640. Echar raíces

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Lo de la duración del año y que a las 12 horas del 31 de diciembre acaba y da paso a uno nuevo es, como sabemos, una convención social más, establecida en un momento histórico dado para entendernos mejor entre todos, aunque hay muy diferentes tradiciones en las distintas culturas para celebrar la Nochevieja y el Año Nuevo. Parece ser, sin embargo, que hay rasgos comunes, tales como las reuniones familiares y con los amigos, las copiosas comidas regadas con mucho alcohol, y algo que a unos gusta mucho y otros detestan, como son los fuegos artificiales. La cosa es que el tránsito entre el año que se va y el que llega no pasa desapercibido, y, según la costumbre, habrá campanadas, uvas, lentejas, besos, agua, platos rotos, bailes, quema de muñecos o de romero, brindis, ropa interior de colores, ventanas abiertas, entrar con el pie derecho, y muchas curiosidades más. Otra convención es la división del tiempo, reflejada en los calendarios, en meses, semanas y días, por quedarme ahí y no seguir con las fracciones temporales que miramos en los relojes. Entre las buenas costumbres perdidas después de la pandemia y el confinamiento por el COVID-19, está la del reparto de almanaques y calendarios por parte de las entidades bancarias, que prácticamente se perdió. Y como es muy difícil que el banco o el taller mecánico te regale un almanaque, como hacía generalmente antaño, a estas alturas del año suelo comprarme uno, preferiblemente que vaya más allá del simple calendario, y añada información sobre los ciclos lunares, el inicio de las estaciones, y, a ser posible, con el santoral, pues desde siempre me ha gustado saber qué santo se celebra cada día, vayan ustedes a saber por qué.

Foto: Lola Fernández

Lo que está claro es que nos decantemos por unas costumbres y convenciones, u otras, es mucho mejor tenerlas y que sean semejantes a las de los que más cercanamente nos rodean, porque hay determinados usos y eventos que vivirlos por libre tiene más inconvenientes que ventajas. Muy distinto es que, teniéndolas, decidamos prescindir voluntariamente de ellas; si es que ello nos es posible, porque la verdad es que no es nada fácil en ciertas ocasiones poder hacer lo que realmente deseamos. Si estamos establecidos en un lugar y con sus modos, si hemos echado raíces y no queremos sentirnos al margen, vamos a tener que conformarnos con sentir la libertad de las hojas y ramas del árbol, aunque teniendo muy claro que su tronco está unido a la tierra por el entramado de dichas raíces, que no sólo soportan y sujetan a la planta, sino que le proporcionan el agua y los nutrientes necesarios para estar viva. Recién llegado el invierno, como quien dice, vamos pues a vivir con alegría el final de un año, dando la bienvenida a otro que, por ser nuevo, nos va a permitir volver a hacer un listado de buenos propósitos y de cosas que deseamos desechar. Sólo cuando llegue la nochevieja del próximo año sabremos si hemos cumplido respecto a lo positivo y a lo negativo; y, si no ha sido así, no hay que preocuparse demasiado, porque el tiempo continúa ajeno a los inventos humanos, y, obviando el pasado y concentrándonos en el presente, no hay ninguna duda de que siempre nos quedará todo el futuro por delante. Vamos a ir arrancando hojas del nuevo almanaque, que es tanto como ir viviendo, porque a base de tiempo alimentamos la vida; y que todos y todas tengamos eso que llamamos un próspero año nuevo.

639. Juego de sombras

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Puede que la sombra sea oscuridad, pero el juego de las sombras proyectadas en una superficie requiere que haya una luz que incida sobre los cuerpos que crearán dichas sombras. Quién no ha jugado en la infancia a recrear un mundo de fantasía inventando formas con las manos, fascinados ante los seres que se movían en la pared al compás del certero movimiento de los dedos. Y quién no se ha quedado embelesado viendo las luces que se reflejan en las paredes al caer los rayos de luz en una superficie acuática. De niños era pura magia, pero incluso siendo adultos, los juegos de sombra y luz nos siguen cautivando. Decía Leonard Cohen, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011, que la poesía es la evidencia de la vida, si tu vida arde intensamente la poesía es sólo la ceniza; seguramente pensando en un rastro del fuego en el que se va consumiendo la vida, si se tiene la suerte de vivir apasionadamente. Sombra y luz, fuego y ceniza, vida y poesía, realidad y deseo…, a modo de parámetros en los que se balancea la existencia, y que, por supuesto, van muchísimo más allá de meras dualidades. Vivir es bastante más complejo que elegir entre una cosa y su contraste, que moverse entre equivalencias o disparidades, y somos tanto un camino sin solución de continuidad como un cúmulo de fracturas y rupturas que nos van enseñando a reinventarnos cuando es preciso. Tan poderoso es dejarse llevar por el universo encantado de la irrealidad y los sueños, como ser muy conscientes de que, por cada sombra que se proyecta en un muro, hay un objeto opaco que la crea, a partir de una fuente de luz, o sin necesidad de que exista tal.

Foto: Lola Fernández

Lo que realmente importa es que, nos movamos entre sombras o a plena luz, nada ni nadie nos confunda, algo que no es infrecuente sentir cuando hay desorden y desconcierto. Por mucho que griten o se mienta, nunca hay que perder el equilibrio ni dejarse arrastrar por el ruido y la mentira. Ciertamente es más fácil no caer en el engaño cuanto mejor informados estemos, no dejándonos aplastar por el terrible peso de un punto de vista único, al tiempo que evitamos los vaivenes que sólo buscan marear la perdiz. Puede que nunca haya asistido a un panorama más desazonador que el actual, en donde se persigue a las víctimas y se protege al verdugo, acosando al inocente y dejando que el culpable campe a sus anchas. Es realmente inquietante y abrumador ver cómo se consigue engañar al personal y que se permita ser juez y parte con una pasmosa insolencia que lleva a sentir vergüenza ajena. Pero no por ello vamos a caer en la tentación de quedarnos con las cenizas o de movernos en las sombras, pues es en el fuego y en la luz donde encontraremos las raíces primigenias. Es eso de no mirar el dedo cuando te señalan la luna, porque hablamos de dimensiones bien diferenciadas y de realidades que nada tienen que ver entre sí. No puedo llegar a comprender cómo personas supuestamente inteligentes se dejan convencer, aunque cada cual que siga su camino, porque no somos un rebaño, sino seres individuales que, a veces, hacemos del cambio una salvación, y otras, nos perdemos con él irremediablemente.

638. Libertad personal

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cuando se habla de grandes viajeros, solemos pensar en aquellos hombres y mujeres que vivieron la aventura de adentrarse en lugares desconocidos, o de muy difícil acceso, por lo que sus nombres quedaban con frecuencia asociados a dichos lugares; por citar a algunos, me quedo con Heródoto, Estrabón, o Marco Polo. Obviamente, aún no había nacido el turismo como tal, ligado al lucro comercial, que se suele relacionar con Thomas Cook, quien casi a mediados del siglo XIX fundó la que sería la primera agencia de viajes. Viajeros o turistas, he ahí lo que a día de hoy me parece un dilema absolutamente desfasado si nos atenemos a las circunstancias de la sociedad actual. Viajar, viajamos todos en estos tiempos, sea en grupos o más individualmente, en pareja, en familia o con amigos; quienes gustan de la disyuntiva entre viajero o turista, ponen el acento, principalmente, en la improvisación: pero si se viaja mucho, se sabe perfectamente que, si no se programa y se reserva, poco se podrá disfrutar, a no ser de paseos urbanos o rurales. Puede que hace años fuera posible viajar sin reservar, pero ahora hay que tener reserva para dormir, para comer, para ver un museo, para visitar un parque, y para cualquier cosa que pueda asociarse a un dejarse llevar sin más cuando se está fuera y lejos de casa. Puede ser estupendo no moverse según un plan establecido, pero la costumbre de acercarte hasta la oficina de información turística más cercana te permite, ni más ni menos, que conocer lo más importante del lugar, con los horarios y días de cierre; después podrás improvisar algo, pero de acuerdo a la información recibida si no se quiere tener indeseadas sorpresas, tan simples como ir a algún sitio y encontrarlo cerrado. Por supuesto que puedes convertir tu viaje en una aventura, pero esto es poco menos que como hablar de libertad: se podrá saborear siempre que una se mueva dentro de unas coordenadas dadas.

Foto: Lola Fernández

Si se piensa sobre el tema más en concreto y menos en abstracto, seguramente todos y todas seamos unas veces viajeros y otras turistas, y todo ello en el mismo viaje. Porque qué somos cuando nos preocupamos con antelación de conocer todo lo que se pueda sobre nuestro próximo destino, nos procuramos planos callejeros y formas de ir lugares cercanos en sus alrededores, nos perdemos por aquellos sitios preferentemente ocupados por los lugareños, probamos las gastronomías típicas, y no nos conformamos con conocer los sitios recomendados… Y qué cuando nos subimos a un bus que nos hará un recorrido panorámico con un guía que nos descubrirá un montón de cosas interesantes, cuando proyectamos viajes con bastante antelación dejando pagadas las entradas para monumentos o museos que serán de imposible acceso si no lo haces así, o que, todo lo más, será posible sólo si te colocas en colas kilométricas que te harán perder en ellas el tiempo que de la otra manera puedes dedicar al disfrute elegido. ¿Somos turistas si compramos imanes de los sitios a los que vamos, y viajeros si, por ejemplo, adquirimos un valioso papiro en un viaje organizado a Egipto? Sinceramente, creo, que todo lo más, somos tontísimos cuando perdemos nuestro tiempo en discusiones obsoletas que no conducen a ninguna parte; mejor guardar las energías para nuestros viajes, cada quien a donde quiera o pueda, o para quedarnos en casa sin más, que en eso descansa la libertad personal de hacer cada quien lo que le plazca y como desee, siempre que se respete y no se moleste a los demás.

637. Lo nuestro

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Siempre he pensado que hay que huir de lo localista, porque todo reduccionismo es empobrecedor, aunque me parece que ello es muy diferente al amor hacia lo nuestro, como distinto de lo demás y significativo. Si algo nuestro es relevante, está muy mal eliminarlo, porque desdibujamos nuestra identidad. Estoy pensando en las reformas radicales que se hacen en los pueblos y ciudades: es perfectamente adecuado mejorar y arreglar cosas que lo pedían a gritos; pero qué mal cuando nos cargamos algo de nuestra esencia desde hace siglos y años, por sólo imponer el sello de quien reforma; en Baza se ha hecho eso en ocasiones y quienes la amamos lo sabemos perfectamente, sin necesidad de mayores especificaciones. Creo que es imprescindible que quien trabaja por nuestra ciudad, la quiera; y no creo que importe mucho si has nacido aquí, aunque el cariño será más profundo si tus recuerdos vitales están ligados a sus rincones. Un extraño no puede entender la nostalgia por la estrellada balsa chica en la Alameda, por ejemplo; pero ay, cuando has jugado desde niña en sus alrededores, agachándote y pudiendo mirar los peces de colores mientras te mojabas las manos, siguiendo el perfil a pasitos y viendo en las aguas a ras del suelo el reflejo de la arboleda por el efecto espejo, cómo vas a entender su sustitución por lo que hoy ocupa su lugar: eso, que en cualquier lugar sería válido, es una aberración situada allí, porque no era necesario cambiar, siendo más que suficiente haberlo arreglado. Que no toda reforma es tirar lo viejo y levantar algo nuevo; mismamente me sirve fijarme en el Palacio de los Enríquez, pues a nadie se le ocurriría demolerlo para sustituirlo por un edificio moderno, por muy nuevo y aparente que quedara.

Foto: Lola Fernández

Si no amas Baza, lo mismo te da cambiar la apariencia de plazas y calles, dejándolas sin su espíritu, por llamarlo de alguna manera. Cuando una intervención urbanística está bien hecha, de inmediato incorporas la nueva imagen al resto; sin embargo, cuando se comete una tropelía innecesaria, aparte de sentirlo como una imperdonable provocación, no hay ni una sola ocasión en que no añores lo sustituido. Hay cambios estupendos, y los celebramos; pero también existen incoherencias efectuadas por gente que no creo que quiera mucho a Baza. Y después, hay igualmente falta de imaginación y no cuidar los detalles, que muchas veces son más necesarios que el conjunto total. De qué sirve poner jardineras, si no se cuidan, o macetas en las paredes de calles estrechas, si al poco tiempo están más muertas que la ilusión de quienes las puso por obligación más que por devoción. Para qué poner fuentes si siempre, o prácticamente siempre, estarán apagadas, olvidando que el agua es primordial para las experiencias sensoriales de relax. Una fuente cuidada es atractiva para los sentidos de la vista y el oído, como poco. A ver, sin salirme de la Alameda, y cambiando de la balsa chica a la balsa grande: ¿es tan imposible pensar en un poco de adorno vegetal, para que sea bella incluso apagada? No creo que fuera muy costoso o difícil colocar sobre el poyo perimetral una serie de maceteros, pegados con cemento para que no se los lleven, con plantas que prosperen fácilmente y nos alegren los ojos con flores de diferentes colores durante todo el año, mismamente geranios. Ocho o diez maceteros de piedra o barro serían más que suficientes para que, si te sientas en los bancos circundantes o paseas por el parque, disfrutes de una fuente bonita, y no la sosería e insulsez de ahora. Al final, me parece que no cuesta demasiado embellecer lo nuestro sin transformaciones que no nos permitan reconocerlo; basta con mucho cariño, que es como se debería trabajar por la prosperidad y el bienestar de nuestra ciudad, y un poquito de imaginación.

636. No todos son iguales

Foto: Lola Fernández.

Por: Lola Fernández.

Cuando escucho a alguien despotricar contra la Administración, no puedo sino sonreírme interiormente pensando en que casi todos nuestros actos en esta sociedad son administrativos, quedando registrados muchos de ellos: desde el certificado de nacimiento al de defunción, pasando, por poner algún ejemplo, por matrimonio, divorcio, nacimiento de hijos, compraventas diversas, etcétera. En paralelo, negar la importancia de la Política es tanto como obviar que prácticamente todo es un hecho político en una u otra forma de manifestarse: apostar por los servicios públicos o desmantelarlos paulatinamente para apoyar el ámbito privado, repartiéndose el erial público con los mejores postores, es una decisión política; como lo es ignorar que los impuestos sirven para paliar las necesidades ciudadanas, sabiendo muy bien que las rebajas fiscales a los ricos es sólo una manera más de robar a los que no lo son; como es igualmente una apuesta política dejar de contemplar ayudas económicas en los diferentes presupuestos para los museos y las universidades públicas, dando millones a universidades privadas innecesarias de acuerdo a la demanda, y a los empresarios de algo tan poco cultural como son los toros y los festejos relacionados, cada día, por cierto, con menos espectadores.

Foto: Lola Fernández.

Así que decir que todos son iguales es, ni más ni menos, que una absoluta mentira: no es lo mismo reducir las jornadas laborales e incrementar los sueldos, que explotar a los trabajadores; o luchar por la expansión de los derechos frente al intento de desmantelarlos; o crear vivienda asequible para todos, y en especial para la juventud, empezando por los pisos de estudiantes, que a día de hoy son prácticamente un lujo al alcance de muy pocos, que reconvertir cada día más viviendas en pisos turísticos, cargándose barrios y ciudades, a la vez que haciéndolo sin importar que haya que echar a la calle a personas, muchas veces ancianas, que no tienen a dónde ir, por lo que no es infrecuente que prefieran suicidarse. No, no es lo mismo pensar en el bienestar general, que hacer todo lo posible para empoderar a un grupo de amiguitos a costa del malestar de una inmensa mayoría. Y quien diga lo contrario, o es un ignorante, y debería informarse bien para solucionarlo, o es un cínico, o está muy ciego. No todos son iguales, por fortuna, y eso está por encima de ideologías, porque es cuestión de principios: se puede ser de derechas o de izquierdas, faltaría más; lo que no se puede es ser mala gente, tratar de acallar la verdad a base de bulos y patrañas, negar lo evidente y querer que se comulgue con piedras de molino. Y me detengo un momento en el verbo negar, para resaltar la relevancia de ignorar o no las consecuencias del negacionismo en general: de la eficacia de las vacunas, del cambio climático, del avance del neofascismo, de la legitimidad de gobiernos salidos de las urnas por mucho que no les gusten a quienes sólo buscan machacarlos y subirse al poder que el pueblo no les concedió, de la importancia de un sistema fiscal poderoso progresivo e igualitario, de la necesidad de seguir los cauces democráticos que marcan nuestra Constitución y las leyes y demás normas a ella supeditadas por el principio de jerarquía normativa; en definitiva, del negacionismo frente a la ciencia, el progreso y las reglas de juego de la democracia. Así que no me digan que todos son iguales, porque, al contrario y felizmente, nada tienen que ver los unos con los otros; y lo repito una vez más, si me dan a elegir, sé muy bien con quién me quedo.

635. Aunque no esté de moda

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Tiene noviembre un no sé qué, que a algunos les hace sentirlo como un mes triste, tal vez porque empieza con el Día de Todos los Santos, seguido del Día de los Difuntos; igual también influye que los días se acortan y ya desde la tarde oscurece, y más cuando se inicia recién cambiado el horario, y nos pilla todavía adaptándonos a los desarreglos que dicho cambio ocasiona en nuestros relojes biológicos. Personalmente, me encanta noviembre, tan otoñal, históricamente relacionado con el culto a la diosa Isis, que, desde la cultura egipcia, pasó al mundo grecorromano, representando todo el poder divino femenino; de hecho, el nombre de este mes viene de novem, por ser el noveno del calendario romano, novembris, antes de añadirle alguno más con posterioridad. Más allá de calendarios, la vida se mueve a través de sus hojas, con sus realidades, vestida en bastantes ocasiones según costumbres y modas: las primeras, a base de habitualidad y tradición; más de tendencias, las segundas. No sé por qué, pero se me despierta la rebeldía ante ambas: no me gusta demasiado actuar según lo acostumbrado, porque creo que se pierde personalidad y se gana en uniformidad; y me parece que seguir las modas, es la mejor manera de quedarse desfasado y demodé. Toda novedad lleva aparejada la aceptación y el rechazo, y así ha sido generación tras generación; precisamente, el choque intergeneracional se ha apoyado muchas veces en el contraste entre lo moderno y lo anticuado, basado en la moda.

Foto: Lola Fernández

Si me pienso adolescente puedo llegar a entender la sorpresa de nuestros padres ante los gustos que teníamos entonces: seguramente, igual que a mí no me gusta el reggaeton, ellos no entenderían demasiado qué encontrábamos, por ejemplo, en el movimiento punk, que nos encantaba. Modas y corrientes aparte, tengo muy claro que, en aquellos tiempos, nuestras preferencias eran personales, y no estaban marcadas por eso que hoy conocemos como los influencers. No me cabe en la cabeza la notoriedad que hoy en día tienen ciertas personas que son referentes para otras por la cantidad de seguidores en las redes sociales, muy raramente por la calidad de sus propuestas; y no por ello dudo de la personalidad propia de la mayoría de la juventud, aunque tampoco de su carencia en una minoría creciente. Por supuesto que siempre han existido modelos a seguir en los diferentes y diversos ámbitos sociales, aunque la diferencia está en que en ellos lo esencial es un talento y una obra que despiertan admiración, nunca la capacidad de influir en determinadas industrias de consumo gracias a un copioso número de seguidores en las redes sociales. Cierto que las percepciones pueden ser engañosas y confundirnos, como si miramos una imagen de flores secas y nos parecen estrellas de un cosmos vegetal, pero no podemos dejarnos llevar por las apariencias, esas que son ley de vida para las personas supuestamente influyentes. Todo lo aparente tiene algo de fingido y artificial, que es tanto como decir que es falso; me parece mucho mejor mirar más allá y buscar la autenticidad, que, con independencia de su cualidad positiva o negativa, al menos es real. No sé ustedes, pero entre una bonita mentira y una verdad, incluso no siendo atractiva, sé muy bien con qué me quedo, aunque no esté de moda.

634. Poco más se necesita

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Convengamos que el síndrome del folio o de la página en blanco puede trasladarse sin más al del documento en blanco en la aplicación de Word, pues al fin y al cabo es sentarse con la intención de crear un escrito de la nada, y no cambia mucho si lo hacemos frente al portátil o pertrechados de papel y bolígrafo. Asimilamos el blanco a la nada, pero podríamos pensar en el negro, porque más se asemeja la oscuridad que la claridad al bloqueo que surge cuando no sabemos muy bien por dónde empezar. A ver, no es lo mismo un poema o cualquier texto literario, que un artículo de opinión, por hacer una distinción grosso modo, eludiendo los aspectos que se pueden solapar y desdibujan los límites de tal diferenciación. Ciñéndome a este escrito semanal que va conformando el contenido de la sección Por la Alameda, en este momento en el que me encuentro ahora mismo, o un poco antes quizás, me surge la duda de sobre qué escribo: a veces me decanto por la actualidad, con diversas y diferentes formas de aproximación; otras, prefiero la reflexión pura y dura, lo que podríamos llamar teorías a partir de la propia experiencia; o, por último, sin ser menor el interés que despierta en mí, una inmersión en el mundo de los sentimientos, más allá de contenerlos en construcciones conceptuales, sino más bien como pura expresión.

Foto: Lola Fernández

A estas alturas del artículo, por llamarlo de alguna manera, si eligiera la actualidad, no me quedaría otra que hablar de la DANA y sus terribles consecuencias en España, del triunfo electoral de Trump en USA, o del horrible incendio en una residencia de mayores en Zaragoza, por quedarme con tres temas; y, qué quieren que les diga, sólo citarlos me sobresalta y no tengo ganas de extenderme y hablar sobre ellos. De ponerme a reflexionar filosóficamente, la actualidad tiene un impacto negativo a tantos niveles, que me sería muy difícil escapar de su influjo, y hay momentos en que bastan muy pocas palabras, pues las imágenes lo dicen absolutamente todo, y para qué añadir algo más, si quedará pobre y superfluo. En cuanto a la tercera opción, si me dejo llevar por los sentimientos, está claro que van a ser de tristeza, indignación, impotencia, desconcierto, no entender nada, y algo por el estilo: o sea, que ni siquiera podría desahogarme; al contrario, hablar de ciertas cosas en ocasiones sólo sirve para empeorarlo todo. En consecuencia, me centro en buscar una fotografía que acompañe estas palabras, y encuentro una que me alivia de penas y confusiones; una vez más, me alío con la jardinería, siempre sanadora, y me quedo con una imagen de plantas variadas: amor de hombre, geranios, jazmines, limonero y laurel; puro verdor, salpicado por notas de color de algunas flores… ¡poco más se necesita!

633. El valor del silencio

Por Lola Fernández.

Tiene Pedro Almodóvar en su amplia filmografía una película del 2004 llamada La mala educación, que versa sobre el delicado y terrible drama de los abusos sexuales de menores a cargo de religiosos católicos en España. Hace muy poco, el Arzobispo de Madrid ha pedido perdón a las víctimas de tan vergonzoso delito, que es de esperar que vaya acompañado de indemnizaciones para las víctimas que abone la Iglesia, no el Estado, porque sería muy grave que la ciudadanía tuviera que pagar por los pecados de los miembros del clero. Hasta aquí la referencia a esta repugnante realidad, porque cité la película para hablar de la mala educación que cada vez se expresa más en nuestra vida cotidiana de innumerables formas, a nivel virtual y a pie de calle. Aparte del odio que se puede hallar en las redes sociales, con una agresividad que asusta, salen matones hasta debajo de las piedras, y no se trata de un sustantivo exagerado, sino que cuando menos te lo esperas surgen casos como el que en estas semanas se está juzgando al fin, del asesinato de un chico inocente a manos de una banda de criminales por el simple hecho de su orientación sexual. Si los muchísimos curas que han violado, lo voy a poner en pasado, a niños y niñas da asco, no lo da menos el que jóvenes supuestamente bien educados sean capaces de matar de una paliza a un joven que no les hizo absolutamente nada; y lo peor está en que no es para nada un suceso aislado.

Puede que sea sólo una percepción personal, pero creo que nunca ha estado el ambiente tan desagradable. En las colas del supermercado, en las salas de espera, en el banco, en los parques…, nunca he sentido tanto en los otros una actitud provocadora de decir sandeces en voz alta para ver si alguien entra al trapo y liarla. Lo que me llama más la atención es que enseguida se suma más gente al acto de confrontación, cuando antes siempre había quien ponía un punto de cordura ante semejante insensatez; ahora parece como si algunos pensaran que siendo masa se convertirán en poseedores de la verdad, como si una mentira repetida dejara de ser mentira. Resulta horroroso el bajo nivel, camorrista y peleón, cuando no perdonavidas, de quienes se creen muy valientes y no son más que un hatajo de cobardes que buscan el aplauso ajeno para sentirse reyes del cotarro. Evidentemente, con aguas tan revueltas es mucho mejor callar y ser conscientes del valor del silencio, por aquello de que en boca cerrada no entran moscas, máxime si te rodea un gran número de moscardas y moscas cojoneras, por seguir con el mismo orden de insectos. Que no molesta quien quiere, sino quien puede, y es fácil evitarlo, de un modo tan simple como ignorando a los necios cuando quieren llamar la atención, oponiendo algo tan elemental como silencio, un poco de silencio. Cierto que en ocasiones es muy difícil permanecer sin contestar a tanta tontería, pero también lo es que sería una pérdida de tiempo malgastarlo entre gente que no entiende de razonamientos; así que nada de descender al barro, que se nos supone una inteligencia emocional capaz de gestionar estas situaciones sin la más mínima implicación. Esperemos, tanto como deseamos, que lleguen mejores tiempos, que no hay mal que cien años dure, y ojalá que no sean tantos.

632. Cómo ha cambiado todo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cantaba la gran Mercedes Sosa, la Negra, la voz de América Latina, un precioso tema llamado Todo cambia:(…) Y así como todo cambia/ Que yo cambie no es extraño (…), decía entre sabios versos; si no lo conocen, les animo a escucharlo. Es obvio que todo cambia, de no ser así seguiríamos en plan troglodita; y nosotros mismos somos un puro mutar, poco a poco lo vamos reconociendo. La cuestión es que si se cambia para mejor, perfecto; pero ay, lo malo es cuando es para peor, tanto a nivel personal como respecto al mundo que nos circunda.  Un cambio más que evidente en la actualidad es el climático: quién nos iba a decir que casi acabando octubre se puede viajar a las zonas costeras y, si se saca tiempo, bañarnos en el mar, en aguas nada frías. Es lo que he hecho hace apenas unos días, volviendo a unos pueblos que visité en agosto; cierto que ahora había mucha menos gente, cosa que no viene nada mal, y que es más fácil salir a comer fuera sin necesidad de reservar con una semana de antelación, o casi más fácil, porque aún se llenan los restaurantes y bares, qué barbaridad. La verdad es que vayas donde y cuando vayas, hay un gentío, pero la cosa es más llevadera, porque lo que en verano parece una feria continua, en el temprano otoño se asemeja más a días de fiesta sin más. El caso es que recorriendo cómodamente calles en agosto atiborradas, ahora mucho menos concurridas, me encontré delante de la fachada de un bar de arroces y pescado, toda ella cubierta con grandes fotografías en blanco y negro con motivos de la vida de los pescadores allá por los años 60; aprovechando que era su día de descanso y las mesas exteriores estaban vacías, tomé unas cuantas fotos, una de las cuales acompaña este artículo.

Foto: Lola Fernández

Observando, tranquilamente ya en casa, la imagen, no pude sino exclamar: ¡Cómo ha cambiado todo! La fotografía local nos lleva en una sola mirada a aquellos veranos de entonces, en mi caso los de mi niñez; y, no sé si porque la infancia es la más bonita época de nuestras vidas, o por qué, pero qué maravillosos recuerdos. Una instantánea en ese mismo lugar, hoy sería absolutamente diferente: para empezar, la naturaleza, pinos y dunas, que llegaba hasta la misma orilla, hoy queda oculta, si es que existe, tras filas de edificios que se lo van comiendo todo a velocidades de vértigo; para continuar, los bañistas que se ven disfrutando relajadamente de la playa, paseando felices, hoy estarían constreñidos por hamacas de alquiler y un mundo cuasi infinito de sombrillas, entre un ruido incomprensible y multitudes que van y vienen; y para terminar, porque se me hace impensable siquiera imaginar que los pescadores pudieran estar con sus labores en plena armonía con el entorno. La fotografía, más que del pasado, se me antoja de ciencia ficción, qué quieren que les diga; tanto y de tal manera cambió todo, y no precisamente a mejor. Hay un antes y un después, y no me remito a las décadas del boom turístico en España, sino a un hecho mucho más reciente, como fue la pandemia y su confinamiento: creí que tras ellos aprenderíamos a paladear la vida sorbito a sorbito, pero más bien ocurrió que las masas salieron, atropelladamente, a zampárselo todo a dentelladas. No soy muy de nostalgias, pero miro esa foto y no puedo sino añorar la suave cadencia que transmite, si tuviera que ponerle música, seguramente sería algún allegro barroco; mientras que, si miro una imagen de playas y calas saturadas, de esas que todos tenemos en la retina, el heavy de ACDC sería como una nana, porque se precisaría algo mucho más fuerte.

631. Sin alas

Por Lola Fernández.

Ya los primeros homínidos, hace millones de años, antes de que surgieran los neandertales y el Homo sapiens, migraron desde África hacia Europa y Asia, cuando las condiciones de vida se hicieron muy difíciles por la desertización a causa de la progresiva extinción de las selvas y los bosques, por el cambio climático, buscando alimento o huyendo de vecinos agresivos. Esto ocurría mucho antes del control del fuego, que la ciencia data hace un millón de años, y de que se originara el lenguaje, muy posterior, tan esenciales ambos para el devenir de la especie humana. El ser humano es la única especie sobreviviente del género Homo, animales que surgieron del complejo y largo proceso de la evolución, y no hay ninguna duda sobre que no hubiera sido posible prosperar hasta hoy de no haber sido por esas primeras migraciones de nuestros ancestros hacia tierras más acogedoras. Entre las aves, dejando al margen a las residentes, que permanecen siempre en el mismo hábitat, las migraciones son habituales estacionalmente hablando. La pauta general entre las que migran es viajar dos veces al año: hacia el norte en primavera, para reproducirse, y hacia el sur en otoño, para la invernada. No se me ocurre siquiera imaginar barreras o fronteras para impedir la expansión de los homínidos, o para evitar los desplazamientos de las aves migratorias; tampoco me cabe en la cabeza pensar en el nacimiento de mafias que se enriquecieran a partir de la imperiosa necesidad de cambiar de entorno al variar sus condiciones y tornarse inapropiadas para vivir adecuada y cómodamente.

Hoy en día, la fachosfera ha conseguido que, de repente, la inmigración se convierta en la principal preocupación de los españoles, que tiene guasa la cosa, cuando hemos sido un país de emigrantes, y, junto a dicha preocupación, el español medio reconoce que los inmigrantes no le afectan negativamente en ningún sentido. Creo que hay que ser muy despreciable para no estar de acuerdo con el derecho que tiene cualquier persona a escapar de un territorio y ambiente hostil, sea por pobreza o por miedo a morir en cruentas guerras; y no entiendo cómo no quita el sueño saber que hay tantos cientos y miles de seres humanos desesperados que mueren tratando de alcanzar supuestas tierras de progreso. No se puede hablar de progreso si no existe humanidad, si se deja morir a la gente en el mar, si se realizan planes de migración que implican encerrar a las personas en centros fuera de los países a los que llegaron, si se va creando una idea del inmigrante como enemigo (cuando a nivel económico es necesario para cualquier país). Quienes contribuyen a todo esto, activa o pasivamente, parecen olvidar que no es más que alimento para el fascismo, que ha encontrado un tema que incrementa su número de votantes y es de fácil enraizamiento entre ignorantes y desinformados. Las políticas de odio sólo expresan el perfil de gente mala y amargada que ni vive ni deja vivir; olvidando que las mentiras y patrañas que alimentan su extremismo tienen las patas muy cortas y nunca podrán convencer, si acaso vencer a base de imposiciones irracionales. El instinto de supervivencia no podrá ser jamás eliminado, todo lo más puntualmente perturbado; como a nadie se le ocurriría pensar que las aves migratorias dejarán de volar entre países o continentes, a no ser que las dejen sin alas.

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