la voz feminista que nadie va a lograr acallar. Cuál es exactamente el problema que puede tener un hombre porque una mujer tenga los mismos derechos que él: ninguno, a no ser que, en el fondo, no quiera que se dé esa igualdad. Por supuesto que vivir sin exigencias y al mando debe de ser más agradable que tener que compartir y ser corresponsable, pero eso es algo que tendría que darse naturalmente, sin enseñarse, porque para los privilegios ninguno necesita orientación, así que no encuentro motivos para tanta ayuda al hombre por el avance en derechos de las mujeres. Nosotras no queremos nada que no nos corresponda, y es una supina idiotez confundir la reivindicación feminista con un supuesto deseo de que el poder pase a las mujeres. No queremos ser iguales, porque, afortunadamente para hombres y mujeres, somos diferentes; tampoco queremos ser más que los hombres, para qué; pero desde luego lo que tenemos muy claro es que no queremos ser menos. O sea, no queremos tener menos oportunidades, menores salarios por el mismo trabajo, más difícil acceso a puestos directivos, más obligaciones familiares con respecto a la casa y los hijos, etcétera.

No entiendo que algo tan sencillo como la igualdad, pero la de verdad, esa que llaman real y efectiva, esa que no se ve por ninguna parte, sea tan complicada de vivirse, a no ser que todo se complique porque los hombres no la quieran, así de simple. Porque no veo que sea imposible entender y asumir, amén de practicar, que todo es una pura cuestión de respeto y de no dejar que la línea divisoria entre géneros se convierta en una frontera. La respuesta está en vernos, todos y todas, como personas, y tratarnos mutuamente como a tales; así será indudablemente más fácil convivir en igualdad, con la debida consideración hacia el otro, siempre diferente, pero nunca más o menos porque haya nacido hombre o mujer.

610. Tiempo de cambios

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Hay guerras que surgieron como para ser rápidas y resolutivas, y que parecen enraizar contra todo pronóstico. Guerras tan sucias y terribles como todas, pero que se nos meten en casa día a día, con sus partes de muertos y demás tropelías. La invasión de Ucrania por parte de Rusia, hace ya más de dos años, con un total de víctimas que espanta, pero que, sin embargo, es casi una nadería si atendemos a las sistemáticas matanzas de palestinos por la salvaje acción de Israel, emperrado en no dejar rastro de vida en la Franja de Gaza, convertida en una trampa sin salida para divertimento de Netanyahu, que ni parpadea cuando perfila su genocidio particular matando sin piedad a personas hambrientas que luchan por un puñado de harina. Guerras vomitivas que pretenden eternizarse y extenderse, y contra las que poco se hace, excepto invertir en armamento, que es como avivar los fuegos con viento. Hablando de fuego, qué terrible el incendio en Valencia, con semejante voracidad, que arrasó en menos de media hora las viviendas de 450 personas que en ellas vivían. Creemos estar a resguardo en nuestros hogares, y al ver cosas así no podemos sino sentir un escalofrío y pensar que nadie está a salvo de estas trágicas realidades, tan insospechadas como ciertas. Guerras, incendios, matanzas, víctimas, qué maldita música de fondo para poder vivir en paz, que es lo que cualquiera desea; porque la inmensa mayoría aspiramos a la tranquilidad, el bienestar y la alegría. Algo tan simple en teoría como convivir sin enfrentamientos, y qué difícil nos lo pone este convulso tiempo de cambios.

Foto: Lola Fernández

Como siempre que lo humano me sobrepasa, me consuelo con la naturaleza, enfrascada igualmente en las variaciones propias del preámbulo de la primavera. La natural mudanza de fin del invierno, en el que los árboles, que parece que estuvieran muertos, en cuestión de pocos días se llenan de yemas que enseguida son hojas de un verde tierno. Es el momento de múltiples metamorfosis que ocurren ante nuestros ojos, y dentro de nada, todas las ramas yertas se vestirán de vida, en un proceso cuya precisión escapa al designio de los seres humanos. También en los campos de batalla se irá desperezando la primavera, pero será más difícil verla entre árboles quemados y edificios derruidos por la acción de los bombardeos; aunque incluso en la explosión nuclear de Hiroshima hubo unos 160 árboles sobrevivientes, conocidos en Japón como hibaku jumoku. El hombre es el peor enemigo de nuestro planeta y de quienes lo habitamos; sin embargo, y por fortuna, no es omnipotente en su capacidad destructiva. Así que seguiremos confiando en que se puede vencer a los tiranos y lograr una paz mundial que será buena para la generalidad de la humanidad; soñaremos que los cambios sean, sobre todo, los marcados por la madre Naturaleza, aunque sigamos sufriendo los de la hora dos veces al año; deseando, sin desesperar, que el ambiente político que nos rodea, tan encarnizado e inflexible como la misma guerra, se calme de una vez por todas y permita que la ciudadanía no viva enfrascada en un desagradable enfrentamiento a todos los niveles. Seguro que sobreviviremos a este desapacible tiempo, e incluso nos haremos más fuertes, que es lo que suele ocurrir ante la adversidad y la hostilidad, siempre y cuando no sucumbamos al implacable efecto de tanto indeseado, e indeseable, cambio.

609. Lo que cabe en una fotografía

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Me gusta de la fotografía que hace posible atrapar momentos que quedan plasmados en una imagen a la que podemos añadir lo invisible a los ojos ajenos, pero tan vivo en nosotros. Los sentidos todos se activan ante ciertas instantáneas atrapadas en cualquier tipo de soporte, pero no al modo de mariposas disecadas, tan bellas y tan muertas, sujeta su fugacidad con alfileres, sino como reflejos de vida titilando quedos, casi imperceptibles. Con respecto a las fotos, tengo comprobado que el paso del tiempo las mejora a la mirada personal y propia: es como si recién hechas hubiera siempre, o por lo general, cierto grado de desilusión desde lo imaginado, o visto, hasta el resultado final, que se esfuma con el tiempo, cuando queda la fotografía obtenida, y se olvida la deseada. Claro que eso ocurría mucho más con las cámaras fotográficas analógicas, puesto que con las digitales, o los mismos móviles, poca ocasión se da para desilusión alguna, cuando podemos repetir una y otra vez, hasta conseguir lo que queremos. Sin embargo, aun así, cuanto menos recientes, más atractivas nos suelen parecer las imágenes; sin entrar en la presencia de las ausencias, algo siempre doloroso, pero que enriquece exponencialmente algunas fotografías, que pasan a sernos casi un tesoro, cuando antes carecían de ese valor añadido de mostrarnos vivos a nuestros seres más queridos, ya ausentes.

Foto: Lola Fernández

Mirar fotografías nunca es algo sin importancia, lo hagamos a solas o en compañía de amistades o familiares; y eso se potencia por todas las cosas que no se ven en ellas, pero que son su esencia y lo que hace que perder nuestras fotos, por el motivo que sea, pueda constituir todo un drama. Con ocasión del terrible y dantesco incendio de un edificio en Valencia, ocurrido el otro día, escuchaba a una superviviente que lo había perdido todo: estaba sobrecogida, tanto como podemos imaginar cuando todos nos hemos sentido tan mal, y al tiempo que valoraba muchísimo estar viva, a la pregunta de qué era lo que más sentía haber perdido por el fuego, cuando no le queda nada, decía que sus fotos, que no podría recuperar, puesto que también habían ardido el ordenador y las memorias externas. Y la entendí perfectamente, porque nunca he podido superar la tristeza de haber eliminado permanentemente alguna fotografía importante; puedes tener miles de fotos, pero esa que perdiste para siempre nunca la vas a olvidar.

Me detengo en la imagen de este artículo, no tiene ni un año desde que la tomé en tierras asturianas, así que recuerdo perfectamente el momento en que realicé la instantánea. En ella se ven unos fardos de heno y una barca entre la hierba, bajo un árbol que la cobija; al fondo, el mar, como telón idóneo para esa barcaza anclada en la tierra. Siempre me han gustado las pacas de hierba, rectangulares o cilíndricas, y verlas diseminadas o apiladas en los campos, como esperando a ser recogidas y trasladadas lejos de allí. Y aún más me gusta la esporádica visión de los barcos fuera de su hábitat natural, como en un retiro calmo después de surcar las aguas marinas, mucho más peligrosas que el viento o la lluvia en tierra. Me pregunto, si es que los barcos sienten, qué sentirá ese, entre las flores silvestres, pudiendo oler el mar, tan cercano, pero atado a un destino terrestre hasta que no quede resto de él. Y al observar la fotografía, veo, o recuerdo, lo que no se ve en ella: la lluvia estival que cayó mientras me entretenía en ponerles música de jazz a las vacas que me rodeaban, logrando que alguna se acercara con curiosidad mientras el resto la miraba rumiando su aburrimiento; mi alegría porque la selección femenina de fútbol ganó uno de los partidos que la llevaría a conseguir el campeonato mundial; la mezcla de olores en el aire; y hasta el coche de picoletos, extrañados de haberme visto a su ida y que siguiera allí a su vuelta… Todo eso y mucho más puede caber en una simple fotografía, más allá de su buen o mal encuadre, la luminosidad, el enfoque y todos esos elementos objetivos para una buena imagen; y qué poco importa eso para que ella nos sea indispensable.

608. Los ajenos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Estaba yo paseando por esos caminos de la vega bastetana cuando, en la entrada de una finca, me encontré un letrero que decía prohibido el paso a toda persona ajena, lo que no sólo llamó mi atención, sino que me hizo empezar a cavilar acerca de la ajenidad y algunos conceptos relacionados. Si hablamos de lo ajeno respecto a las cosas materiales, no me resulta demasiado extraño, pues algo que no te pertenece te es ajeno; pero si se refiere a las personas, se me dispara la imaginación. Personas ajenas, sí, pero en relación a qué: a la finca que no es nuestra, a sus moradores, al aire que allí se respira… Si hay un único propietario, qué hacemos con el resto de gente que pueda vivir allí para no considerarla ajena. Si recurro a los sinónimos de ajeno, me encuentro con extraño, foráneo, extranjero, forastero, diferente, distinto, diverso; incluso, indiferente. Pienso en esos habitantes, y me parece que, si son varias personas, también serán diferentes, distintas y diversas entre sí; lo de extranjero, forastero o foráneo, me hace imaginar que alguna de ellas sea no nativa de Baza, con lo cual igual ni los mismos que vivan en la finca puedan acceder a ella, dada su condición de ajenos. Por no hablar de la indiferencia recogida en la definición de ajenidad, puesto que si un día estás digamos que pasota y todo te es ajeno, ya no podrás entrar en esa casa, con lo cual empiezo a pensar que estamos ante un predio ciertamente cuasi inexpugnable.

Foto: Lola Fernández

Yendo más allá de una prohibición de paso, y no entrando en la existencia de una hipotética servidumbre que pudiera inutilizar tal prohibición, qué significa exactamente ser una persona ajena. El diccionario habla también de perteneciente a otra persona para referirse al adjetivo ajeno, así que si alguien está enamorado y le dice a su amor te pertenezco, de inmediato deja de ser ajeno, y, mientras elucubro que ya podría entrar en el corazón de la persona amada, me digo que empieza a ser suficiente, que el cartel no da para más. Aunque la verdad es que me parece muy oportuno, en estos tiempos que vivimos, lo de personas ajenas. Hay tantas realidades que deberían importarnos de verdad, y ante las que permanecemos al margen y totalmente neutros, como si no nos correspondiera tomar partido y nos fueran ajenas, que lo experimentamos día a día. Si algo ajeno es algo impropio, que no nos pertenece en exclusiva, lo propiamente nuestro tal vez acabe convirtiéndose en puro egoísmo, en ausencia de solidaridad, y en nula generosidad. Tendríamos que entender que igual todos llevamos, colgado de nuestro pensamiento, un cartel que dice eso precisamente: Prohibido el paso a toda persona ajena. Y quien dice persona, dice causa, motivación, lucha, interés, objetivos; porque no es nada extraño en esta sociedad que cada vez haya más lobos solitarios, cada uno a lo suyo, en sus parcelas de bienestar y sin mover un dedo, ni una idea siquiera, por algo que no les ataña directamente; es así, lo que no les incumbe, les es absolutamente ajeno.

607. Cambiar el chip

 Por Lola Fernández.

Hay tantas ocasiones en que siento vergüenza de esta sociedad nuestra, que es que ya ni llevo la cuenta; es más, a veces me esmero concienzudamente en olvidar lo feo que me rodea, para que no me afecte, aunque lo cierto es que eso se me hace imposible, pues no podemos vivir en una burbuja por más que lo deseemos. Lo último que me ha dejado impactada negativamente es saber que a una señora mayor la han desahuciado por una deuda ridícula con la propietaria de su vivienda, que ha ignorado a la misma administración local, que deseaba condonar tal deuda para evitar que la mujer tuviera que irse a la calle; bueno, lo más que el Ayuntamiento ha conseguido es que no se quedara en la calle y pase a vivir en una pensión… ¡Qué triste, qué asco dan estas cosas! La propietaria seguramente desea dedicar el piso a turismo ilegal, mucho más productivo que una renta antigua, y la administración debiera exigirle todos los permisos y registros pertinentes, porque es una vergüenza todo lo relativo a este tema. Ya que no tiene humanidad ni sabe lo que es tener dignidad, que pague y no pueda hacer y deshacer a su antojo, que ya está bien de tanta gentuza.

Foto: Lola Fernández

Más temitas que me provocan arcadas: llega el momento de llevar a juicio a un famoso futbolista que presuntamente violó a una muchacha hace poco más de un año; el elemento ha dado tropecientas versiones, a cuál más disparatada y falsa, y su madre, una vergüenza para todas las mujeres, ha estado haciendo públicos la identidad y datos personales de la víctima, resaltando que al parecer la chica vive una vida normal: no sé si es que una mujer después de violada ha de recluirse hasta la muerte, como si fuera culpable de algo. El caso es que el presunto violador se ha descolgado pidiendo no ser juzgado y que se anule el proceso, porque resulta que, según él, se vulneró su presunción de inocencia y hubo indefensión para con él; o sea, que el deportista desea irse de rositas y que su delito sea impune: con que sufra la víctima, ya es más que suficiente para él y su señora madre, porque él en realidad no hizo nada que no hubiera hecho, seguramente, otras veces sin que le pasara nada de nada. A qué viene ahora tanto aplicar la ley y hacer justicia, parece decirse el muy desgraciado, con lo feliz que estaría él en su casita, con la familia que ha perdido por su ominosa conducta.

Por citar algo más que me enerva y me lleva a desear cambiar el chip y vivir mis días tranquilamente sin echar cuentas a tanta porquería social, este empeño de algunos partidos por no dejar gobernar a quien la ciudadanía eligió para ello, no sólo no haciendo nada de sus obligaciones como representantes nuestros, sino sin dejar que nadie lo haga, como aborrecibles perros del hortelano, o, sencillamente, como odiosos perros sin más. Se les llenan las sucias bocas de palabras como constitucionalismo, cuando incumplen desde hace más de un lustro los preceptos de la Constitución, tales como la renovación del CGPJ, por poner un ejemplo. No los puedo soportar, y no lo siento nada de nada; si acaso me molesta tan sólo pensar en semejante panda de impresentables, que se asemejan a un feo motivo de esos que de repente te encuentras en cualquier muro, ignorando dónde está su sentido, ya sea siquiera a nivel meramente estético. No sé, será que me

decanto más por la belleza que por lo desagradable, aunque ya se sabe que eso es algo demasiado subjetivo; pero, qué quieren que les diga, hay cosas que incluso objetivamente son más feas que Picio.

606. Mirar arte

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Hace unos días escuché en la radio a un periodista especializado en arte hablando de algo que me pareció muy interesante: parece ser que está demostrado científicamente que mirar arte ayuda a gestionar la ansiedad y a combatir el estrés, especialmente las pinturas de paisajes. Y en ellas, hay cuatro elementos esenciales en los que fijarse buscando eliminar tensiones y agobios: el horizonte, las nubes, la luz y el silencio. Explicaba este experto que el horizonte nos sirve para soñar lo que no se ve; con las nubes podemos imaginar que se mueven y tener la sensación de estar flotando en el aire como ellas; la luz siempre es muy diferente según las horas del día o las estaciones pintadas, siendo perfecto el juego de luces y sombras según nos encontremos; y el cuarto elemento seguramente será el más complicado de pintar, aunque muchos artistas lo hacen sirviéndose de brumas y nieblas, por ejemplo. Es obvio que la mera contemplación no será de demasiada utilidad, que somos nosotros y nosotras quienes hemos de contribuir con una mirada activa, que nos permita abstraernos de lo que nos circunda y de nuestros problemas, logrando que la belleza sea sanadora. El periodista apuntaba un pintor y una obra que realizó en un momento de mucho estrés, por estar en pleno divorcio con su mujer, y después de buscarla no puedo resistirme a compartir el nombre de dicho artista y de esa obra en concreto: Gerhard Richter, “Iceberg”; si la buscan ustedes, entenderán muy bien todo lo expuesto hasta aquí sobre este tema.

Foto: Lola Fernández

Personalmente, me encantó esa charla radiofónica, porque me gusta mucho la pintura, y nunca viene mal conocer lo que la ciencia aporta al arte, máxime cuando es algo tan práctico y sencillo. Y digo yo, si los paisajes pintados son así de positivos, no me cabe ninguna duda de que observarlos en plena naturaleza será aún más idóneo para transmitirnos paz y aliviar preocupaciones y demás. No es difícil entender por qué la vida en el campo suele ser mucho más relajante que en la ciudad, especialmente si ésta es una gran urbe, ruidosa y contaminada. Me parece mucho más factible la calma en plena naturaleza, con su ritmo acompasado al lento discurrir de las horas, que en una localidad urbana en la que la norma suele ser la prisa: correr, correr y correr, sin saber el porqué, pero correr. Y si me dan a elegir, en paisaje pictórico elegiría una marina, y en la realidad, paisajes cuyo protagonista sea el mar y sus motivos de toda índole. Claro que no estoy pensando en grandes oleajes y cielos tormentosos, pero la misma visión de un puerto pesquero en las horas en que los barcos están en reposo, tal vez sólo interrumpido por alguna gaviota que va a posarse en ellos, es bastante más tranquilizante. Los veleros, por ejemplo, suelen ser ruidosos incluso atracados en puerto, a causa del viento y elementos de mástiles y velas; pero las barcas, qué delicia mirarlas mecerse quedamente en las tranquilas aguas del embarcadero. No me extraña la cantidad de barcas que pintaron los impresionistas, por citar alguna corriente pictórica, tales como Monet, Renoir, Gonzalès, Degas, Cassat, Pissarro, Morisot, Sorolla, Rusiñol, y tantos otros; porque el impresionismo me parece un estilo pictórico muy adecuado para escapar del estrés, y su tratamiento de la luz es sencillamente espectacular. La misma obra que inauguró esta corriente, “Impresión, sol naciente”, de Claude Monet, es perfecta para movernos por horizonte, nubes, luz y silencio, como coordenadas para desestresarnos. Cosa que no se me ocurriría decir de cualquier obra perteneciente al fauvismo, con sus colores tan agresivos y violentos, nacido precisamente como reacción al impresionismo; que no digo yo que no hubiera maravillosos pintores fauvistas, incluso preciosas pinturas de barcas y de paisajes en dicho estilo, aunque no las llamaría relajantes, que ya se sabe que cada cosa en su momento, y, además, no siempre vamos a mirar arte porque nos encontremos agobiados.

605.- Atolondramientos

Por Lola Fernández.

He leído que, dadas las cálidas temperaturas impropias del invierno, hay ya cerezas en algunos lugares a estas alturas del año; así que la previa floración habrá sido a principios de enero, a modo de una ficticia y temprana primavera. No sé si el tiempo se ha vuelto loco, y nos ha contagiado, o es él el que se está acompasando a nuestra disparatada energía cotidiana. Me imagino a Vincent van Gogh saliendo a los campos en estos días presentes, no de finales del s. XIX, y volviéndose tarumba de verdad viendo en flor los árboles frutales con tanta anticipación; o a su amado pintor japonés Katsushika Hokusai, una de cuyas obras ilustra el artículo, recreando la belleza de la naturaleza florida a principios de año, en vez de a finales de primavera, o incluso ya entrado el verano. Es mucho más lógico encontrar en esta época un almendro en flor, que un cerezo con su fruto ya maduro; pero es que la lógica brilla por su ausencia en estos momentos de la Historia, y a tantos niveles, que mejor no pensarlo mucho y seguir hacia delante, aunque sea viviendo la vida loca. Atolondrados y confundiéndonos, la política, los poderes, algunos ritmos que osan llamar música, los pensadores que cambian de ideología como quien se pone un traje nuevo cada mañana, el relato diario de la actualidad, el clima, los proyectos y megaproyectos de arquitectura e ingeniería, los avances científicos revolucionarios que se esperan a bastante corto plazo, tribunales, genocidios, bombardeos, alegatos, inviabilidades, propuestas, descalificaciones, socios, enfrentamientos… y tantos factores que, buscando certezas, siembran incertidumbres, como puedan imaginar. Hay tantas ofensivas multidireccionales, que no puedo sino entender que, ante la sequía, los árboles huyan literalmente buscando sobrevivir al cambio climático: está comprobado científicamente que, cuando los árboles mueren debido a condiciones extremadamente secas, hay un importante porcentaje de casos en que las especies reemplazantes pertenecen a vegetación no leñosa y, por tanto, muy diferente de los árboles originales, lo que resalta las dificultades del bosque para recuperarse. No olvidemos que la sequía ha sido mortal para la humanidad a lo largo de su historia, haciendo que se extinguieran para siempre grandes civilizaciones; recordando, además, que ellas mismas fueron las involuntarias causantes, por influir en la deforestación y pérdida de fertilidad de la tierra, o por abusar de la caza y no saber gestionar el agua, entre otros motivos. Nada nuevo bajo el sol, pero no aprendemos.

Total, un desastre. Asustan las temperaturas, y más cuando vemos que no llueve, y, hace tanta falta que lo haga, que duele hasta pensarlo. Si somos inteligentes -habrá que considerarlo en positivo-, algo tendremos que hacer; y nuestros dirigentes políticos deberían dejar de pelear por intereses partidistas y empezar a trabajar en común por el bienestar general, que, si se trata de la misma supervivencia, incluso a ellos les incluye, aunque parecen estar tan metidos en la burbuja del poder, que no se enteran de nada. Me parece que el desarrollo sostenible, que es el respetuoso con el medio ambiente, es tan esencial que se merece mucho más que alguna cumbre puntual en la que se firman cosas que nunca se llevan a cabo, tal y como se constatará en la cumbre siguiente; y así nos va. Creo que sería mucho más productivo invertir en vida, y no gastar esos ingentes, e indecentes, presupuestos en la guerra. En vez de fosas para cadáveres, plantar árboles y reforestar, que nos va invadiendo el desierto y no hacemos nada para evitarlo. En fin, el sueño de una noche de verano… ah, no, de invierno, aunque parezca mentira y ya podamos saborear cerezas de nuestras tierras.

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