404. Bailar bajo la lluvia

Por Lola Fernández Burgos

Aunque indudablemente romántico, lo de bailar bajo la lluvia es, hoy por hoy, prácticamente una quimera, un sueño imposible donde los haya. No recuerdo ya cuándo fue la última vez que me quedé hipnotizada tras los cristales viendo llover, pero de verdad, no cayendo tres gotas de barro, que más que refrescar lo llenan todo de lodo y nostalgia de la autentica lluvia, esa que cae sin contemplaciones y corre por las canaletas, entre chapoteos y salpicaduras. Charcos, quiero charcos en los que se reflejen los vuelos de las aves cuando salen contentas a volar al ver que las nubes se alejan… Y no quiero volver a escuchar los motores de las avionetas rompenubes, esas que se dedican a la siembra de nubes, lanzando sobre ellas yoduro de plata para romper su equilibrio y espantar la lluvia, disipándolas. Mira qué desgracia tenemos en estas tierras, que somos víctimas de tan delictiva práctica que no se sabe quiénes la permiten, pero cuya existencia es absolutamente cierta, porque si no, no se entiende que la misma Guardia Civil tenga un teléfono a disposición ciudadana para denunciarla…

Tristemente, la ausencia de precipitaciones en esta sequía tan prolongada, tiene más que ver con el cambio climático que padecemos con clara evidencia desde hace demasiado tiempo, pero si encima espantamos la poca lluvia que se cierne sobre nosotros, pues es para enfadarse seriamente. Pero aquí sólo nos cabreamos, inútilmente por cierto, la ciudadanía, y quienes tienen la obligación de actuar no hacen nada de nada. La repoblación forestal, para qué van a planteársela siquiera, cuando se mueren nuestros bosques y no hacen sino mirar a un lado y otro, esperando a que las soluciones surjan solas, como por arte de magia. En nuestra sierra parece que han empezado a hacer algo, ni se sabe por qué han dejado pasar tanto tiempo sin responder efectiva y tajantemente; pero es desolador la imagen de los pinares, por aquí y por allá, a poco que te muevas un poco por la naturaleza nuestra. Ver las ramas cuajadas de nidos de procesionaria, espanta; y duele ver la inacción de quienes deberían estar luchando contra ello sin descanso. Las medidas me parecen, una vez más, una manera de hacer ver que se hace algo, una foto y poco más, en lugar de hacerlo realmente.

Igualmente preocupante es comprobar cómo la sequía está dejando sin agua los pantanos de la provincia de Granada, y de España en su conjunto. Nuestros embalses languidecen ante una mirada que sólo puede estar triste y nostálgica de tiempos mejores. Por aquí cerquita tenemos el Negratín, el Portillo, San Clemente; y en la capital, Quéntar y Cubillas… y sólo quedándonos con ellos, a menos de un tercio de su capacidad, la inquietud no puede dejar de aparecer, porque en este caso sólo nos queda mirar al cielo y esperar que se acerquen salvadoras tormentas que aneguen con la lluvia una tierra demasiado seca ya. Por no hablar de los jardines y de los árboles frutales, marchitándose sin que podamos hacer demasiado. Porque si seguimos así, no es que vayamos a tener malas cosechas, es que se van a secar los mismos árboles y plantas, con lo que ello implica de nefastas consecuencias económicamente hablando. Si el presente es oscuro, el futuro se presenta negro, y no precisamente por un cielo que anuncie tormentas y lluvias. Así que sólo nos queda desear que finalmente llueva y llueva sin parar y sin causar destrozos, permitiéndonos salir y bailar bajo la lluvia, sin ruidos de motores de avionetas fantasmas, y con el único sonido de los truenos y el repiqueteo del agua sobre los campos y las calles de nuestra ciudad.

– Lola Fernández Burgos

403. Que no nos roben la ilusión

Por Lola Fernández Burgos

El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene.
Pascal

Foto: Lola Fernández Burgos

Cuando se vive de fondo una dinámica de odios y enfrentamientos, lo mejor es abstraerse y no dejarse llevar por la corriente, ni dejarse manipular en ningún sentido. No puedo imaginar nada peor que andar sin elegir la dirección y el destino; y hay que negarse siempre a ser un elemento sin individualidad, a cambio de pertenecer a un sistema no elegido. La vida es preciosa y nos pertenece por completo, como para perder el tiempo en no vivirla y seguir dictados ajenos. Las ideologías nos pueden manejar externamente; las creencias pueden ser utilizadas con intereses inconfesables; los valores no son inmutables, como no lo son las decisiones que hemos de ir tomando si queremos avanzar sin rigideces ni incomodidades innecesarias. Ya existen muchos problemas y dificultades a los que enfrentarse, como para darle cabida a lo que en verdad sobra: y en un momento dado nos pueden sobrar relaciones, personas, cosas materiales, e incluso espirituales, si me apuran. Puede que la libertad sea la más grande de las mentiras, pero prefiero seguir soñando que es una meta y un camino. Tal vez, sin percibirlo siquiera, somos poco más que marionetas movidas por invisibles hilos que controlan quién sabe quién… Y sin embargo, que no nos roben la ilusión de ser los dueños y señores de nuestras vidas, porque entonces no sé siquiera qué nos queda.

Nadie puede decidir por nosotros, como tampoco podemos elegir los caminos de, por ejemplo, nuestros hijos. Qué cantidad de magníficos proyectos de vida personales quedan frustrados porque los padres escogemos, y no es nada infrecuente por desgracia, lo que tienen que estudiar… Les impedimos algo tan básico como construir su futuro. Nada más y nada menos. Pero nuestra única obligación debiera ser darles los instrumentos precisos para que sean capaces de hacer lo que ellos y ellas quieran, no lo que consideremos e impongamos nosotros, por los motivos que sean, que suelen ser de lo más variopinto: para continuar con una profesión familiar, para satisfacer frustraciones propias, para presumir personalmente de un brillo ajeno por completo, etcétera. Por querer que nuestros hijos e hijas hagan lo que pensamos que es lo mejor, les impedimos triunfar en lo que ellos realmente desean, convirtiéndoles en fracasados. Nadie puede tener tanto poder, ni siquiera los progenitores por haberles traído a este mundo. Porque lo hicimos responsabilizándonos desde ese mismo instante de educarles para ser personas felices, y cada quién ha de poder recorrer los caminos que piense que conducen a dicha felicidad; con el inalienable derecho, además, a equivocarse…

402. De cotorras y gorriones

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos

No creo que muchos de ustedes no hayan visto, y sobre todo escuchado, a las molestas cotorras que, introducidas en nuestro país en momentos en que las aves exóticas estaban de moda, han acabado por convertirse en una auténtica plaga de aves invasoras, que están acabando con las especies autóctonas, especialmente con los sufridos gorriones, que ya tienen demasiados problemas para sobrevivir en un tiempo que se les ha vuelto absolutamente hostil por bastantes y variados motivos. Puede que se trate de aves con bellos colores, pero ahí se acaba todo su atractivo, porque son sumamente ruidosas, a base de insoportables graznidos, y campan a sus anchas por jardines y parques, molestando no sólo a otras especies de aves, sino a los humanos, que no sabemos cómo ignorarlas cuando están cerca. Este verano, cuando me encontraba en idílicos lugares para el recreo y el descanso, cada vez que aparecían ejemplares de sus poblaciones, numerosísimas, no podía sino compadecer a nuestros gorrioncillos, absolutamente desplazados y asustados. Confieso que no me era difícil hacer una comparación entre estas cotorras y las hordas de turismo en masa, que tomaban los pueblos y plazas, me moviera por el punto de España que me moviera, cuando, por ejemplo, llegaban las fiestas locales, impidiendo que los nativos pudieran disfrutar con normalidad de sus tradiciones. Era ver a personas mayores, ilusas, saliendo con sus sillas, como toda una vida han hecho, y pretendiendo inútilmente evitar la falta de respeto de masas de foráneos que llegaban los últimos y se colocaban los primeros sin contemplaciones, y de inmediato me venía la imagen de las cotorras en las palmeras y la arboleda en general, dejando bien claro que todo era ya suyo.

Cualquier cosa en su justa medida es perfecta, pero en cuanto se excede en una negativa abundancia, por sus efectos nocivos para el resto, sea animal o humano, podemos hablar ya sin equivocarnos de un aborrecible azote. Y a eso equiparo, sin dudarlo un segundo, a un turismo sobre cuya llegada no se hacen estudios previos y previsiones para que el disfrute general no deje de darse, tanto para quienes somos de aquí, como para quienes vengan de fuera; porque digo yo que ante las hordas, todos las sufrimos, foráneos y nativos. Es verdad que el turismo es esencial hoy por hoy para nuestra economía, con ineptos gobiernos sin iniciativas de reactivación, cegados y obsesionados en una austeridad que sólo nos hunde más en la miseria; pero si no hay planes de sostenibilidad, tal factor económico reventará, como lo hizo la burbuja inmobiliaria, y con las mismas nefastas consecuencias que ésta. Y entonces será muy tarde para actuar. Como lo empieza a ser para hablar de un claro peligro de extinción de los pobres gorriones, con 25 millones de ejemplares desaparecidos en menos de dos décadas, que se dice pronto. Cada vez tienen menos huecos y árboles en donde vivir, con una contaminación y temperaturas en aumento, con la sequía, con cientos de pueblos despoblados, con un creciente número de depredadores, y encima con el añadido de las especies invasoras que los expulsan de sus territorios sin la menor dificultad. Así que es ver, y escuchar a las odiosas cotorras, y no puedo sino compadecerme de los gorriones y, con ellos, de nosotros mismos. Mal futuro nos espera si caemos víctimas del desarrollo insostenible, puesto que, por definición, es por completo incompatible con el progreso.

401. El amor a lo nuestro

Por Lola Fernández Burgos

Todo lo bueno se acaba, y con el verano no iba a ser diferente, pero como le sucede una estación tan bella y colorida como el otoño, pues nada de tristezas o melancolías, que tenemos aún todo un trimestre para completar el año, y ese es un signo inequívoco de que estamos vivitos y coleando. Por lo pronto, los más evidentes cambios vienen asociados a la climatología: adiós a los infernales calores de la canícula, y hola a las prendas de vestir más propias de la época, si no queremos cogernos un buen resfriado, que estamos en días propicios y hay que tener mucho cuidado. Mi madre dice que ahora, y en primavera, en los cambios de estación del calor al frío y viceversa, le parece estar en carnaval, porque cada quién va a su manera, la más acorde a la temperatura propia: y así vemos a quienes aún siguen luciendo el moreno de las pieles, y quienes ya se enfundan un jersey sin más contemplaciones y sin pasar por las socorridas rebecas de transición. Personalmente adoro estos primeros momentos de mudanza, porque son suaves y en positivo, y más aún sin que los humanos lo estropeen con sus cambios horarios. La naturaleza es sabia, y sus ciclos son progresivos y sin saltos, para que nos podamos adaptar. Así pues, termina el verano y, con él, los viajes de recreo, y los baños en la playa, y las largas noches contemplando las estrellas. Mas sin desaliento cogemos el almanaque y estudiamos cuidadosamente la ubicación de los puentes y festivos, por si nos es posible perdernos lejos de nuevo; y nos vamos en cuanto podemos a las orillas del mar, escudriñando el paso de las aves que aún migran; y nos enamoramos una vez más del cielo que desde arriba nos protege y al que seguiremos observando sin desmayo, entre equinoccios y solsticios…, que a estas alturas sabemos bien que la vida va, y nos agarramos a su cola, como si de una cometa se tratara, o nos quedamos a un margen, perdiéndonos todo un mundo de emociones sin fin.

Y de repente me veo de nuevo caminando las calles de mi ciudad, que durante el verano la encontré bastante sucia y descuidada, incluso a veces oliendo mal. Y descubro que empieza a ser atendida otra vez, que está mucho más limpia, que los malos olores se han ido esfumando. Y encontrarme con una simple glorieta adornada, por primera vez, con flores y palmeras me alegra el día y me hace pensar en lo importante que es, en todo, pero ahora me refiero al tema del urbanismo y del mobiliario urbano, el prevenir antes que el curar. Estoy plenamente convencida de que para que Baza luzca bella y sin maltrato —sucias pintadas, bancos rotos, cacas de perro, basura por cualquier parte menos en papeleras y contenedores, asfalto abandonado, aceras destrozadas, y un etcétera en el que quepa todo el vandalismo imaginable contra los elementos que adornan y embellecen una ciudad, plantas ornamentales y arboleda incluidas—, lo primero y principal es saber transmitir el amor hacia lo nuestro. Porque si no somos capaces de cuidar y mimar lo que nos pertenece, pues como que apaga y vámonos. Y para eso es esencial hacer partícipe a todos y todas, niños, jóvenes y adultos, de la idea de que Baza es nuestra, y de que si la agredimos, nos estamos autoagrediendo. Si se destroza un banco del parque, no podremos utilizarlo contra nuestro cansancio. Si impedimos que crezcan las flores, no nos alegrarán con sus olores y colores. Si no se arreglan los baches de las calles, son nuestros coches los que sufrirán las consecuencias. Si se dejan rotas las aceras, son nuestros hijos o nuestros padres, o nosotros mismos los que podemos caernos y lesionarnos. Y así puedo escribir sin parar por un buen rato, pero a buen entendedor con pocas palabras basta… Si sólo amáramos Baza como se merece, y enseñáramos a amarla a nuestra infancia y juventud, cómo lo notaría ella y cómo repercutiría en el bienestar general. No tengo la menor duda, y nunca perderé la ilusión de que el amor a lo nuestro sea alguna vez igualmente general.

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