415. Belleza invernal

Por Lola Fernández Burgos

Cierto que la belleza no radica solamente en las personas y las cosas que nos parecen bellas, sino que buena parte de su apreciación como tal está en los ojos que miran. Así, los mismos objetos o sujetos serán agradables o desagradables en función de quién se enfrente a ellos, de quién está frente a sus cualidades y otorga a estas la calidad de positivas o negativas. Por ejemplo, el invierno puede ser visto como una estación del año inhóspita y fría; pero habrá quienes se queden embelesados por la belleza invernal, más allá de las bajas temperaturas y otras características propias del invierno. Con independencia de que solemos añorar lo que no tenemos, hay veces que no necesitamos estar padeciendo calor para apreciar su ausencia. Y no menos verdad es que porque nos guste el verano no nos va a dejar de gustar el invierno, pues cualquier época, como ocurre con las personas, tiene cosas bonitas a pesar de que puedan convivir con otras directamente feas. Dicen que la belleza es armonía y perfección, pero me parece a mí que eso es simplemente una definición que no tiene en cuenta el factor subjetivo, los ojos que admiran y encuentran equilibrio donde objetivamente pueda existir poco más que un desastre estético. Porque esa es otra, la belleza va mucho más allá de la estética, y es lo que consigue que personas no muy agraciadas pero con una sobresaliente ética, nos lleguen al corazón y nos gusten mucho más que otras que tal vez sean guapas, pero cuya conducta deja mucho que desear. Nada mejor para encontrar lo bonito que existe ahí fuera, que salir de nosotros mismos, porque podremos ser maravillosos, pero nuestra esencia se queda en agua de borrajas si no entra en conexión con los seres que nos rodean, seguramente igual de maravillosos como nos creemos. Y quien dice seres puede añadir cualquiera de los muchos elementos que conforman el paisaje emocional en el que nos movemos y sentimos la seguridad nuestra de cada día.

Foto: Lola Fernández Burgos

En estos días fríos y lluviosos apetece sobremanera quedarse protegidos al calor del hogar, pero hay que salir, y no sólo de nosotros mismos, sino echarse a la calle, coger el coche, siempre que no haya temporal, claro, y disfrutar de la naturaleza. Es algo que nunca está de más repetir, porque la pereza se ve espoleada cuando el viento deja de soplar a favor, y al final nos perdemos lo mejor sin disfrutarlo. Quienes amamos contemplar el espectáculo del amanecer, conocemos perfectamente que si no madrugamos no podemos tener el placer que cada día ocurre como un milagro para quienes saben apreciarlo. E igual podemos decir del atardecer, cuando la frontera entre el día y la noche se viste de una belleza desbordante que no dura más allá de unos pocos minutos. Seguro que hay quienes sienten total indiferencia ante la salida o la puesta del sol, algo que además ocurre día a día, pero ello no le restará a ambos momentos ni un ápice de su excelencia. Para quienes sepan verla, toda suya. Por eso aprovechar un buen día de invierno, de esos en los que hace frío pero luce un sol que invita a salir, nos puede conceder el inigualable regalo de la hermosa naturaleza presta a entregarnos cualidades que conviven con ella a través de los siglos desde el mismo origen de la vida. Disfrutemos pues de cada momento de la vida, sin olvidarnos de saber ver la belleza allí donde está y permanece con independencia de ser o no ser vista. No es ni siquiera necesaria la presencia del rastro humano, aunque qué duda cabe que el hombre ha acrecentado, por lo general, la armonía natural. Porque si una montaña es bella, cómo luce el pueblo construido a su abrigo; y si un río lleva la vida por los valles, qué maravilla encontrar un puente que nos permita cruzar de orilla a orilla. Y frente a los salvajes bosques, qué sabiduría ancestral se enseñorea entre los bancales de los campos de cultivo, en los que un simple tractor sobresale tan majestuoso como la más brillante aurora.

414. En Baza no hay cigüeñas

Por Lola Fernández Burgos

Año de nieve, año de bienes, lo decimos y nos sentimos tan felices, como con tantas otras creencias irracionales pero perfectas para alegrar nuestros días. Unas van vestidas de dichos y refranes, otras no son consideradas más que meras supersticiones; pero, ay, mira que si creemos en ellas nos sentimos felices cuando las consideramos realizadas, o al menos cercanas y como posibilidades de ser ciertas. Finalmente, en Baza no hemos empezado el año con nieve, como no sea en la Sierra, y poquita; pero la mera visión de las alturas montañosas blancas y brillantes bajo el sol es ya todo un presagio de buena suerte, una señal halagüeña que es perfecta para iniciar el camino de un año nuevo, esperando a ser vivido de la mejor manera. Han pasado muchos siglos desde que dejamos de ser mujeres y hombres primitivos, llenos de temores y miedo a lo desconocido, que era mucho más que lo conocido; y sin embargo, a veces no parece que haya transcurrido el tiempo, pues seguimos compartiendo con ellos, unos más que otros, desde luego, el gusto por la simbología y las señales de buen o mal agüero. Los presagios son promesas, y basta creer en ellos para que nos otorguen la magia de todo un mar de posibilidades. Y cualquier excusa para sentirlos se nos hace buena si nos transmite ilusión, ya sean hechos naturales, determinados objetos o animales, aunque después sus anuncios sean la mayoría de las veces más peregrinos que otra cosa.

A ver, a quién no le da alegría encontrar un trébol de cuatro hojas cuando camina por el campo, o toparse con una herradura abandonada. Cómo no pasar la mano por la barriga de una mujer embarazada o por la chepa de alguien de espalda cargada. De la misma manera que no nos quedaremos indiferentes al ver bulliciosas golondrinas sobrevolándonos, o mariquitas en el jardín, o mariposas blancas revoloteando felices y ajenas… O sí, pero entonces no seremos supersticiosos, y no disfrutaremos de placer añadido al pasear bajo la lluvia, o al descubrir en los cielos un arco iris que nos deje ensimismados y soñando, o al escuchar el canto de los grillos o el croar de las ranas, todos ellos presagios de buena suerte. Y entre estos, cómo olvidar a las cigüeñas, aves de buen agüero donde las haya. Si algo echo de menos viviendo aquí son las cigüeñas y su elegante vuelo; su llegada por San Blas, allá por febrero, si no pasan de refranes y migraciones, y llegan prematuramente, como ahora ocurre en tantos otros lugares donde sí anidan. En Baza no hay cigüeñas, por desgracia, y no podemos verlas en bandadas o solitarias, descansando de sus viajes en nidos ajenos, o regresando al propio para esperar a su pareja y turnarse en la incubación de los huevos y en la alimentación de los polluelos. Los campanarios no albergan nidos, ni los vemos en las grandes chimeneas, o en las alturas; que a ellas cualquier lugar alto les vale, como los postes de la luz, o las palmeras muertas, que por desgracia son más cada día. Pero no por ello vamos a pensar que no nos espera un buen futuro, especialmente si se sustenta en hechos más reales que presagios y supersticiones. Mucho mejor certezas que promesas, y realidades, que simples posibilidades; que ya nos encargaremos nosotros de buscar campanarios con cigüeñas para dejar volar tan alto como sus vuelos nuestra imaginación, y para que la ilusión sea el motor que alimente nuestra vida.

413. La magia de la Navidad

Por Lola Fernández Burgos

Que los humanos somos repetitivos, es algo que tengo claro a estas alturas de mi edad, esa en la que por desgracia me queda menos por vivir que lo que llevo vivido. Pero no es menos repetitiva la Naturaleza, que para mí es el dios más auténtico y evidente, ahora que estamos en una época propicia para hablar de dioses y demás. Más de una vez he escrito en esta sección acerca de los ciclos de la vida, y entre ellos cómo no destacar cada fin de año e inicio de otro nuevo, señal indudable de que seguimos vivos, por mucho que el futuro empiece a menguar y el pasado a crecer. Tampoco esto es nada importante, pues al final hemos de asimilar que sólo existe el presente, y que no es una frase hecha, sino una verdad como un templo. El caso es que cada doce meses se nos acaba un año, y eso, que no deja de ser un invento humano para tratar de aprehender el tiempo, vana ilusión, nos conduce, al menos a mí, a todo un profundo análisis y a interminables y sesudas reflexiones. Siempre digo que ninguna excusa es mala si nos sirve para pensar y detener nuestras habituales prisas, esas que no se compaginan bien con saborear cada día de nuestra existencia. Así que cuando me pongo filosófica y me empiezo a cuestionar todo el sentido de despertar cada mañana, me dejo llevar por mis meditaciones, que segura estoy que no pueden ser negativas ni suponer una pérdida de tiempo. Porque a la postre, el tiempo es el auténtico protagonista de nuestras cavilaciones. Él, y saber de nuestra caducidad. Somos fugaces, absolutamente transitorios, como las hojas que el otoño hace caer de las ramas de los árboles caducifolios, y tener esa certeza es algo que va adquiriendo mayor importancia conforme vamos creciendo.

Y al acabar el año e iniciar otro, nos guste más o menos, siempre es Navidad. Así que por muy personal que sea nuestra celebración de estas fiestas, tenemos que pasarlas, sí o sí. Por supuesto que cabe viajar y aislarse, pero es muy difícil escapar de la Navidad, porque a pesar de las diferentes costumbres según los países, en todos ellos se celebra. De manera que con el tiempo, ya saben, el gran maestro, he aprendido a desechar lo negativo y enfatizar lo positivo. En este caso, más bien a quedarme con aquellas cosas navideñas que más me gustan, que también las hay, aunque sólo sea porque la infancia marca y los recuerdos navideños de cuando era niña no pueden ser más bonitos.  Pero es que incluso puedo ir más allá de mis recuerdos… Así, adoro sentir en la cara el frío del invierno recién estrenado cuando paseo entre los puestos de mercadillos con regalos para estas fiestas, en las que la generosidad es importante. Si mientras lo hago suenan villancicos y brillan las luces que adornan las calles, los árboles, los escaparates, mejor que mejor. Y qué decir si de repente te llega el olor de las castañas o los boniatos asados, con esa castañera que parece salida de nuestros cuentos infantiles. No siempre es triste recordar a quienes ya no están y compartieron navidades con nosotros, porque podemos sentir la alegría que nos da el evocarles. Es bonita la ilusión de los pequeños y también la de los mayores; los nietos y los abuelos, sin olvidar a los padres y las madres, siempre haciendo malabarismos para preservar esa ilusión por mucho tiempo, cuanto más mejor. Después ya llegará la vida para robarnos ilusiones y alegrías, pero mientras es Navidad todo parece posible, y haremos bien dejándonos atrapar por su magia, que sin duda la tiene.

412. El infierno particular

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos

¡Madre mía, qué frío que hace cuando hace frío! Pero tenemos la inmensa suerte de contar con un hogar en el que hallar abrigo. Nada como una calefacción, un brasero calentito, el calor de las llamas en una acogedora chimenea que nos quite las desagradables sensaciones corporales que traen consigo las bajas temperaturas. Por eso no puedo olvidarme ni un momento de quienes carecen de esa suerte de tener un hogar. Es muy triste, y se me hace casi imposible de creer, pero hay miles de personas que viven en la calle, con los peligros de todo tipo que ella conlleva, acentuados al máximo conforme avanzamos hacia el invierno. Que haya quien tenga que abrigar sus sueños con cartones es para llorar, se trate de explicar como se quiera. Pero es que si me pongo a pensar en los que malamente llamamos refugiados, el problema y la inquietud crecen exponencialmente. Que a quienes huyen de la miseria y la falta de un futuro les cerremos la puerta en las narices y les llevemos a centros de acogida en los que lo que menos encuentran es acogida, o ya directamente a prisiones, es para llorar y sentir el impotente bochorno de la vergüenza ajena. Pero todo ello se acrecienta cuando hablamos de seres humanos que huyen de la guerra, no ya de la pobreza. Porque esta puede matar, sí; pero aquella es la certeza de la muerte. Y no nos conmueve lo más mínimo, y no nos importa que sean niños y niñas, mujeres, mayores, inocentes hombres que sólo buscan escapar de las terribles consecuencias de la asquerosa guerra.

Es una pena que Europa haya caído en las garras de gobiernos inhumanos que no dudan en mirar hacia otro lado, ignorando que existen personas abandonadas en campos en los que malviven hacinadas, bajo la lluvia, el frío, la nieve… Sin baños, con tiendas de campaña que no pueden ofrecen refugio alguno a una gente que no ha cometido mayor pecado que escapar del terror de una guerra en la que no tienen responsabilidad alguna, y que se ha encontrado con el infierno en la tierra. Gente que tal vez no lo sabe al llegar a estos campos en medio de la nada, pero que seguramente aprende pronto que es preferible estar muertos que malvivir en ellos, ante la indiferencia de los países que osan llamarse civilizados, y que tienen la desvergüenza de celebrar el día de los Derechos Humanos… Venga ya, qué gran hipocresía, de qué derechos hablamos si permitimos que personas como nosotros mueran como si fueran malas bestias. En esos campos, entre barro y temperaturas bajo cero, que unas sucias lonas no van a lograr que se olviden, hay niños y ancianos, padres y madres desesperados que esperan, que aún esperan, porque dicen que la esperanza es lo último que se pierde, no que les llegue el producto de una caridad mal entendida, esa que consiste en dar lo que nos sobra y a otra cosa, mariposa, sino que Europa se comporte como una madre buena y les abra las puertas y les ofrezca amor, y no limosna.

Pero no, las puertas no se abren, y Europa no deja de ser una mala madrastra digna de algún cuento de terror, de esos que no queremos para nuestros hijos. Por favor, que se acerca la Navidad y para los nuestros sólo pedimos paz, salud, amor, buenos regalos, a ser posible de los Reyes Magos, que Papá Noel es extranjero (como si los Magos fueran españoles). Sólo espero que tengamos unas felices fiestas, y que nunca nos veamos en la situación de quienes se juegan la vida en el mar, huyendo de la muerte y cayendo muchas veces en sus garras, o creyéndose a salvo cuando ese mar no se los traga y llegan a lo que ellos creen el paraíso, pobrecitos. Que el nostálgico sonido de los villancicos o el sabor de los dulces navideños no nos enfríe el corazón hasta el punto de olvidarnos de quienes seguro rezan para que no los abandonemos en el infierno particular que nuestra sociedad ha reservado para ellos.

411. Un paraíso para perderse

Por Lola Fernández Burgos

No podemos negar que Andalucía es una tierra de contrastes, y en Baza gozamos de una ubicación que nos permite comprobarlo ampliamente. Como histórico cruce de caminos, se puede decir que estamos cerca de todo, o lejos, según se mire. Nos pillan muy cerquita las provincias de Almería, Jaén, Murcia y Albacete; y bastante distante la capital, aunque con la autovía no hay distancias, y lo mismo podemos dirigirnos a Portugal, que a Francia, y llegar a ellas sin necesidad de adentrarnos por carreteras secundarias. Una buena comunicación, no cabe duda, aunque eso no impide que el estado de la A-92, nuestra autovía autonómica principal, sea claramente mejorable. Pero aún así, una puede llegarse en muy poco tiempo al mar, por ejemplo, y en esto yo me decanto más por la costa almeriense, que por la granadina, más lejana desde aquí. De manera que si añoro el olor y el sonido marineros, lo más frecuente es que me desplace a Cabo de Gata, un parque natural de los más importantes y variados de Andalucía y de España. Allí puedes encontrar marismas, salinas, fondos marinos de una riqueza incuestionable, amén de bellísima, playas vírgenes, paisajes volcánicos, pintorescos pueblecitos que han dejado en la tierra su impronta, diseñando una naturaleza única. Imposible hallar en otro lugar maravillosos bosques de pitas, abandonadas minas de oro, acantilados y miradores fascinantes, arrecifes bajo la protección de un faro, su flora y fauna endémicas, una gastronomía tradicional a tener en cuenta, y un larguísimo etcétera.

Después de muchos años moviéndome por todo el entramado de carreteras, caminos, senderos y demás, aquella zona me regala siempre una belleza sin igual, con paisajes y rincones que incluso podemos descubrir atrapados en aquellas películas que un día se rodaban por allí y por el cercano desierto de Tabernas, el único de Europa, a cuyo encanto hay que sumarle el de estar cerquísima del mar. Con sólo el nombre de las diferentes rutas propuestas para moverse por el parque, yo ya me siento emocionada, así que al recorrerlas, ni les cuento: la ruta pirata, la de los volcanes y las flores, la de la minería, la cinematográfica… Si a ello le añadimos la posibilidad de ver una pesca artesanal totalmente respetuosa con el medio ambiente, como no podía ser de otra manera en un parque natural y en una reserva marina tan importantes, pues es imposible no enamorarse de estos lugares tan especiales. Y desde luego, en muy pocas costas ya, con tanta burbuja inmobiliaria y semejante masificación turística, tenemos la oportunidad de estar bañándonos en playas casi privadas, con la libertad que te transmite la sensación de estar prácticamente sola y como si no hubieran pasado los siglos por allí. Mirando al mar, África no queda lejos, pero es que detrás tuya tienes unas marismas llenas de maravillosas aves prestas a migrar ante tus atónitos ojos, que no dan crédito a las largas hileras de aves de todo tipo que te sobrevuelan rumbo a climas más cálidos. Y cuando te estás deleitando en el perfil inconfundible de las salinas, con un fondo único de volcánicas montañas, no te extrañe que de repente un rebaño de cabras se mueva entre barcazas abandonadas, pastando y triscando por las dunas, regalándote una escena cuando menos pintoresca y única, en este Cabo de Gata que no deja de ser, en toda su extensión, un magnífico paraíso para perderse.

410. Paseando por nuestra altiplanicie

Por Lola Fernández Burgos

Como enamorada de las comarcas de Baza y de Huéscar, aunadas por la denominación Altiplano de Granada, siempre que tengo oportunidad me muevo por sus maravillas de la Naturaleza, con una variedad paisajística y unos contrastes climáticos que dan a esta tierra un carácter único. Las sierras de Baza, Castril, la Sagra y Orce son elevaciones que protegen las llanuras en las que unos pintorescos pueblos surgen diseminados entre embalses como los del Negratín, San Clemente y El Portillo. Hoy se encuentran todos ellos muy escasos de caudal, por desgracia, pero, si las lluvias nos acompañan, pronto volverán a lucir sus inconfundibles y diferentes colores con los niveles recuperados. Las posibilidades de disfrutar de distintas rutas, a cuál más bella, son casi infinitas, pues estamos hablando de dos comarcas que comprenden, entre ambas, nada menos que catorce municipios, cada uno con sus propias características y unos innegables atractivos para quienes amen la historia, la cultura y sus múltiples expresiones. Mientras hay quienes sueñan con escapar a la capital y dejar atrás estas tierras, yo no dejo de sentirme privilegiada por poder disfrutar de ellas, con tan sólo recorrer un puñado de kilómetros, teniendo para mí el espectáculo nunca repetido de una hermosura sin igual. Eso, sin detenerme a hablar de los incomparables cielos que nos coronan. En cuanto hace buen tiempo, y este otoño es generoso en él, cojo el coche y elijo un destino que aunque sea repetido, nunca será igual, eso está garantizado, y lucirá nuevo según la estación, la temperatura y la luz. Porque qué decir de la luz que tenemos la suerte de tener para recrearnos en ella, cuando los amantes de la fotografía, y aquí abundan, podrían escribir todo un tratado…

Y en esta ocasión quiero hablarles de mi último paseo por nuestra altiplanicie, un modo como otro cualquiera de referirnos a estas preciosas comarcas en las que vivimos. Eligiendo el trayecto Baza-Benamaurel-Castillejar-Huéscar, me llego hasta ésta, entre un paisaje incomparable que siempre me recuerda una salvaje estepa africana en la que imagino vivos animales de especies ya extinguidas, pero que antaño campaban libremente por aquí. Y en Huéscar, no se puede pasar por alto la oportunidad de degustar su rica gastronomía tradicional: como sugerencia para la época en la que estamos, una lata de cordero segureño, con unos níscalos que traigan a nuestra boca el sabor de la tierra otoñal, regado todo con un buen vino tinto. Si añaden algún postre casero, con el sabor de siglos de tradición, después de un café estarán listos para continuar. Sin apenas detenernos, como no sea para admirar los colores de la arboleda en el parque, enfilar el camino al embalse de San Clemente es siempre un motivo de alegría, por el incomparable marco natural que dibuja la Sagra siempre acompañándonos, tan presumida, para que la admiremos, y siempre, también, mirándonos. Si no nos dejamos desalentar por la poquita agua que vemos a la altura de la presa, seguimos sin detenernos, con prisas por llegarnos hasta la piscifactoría de Las Fuentes, un lugar de ensueño, en la falda de la Sierra Seca, muy cerquita de las Fuentes del Guardal, que abarcan un grupo de manantiales que abastecen la piscifactoria de truchas. Junto a las piscinas de cría de truchas arco iris de distintos tamaños, podemos pasear por dos maravillosos estanques en cuyas aguas se miran jóvenes secuoyas que han sido plantadas por semillas de los centenarios ejemplares de La Losa, finca cercana de la que les hablé otras veces. Si les gusta la pesca, allí podrán llevar sus cañas o alquilarlas, con la condición de que las truchas que piquen no serán devueltas a las aguas. Y si aman los árboles, en el camino podrán deleitarse con los nogales, los pinos, las encinas, los olmos y álamos, los fresnos, los sauces, los cipreses… y las citadas secuoyas, siempre espectaculares, con independencia de su edad. Después, sólo les restará el camino de vuelta a casa, preferentemente por un trayecto distinto, con el cielo del atardecer pleno de colores, el perfil de los badlands en la falda de las montañas más altas, el espíritu tranquilo y feliz, y los sentidos embriagados por tanta belleza.

409. No nos van a callar

Por Lola Fernández Burgos

Paseando por las calles de Granada fotografío una pintada en que junto al signo de la mujer han escrito un insulto. Nada nuevo, me digo, pero me parece tristísimo el clima general de rechazo al feminismo, con el nuevo término feminazi, que siento como una agresión más a las mujeres y la defensa de nuestros derechos. Nadie quiere ser más que nadie, es cuestión de igualdad de derechos, que para nada se da ni existe; y es repugnante que muchas mujeres vayan en contra de una lucha que es por todas. Cuando la violencia machista no sólo no disminuye, sino que crece en número de víctimas, al que añadir también un incremento en los menores muertos por los mismos machistas, una no puede callarse de ninguna manera. Aunque se nos insulte, aunque pongan en duda la verdad de los datos y de las denuncias, aunque nieguen una indeseable realidad más que evidente, las mujeres siguen muriendo por esta asquerosa violencia de género, en la que el más fuerte se aprovecha del más débil; y hablo, es obvio, de fuerza física. Pero aún así no dejarán de apuntar que las mujeres también maltratan y matan, aunque no sea eso lo que veamos en las noticias de cada día. Se trata de anular lo general excusándose en la excepción, y mostrando una actitud que es igualmente de maltrato. Quien niega la violencia machista y su reguero de mujeres y menores muertos, no respeta a las víctimas; y quien insulta el feminismo, tratando de equipararlo al machismo, es igualmente un maltratador, por tratar mal a las mujeres y a quienes tratan de conseguir que se las respete y se las trate con dignidad y desde la igualdad.

Por desgracia, de nada sirve el Pacto de Estado contra esta violencia, pues no pasa de un mero decálogo de propósitos, una vez más: sin presupuesto asociado, a no ser que a la simple calderilla le queramos llamar inversión preventiva y reparadora, que es lo que debería existir, este Pacto no deja de ser una gran mentira, otra más. Mientras los políticos que pactan no hagan suya esa lucha, la violencia machista seguirá matando, y las mujeres seguiremos siendo vistas como las culpables de que se nos mate. Porque dicen los machistas que es que queremos decidir por nosotras mismas, que hacemos lo que nos parece y no lo que ellos quieren que hagamos, que es que somos feministas en vez de femeninas, que eso no pasaba cuando estábamos en casa y sin ir a trabajar, que nos debemos a la crianza y educación de los hijos y ya ellos nos mantienen, y que con decir amén nos basta y que menos quejarnos… Pero, ay, resulta que llega un momento en que el mismo curso de la vida dice hasta aquí, y ya no pueden contra él ni los machistas ni sus agentes asociados, ni esas mujeres que son peores que los hombres que las han convertido en enemigas de su propio género.

Aunque seamos las mujeres las que seguimos muriendo a manos de asesinos protegidos por una sociedad tan machista y misógina como ellos, ya no es algo desconocido y escondido como históricamente lo ha sido, la verdad ya clama que hay que acabar con esto de una vez. Afortunadamente hay muchos más hombres que aman a las mujeres, que quienes las odian; y en algún momento habrá que empezar a aplicar las leyes, que no es que no existan, sino que sólo se ignoran. Las sentencias y los jueces y juezas cómplices de esta violencia asesina tienen los días contados, como el insultar a las víctimas por no ser agradecidas. Algunos quieren que seamos como perros apaleados que aun así no dudan en lamer la mano de su amo en lugar de pegarle un buen mordisco. Pero ni somos perros, aunque no duden en llamarnos perras, ni estos, pobrecillos, van a seguir mucho tiempo aguantando palos. Y si el Derecho ya protege a los animales, y se empieza a perseguir y castigar a quienes los maltratan, estoy segura de que más pronto que tarde hará lo mismo con quienes matan a las mujeres y a sus hijos e hijas. Mientras, no nos acostumbraremos al insulto por decir en alto lo que otras mujeres no se atreven casi ni a pensar, por la sencilla razón de que viven asustadas por un miedo interiorizado hacia los pseudo-hombres que les tocó en esta vida.

408. Espíritu lúdico

Por Lola Fernández Burgos

Adoro los placeres sencillos; son el último refugio de los hombres complicados.

Oscar Wilde

Contra la mediocridad, espíritu lúdico. No es mal reto en estos tiempos que personalmente me parecen feos, oscuros, involutivos y mediocres al máximo. Cuando parecía que estábamos convirtiéndonos en un país que tendría que decir algo, después de demasiadas décadas de aislamiento e indiferencia por los estados vecinos, resulta que mejor que nos quedemos mudos, porque mejor calladitos que diciendo tonterías. Históricamente hemos sido cuna de grandes artistas en todos los ámbitos del Arte, así con mayúsculas, pero ahora hasta el talento está fiscalizado. No quiero ni pensar qué hubiera sido de Quevedo, verbigracia, en la actualidad; no tendría nada de raro que hubiera acabado en la cárcel o en el exilio… Seguramente de Cervantes se hubiera demonizado y ridiculizado su Quijote, obligando la censura a que el único protagonista de nuestra novela más universal fuera Sancho Panza. Y qué decir de Goya, madre mía, a ese lo hubieran linchado directamente, por subversivo. Ay, qué tristeza de años, con un lastre de indeseable realidad que nos impide volar, soñar, crecer, ser ejemplo de modernidad, etcétera. Si íbamos a ser, nos quedamos en un intento frustrado, algo en que mirarse para evitar caer en los mismos errores, pero no como inspiración.

Así que es mejor optar por el divertimento, antes que caer en una depresión provocada directamente por la vulgaridad circundante. Y a la hora del recreo, cada quién ha de buscar aquello que le produce goce y satisfacción, más allá, por supuesto, de las modas y del beneplácito general, porque para ser feliz no hay que pedir permiso, estaría bueno. Antes al contrario, a veces el mejor indicativo de que vamos por el camino correcto y adecuado es, precisamente, lo que se quejan aquellos a los que no respetamos… Pues esa es otra: el respeto no se tiene de antemano, porque hay que ganárselo, se pongan como se pongan. Gracias a quien haya que ser dadas, por gris y anodino que esté el cotarro, aún podemos vivir eligiendo y tomando nuestras decisiones individuales, más allá de la aceptación o el rechazo ajenos, que qué quieren que les diga, cuanto más ignoremos, mejor nos irá…

De tal modo que es mejor adornar la existencia con lo que nos produce placer, que el hedonismo es muchísimo más que una doctrina ética, tal como aprendimos quienes estudiamos las corrientes filosóficas. El sibaritismo es también una opción y una actitud, una manifestación más de ese espíritu lúdico que puede dar algo de luz a la oscuridad de los días actuales. El caso es estar ojo avizor y oído alerta para evitar que el muermo, certera palabra definitoria de esta aburrida actualidad, pueda con nuestra alegría. Pues el regocijo y el entusiasmo es algo que no nos pueden robar, y si lo permitimos les estaremos dando alas a quienes conducen desde hace ya demasiados años España por unos derroteros hastiados, tediosos, soporíferos, desesperantes, y cuantos sinónimos más se les ocurra. Procuren ser felices, está en sus manos y en su disposición, porque actualmente hasta mirando el cielo observaremos que las mismas nubes gritan su disgusto.

407. Más nivel

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos

Cuando uno no quiere, dos no pelean; pero tampoco aman, o hablan u olvidan. Si se trata de sentimientos compartidos, está claro que se necesita a quienes los compartan, del mismo modo que no existirá diálogo cuando sólo haya monólogo. Imposible entenderse si ante los que gritan, se opta por gritar más fuerte. Absurdo exigir que alguien cumpla la ley, saltándosela a la torera para pretender lograrlo. Nunca será de recibo ampararse en una presunta legalidad, si se esconde en la masa para exigir la ley del talión, que es el santo y seña del primitivismo y de la ausencia de unas normas que permitan una pacífica convivencia entre desiguales. Porque entenderse los iguales no tiene mayor mérito, pero, ay, que haya concordia entre los diferentes, ese sí que es un logro que implica civismo y evolución. Que de nada sirve haber dejado de ser mono, si uno sigue comportándose como tal, y aún peor. Nunca me harán preferir una bandera antes que a un pueblo, ni un pensamiento único frente a la enriquecedora diversidad, no ya al pensar, sino en todos los ámbitos. Si alguien hace las cosas mal, eso no nos da derecho a hacerlas peor, sino a tratar de enmendar lo mal hecho; y eso pasa irremediablemente por contar con todos y no pretender acabar con nadie.

Estamos en unos tiempos revueltos de microfascismos, de fascismos cotidianos de andar por casa, como quien se levanta y se pasa el día con la bata de boatiné. Ya no se persiguen judíos, pero se boicotean productos en función de su origen, por poner un ejemplo, olvidando que los trabajadores y familias que viven de ellos son tan víctimas de los malos políticos como todos. Con el tema Catalunya, por poner otro ejemplo, se tapan gravísimos problemas de corrupción y falta de democracia, pero nada como enardecer a quien no precisa demasiado para exaltarse; y como enarbolar la unidad de España cual señuelo, para que (casi) todos a una olviden que España no se rompe tan fácilmente, como no se rompió la familia cuando se permitió a los homosexuales contraer matrimonio por una sencilla cuestión de igualdad de derechos… Ya no se habla de quienes mueren huyendo de las guerras, de quienes buscan refugio y sólo encuentran cárceles llamadas centros de acogida, de la intolerable vulneración de la división de poderes que podemos ver, si sabemos, a diario. Claro que tampoco es difícil mantener engañados a quienes prefieren tranquilizadoras mentiras a incómodas verdades, sobre todo con una prensa que más que cuarto poder es un simple abuso de poder, al servicio de su amo. Vivimos una época de gente que se vende, y además muy barato; y que sólo se esfuerza en que todo siga igual, aunque sea igual de mal, que ya se sabe, se dirán, que más vale malo conocido, que bueno por conocer.

Y en estas estamos cuando, si no dices amén, si no te integras en la masa, si no te envuelves en su bandera, si te niegas a perseguir a nadie, sea quien sea, si rechazas una voz que no es la tuya o una idea que ya elaboraron por ti, enseguida te tachan de radical, con una pretendida intención de insultarte, ignorando por completo que ser radical es ir a la raíz de las cosas y no quedarse en la superficialidad, y menos la que te es dada. Porque si hay algo insultante para la misma inteligencia es precisamente quedarse en las meras apariencias y no profundizar en la razón de ser de los hechos y de las conductas. Así que, aun comprendiendo que para alguien sea difícil, si no es mucho pedir, no sería nada malo un poquito de más nivel.

406 – Buscando el Sol

Por Lola Fernández Burgos

Un año más, mientras la lógica no impere, nos vuelven a trastocar los horarios, ignorando nuestros relojes biológicos y manteniendo una impuesta hora oficial que nada tiene que ver con la solar. Somos muy absurdos, o, hablando con propiedad, nos obligan a serlo; y seguimos forzando a nuestros organismos a trabajar y descansar sin atender a las señales fisiológicas perfectamente diseñadas por la naturaleza para hacerlo cuando toca, y no cuando nos digan que es el momento adecuado. En fin, cuando los políticos toman decisiones es para temerles, máxime cuando se empecinan en ir contra los criterios científicos. No llego a comprender que en pos de un presunto ahorro energético, cuando a diario vivimos inmersos en un despilfarro que asusta, tengamos que sufrir las negativas consecuencias de ir en contra de la misma naturaleza. Y eso que en este caso, otoño, se dignan a regalarnos una hora, porque cuando en primavera nos la roban, eso sí que es malo.

Podríamos aprender de los mismos girasoles, esas hermosas plantas que viven girando en busca del sol, como su propio nombre indica. Despiertan por la mañana y giran siguiendo el trayecto solar, de este a oeste, en el sentido de las agujas de un reloj. Pero por la noche, ya sin sol que los alumbre y guíe, vuelven a hacer el recorrido en sentido contrario, para a la mañana siguiente, cuando amanezca, estar prestos para volver a girar buscando el sol. Es algo mágico que responde igualmente a sus relojes internos, aunque lo más sorprendente es que esta conducta sólo la mantienen mientras son jóvenes; cuando se hacen maduros, no vuelven a girar nunca más, quedándose mirando hacia el este por el resto de sus vidas. Todo eso gracias a sus ritmos circadianos, que funcionan igual que los nuestros. Y cuando los científicos han experimentado con ellos (metiéndolos en macetas que miran hacia oriente por las tardes, o impidiendo su giro, o sometiéndolos a ciclos de luz mayores que los de un día), sometiéndolos a situaciones en las que no pueden seguir dichos ritmos, el resultado es una disminución de biomasa y una reducción del tamaño de sus hojas… Se ha descubierto que el tallo de los girasoles crece por el día, con la luz solar, pero crece igualmente por la noche, sin ella: precisamente es ese crecimiento desigual el que hace que los tallos giren, por lo mismo que una vez que alcanzan su máximo crecimiento, no es necesario que lo hagan, y se detienen. O sea: su movimiento hace que crezcan más, y dejan de hacerlo sólo cuando han crecido lo suficiente.  Si les modificamos las condiciones naturales, impedimos una adecuada producción de su hormona de crecimiento, perjudicando el perfecto desarrollo de una planta que lleva en este mundo la friolera de 15 millones de años.

Es evidente que si al modificar las pautas naturales del girasol, lo perjudicamos, el resultado no es mejor cuando alteramos nuestros ritmos circadianos, que no siempre funcionan de acuerdo a los cambios de luz, por más que cada año los políticos se olviden de ello en dos ocasiones. Si tuvieran la inteligencia de escuchar los dictados de la Ciencia, serían muy conscientes de que tan importantes como la luz, son los mecanismos biológicos de nuestros cuerpos, esos relojes internos que no entienden de adelantos o retrasos de horas. Preferible será, pues, que dejen de molestarnos con estos cambios de horario que para bien poco sirven, dejándonos la libertad, como a los girasoles, de buscar por nosotros mismos el sol cuando nos apetezca y lo necesitemos.

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