434. Tiempo de rosas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En lo profundo de sus raíces, todas las flores mantienen la luz

Theodore Roethke

Por favor, la naturaleza esta esplendorosa: es un momento en que, si crees en ella, hay un espíritu sagrado en cada uno de sus elementos. En los campos, una transformación mueve por ellos a los humanos; y las máquinas y los hombres y mujeres jornaleros que tienen en la tierra su trabajo, pasan horas sin descanso y sin desmayo. Cada día es diferente, por la acción natural, y por las labores humanas, que dejan una huella muy reconocible tras de sí. Al igual que hay personas que gustan de pasar horas frente a una nueva obra de construcción, entre las que me encuentro sin duda, dedicar ahora el tiempo a la contemplación de sembrados, huertas y terrenos, es un pozo de sorpresas sin igual. Totalmente recomendable para quienes no lo hayan experimentado, con la seguridad de que si lo hacen, repetirán. Y es que si la flora está en un momento de máximo fulgor, qué decir de las aves, por quedarme con ellas de entre toda la fauna. Los pájaros están preparando los nidos ahora que parece que frio y lluvias se irán definitivamente, y se afanan para nuevas vidas. Los cantos y ritos pajareros son de tal riqueza que sólo los sordos y ciegos pueden sustraerse a semejante belleza. Imposible no ser feliz entre tanta fuerza natural que se manifiesta en múltiples formas y esencias. Es conocido que los terapeutas del espíritu recomiendan baños de bosque para ahuyentar penas y tristezas. Pues añadan la campiña y las praderas y las playas y riberas de los ríos a los bosques, y la terapia para la felicidad será completa. Nunca lograr el bienestar está más al alcance de las manos; apenas hay que hacer nada para tocar el cielo con los dedos, sólo estar bien despierta sensorialmente. Porque en contra de lo que ocurre en otras ocasiones y aspectos de la vida, aquí la multiplicación de estímulos nunca es un exceso.

Foto: Lola Fernández

Y entre todos los milagros de este tiempo, las flores son el prodigio que me puede parecer más regalo de los dioses. Porque a la belleza que inunda nuestra vista, hemos de añadir su fragancia llenando el aire de olores fascinantes que a veces es difícil reconocer por dónde nos llegan y de dónde proceden exactamente. Vas paseando y los aromas te embriagan: azucenas, jazmines, clavellinas, celindas, los mantos de flores silvestres que llenan de colores las hierbas, y muchas más flores que desprenden su olor particular y propio. Pero entre todas esas flores, me quedo con las rosas, porque si maravillosos y variadísimos  son sus colores, qué decir de su aroma cuando huelen, que es casi siempre. Por eso estos fascinantes días que vivimos en mayo, mes que no podía conocerse sino como el de las flores, yo los llamo tiempo de rosas, por su intensidad y perfección casi divina, por su resplandor y plenitud, por regalarnos tanto en cientos de especies y miles de variedades. Tiempo de rosas que transforma la monotonía en paraíso y que convierte la vida en un jardín, con lo que ello implica de diversidad y disfrute, de oasis en el que encontrar refugio y alivio cuando lo necesitamos, a salvo de dificultades y cansancio. No lo duden, disfruten de este tiempo con pasión y entusiasmo, y olviden que en los rosales conviven rosas y espinas; ya tendremos el resto del año para caer en la cuenta, que para lo menos bueno siempre hay otros momentos.

433. Jesús Candel

Por Lola Fernández Burgos

Los débiles no luchan. Los más fuertes quizás luchen una hora. Los que aún son más fuertes, luchan unos años. Pero los más fuertes de todos, luchan toda su vida, éstos son los indispensables.

Bertolt Brech

 

Entre los granadinos es muy famoso ya el doctor Jesús Candel, también conocido como Spiriman, porque ha liderado desde el principio la lucha contra la fusión hospitalaria en la capital, consiguiendo que las manifestaciones por dos hospitales completos fueran las más multitudinarias nunca vistas en Granada. Ni qué decir que su fama ha rebasado los límites de la capital y la provincia, siendo un ejemplo en todo el país a la hora de luchar por los derechos ciudadanos. Y ello en el tema de la sanidad pública, y en otros, pues dentro de lo posible, Spiriman ha puesto su poder de convocatoria al servicio de otras causas en las que ha creído, si bien ha debido centrarse en el ámbito de la defensa de una sanidad pública sin corrupción, puesto que es inviable llevar a cabo la realización de su profesión médica y estar en todas las batallas por los derechos ciudadanos. Imposible no quitarse el sombrero ante este médico joven y concienciado, que ha decidido seguir al frente de una lucha que considera necesaria, a pesar de la persecución, profesional y personal, que ha sufrido desde el momento en que se ha visto la fuerza que tiene para concentrar junto a él a multitud de personas con independencia de ideología política; algo que personalmente me parece extraordinariamente infrecuente y valioso. Es muy difícil que te sigan personas de cualquier partido, o de ninguno, porque creen en ti y en la autenticidad de tus reivindicaciones, y no por seguir las consignas políticas del partido que ostente el poder en un momento dado.

Porque esto último es lo que estamos ya hartos de ver, y de hecho ha pasado igualmente en Granada capital, que su mismo alcalde no ha estado ahí, al frente de las demandas de todo un pueblo, sencillamente por ser del mismo color político que las instituciones a las que dichas demandas van dirigidas. Visto lo visto, nada tiene de extraño que un dirigente político no tenga las manos libres para actuar si su acción no va acorde con la de su partido. Pero no creo que sea tan imposible que alguien se deje de consignas y se coloque allá donde sus representados, por inmensa mayoría y echándose a la calle las veces que haga falta, le exigen. Sobre todo por una cuestión muy simple, que no es otra que al representante lo eligieron para representarles, que es tanto como ponerse en su lugar y hacer lo que ellos desean, no lo que le ordene un partido. Pero bueno, hay quien entiende qué es eso de estar al servicio de la ciudadanía, y quién no va más allá de trabajar por dar satisfacción al interés personal, doblegándose a los dictados de instancias superiores. Y digo lo de superiores a nivel jerárquico, que no de categoría ética y de vergüenza cívica, entiéndaseme. Así que no van a conseguir acabar con el popular y querido Spiriman, por mucho que le denuncien desde dentro de su mismo colectivo; o le amenacen, no ya sólo a él, sino también a su familia; o aunque la mayoría de los medios de comunicación ignoren la multitudinaria repercusión de cada una de sus convocatorias a exigir en la calle respuesta a unas demandas absolutamente justas y necesarias. Y no lo harán porque la razón está de su parte, porque él simplemente lidera una causa en la que cree y que no busca sino la mejora de la sanidad andaluza y la defensa de los derechos de sus pacientes y profesionales. Y eso es batallar no por intereses personales y particulares, sino por nuestros derechos y por el bienestar general, lo cual le honra y es lo que hace muy grande su lucha.

432. El deleite de los sentidos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón.

Kant

Si durante todo el año la vida nos inunda a través de los sentidos, sin duda es en estos meses en que dejamos atrás el frio y las inclemencias de los meses más caseros, por aquello de que las condiciones climatológicas adversas no nos permiten echarnos tanto a la calle como ahora mismo, cuando podemos hablar de puro deleite sensorial, de innumerables estímulos que nos embriagan a poco que estemos algo despiertos. Los pensadores hablan de poesía de los sentidos, y los poetas, ay, casi no hablan, pues están ocupados en sentir y tratar de transmitir lo que sienten para compartirlo con los más comunes de los mortales. Da igual que aún no podamos decir que el buen tiempo se ha instalado entre nosotros, pues por muy convulsa que esté siendo la primavera, la naturaleza es sabia y sigue su curso, desplegando sus milagros estacionales aunque a veces lleve algo descompasado el paso. Toda la belleza del mundo físico circundante nos impresiona a través de los sentidos, que, sin contar la intuición, no son sino cinco. Y con algo tan elemental como la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, la vida se nos muestra en todo su esplendor y nos impacta e influye de tal manera que hay que estar muy dormidos para no ser conscientes de tanta perfecta armonía.

Foto: Lola Fernández

Basta con sólo pasear por esos nuestros campos bastetanos, de cuyo romanticismo escribía hace muy poco, entendido tal como un sentimiento que nos hace soñar, para inferir por qué hablo de deleite en lugar de simple sensación, de efecto que nos impacta desde el exterior, siendo capaz de transformarnos interiormente. Nada que nos llegue de fuera nos es indiferente si tiene la suficiente entidad e intensidad como para remover nuestros pensamientos y nuestros modos de comprender y aprehender el mundo y sus realidades. Porque al salir a pasear, algo muy recomendable tanto para nuestra salud como para nuestro espíritu, no sólo hacemos ejercicio físico, sino que abrimos los sentidos para atrapar la grandeza que nos rodea; como si desplegáramos una red cazamariposas gigante con la que captarla, pero sin cazar nada, que la belleza puede ser nuestra sin necesidad de capturarla o hacerla desaparecer. Así que paseemos, ya sea por los parques, las calles o los campos, y dejemos libres y abiertos nuestros sentidos. No tardaremos en descubrir colores y formas, brisas y olores, texturas y sonidos, también sabores si reconocemos las semillas o las flores que gustan a nuestro gusto, válgame la redundancia. Nos encontraremos envueltos por un universo de emociones y percepciones que igual se vestirán de nubes adornando el cielo, o de rojas amapolas entre el trigo verde, o de los más variados trinos de pájaros que sólo seremos capaces de escuchar y ver si sabemos no asustarles. Paseemos concentrados en escuchar ese viento que mueve las hojas de los árboles, o en sentir en nuestra cara el aire cálido de la mañana, o cualquier otra sensación que puedan ustedes imaginar y que les sea un deleite para los sentidos, que en eso, como en casi todo, los gustos son muy personales y particulares. Cada quien que encuentre su propia belleza con la que embriagarse, pero que no se le ocurra perder la oportunidad y la ocasión de hacerlo.

431. Ladrillos por neuronas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

No sé en qué cerebro ha ocurrido la transformación fatal que ha llevado a sustituir las neuronas por ladrillos, pero alguien debe de haber dado el visto bueno a gastarse una cantidad desorbitada de dinero en estropear una rotonda y sustituir el verde por construcción, así a secas. Me han hablado de una inversión suficiente como para comprar una vivienda, y mira que hace falta ese dinero, y no precisamente para ocupar tanto material y trabajadores en una tarea que se me aparece cuando menos como sin pies ni cabeza, aunque parece ser que al final tendrá muchas columnas. Y yo que pensaba que las rotondas son pequeños pulmones para contrarrestar la contaminación del dióxido de carbono de los muchos coches que las rodean; espacios en los que desplegar la imaginación para crear jardines y rincones de belleza. Pero ay, resulta que no, que ahora todo es posible, y que se puede uno dedicar a cimentar y pasarse meses construyendo un monumento a lo absurdo, y, para más inri, escorado; que es que parece que nada está centrado en proyecto semejante. Así que pasan los días y las semanas, que hacen meses, y estamos con una obra pía que se alarga como si no quisiera concluirse. Y una ve con asombro cómo desaparece la naturaleza del espacio y va surgiendo lo artificial y feo, que no se sabe si es un mausoleo, o un altar o un edificio para dar cobijo a alguien sin techo. Ya digo, como si quisiera escapar, en vez de estar centrado en la rotonda, ya rara de por sí antes de semejante transformación, (que una nunca ha sabido si es círculo, elipse o una conjunción de ambos), se ha hecho en un extremo, que parece que quisiera irse Avenida de Murcia para abajo; acompañando a quienes andan hasta el Hospital y vuelven a subir, ya con semejante engendro urbanístico como referencia. Y lo peor es que donde antes teníamos la visión del Cerro Jabalcón elevándose ante nuestros ojos, ofreciéndonos un precioso paisaje, ahora sólo hay cemento y losas y después veremos en qué queda todo, que a mí me parece que será fealdad sin más, pero igual me sorprende el resultado final y me quedo maravillada ante semejante obra. No confío mucho en ello, pero es lo que me gustaría, porque no puedo entender que se hagan tan mal las cosas de nuestra ciudad.

Foto: Lola Fernández

Con lo sencillos, bonitos y muchísimo más baratos, dónde va a parar, que son la hierba, los árboles, las flores y, si se quiere piedras, pues rocas diseminadas aquí y allá… Cualquier cosa antes que ladrillos, losas, hierro, cemento, altura opaca que elimina el paisaje del horizonte que pasa a usurpar. Cualquier cosa, repito, sería más adecuada y conforme con el uso de las rotondas, que, se viaje a donde se viaje, se ven auténticas maravillas: simples, baratas y con buen gusto. ¿Eso es tan difícil de conjugar en esta Baza nuestra? Desde luego hace falta imaginación y exquisitez; y para ello son necesarias las neuronas y el amor a nuestra ciudad, no ladrillos mentales, ni barro en vez de sangre. Espero que no se contagie tan mal proyecto y una vez levantado no sea el modelo a seguir en las rotondas bastetanas, porque si ya brillan muchas por la estupidez en su diseño, no quiero ni imaginar que ahora se pretendan ocupar con construcciones carísimas y sin sentido, al menos sin sentido funcional y estético; porque seguramente alguien conocerá la razón de ser de tal desastre urbano…

430. La prolongación del infierno

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Llegan las pateras a nuestras costas, ahora que se ha ido el peligroso invierno; llegan repletas de hombres, mujeres y niños, y a veces no alcanzan la costa y mueren sus ocupantes, o algunos de ellos, dejándonos un rastro de cadáveres, o perdiéndose para siempre en esa fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo desde hace años. Llegan las pateras trayendo personas que huyen de sus infiernos particulares y creen que llegarán, ay, al paraíso en la tierra. Es de una tristeza infinita ver desde fuera lo iluso de sus sueños de salvación; pues la realidad, cruda, dura y asquerosa, es que si llegan, lo estarán haciendo a lugares por donde campa la misma perdición de la que pretenden escapar. Nadie está a salvo, en estos tiempos, de lo peor que los hombres se han dado a sí mismos, sin necesidad de un Dios rencoroso e iracundo que los expulse de edenes maravillosos. Aquí se está sin divinas manos que cuiden de que podamos soñar y trabajar para que nuestros sueños se hagan realidad. Donde caigas, estarás esclavo de tus circunstancias y de la situación que te haya tocado en suerte o en desgracia, y sólo nos resta estar satisfechos por no haber topado con un mundo peor, ese del que pretenden escapar quienes llenan las pateras que no van a ningún lugar. Llegan las pateras a nuestras costas, huyendo del infierno y sin saber que, si logran su propósito, estarán en la prolongación de ese infierno.

Foto: Lola Fernández

No, no hay paraíso que valga en el que puedan refugiarse quienes huyen de espantosas situaciones de la que todos, de tenerlas, querríamos escapar. Aquí se van a encontrar un mundo en el que por desgracia a las mujeres no se nos cuida y respeta, condenándonos a ser ciudadanas de segunda, pero ahora, además, con el agravante de ofrecer, sin que nadie lo remedie, permiso judicial para violarnos. Porque resulta que si una manada de energúmenos rodean a una chica joven, la meten en un portal, hacen con ella todo lo que les place a nivel sexual, la usan como a un objeto hasta que satisfacen sus instintos de bestias y la dejan tirada sin más miramientos, eso para los jueces no es violación, porque no hay, agárrense, intimidación que permita hablar de agresión. Eso, para jueces que me aparecen más animales que los de la manada de energúmenos violadores, es un simple abuso. Es más, es que la chica poco menos que ha de dar las gracias por haber sentido un placer inolvidable. Venga ya, eso es ni más ni menos que una invitación a que se ataque sexualmente a las mujeres sin tener que pagar por ello el castigo que por semejante delito corresponde. Me pregunto si tan repugnantes jueces dictarían la misma sentencia si la víctima fuera su hija o nieta. Aunque con esa catadura moral estoy casi segura de que no sería muy diferente. Si consideran que una violación en grupo es una fiesta, un jolgorio, un desenfreno juvenil, por qué no la iban a desear para los suyos, para las suyas mejor, que en esto ya se sabe que es a nosotras a las que nos toca padecer una repugnante y atrasada sociedad que ni cuida ni respeta a sus mujeres, que no se me ocurre ahora mayor ignominia; cuando somos el motor de la vida, del quehacer diario, de las familias, y de la misma supervivencia. Así que pobres personas que llenan las pateras que arriban a nuestras costas, si piensan que pisarán el paraíso en caso de conseguir su propósito. No me queda sino desear que al menos no se dejen la vida en el intento, pero para quienes sí se la dejan, mi pensamiento y un poco de silencio al contemplar esas aguas que más que camino al paraíso se convierten en una tumba para la eternidad.

429. Por los románticos campos de mi ciudad

Foto: Lola Fernández
Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Poco a poco vamos pudiendo salir a pasear en esta primavera que ha llegado tan revuelta y sin prisas. Y hacerlo por los campos que rodean nuestra ciudad es todo un placer, con esa vega que aún queda con sus cultivos y sus paisajes de siglos, aunque todo parece moverse en coordenadas de provisionalidad, como si no faltara mucho tiempo para desaparecer. Hay parcelas de campo que se han quedado en la misma frontera de las nuevas construcciones de Baza creciendo, y son como un oasis de naturaleza pero con los días contados, tal que si hubieran recibido una maldición y estuvieran condenadas a la extinción. Por eso, no se me ocurre mejor manera de hacerlas eternas que llenarme los ojos y los sentidos todos con su presencia y su entidad, tan diferente de los ámbitos urbanos. Lo rural se me aparece como una pintura de siglos, con el campesino inclinado sobre la tierra de la que obtiene sus frutos a cambio de dejarse sus días sin horario. Porque la agricultura es puro sacrificio, y más a la antigua usanza, en la que el mismo tractor es una innovación. Nada que ver con los usos modernos y todos los inventos al servicio de la comodidad del hombre y de la eficacia en la producción agrícola, que será mejor, pero que no tiene un ápice de romanticismo ni recuerda pintura alguna. Podría pasarme horas observando el trabajo de los agricultores, sin que me vean, porque me parece que de hacerlo los distraeré de sus labores. Y al contemplarles me siento como si viera a nuestros antepasados, sin que hubiera pasado el tiempo. Se les ve ensimismados, agachándose una y otra vez, con lo que supongo que acabarán agotados y sin fuerzas para reiniciar el trabajo a no ser que medie un reparador descanso.

Pero después del paseo por las parcelas agrícolas, una vuelve a las calles de la ciudad, y olvida pronto la quietud que proporciona la comunión con naturaleza. Y más si se tiene al lado de donde se vive una obra de las que yo llamo pías, que son de esas que sabes cuándo empiezan, pero no cuándo terminan. Desde hace semanas sufro en mi casa los mismos temblores que si se estuvieran sucediendo terremotos intensos y de gran duración. Cuando siento las sacudidas estando sentada en el salón, no tardo en imaginarme la posibilidad de encontrarme de pronto en mi sillón, pero en el piso de abajo, tal y como ocurre en los dibujos animados. Y si los falsos movimientos sísmicos me sorprenden temprano aún acostada, no encuentro muchas diferencias de la experiencia vivida con terremotos reales. Y supongo que habrán hecho un estudio antes de empezar a remover la tierra y levantar la estructura base en la que se asentará la futura construcción; y también confío en que vivo en un edificio preparado para soportar los seísmos sin derrumbarse. Pero es que observo grietas en la fachada y no recuerdo haberlas visto anteriormente, aunque estoy segura de que serán superficiales, por la cuenta que nos trae a los vecinos que padecemos la obra de construcción colindante. No sé, estoy deseando que pasen a otra fase menos molesta, y espero muy sinceramente no salir en las noticias por alguna catástrofe provocada por la acción osada del hombre. Y mientras tanto, procuro irme a los campos vecinos, a seguir observando los trabajos agrícolas, que me parecen mucho más seguros que los que se realizan justo al lado del edificio en que vivo.

428. Dónde va la memoria que se esfuma

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

El poeta Luis Cernuda hablaba de los lugares en los que habita el olvido, pero me pregunto dónde cabe la poesía en los casos de la memoria que se pierde para siempre. ¿Dónde va la memoria que se esfuma, convivirá con el poético olvido? No sé, pero desde luego los dependientes están más que olvidados en esta sociedad nuestra que tan poco se preocupa por sus mayores, ignorando algo tan obvio como es que por lógica y siguiendo el curso natural de la existencia, se supone que todos hemos de ser mayores más tarde y más temprano. Y si no nos preocupamos por los problemas generales, ¿de qué nos vamos a preocupar entonces? La Ley de Dependencia nació solidaria y sensible, y aunaba la ayuda a los dependientes, el apoyo a sus familiares y proporcionaba, además, trabajo a muchos parados. Se trataba, se nos dijo entonces, de una normativa de implantación progresiva que requería de una asignación presupuestaria anual; pero a día de hoy estamos ante una ley moribunda. A nivel nacional, más bien muerta del todo, con políticas de derechas, enemigas del aspecto social y de colaboración estatal. Y a nivel autonómico, aquí en Andalucía se jactan los gobernantes de ser modélicos en su aplicación, y hablan de un tiempo de espera de 6 meses, cuando todos sabemos que la realidad es muy diferente y estamos hablando de esperas de años. Mientras, los expedientes van de aquí para allá desde que se solicita la ayuda hasta que se concede; pero es que  una vez concedida tampoco llega al dependiente cómo sería de esperar, porque de eso se trata: de esperar y esperar, tanto que son centenas los que mueren al día en nuestro atrasado país sin que les llegue la ayuda concedida. No tiene nada de raro pensar que semejante dilación sólo busca que mueran y ahorrarse el desembolso de las susodichas ayudas. Es vergonzoso comprobar cómo mueren nuestros mayores dependientes sin recibir la ayuda prometida, tanto si hay como si no hay dinero previsto para ella. En la Administración no tienen ninguna prisa, no les preocupa lo desasistidos que dejan a miles y millones de personas, y a sus respectivas familias; aparte del poco interés en crear empleo en un sector tan solidario como eficaz y preciso.

Foto: Lola Fernández

Entre tanto, hombres y mujeres, a veces con la mirada perdida, pues ellos mismos están perdidos, están, si tienen esa suerte, en residencias caras, muy caras, con sus familias directas a la espera de una aportación pública que alivie las dificultades económicas de quienes han de hacer frente mensualmente a desembolsos importantes. Mujeres y hombres que si tienen una pensión decente no recibirán ayuda personal aunque estén solos y no puedan valerse por sí mismos en muchos aspectos de su vida cotidiana. Y después se extrañan los especialistas de que cada vez mueran más mayores solos y sin que nadie se percate de ello. La soledad es una silenciosa asesina sumamente efectiva cuando nadie le pone límites. Es una vergüenza comprobar el abandono de nuestros mayores por parte de un Estado neoliberal que se despreocupa en demasiados aspectos de la ciudadanía y sus problemas. Y si preocupante es lo caras que son estas residencias, cuando las hay, qué decir de la cantidad de gente que no puede hacer frente al gasto que ellas suponen. Pero aún es peor pensar en la cantidad de personas solas, y a veces en la calle, que padecen, por ejemplo, Alzheimer y están vagando perdidos sin que nuestra sociedad les ofrezca soluciones; con lo cual no sólo les condena a la pobreza y el abandono, sino con frecuencia a la misma muerte. Mientras entro en la residencia en la que tengo a mi padre, enfermo de Alzheimer, pienso en las personas que ni siquiera saben no ya solicitar ayuda, sino incluso que la necesitan. Y me detengo un segundo ante un precioso macetero de pensamientos, flores muy acordes con mi pensar, y termino concluyendo que es una pena que el hombre se encargue de estropear a diario la belleza que la naturaleza nos regala, con sus acciones tan poco humanas, y tan absurdas como es no cuidarse como especie. Porque si no nos cuidamos nosotros mismos, y unos a otros, quién va a preocuparse.

427. Qué está pasando

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Si por estos lares nos preguntan que qué está pasando, desde luego que menos el tren… Resulta que hace ya tres años que el mismo no pasa por Granada capital, caso insólito entre las capitales españolas; y por Baza, de eso ya ni me acuerdo casi. Es una pena, porque a nuestras tierras no sólo no llega el progreso, sino que cada vez es peor la situación. Nuestros políticos se afanan en demostrar lo malos que son los adversarios, sin tener la decencia de mirarse a ellos mismos, que ya nos vale la clase de representantes que tenemos. Son tan nefastos e incompetentes que seguro que sin representación nos iría mucho mejor; al menos yo no tengo la menor duda, no sé ustedes. Y son tan ineptos en su gestión como en su labor de desgaste al contrario, porque ya me dirán cómo se come eso de echarle la culpa al Gobierno central, olvidando el Gobierno autonómico. Que para Madrid no existimos, eso está bien claro, en todo; y bastante hacemos contrarrestando sus intentos de hacernos daño, a los andaluces, en bastantes sentidos, los económicos por delante. Pero no me dirán ustedes que para Sevilla somos mucho más importantes, porque es que, si no fuera para llorar, me entraba la risa. Una viaja a la Andalucía occidental y se encuentra con, por poner un ejemplo, unas carreteras estupendas camino a los lugares de ocio de los sevillanos, esos que ellos convierten en suyos sin más miramientos: ya sea Huelva con su costa de La Luz y su Rocío (hay quien se cree que es una aldea de Sevilla); ya sea Sanlúcar, que es como la playa de los sevillanos; ya sea cualquier sitio que ustedes imaginen en el que Sevilla tenga interés… Autovías, autopistas, magníficas carreteras, y porque no les dejan hacer su soñado puente desde Sanlúcar hasta Matalascañas, que si no ya lo tenían todo completo; y el Coto de Doñana que sobreviva como pueda, que ya tiene bastante con el gas y con el atropello fervoroso de la romería al Rocío, lo más alejado de los cánones creyentes que una haya visto jamás.

Foto: Lola Fernández

Ay, pero en la Andalucía oriental, y en nuestra provincia en concreto, las carreteras son para llorar, sin arcenes la mayoría de las veces, con más baches, casi, que la A92, la autovía andaluza por excelencia, esa que nació ya muerta, de tanto como se lo han llevado calentito de los presupuestos para su creación, mantenimiento y reforma. Por aquí se ve que no están muy interesados los políticos sevillanos, porque esto no es cosa de la ciudadanía, sino, una vez más, de la clase política, la misma que tiene tan poca clase que es que ya no sólo indigna, sino que da ganas de vomitar. No les gusta nuestra tierra, y ellos se lo pierden, así que de infraestructuras viarias, o energéticas, o hídricas, poco que contar; y de bosques sin plagas, para qué hablar; y de apoyo a nuestras fiestas, monumentos y cultura en general, vamos, de eso mejor nos olvidamos. Esa Dama de Baza que iba a volver en cuanto tuviéramos listo el Museo Arqueólogico, y de repente, una vez listo, nos descubrieron que en su expolio camino a la capital del Reino, el traqueteo por los caminos de entonces, aún peor que la A92, la decapitó. Oh, tantos años de silencio y secretismo, y tuvimos que enterarnos de ello cuando vieron que tan ilusos, amén de ilusionados, que es que no aprendemos, habíamos cumplido con la condición previamente impuesta para el regreso de nuestra Dama, que es nuestra porque apareció aquí, porque por lo demás… No había escuchado una excusa más absurda en mi vida, pero seguramente, por desgracia, el absurdo seguirá siendo la tónica que nos ofrezcan como respuesta a nuestras demandas; ¡no tienen remedio!

426. La alegría de las flores

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Poco a poco se van yendo los fríos del largo e intenso invierno. Esta vez se equivocaron quienes lo pronosticaron cálido, porque no sólo no lo ha sido, sino que además está remoloneando antes de irse, haciendo que el inicio de la primavera sea más desapacible de lo normal. Sin embargo, las flores no esperan para regalarnos su alegría de olores y colores, adornando ciudades y campos, parques y jardines. Las plantas son un regalo de los dioses, de eso no tengo ninguna duda, y contribuir con mis tareas de jardinera a que salgan adelante año tras año, me proporciona la sensación de ser importante; porque la importancia, una vez más, está casi siempre en las pequeñas cosas. Sólo quienes dedicamos horas a la jardinería sabemos de las satisfacciones, y los sinsabores igualmente, que la Naturaleza nos regala en compensación a nuestra dedicación. Y ahora es un tiempo para disfrutar los milagros de los cultivos, más allá de los límites del jardín, expandiéndose hasta las mismas faldas de las montañas, si no ascendiendo hasta sus alturas. Es hora de pasear por las calles de la ciudad bajo la sombra florida de la arboleda; de deleitarse caminando por cualquier parque, gozando de los placeres más puros, esos que se dan generosamente y que es imposible comprarlos, por lo que están al alcance de cualquiera que sepa regocijarse con ellos.

Foto: Lola Fernández

El frío se va, y, sin apenas transición primaveral, pronto estaremos inmersos en temperaturas de fuego; así que en estos pocos días de simbólico puente, seamos capaces de tener la plena conciencia de ellos, porque se irán para siempre, no lo duden, y aunque volverán otros semejantes, nunca serán los mismos. Es lo que tiene la vida, que por desgracia nos acordamos de cosas y gente cuando ya no están, ni estarán jamás. Hay en algunas personas todo un difícil y costoso proceso de aprendizaje para llegar a comprender lo que no significa ni significará nunca nada para otras, es así la relatividad de nuestras existencias.

Así que no olviden detenerse en la belleza de pimpollos y capullos, aunque tengan la certeza de que después de ellos han de llegar las rosas u otras preciosas flores, porque nunca se puede tener la seguridad de que el trayecto no se vea interrumpido. Lo único que conocemos es el ahora, y del después no podemos hacer conjeturas sin que quepa equivocarse; así que menos moverse entre presunciones y supuestos, cábalas y corazonadas, y más atención al aquí y ahora, que es la única infalible evidencia. Y en medio de tales conceptos, la misma vida latiendo segundo a segundo, como el corazón de la Tierra. Imposible escapar de la magia y la fascinación de estar vivos, a pesar de todo lo que en un momento dado ensombrece el curso de los días, que está ahí, a qué negarlo, y que hace que millones de personas no puedan sentir dicha alguna, pero que no tiene por qué tener el poder de romper el hechizo de la existencia. Vivamos, sintamos la felicidad de hacerlo, con plena conciencia de ello, sin dejar que se nos escape disfrutar de todo lo que hace de la vida algo sublime y agradable; no vaya a ser que después ya sea tarde y no estemos capacitados, por una u otra causa, para hacerlo. Y para empezar, ahora que estrenamos un abril radiante, no es mala idea dejarnos envolver por la alegría de las flores, que son pura poesía de la Naturaleza, con sus pétalos, olores y colores, a modo de versos, rimas y estructuras poéticas.

425. El puente de la renovación

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Madre mía, una no deja nunca de asombrarse ante ciertos hechos, por más que ya esté hecha a los ciclos y a la repetición anual de tantas cosas como para haberse acostumbrado. Sin embargo, para nada hay costumbre en los milagros y estos siempre te embargan de emoción, aunque no sean nuevos y ya hayas tenido la suerte de experimentarlos. Así, por mucho que conozcamos las fases de la Luna, quién no se emociona cuando brilla llena encima de nuestras cabezas, iluminando la oscuridad de la noche; o cuando descubre en primavera los primeros brotes en los árboles del jardín, aún vestidos de invierno… Cuando ves los signos de cómo la vida se va renovando sin pausa, te das cuenta de lo importante que es acompasar tus pasos a los que te va marcando la Naturaleza. Cómo no comprender que vivir es cambiar continuamente, y que quedarse anquilosado es tanto como estar muerto aunque se siga respirando; porque la vida no espera, avanza y ni te mira, y te agarras a su estela o te quedas para siempre en el mundo del olvido, que es algo así como un preámbulo al de la muerte. El tiempo, las etapas, los ciclos, las fases, los periodos, todo eso que conforma la sucesión y la repetición, está claro que no dejan de ser palabras, términos inventados para entendernos, pero si no alcanzamos a ver el misterio que encierran, mejor apaga y vámonos. Porque la existencia está llena de síntomas y evidencias de su realidad; más allá del lenguaje inventado, a veces más para los desencuentros que para el entendimiento y la armonía. Pero es que sin interferencias y disonancias, cómo llegaríamos a apreciar en su justa medida el equilibrio y la concordia: es difícil que exista el acuerdo si no se ha logrado mediante una serie de soluciones que previamente han supuesto distintos puntos de vista, que es tanto como pura discrepancia.

Foto: Lola Fernández

Todas estas reflexiones me ocupan mientras disfruto, un año más, del tránsito de estaciones, con el consabido absurdo cambio de hora, ese con el que prometen acabar, para después demostrarnos que las promesas de ciertos colectivos valen tanto como la ropa de diseño en un campo de refugiados sin refugio; es decir, nada. Pero que existan personas que no valen, eso no merma en absoluto la valía propia. Cada quién desmerece, o merece, por méritos personales e intransferibles, no por realidades ajenas, por mucha empatía que le echemos a los asuntos de los demás. Que ya se sabe que somos seres sociables, pero a la hora de la verdad quién no siente la soledad de la individualidad en medio de la marea, y el mareo, del grupo; se dice que nacemos y morimos solos, y eso es la mayoría de las veces verdad. Pero ya estamos acostumbrados, y nos ayudamos con conceptos como amistad y amor; y cobijos como puede ser en un momento dado la familia, que en otras ocasiones se convierte en puro desamparo. Así de raros y complicados, por complejos, somos los seres humanos, los mismos que a veces sólo damos muestras de ser demasiado inhumanos. Y mientras pienso esto y lo comparto con ustedes, los últimos coletazos del invierno se empeñan, con aullido de viento, en dejar claro que los cambios no se dan de la noche a la mañana, que hay todo un proceso de mutabilidad que es como un puente, con una entrada y una salida, y que al atravesarlo nos transforma, consiguiendo, lo queramos o no, que no seamos lo mismos al adentrarnos que al salir de él.

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