452. A la deriva

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

No sé a ustedes, pero a mí se me encoge el corazón cuando escucho las noticias que me hablan de la inmigración irregular que llega a diario a las costas andaluzas a bordo de pateras que dan de comer a repugnantes mafias. Estas no dudan en lanzar a personas desesperadas a un océano que da miedo, con embarcaciones más frágiles que una cáscara de nuez en la orilla de una playa, y con falsos flotadores corporales que, en caso de naufragio, sólo absorben agua y empujan a los pobres desgraciados al fondo. Verdaderamente es una realidad terrible que crece exponencialmente año a año, con cifras que señalan que unas 50.000 personas arribaron el año pasado al litoral andaluz, procedentes de Marruecos, Guinea y Mali, especialmente, por el Estrecho de Gibraltar o por el Mar de Alborán. A ese número hay que sumarle los muertos, que son varios miles, por supuesto muchas más vidas ahogadas que las que se sabe, porque es muy difícil la exactitud en este tema tan triste. Realmente hay puntos de nuestras costas que nos permiten avistar las africanas, y si estás huyendo de situaciones horrorosas, es una lógica tentación tratar de salvar la distancia y alcanzar la otra orilla, esa que se supone te va a dar una nueva vida más gratificante. Pero es que hasta las aves migratorias saben que han de esperar el momento preciso y más propicio para lograr el objetivo de llegar al otro lado, y eso que cuentan con alas. Los pobres inmigrantes no saben volar, ni, la mayoría de las veces, nadar; y las mafias que les engañan y les roban mucho, a cambio de precarias embarcaciones que no es raro que zozobren bajo un sobrepeso insoportable, no entienden de momentos favorables. Para ellos sólo vale coger el dinero y negociar nuevas tandas.

Después del frío y el miedo, si logran sobrevivir, no tardan mucho en descubrir que aquí no está el paraíso soñado. Esas pateras, a rebosar de ilusiones, se estrellan nada más llegar. Esas barquitas de plástico, porque es que a veces no son ni de goma, van llenas de hombres, mujeres y menores, que serán atendidos médicamente si son rescatados en alta mar. O en la orilla, donde además serán interceptados por las Fuerzas de Seguridad al alcanzar las playas, para ir a dependencias policiales, ser trasladados a diferentes puertos, y enviados a centros de acogida; que de acogedores sólo tienen el nombre, pues más se asemejan a cárceles en los que se hacinan sin futuro. Desde luego, es muy sacrificada y encomiable la labor de estas personas, y de las ONG´s, como la Cruz Roja, que se dedican a ofrecer un poco de humanidad y ayuda a personas que llegan en condiciones verdaderamente lamentables. Pero algo falla y no son sólo los inmigrantes los que van a la deriva. Porque esa humanidad se da sin dudar en la gente corriente con respecto a las personas que llegan así a nuestro país, y sólo hay que recordar imágenes de los testigos de la llegada de alguna patera, cómo les ayudan a escapar de las Fuerzas de Seguridad. Pero una cosa es la gente normal, y otra la anormal que conforman ciertos partidos políticos que abordan este tema hablando de invasión. Ay, vaya invasores, muertos de frío, de sed, de hambre, medio muertos y trasladados, a donde no molesten, nada más llegar. Yo creo que la invasión es más bien la de esos partidos de ultraderecha que hablan de expulsión de estos pobres que buscan refugio y huyen de condiciones tan malas que no dudan en escapar jugándose la vida. Pero ese es ya otro tema…

451. De estreno

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Estamos de estreno, como cada mes de enero: se nos va un año, y empezamos otro nuevo. Y ello siempre conlleva, lo sabemos muy bien, que nos hacemos mil planes y más propósitos de enmienda. No es nada negativo, antes al contrario; y si el tránsito de un año a otro es una ocasión para ello, bienvenida sea. Entre los objetivos a cumplir, todo un clásico es cuidarnos físicamente y soltar el lastre que invariablemente se nos pega al cuerpo durante las navidades, fiestas gastronómicas donde las haya: porque mira que se come y que se bebe en estos días, madre mía… Y para perder el exceso de peso, nada mejor que pasear: caminar por nuestra Baza querida es la oportunidad de disfrutarla, a la vez que practicamos saludables conductas. Y ello es lo que he hecho desde que regresé a nuestra ciudad, acabada ya la Navidad. Aunque lo cierto es que los paseos y las caminatas me han sido más útiles para la tarea de soltar gramos, porque curiosamente se engordan kilos, pero se adelgazan gramos, que para el deseo de deleite para los sentidos.

Foto: Lola Fernández

Les hablé en otra ocasión de lo poco apropiado que me parece gastar un montón de dinero en una rotonda, que puede estar bellísima sin necesidad de demasiado desembolso económico, máxime en tiempos en que el dinero de todos es más adecuado invertirlo en los más necesitados, que ahí están. Bueno, el caso es que esa rotonda en la avenida de Murcia, se estrenó después de meses de trabajar en ella, aún no sé para qué se necesitaba tanto tiempo. Al final es una fea fuente que casi nunca tiene agua, unas plantas secas, un césped mal cuidado que da un aspecto pésimo al conjunto, un escoramiento raro; y la coronación de todo, el escudo del Ayuntamiento, que ni siquiera de Baza, como una guinda que certifica la autoría de semejante proyecto. Pero es que lo peor no es la rotonda, que ya es difícil superar ese desaguisado. Es que se inauguró completada con el paseo frente a ella, que se suponía iba a ser poco menos que un vergel, camino de la residencia municipal de mayores al fondo. Y ay, ha sido pasear por el lugar y sentir una tristeza cuasi infinita.

No es de recibo, y lo digo desde aquí por si llegara a oídos del responsable del mantenimiento del lugar, que se invierta un importante pellizco de los presupuestos municipales para embellecer urbanísticamente Baza, y que a poquísimo tiempo de estrenar rotonda y paseo, la dejadez sea la tónica dominante. El estado del paseo es que es para llorar directamente: riego por goteo que no debe de haber conocido qué es eso del agua; plantas completamente secas, albero que eso no es albero ni es nada, lleno de malas hierbas, que parecen ser la únicas que han recibido riego, por su proliferación, etcétera. De verdad, es triste, pero sobre todo es indignante. Si se gastan los dineros, que sea para embellecer nuestra ciudad, no para semejante abandono recién estrenado. Que es que además no hay excusa ninguna: si se contrataron tantos trabajadores, porque fueron muchos, para realizar semejante obra pía, qué menos que tener un par de ellos para mantenimiento de jardines. Vamos, digo yo desde mi ignorancia, que todo puede ser que no me entere, y haya algún motivo razonable para tirar así el dinero de todos, y hacerlo además a la vista de todos. En fin, que desde aquí ruego a los responsables, que hagan el favor de arreglar el lugar, porque es que es una pena, de verdad.

 

450. Y el otoño se nos va

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Aunque tenemos la certeza de que volverá, hay una cierta tristeza al saber que el otoño se nos va. Apenas llevamos un par de días fríos, pero es pensar que llega el invierno, con sus paisajes desnudos y helados, y ya parece que la temperatura desciende, que las horas de luz menguan, que la noche es más dura para nuestras plantas de exterior. Ya sabemos que somos complicados, que nos gusta sumar dificultades a las ya existentes, que siempre nos quejaremos, da igual si es por frío o por calor. Lo percibimos perfectamente, pero eso no quita para que caigamos en ello una y otra vez. Aunque una cosa es segura: el otoño se nos va, queramos o no, indiferente por completo a nuestros sentimientos, sensaciones y pensamientos. Los ciclos se repiten, estemos de acuerdo o no; es más, estemos o no, ya no de acuerdo, sino vivos y presentes. La vida sigue su curso, contraria pero complementaria a la muerte, y no nos queda otra que adaptarnos y procurarnos la mayor felicidad posible; que dicen que no son felices más que los más simples, pero bendita simplicidad la de sentirse feliz e ilusionado. También dicen que los momentos más maravillosos y satisfactorios, los vivimos sin ser conscientes de ello; por eso hay que estar muy despiertos y atentos, porque si los protagonizamos, qué duda cabe de que podemos darnos cuenta de que nos están ocurriendo. Así que despejemos los sentidos de tonterías, que nos quitan mucha energía y nos roban un tiempo precioso que nunca volverá, al contrario de lo que ocurre con el otoño, que el próximo septiembre regresará sin falta. Atentos y poniendo el acento en las cosas sencillas, que son las más asequibles y, al final, las que más bienestar nos suelen procurar.

Foto: Lola Fernández

Y con estas divagaciones de otoño postrero, me paseo por una Alameda que ya está casi vestida de invierno, y me siento feliz en ella, como siempre me ocurre. Aunque también es invariable el disgusto que me provoca encontrarme frente a las balsas. Con la pequeña tengo la sensación de que ya es casi imposible mejorar el entuerto que para mí es el cambio de altura y de estructura. Llevo en mis recuerdos de niña la estrella a ras del suelo, con el chorro en su centro, creando ondas y movimiento; aún puedo ver sus peces de colores y siento que era un lugar mágico para los más pequeños. Hoy es inaccesible para ellos, a no ser que sus padres los tomen en brazos, o vean la nueva fuente desde el paseo superior. Nada que ver, nada; y difícil de enmendar, a no ser que se vuelva a cambiar y se recupere su forma anterior, cosa que es tan improbable como que el otoño no nos deje en unos días… Sin embargo, sería tan fácil mejorar la balsa grande: bastarían unos cuantos maceteros de piedra situados estratégicamente sobre su borde, aprovechando las esquinas de su diseño. Maceteros que podrían fijarse con cemento para que no desaparecieran, y plantar en ellos yedra, geranios, culantrillo, etc…; plantas que agradezcan la cercanía del agua y que adornen con su verde perenne y sus flores de colores una fuente que ahora es fría y fea. Porque lo es, más allá de que su mecanismo funcione y dibuje juegos de agua tan bellos como antes; eso cuando ocasionalmente se pone en funcionamiento, que la verdad es que casi siempre lo encuentro apagado. ¿Cuesta tanto crear belleza allí donde brilla por su ausencia y es fácil y barato hacerlo? Tampoco es tan difícil mejorar lo que provoca esa sensación de desnudez y de que faltara algo… Ese es mi deseo para esta Navidad, que la espero venturosa para todos ustedes: unas plantas que lleven vida y alegría a una balsa que es tan nuestra y tan querida por todos los bastetanos. No sé si los Reyes Magos o Papá Noel me escucharán, pero desde ya les adelanto que he sido muy buena y es un deseo nada egoísta, sino para compartir.

449. Con flores siempre es mejor

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Que vivimos malos tiempos para la lírica, como dice la canción, es algo que nunca me cansaré de decir; pero contra la fealdad, la belleza, y alegría para contrarrestar la tristeza. O las tristezas, que son muchas y variadas, en una época que además cuenta con el añadido de conducirnos directamente hacia el invierno. Hay estaciones, como esta del otoño, que son verdaderamente un portento de hermosas transformaciones, de colores, de bonitos cambios, pero ay, nos llevan a un frío invierno de días cortos y heladas noches. Ahora que estamos además en diciembre, faltan muy pocos días para las fiestas navideñas, un tiempo que a muchos hace felices, como a otros muchos hace desgraciados. Hay cosas ante las que no cabe la indiferencia, y la Navidad, o te gusta, o no te gusta. Y no es una simple perogrullada, porque entre ambas opciones caben actitudes muy diferentes, que pueden marcar significativamente el fin del año.

Foto: Lola Fernández

Las navidades son unas fiestas que nada tienen que ver con cualquier otra, que están muy por encima de las creencias o no creencias religiosas, que invariablemente se van a ver influidas por los recuerdos de la infancia, y afectadas por la ausencia de nuestros seres queridos. Cómo va a ser lo mismo conforme van muriendo las personas que más amamos y que vivieron con nosotros no una sino muchas navidades inolvidables… Es imposible escapar del dolor cuando no somos niños y echamos de menos, por ejemplo, a nuestro padre, a nuestra madre, o a los dos. Como son absolutamente unos días de ilusión irrefrenable para los más pequeños; los mismos que desconocen por completo que están creando recuerdos que nunca se borrarán, y que llegarán años en que añoren estos días con una nostalgia insuperable. La Navidad es sin duda una fiesta para la infancia, y mucho más difícil para los adultos; y más si no hay niños y niñas cerca para obligarles a ilusionarse con ellos. Aun así, hay que ver lo bonito y alejar lo feo; cantar villancicos, vestir el árbol, construir un belén, salir de compras y admirar las luces y adornos en escaparates y calles… No sé, hay que ponerse en modo navideño si no queremos terminar hartos y dolidos.

Y como siempre, con flores es mejor, y no sólo con las de Pascua, típicas en estas fechas. Hay que buscar siempre sus colores y su alegría, es algo que no cuesta dinero; porque por cualquier lugar encontraremos plantas con esos toques de color maravillosos; y por muy acostumbrados que estemos a verlos, no dejan de ser un milagro de la naturaleza. En la creación del Universo, la aparición de las flores es, desde luego, de los hechos más importantes, y olorosos, además. Así que disfrutemos de cualquier época, porque en todas tenemos la posibilidad de gozar con algo tan hermoso, como tan a nuestro alcance. No hay estaciones en las que no contemos con flores, y aunque decimos que mayo es su mes, a lo largo de todo el año, árboles y plantas nos las proporcionan, como el más preciado de los regalos, sin necesidad de escribir cartas a los Reyes, o de pedirlas a quienes nos rodean. Como suele ocurrir, lo más simple es lo más hermoso y lo más asequible; por mucho que nos emperremos en correr tras imposibles, o en esperar en vano lo que nunca ha de llegar.

448. Me provoca ternura

Por Lola Fernández Burgos

Día de elecciones en Andalucía, y las personas elegidas para las mesas de los colegios electorales madrugan, muchas con la esperanza de que no falte nadie y así poder volver a sus casas, puesto que son suplentes. Pero el engranaje funciona y los ciudadanos cumplen con sus deberes cívicos, que son pocos frente a los derechos, pero también existen y constan en nuestra Constitución. Me provocan ternura, al igual que quienes despiertan ilusionados porque les toca ir a votar; muchos mayores, porque hubo años en que no podían, cosas de una dictadura; y los jóvenes que son ya mayores de edad y se van a estrenar en esto de depositar un sobre en las urnas. Me provoca ternura la gente que, pese a las desilusiones, aún considera que el poder soberano le corresponde en última instancia, y sin otras reflexiones no se para a pensar en los políticos, que tan poco se merecen a esta buena gente, y piensan más en el futuro de su tierra y en el anhelado bienestar general. Como también me la provoca, por qué no, los nuevos integrantes de las diferentes listas de los partidos, que por primera vez se enfrentan al veredicto popular y tienen la ilusión de trabajar por la ciudadanía, sin más, sin estar aún tentados por un poder mal entendido, que igual les hace olvidar su vocación de servicio hacia los demás, o lo mismo les trae una decepción que les apeará rápido de la Política, haciendo que no quieran saber nada de ella por los siglos de los siglos.

Me provoca ternura, no puedo ni lo quiero remediar, la buena gente que hace de un día como hoy un día de fiesta, porque realmente lo es. Mismamente, las mujeres llevamos muy poco tiempo pudiendo votar; y tras el golpe de Estado contra la II República, pasaron décadas sin que se pudieran ejercer en libertad los derechos más elementales, entre ellos el del sufragio. Y me parece muy de agradecer que esa gente, sana y buena, sea capaz de no caer en el desánimo en el que sería muy lógico quedar atrapada, tal y como están sucediendo las cosas en los últimos años en nuestra Andalucía, y en España en general. Porque esa gente es la misma que cada día trabaja y levanta el país, con independencia de gobernantes, corrupción, confusión entre poderes estatales. Son las magníficas personas que han ido siendo capaces de sortear los peligros de una crisis que se llevó el bienestar de una clase media imperante; que han debido de ayudar a unos hijos que lo han tenido aún peor, y a unos nietos que, sin futuro, no se han negado a vivir el presente sin mirar atrás. Y eso que muchos han caído en la desesperación y han recurrido al suicidio al ver cómo eran desahuciados o se quedaban sin trabajo y sin nada; o se han tirado a la calle y son unos más de los miles de los sin techo.

Me provocan ternura quienes podrían haberse quedado en perdedores en una sociedad y un sistema que es el que en realidad ha fracasado. Y que, antes al contrario, son auténticos héroes y heroínas anónimos. Porque han evitado que todo se fuera al garete, y muchos, además, ven cómo se les niega su derecho a tener una jubilación tranquila a nivel económico, después de toda una vida cotizando. Como decía una famosa canción de la transición: (pero) yo sólo he visto gente muy obediente hasta en la cama, gente que tan sólo quiere vivir su vida en paz…”. Era el Libertad sin ira, de Jarcha, que fue todo un himno en tiempos de cambio, y que, por aquellos azares de la realidad socioeconómica y política de nuestro país, aún está plenamente vigente. Y esa gente, obediente de más a veces, me provoca mucha ternura, que es tanto como decir que la quiero, por ser buena, no caer bajo el peso de la decepción, ser un ejemplo de vida y mantener intacta la ilusión de vivir.

447. Violencia Machista

Por Lola Fernández Burgos

Se celebra el Día Internacional de la Eliminación contra la Violencia de Género, y siempre pienso que, aunque necesario, de poco sirve. Porque la violencia machista sigue asesinando a las mujeres, con una impunidad que da miedo. En España se las mata con una frecuencia repugnante; pero es que en Andalucía es donde más se las asesina, y para rematar la estadística macabra, es en Granada donde llevamos más asesinatos machistas este año. Ay, qué pena que no se haga apenas nada contra esta lacra social, que es mucho más dolorosa que cualquier otra en la que piense. Y lo peor es que en la violencia contra la mujer caben muchísimas más conductas machistas que el asesinato; siendo éste, lógicamente, la culminación de una violencia que implica abuso de fuerza, con ayuda de una protección institucionalizada descarada. ¿De qué pueden servir los Juzgados de Violencia contra la Mujer, si los hombres y mujeres encargados de impartir justicia son unos impresentables machistas y misóginos? Y ya se sabe que se salvan las excepciones, pero es que debería ocurrir al revés, que la excepción fuera lo malo, no lo deseable. Pero no, en este país atrasado en el que se respeta muy poco el tema relativo al género, quedando siempre malparada la mujer, lo que abunda es lo negativo e indeseable; siendo excepcional lo correcto, y no hablo de normas de educación.

Aunque qué duda cabe de que la educación tiene mucho que ver en este y en otros asuntos capitales. Es lamentable que vayamos para atrás, y no lo digo por decir: la última vez que escribí sobre el tema, en España se denunciaba una violación cada 8 horas… y ahora se hace cada 5. Esto evidencia que no sólo no se ha atajado el problema, sino que se ha permitido que algo tan a erradicar de cuajo, aumente. Parece que los hombres no se enteran, pero las mujeres estamos ya muy, pero que muy hartas, de tener miedo, y tenerlo por su culpa. Que ya está bien de no poder andar por las noches por las calles y por donde nos apetezca, sin temer que aparezca un depredador de mujeres para violarnos o asesinarnos. Que estamos muy cansadas de pedir una igualdad de derechos, que para nada implica que queramos ser como los hombres. Para nada. Para nada. Somos muy felices siendo mujeres, con el privilegio de poder dar vida a otros seres. Sólo nos hace infelices la repugnante realidad nuestra de cada día del machismo, y de la violencia machista en sus múltiples expresiones. Porque es también violencia tratarnos como a objetos y creerse con el derecho de decirnos cosas, incluidos eso que se llaman piropos. Violencia es igualmente creer que las mujeres somos putas cuando tenemos sexo, mientras los hombres son más y mejores hombres si lo tienen. Como es violencia invisibilizarnos e incluirnos en el género masculino sí o sí. Que yo comprendo el lenguaje inclusivo, y que si hay 9 hombres y 1 mujer, hablemos de todos. Pero rechazo por completo el lenguaje sexista, y que si hay 9 mujeres y 1 hombre, no hablemos de todas. Eso es machismo puro y duro. Y no me vengan con lo de la costumbre. Costumbre era también que las mujeres no votaran, y el voto femenino es toda una conquista en los derechos civiles. Dejémonos de pamplinas, que son muy peligrosas y contribuyen a esta macabra realidad de mujeres asesinadas sin que la sociedad lo quiera realmente evitar. Porque si lo deseara, lo evitaría. Lo demás son cuentos para no dormir, y qué quieren que les diga, no está el mundo para aguantar imbecilidades, mientras se mata a las mujeres y a sus hijos sin que quienes pueden evitarlo muevan un dedo para hacerlo. Así que vale, vayamos a las manifestaciones contra la violencia de género. Pero, sobre todo, no ejerzamos dicha violencia en sus distintas expresiones; son muy reconocibles y están, por desgracia, a la orden del día.

446. Transformaciones

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En una sociedad que a veces y por desgracia es sumamente hostil para quienes la habitamos, mirar hacia la naturaleza es, más que un escape, un modo de encontrar la verdad. Es que cuando hay tanta mentira por todas partes y entre tanta gente, mirar al cielo y disfrutar con el dibujo de sus nubes, es un milagro en el que cobijarse. Frente a tanta cosa fea, precisamos de un refugio en el que no perder lo bueno que albergamos dentro. En estos días de intensas lluvias es fácil entender que por bonito que sea ver llover, más nos vale resguardarnos si no queremos terminar empapados, y quién sabe si con un buen resfriado, o algo peor. No hay por qué desconfiar de la bondad ajena, de eso no hay duda; mas al final pagan justos por pecadores, y si te engaña alguien, ya recelas de que no lo vuelvan a hacer otros. Es algo absurdo, pero existen personas que juegan a parecer que son, aunque sin ser realmente. Bueno, ser claro que son, cómo no, pero desde luego muy diferentes a como aparentan. Es algo que ni entendí, ni entiendo, ni entenderé: si se finge algo y con éxito, es decir, engañando a los demás, es porque se sabe ser tal y como se finge ser; y si eso es, por lo general, bueno, por qué no lo convierten en verdad y se dejan de disimulos… Si eres malo pero cuela cuando te haces el bueno, es porque claramente ves la diferencia entre maldad y bondad. ¿Qué trabajo cuesta ser de verdad y no una mentira andante? Al final, a los mentirosos se les acaba calando, y terminan muy solos, o rodeados de más embusteros… y así ya me dirán si podrán vivir medianamente bien. Sin embargo, y francamente, me importa un bledo el destino de gente que vale tan poco.

Foto: Lola Fernández

Lo peor de todo es que cuando te vas topando con seres de tal calaña, ínfima y nefasta, tú te vas dejando cosas buenas por el camino. Y ello hace que vayas cambiando: son esas transformaciones defensivas, que actúan a modo de corazas para no acabar heridos o muertos; lo cual es peor, pues encima no tiene remedio, que ya se sabe que la muerte es lo único definitivo. Aunque hemos de evitar por todos los medios y maneras entrar en este juego de mudanzas y metamorfosis conductuales, provocadas por el actuar de los demás. Es muy difícil no perder la inocencia, mantener la confianza, mirar a la gente sin tener memoria de la propia experiencia pasada; pero no es imposible. Así que como reto hay que procurar que las únicas transformaciones que nos permitamos contemplar sean las de la naturaleza, tan evidentes en estos tiempos otoñales que tenemos la suerte de poder disfrutar. Y ello, además, durante tres meses al año: por si nos pillaran tontos, o adormecidos, o enfrascados en batallas que consideremos más importantes, que tengamos otras oportunidades de aprender a saborear el placer de lo auténticamente esencial. Porque es que nunca aprenderemos, o igual sí, quién lo sabe; y mientras tanto, la vida ahí afuera nos regala los maravillosos cambios de la renovación. Dichosos aquellos que son capaces de verlos y comprender que son la única certeza que tenemos, pues el mundo que nos circunda es pura y simple transformación.

445. Calle Zapatería

Calle Zapatería. Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Hay cosas de Baza que me duelen, y que no las entiendo; porque creo firmemente que no son de recibo ni tendrían que ser así, con sólo que quien puede cambiarlas sintiera amor verdadero por nuestra ciudad. Pasear por las calles y plazas, por los barrios bastetanos, es sentir más veces de las necesarias una pena por el abandono en que están demasiados lugares. Tengo la sensación de que se limitan a cumplir el trámite de dedicar ciertas ayudas externas a un lavado de cara de algunos elementos cada año, pero poco más. No veo un proyecto de ciudad que implique y enamore a la ciudadanía; que más bien anda bastante mosqueada por muchos detalles que le hacen pensar que todo va a peor, en lugar de mejorar, como sería lo lógico. Un alicatado aquí, unos detalles sobre el Cascamorras allí, y poco más; de verdad, es desalentador amar Baza y sentir que está muy poco cuidada y mimada como se merece. Porque ya me dirán si es de recibo cómo se encuentran algunas calles tan céntricas y transitadas como la Calle Zapatería. Arrancando de la Calle de los Dolores y ascendiendo hasta la Plaza de San Juan, está ubicada en un lugar privilegiado y que conecta en unos minutos barrios distantes con el centro al que pertenece. Desde que tengo memoria, guardo recuerdos de una calle bulliciosa y comercial, a uno y otro lado. Sin aceras, porque pertenece al entramado de estrechos callejones propios de la arquitectura árabe que habla de nuestro rico pasado histórico, no es sólo protagonista de importantes eventos de la historia de Baza, sino que siempre estuvo llena de vida y comercios, teniendo a la Plaza Antigua de Abastos como reina de los negocios y tiendas en ella presentes. Me recuerdo andando por ella entre frutas, calzado, joyas, barbería, bares, churrería, ropas y complementos. Y llegando en un plis plas a la Plaza Mayor por el Arco de la Magdalena o por el Mercado de Abastos; o a la Iglesia de la Merced y las Balconadas de Palo; o subir a la Alcazaba o seguir para la Cava Alta por la calle Boliche con su molino; o por las Antiguas Carnicerías salir a la Plaza de la Cruz Verde, que era mucho más bonita y personal antes de su aséptica reforma…

Calle Zapatería. Foto: Lola Fernández

Es una calle que no se merece ni mucho menos estar tan sucia, fea y abandonada; pasar por ella es sentir una terrible sensación de decadencia y desolación. Espero y deseo muy de verdad que ahora que están con la reforma de la Plaza de Abastos, cuyas obras han llevado algo de vida de nuevo al lugar, aunque con las consabidas molestias de toda obra, no se les olvide arreglar el entorno, que buena falta le hace. Porque ya no es sólo la calle Zapatería; es también la de Tenerías, con su fuente y el Molino; la de Audiencia; la Boliche, y todo lo que circunda esta verdadera arteria urbana; absolutamente dejada de la mano de Dios, a pesar de conectar con la Mayor, con la Merced y con San Juan, importantes templos bastetanos. Porque hacer ciudad no sólo es pensar en el futuro, sino respetar nuestro pasado, y para ello nada mejor que cuidar lo que tenemos y no dejar que se muera triste y abandonado. Si los planes de urbanismo no permiten cualquier tipo de reforma en la zona, por pertenecer al casco histórico y tener una protección especial, qué menos que arreglarlo si sus propietarios no lo hacen, y después pasarles la factura. Todo menos dejar que se muera ante nuestros ojos, porque basta darse un paseo por nuestra amada calle Zapatería para comprobar que no se puede permitir su estado actual, y estoy segura de que estarán de acuerdo conmigo.

444. Estamos muy tontos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Estamos muy tontos, tontísimos. Resulta que estoy leyendo la prensa, on line, claro, que ya hace siglos que no cojo un periódico al uso entre las manos, y de repente no se abre la noticia. Horror. Voy a ver si he recibido un correo que espero, electrónico, por supuesto; porque del cartero lo único que sé es que llama para que le abra el portal, y que me deja de todo en el buzón menos una carta de las de toda la vida, de esas que esperabas anhelante y contestabas de inmediato; y leo en la pantalla que no puedo recibir mensajes, que compruebe la conexión. Terror. Voy a llamar por teléfono y sólo comunica, compruebo que no me haya equivocado al elegir número, porque ya ni tenemos que marcar. Socorro. A estas alturas ya me he puesto de los nervios, por favor: ni leer las noticias, ni recibir o escribir mensajes, ni mirar las redes ni nada de nada. En el móvil tengo la opción de desconectar la wifi que no me está funcionando, a pesar de que aparece como conectada, y tirar de datos. Así consigo hablar con mi compañía de nuevas tecnologías y de las de toda la vida, tipo teléfono; y me entero de que en Baza hay un fallo y que se ha caído ni sé qué, pero que es una incidencia general y que por fortuna es lunes y seguramente hay ya operarios trabajando. Que me interrumpen la facturación mientras no se resuelva el problema; vamos, que no me van a cobrar por lo que no puedo usar, y que me regalan un bono de 5 gigas para usar en diez días para navegar sin tirar de las que tengo contratadas. Ah, sí, añaden que el plazo máximo para resolver el entuerto es de 72 horas, y que no me preocupe, que como somos muchos los afectados, que seguramente se arreglará mucho antes… Que no me preocupe, dice, pero a estas alturas ya he entrado casi en pánico, por favor. Se me olvida que con la televisión y la radio estaré lo suficientemente enterada de todo lo importante que ocurra aquí y en el último rincón del mundo: total, para lo que pasa, ignorarlo es casi un alivio. No caigo en la cuenta de que no necesito el teléfono fijo para comunicarme con quien quiera; que para eso ya tengo el móvil, que además es prácticamente gratis hables lo que hables y llames donde llames, más allá de la facturación contratada y con las consabidas excepciones. No me acuerdo de que puedo hacer prácticamente de todo por muchos fallos del servidor y de conexión que haya; pero de repente caigo en la cuenta de que el fallo está en nosotros, y en esta sociedad nuestra.

Foto: Lola Fernández

¿Cómo podemos vivir tan dependientes de algo que hace muy pocos años ni existía? Es que nos quedamos sin cobertura para el móvil, o se gasta la batería, y es como si nos pasara lo peor de lo peor. Ya nos encargamos de añadir al bolso baterías externas y cargadores de baterías externas, y no sé cuántos inventos más para que no nos dé un soponcio porque vamos a estar sin móvil un rato. Es que no somos capaces de dejar pasar unos días sin compartir en las redes sociales con extraños, y algún conocido, lo que hacemos o dejamos de hacer; dónde vamos o no vamos; qué bebemos, o comemos, o por dónde y con quién andamos… No estamos bien, de verdad; no sé cómo hemos podido llegar a este punto, pero hemos llegado, y sin excepción (y si las hay, son para confirmar la regla). Estamos tontos, muy tontos, tontísimos; de eso no cabe ninguna duda; y el que sea una tontería general, no nos excusa ni nos salva, sépanlo ustedes. Así que voy a ver si esta avería técnica me ayuda a concienciarme de la avería general en la que me muevo, y ello me sirve para enmendar errores. Que difícil lo veo, en un mundo en el que si no te adaptas a lo que hay, te quedas tan out como mi wifi en estos momentos. Ah, por cierto, espero que puedan leer el artículo en las próximas horas, será señal de que todo vuelve a la normalidad y he podido enviarlo sin problemas por el correo electrónico. Porque esa es otra, sin Internet ya no podemos hacer casi nada: ¡Me pregunto cómo funcionaba antes el mundo, y, si me apuran, el Universo entero!

 

443. Indefensa Naturaleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Leo con gran tristeza los destrozos que han hecho o están haciendo en la Sierra de Baza mafias organizadas recogiendo setas de manera inapropiada, y dejando el entorno lleno de basura, amén de contribuyendo a que para años próximos no pueda ejercerse la anual actividad micológica, dado que no se respetan las condiciones para la persistencia y regeneración de las setas. Se habla de que son mayoritariamente rumanos, y claro, asunto peliagudo, porque enseguida te pueden tachar de xenófoba. Vaya por delante que no lo soy, que me encanta la buena gente, sea de donde sea; como rechazo a la mala sin importarme igualmente su procedencia. Leía que habían confiscado en Caniles una tonelada de níscalos procedentes de la Sierra y preparados para su venta. Me parece genial la medida, y aunque sé que el protocolo obliga a su destrucción, eso no me gusta ya nada. Hay gente que pasa hambre, y no es de recibo destruir alimentos de ningún tipo. Puedo comprender que se acabe con los alijos de drogas, por poner un ejemplo, pero esos níscalos… ¿No hubiera sido mejor entregarlos en donde se pudieran compartir con la gente que no tiene para comer si no es yendo a lugares en que se les da gratis la comida? No sé, no tengo mucha idea del tema, pero la simple lógica me hace dudar de que destruir toneladas de setas sea lo correcto, aunque seguro que es lo obligado administrativamente. Pero para eso está la flexibilidad de la inteligencia humana, creo. Y también me pregunto si no es posible prevenir los destrozos que se han causado con estas prácticas ilegales. Una vigilancia adecuada impediría semejante barbaridad, porque no hablamos de una o dos personas, sino de grupos organizados que emplean vehículos y toda una serie de herramientas con las que destrozan el mantillo del suelo y todo lo que alberga. Si sólo se pueden recolectar cinco kilos de setas por persona y día y para el consumo propio, me parece que no es difícil evitar que esa normativa se incumpla de manera tan descarada y chulesca. Claro que para eso hay que invertir en vigilancia. Y no sé siquiera si han invertido lo suficiente para acabar con las plagas que estaban matando a pasos agigantados los pinares de nuestra sufrida Sierra…

Foto: Lola Fernández

Qué indefensos los elementos de nuestra Naturaleza cuando la mano del hombre dice de acabar con ellos sin mayores contemplaciones. No se puede permitir ese maltrato, con después nada más que una multa y confiscación del producto ilegalmente recolectado. Las multas no impiden los destrozos del entorno natural, ni tampoco el enriquecimiento de estas bandas organizadas, que seguramente ven confiscada una mínima parte de lo que nos roban a la Naturaleza y a todos y todas, pues ella nos pertenece. Con lo que ganan es fácil pagar las multas, exactamente igual que ocurre con las empresas que vierten sus desechos a los ríos o al mar, sin cuidar de no contaminar: sí, pagan las sanciones, pero son más económicas que la prevención de la contaminación; y esta hace que se degraden para siempre grandes espacios naturales que pasan, de ser llamados protegidos, a la más indecente desprotección. Y todo ello con la connivencia de la abstracta Administración, que poco hace para cortar de cuajo semejantes prácticas ilegales y destructivas, la mayoría de las veces sin vuelta atrás, definitivas como la muerte que dejan tras de sí. Así que qué quieren que les diga, me parece terrible esta realidad nuestra cotidiana, que no es desconocida, que quienes se ven afectados negativamente por ella están más que hartos de denunciar. Sabemos qué pasa y quién lo hace, y más allá de jurídicas presunciones de inocencia, está la obligación de prevenir que la indefensa Naturaleza sea maltratada y expoliada sin miramientos para con ella ni para con nadie. Así que mejor me voy a pasear un rato por lugares aún respetados y llenos de vida, deseando que no llegue el día en que los más repugnantes intereses económicos acaben con los parajes tan bellos como tenemos la suerte de poder disfrutar en nuestra comarca y sus tierras vecinas.

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