472. De regreso

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Todo se acaba, pero no sólo lo bueno. Concluye lo malo, tanto como lo feo, porque es la vida misma la que se extingue poco a poco. Y si somos perecederos, me pregunto cómo no iban a serlo asimismo cualquier cualidad y rasgo que nos defina. Termina el verano, y de nuevo me encuentro escribiendo estos artículos de Por la Alameda, a través de los cuales me siento conectada con personas que me son invisibles y desconocidas; con las que seguramente me cruce por las calles de nuestra ciudad, con las que coincida en algún lugar sin saberlo. Es extraño, una le abre su corazón a ni se sabe quién, reflexionando sobre sus pensamientos y sentimientos, sensaciones incluso, más íntimos… Esas personas que me suelen leer, precisamente por eso me conocen bastante, a través de mis palabras, y, sin embargo, yo no sé nada de ellas. Curioso canal unilateral, donde no se da para nada un feed-back que te vaya enviando lo que van recibiendo, para saber si te entienden, o simplemente para conocer qué les suscita lo que escribo y leen.

Foto: Lola Fernández

Así que estoy de regreso, pero una no es nunca la misma cuando vuelve, aquí o a cualquier parte. Nos vamos, a descansar se supone, y ciertamente la escritura con el formato de unos textos semanales sobre la actualidad, social o personal, es algo que te va cansando, y te hace sentir que precisas descansar para volver con más ganas y sin tener la sensación, a veces, de que puedes repetirte. Y descansas, pero esto es como cuando te vas de vacaciones. Una se marcha y deja huérfanos su casa, sus plantas, sus asuntos domésticos; y esa orfandad te acompaña, se hace un sitio en tus maletas, se te cuela en los sueños. Podríamos decir que a veces te hace sentirte culpable por querer desconectar y olvidarte por un tiempo, más o menos largo, de la cotidianidad habitual. Es como si de repente comprendiéramos que no es posible escapar, ni siquiera transitoriamente, que llevamos todo, y más, con nosotros, aunque cerremos la puerta de casa y nos vayamos sin mirar atrás y con el propósito de no pensar en nada que no sea lo nuevo. Pero ay, no existe la novedad si no la contraponemos a lo permanente. Así que una cosa son nuestros propósitos, y otra muy diferente el curso de nuestros días, sea lejos, muy lejos, o lejísimos. No importa si nuestros ojos se llenan de paisajes desconocidos, y por nuestros oídos se cuelan idiomas que no dominamos; porque al final, en cuanto nos dormimos, se cuelan en nuestros sueños nuestras coordenadas habituales, y todo pasa a ser conocido y viejo, si se me permite la palabra. Y una concluye que no hay orfandad que valga, que nos llevamos siempre con nosotros los hijos que tuvimos, y los que no tuvimos, tan bien acompañada te sientes. Y hete aquí que, de repente, ves a un gato profundamente dormido, moviendo los ojos y bigotes como señal de que no se enteraría si llegara el fin del mundo, y te preguntas si estos animales tan únicos como los gatos, aunque con conductas tan similares entre sí, pueden desconectar tan de verdad como parece, y si eso es sólo debido a que realmente tienen siete vidas y no han de preocuparse por la futilidad de las cosas circundantes, ni por la insignificancia de nuestra existencia ante el dictado poderoso y tirano que a veces muestra la Naturaleza. No lo sé, la verdad, pero creo que sería todo mucho más fácil y relajado si en verdad, como dicen de los gatos, tuviéramos siete vidas…

471. La música de los días

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Que somos capaces de lo mejor y de lo peor, es algo que ya sabemos desde que nos paramos a analizar las conductas humanas, sin necesidad de cursar Psicología, que es la ciencia que se encarga de su estudio. Basta echar un vistazo a las noticias nuestras de cada día, casi como una penitencia por nuestros pecados, más o menos originales, y lo mismo nos emocionamos ante la grandeza de ciertas personas, como lloramos al ver lo mala que puede llegar a ser alguna gente. A veces pienso que más nos valdría proceder de animales más nobles que de los monos, bastante salvajes en sus comportamientos cuando menos te lo esperas. No sé si todos albergamos dentro un poco de bestialidad no superada, por mucha evolución que el tiempo nos ha regalado. No ocultaré que me sorprende que algunos aún piensen que procedemos de un paraíso perdido por haber sido malos; pero bueno, tampoco es tan raro que se niegue la ciencia en mor de la fe. Cada quien es libre de encarar la vida como más le plazca, lo bueno es que nadie te puede obligar a ser un necio. Y en estas disertaciones me hallo tras haber tenido la osadía de enfrentarme a la prensa en esta mañana de domingo. Pienso que es una tarea para gente muy fuerte, o muy insensible, o amante de las emociones fuertes, o qué sé yo… Les juro que a veces desearía estar desinformada pero feliz, antes que con un terrible desasosiego y presta para comentar la actualidad con conocimiento de causa. Porque hay veces en que una quisiera escapar de tanta cosa fea como nos rodea: maltrato para con los más débiles; cobardes crímenes impunes; necesidades insalvables para algunos, mientras otros no saben en qué derrochar, y etc…, que no me apetece ponerme mala. No sé cómo es posible que nos diéramos una sociedad para protegernos, y haya tantísima víctima de ella y en ella. Cómo pudimos inventar un poder judicial que comete tantísimas injusticias. Cómo tenemos lo que no nos merecemos; ¿o será que realmente tenemos lo que verdaderamente merecemos, y todo lo demás son pamplinas?

Foto: Lola Fernández

De qué sirve protestar, si nadie hace caso nunca. Para qué quejarse, si hasta resulta que eso se considera de mala educación. Por qué preocuparse siquiera de nada, con lo bien que se está mirando el paisaje natural, que ese sí que suele ser bonito y reconfortante. En qué encontramos consuelo los humanos para tanto dolor, eso quisiera saber en algunas ocasiones; las mismas en que olvido que cada uno es un mundo aparte, que no por llamarnos sociales lo somos, que no es raro que seamos depredadores los unos para los otros, cada quien a su mal estilo. Lo cierto es que unos se refugian en las religiones y hacen de las oraciones su bálsamo, mientras otros prefieren las artes y buscan en la belleza cura para sus males; por no hablar de quienes simplemente pasan de todo, y andan por la vida como quien silba y disimula. Quién sigue el camino correcto, es algo que nunca podremos saber; y si tenemos alguna certeza, esa es que todos dejaremos este mundo un día cualquiera, permítanme decirlo con eufemismo, que es una preciosa mañana de domingo y no quiero vestirla de negro. Todos nos iremos, tal y como todos llegamos, sin que nadie nos pidiera permiso ni opinión. Ese es nuestro sino, y bienaventurados los que lo abracen sin mayores problemas y sin demasiadas preguntas. Y es que cuando no hay respuestas, para qué preguntar. Mejor vivamos, que son cuatro días, o cinco, o seis, pero no muchos más. Tomemos de la vida lo bello que nos regala, si es que somos capaces de verlo y saber aprehenderlo. Y escuchemos los sonidos del curso del tiempo, o los del silencio si estamos sordos para la vida. Mejor sentir la música de los días, que escuchar su llanto.

 

PD: ¡Feliz verano y hasta después de la Feria!

470. Dando el cante

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Hay cosas de esta mi Baza que me duelen, porque no las comprendo, porque son algo absurdas, y, sobre todo, porque son muy fáciles de solucionar; sin necesidad de que nadie llame la atención sobre ellas, por la sencilla razón de que por sí mismas se hacen notar suficientemente. A ver, si nos acercamos al Parque de la Constitución, hay una parte de él que contiene unos elementos urbanos expresamente colocados allí para dar sombra, y que por desgracia sólo dan el cante. Creo recordar que este lugar fue inaugurado hace más de ocho años ya, con una inversión de cuatro millones de euros, lo cual implicaba una profunda transformación urbana en este lugar de nuestra ciudad. Se quitaron muchos árboles que propiciaban sombra, muy necesaria en los meses de asfixiante calor, y se sustituyeron por otros, que, al eliminar barreras para sus raíces, han crecido deprisa y cumpliendo con creces con su principal misión de proporcionar fresquito contra el insoportable calor. Otra cosa es su ubicación, porque es un poco desolador ver tanto banco para sentarse sin apenas sombra. Pero el lugar al que me refiero no consta de arboleda ninguna, aunque se nos vendió que los parasoles metálicos allí colocados proporcionarían una importante zona umbría, con estupendos bancos para descansar sin miedo a coger una insolación. Ni qué decir que en esos bancos, espaciosos y bonitos, no se sienta nadie cuando suben las temperaturas.

Foto: Lola Fernández

Por supuesto que unas pérgolas tradicionales hubieran sido mucho más económicas que estos elementos metálicos a modo de sombrillas. Sombrillas que llevan aparejadas unas jardineras a sus pies, igualmente caras y más si no sirven para nada. Sé que hay magníficos jardineros para embellecer nuestros parques y plazas, y estoy segura de que no tienen ellos ninguna culpa de que las plantas elegidas se hayan quedado en un aborto de trepar, tapizar y proporcionar la sombra deseada y prometida. Porque no me cabe duda alguna de que deben de conocer muchas trepadoras rápidas y efectivas. Entonces no sé cuál será el problema, para acercarnos ya a la década en este rincón que, si no fuera porque es mejor reír, nos haría llorar. Por la ineptitud de no sé quién, y por la oportunidad perdida, amén del dinero tirado y el desperdicio de una zona bastante grande de dicho parque, el mismo que más de una vez me ha traído a la mente aquella canción que decía hay un parque aquí en mi barrio, que esto no es parque ni es ná… ¿De verdad es imposible arrancar las plantas de esas jardineras, visto lo visto de que no cumplen con su función de dar sombra; cambiar la tierra, por si el problema está en ella; y colocar plantas trepadoras que trepen de verdad? Hay rosales trepadores, jazmines, clematis, pasifloras, madreselvas, buganvillas, glicinias, hiedra, lúpulo, y un larguísimo etcétera que sirven como enredaderas para sombrear. Todo menos la tristeza vegetal que hoy podemos contemplar, que estaría bien en cualquier otra zona, como adorno, pero que, después de tantos años, está muy claro que no tiene la menor intención de subir a los soportes que esperan allí arriba dejando pasar el calor, y sin más sombra que unas líneas en el suelo que no son ni mucho menos lo que se espera de ellos.

469. Espíritus decadentes

Por Lola Fernández Burgos

No sé qué tienen estos tiempos, pero creo que la decadencia es una nota muy significativa para describirlos. Tenemos una Europa que parece más desconcertada que otra cosa; un país que parece no saber muy bien qué quiere; autonomías que igual siguen un curso que el contrario, tan poco claras están las cosas, etc. Hay gente que es apática hasta para votar, cuando es su mayor poder; personas que viven al margen de todo y no parece que les vaya tan mal, mientras otras están tan integradas y son desgraciadas sin más… Es difícil analizar el estado de las diferentes cuestiones, especialmente porque tal análisis es uno u otro antagónico en función del cristal con que se miren los distintos temas. La ciudadanía a veces está muy indiferente, pero otras tantas ocasiones muestra un grado de implicación máximo. Así las cosas, mejor vivir sin tanto comerse el coco, porque lo que haya de ser, será. Y no es resignación, sino instinto de supervivencia, muy necesario si no queremos que lo ajeno nos amargue…

Instinto de supervivencia es lo que parece faltarles a quienes han hecho colas de hasta doscientas personas para pisar la cumbre del Everest. Y claro, el resultado es un número de muertes tan absurdo que dan ganas, más que de llorar, de insultar a quien permite que esto suceda. Esto ya no es decadencia de espíritu, sino ausencia total de esa vocación aventurera que, desde que tenemos memoria de especie, el hombre ha tenido siempre, lo cual le ha permitido abrir caminos. Es muy absurdo pagar millones para que te lleven a la antesala del techo del mundo y hacerte una foto que certifique tu idiotez supina. Dónde estarán el logro, la superación, el objetivo cumplido… Es sólo un pasatiempo de ricos, que dejan la montaña llena de basura; a lo que hemos de unir la ambición de gobiernos corruptos que ni siquiera dedican parte de los muchos ingresos recibidos a limpiar la porquería que los niñatos que juegan a ser escaladores van dejando tras de sí. Es demencial, pero un signo más de la decadencia actual. Ciertamente que lo mejor es no sufrir por la imbecilidad ajena, que ya tenemos bastante con lo que nos rodea. No puedo comprender que nos estemos cargando el planeta y no se haga nada, a no ser decir tonterías como, por poner un solo ejemplo, que, si desaparecen las abejas, la polinización puede ser llevada a cabo con microdrones. Está muy bien buscar soluciones para problemas sobrevenidos e inevitables, pero decir idioteces sin poner remedio a los grandes males, eso ya me parece inconcebible. Pero bueno, hay que saber entender que todo ello es propio de la desolación del tiempo que vivimos, más para espíritus decrépitos que para actitudes de cambiar lo caduco por energías positivas que nos permitan avanzar, más que ir para atrás. Somos responsables de nuestros actos, no de la tontería de los demás, lo que es sin duda un gran alivio, porque nos permite seguir sin tener que acarrear con cargas que no nos corresponden.

468. No es ninguna tontería

Por Lola Fernández Burgos

Qué cosas, resulta que llevamos no se sabe ya ni cuantos meses, que son años, en perpetua campaña electoral, en lugar de que se trabaje por el país; pero ya es rizar el rizo que, en menos de un mes, tengamos dos citas con las urnas. Porque es que después de elecciones generales, ahora nos llegan las locales y las europeas; y en Andalucía nos hemos librado de las autonómicas, porque ya las tuvimos hace nada, pero en casi todas las CC. AA. tocan también. Bueno, lo positivo es que es la hora de la ciudadanía, que seguramente hace tiempo descubrimos el poder de nuestros votos. No es ninguna tontería y hay que tener muy claro que votar es indispensable en estos tiempos tan difíciles. Tiempos en los que por fin algunos partidos han tenido que quitarse las caretas y dejar de llamarse de centro, toda vez que en nuestra misma Comunidad han posibilitado el gobierno de la derecha, en connivencia con la ultraderecha. Después de eso es muy difícil presumir de haber llegado para acabar con lo malo, cuando se apoyan en lo peor. Ahora resulta que ya no hay bipartidismo, pero las derechas se han escindido en tres partidos, que no dudan en sumar con tal de evitar que las izquierdas estén en el poder. Lo malo es que mientras aquellas están muy por la labor de unirse, estas, las izquierdas, están bastante más desunidas. Creo que al final van a tener que comprender que, o se unen, o siempre se quedarán en la oposición; que es tanto como decir que serán estériles a la hora de abrir caminos. Y el caso es que en este momento de nuestra historia a nivel sociedad, es importantísima la apertura no ya sólo de caminos, sino de puertas y ventanas.

Cuando se intenta acabar con la difícil conquista de derechos civiles a todos los niveles, es esencial no sólo contener la involución, sino continuar con la evolución y acelerar en la progresión. Dado que la aritmética puede ser más decisiva que la materia a impartir, hay que dejar las veleidades aparte, las enemistades fuera, y ahondar en los espacios comunes, achicando las posibles diferencias y distancias. Ya que hay partidos que presumen de ser liberales, pensando muchos que eso es signo de progreso y de libertad, y olvidando que lo único que desean es estar libres para beneficiar al poderoso e ignorar al más débil; no es el momento de nimiedades que impidan que la izquierda sea eso, un freno para cualquier tentación de ir hacia atrás. Aunque todo tiene su importancia, las fórmulas elegidas no han de ser un obstáculo para sumar; porque hay demasiado buitre esperando su momento, y, o se encaran los problemas de frente, o tendremos unos años peores que malos a partir de ahora. Es muy peligroso para la democracia que las fuerzas antidemocráticas, anticonstitucionales, antiautonómicas, y anti cualquier cosa relativa al progreso social, cojan poder. Fuerzas demagógicas que mienten más que hablan, y cuya aceptación tiene su caldo de cultivo en el desengaño y el cabreo de tanta gente desencantada tras la terrible crisis económica; la misma que se ha cebado con los más débiles, acabando con una clase media generalizada antes de dicha crisis, a fuerza de potenciar los privilegios de los poderosos. Lo peor es que el poder de estos se ha obtenido a base de abusos, corrupción y guardarse las espaldas los unos a los otros, entre quienes han subido a base de pisar a los demás. No puede uno descuidarse y hay que tener muy presente que hemos de acudir a votar, porque poco más nos dejan hacer, y, por fortuna, es mucho. Así que no ignoremos las citas con las urnas: Europa marca el camino a seguir los países que la conforman, y los Ayuntamientos dibujan los pueblos y ciudades del futuro. Junto a las autonomías y España en su conjunto, son los ejes y coordenadas que diseñan lo que podemos y no podemos hacer; lo cual, convendremos todos, es para tomarlo muy en serio.

467. Los mejores

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

De repente y discretamente, como él era, se ha muerto Rubalcaba. No sé por qué será, pero siempre se van los mejores, lo cual es una pena. Fue un muy buen político, de los que engrandecen una vocación, la política, hoy en día demasiado degradada. Con personas como él, que la persona está antes del traje que se vista, no caben decepciones. Será por eso que se les reconoce el mérito por la mayoría, en esta sociedad tan poco dada a reconocer nada. Claro que dicho reconocimiento suele llegarles cuando mueren, puesto que, si no fuera así, Rubalcaba no hubiera estado retirado, sino en primera línea. Porque era un hombre joven, con toda una vida dedicada al servicio a los demás, pero aún joven, y válido para hacer lo que sabía, que es la Política con mayúsculas. Es curiosa la naturalidad con que comprobamos que en su larga trayectoria profesional no hay ni delitos, ni escándalos, ni nada que manchara una reputación excelente. Cuando vemos cómo hay quien entra en este mundo llevando ya diseñado el atraco a los fondos públicos, su honestidad hace que resalte más la poca valía general. Rubalcaba es de esas personas que te hacen entender el valor de los valores y principios, no ya sólo los socialistas, de mirar al futuro y al progreso y el bienestar general; sino que ponen la luz especialmente en la importancia de la dignidad, la capacidad y la coherencia entre las ideas y los actos. Con personas como él, nadie se vería obligado a dejar el camino emprendido, en busca de nuevos derroteros, donde el que se llama compañero no sea un auténtico enemigo. Es grande comprobar que existen seres humanos íntegros, que hacen de la autenticidad su bandera, y que luchan por mejorar la sociedad en su conjunto, sin hacer distingos y sin amiguismos. Cuando hay tanto fraude humano, saber que existe la gente que es de verdad y que además se entrega al trabajo por los demás, es muy de agradecer y te inspira para ser mejor.

Foto: Lola Fernández

Rubalcaba, un hombre culto y dedicado a la educación de los jóvenes, pasó tantos años en un mundo con tantas tentaciones, y sin dejarse engañar por sus cantos de sirena, que es todo un ejemplo a seguir; y a la vez, te hace comprender que es posible, que se puede ser bueno y grande, entre maldad y mediocridad. Es una pena que no se supiera retener su buena labor en estos tiempos en que sólo hay ruido, donde nadie escucha a nadie, donde se maquina por detrás en vez de negociar cara a cara. Él era un magnífico negociador, porque el respeto era su guía, y porque tenía muy claros sus propósitos y sus convicciones. Parece que es fácil, pero lo que abunda es la gente que más que negociar, impone; que le da lo mismo esto que aquello, con tal de retener su puesto y poltrona; que no duda en cambiar de chaqueta, con tal de seguir viviendo del cuento. Es lo que vemos a diario: transfuguismo, traiciones, mentiras, venderse al mejor postor, cambiar de careta; porque es lo que hay: caretas, disfraces, enmascaramiento, mentiras al fin. Por eso, que de repente haya un hombre bueno y competente es para homenajearle; lo triste es que se haga cuando ya está muerto. Aunque ello conlleva una ilusionante realidad, y es que, al cabo, la gente valora la honestidad y la integridad. Lo malo es que no se exija mientras no se da; y se premie cuando ya se ha ido. Somos así de incoherentes los humanos, pero nos salva que sabemos muy bien distinguir entre lo bueno y lo despreciable. Ya sólo nos falta aplicar lo que sabemos, porque, como dice una canción, para qué quieres la información, si no la usas…

466. Y así nos va

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Desde nuestro origen, los seres humanos hemos creído en magias, supersticiones, idolatrías, fetichismos mil, y todo aquello que nos haya servido para entender lo que nuestra razón no sabe explicar, de un modo más o menos complejo, pero, al fin y al cabo, con una solución que nos tranquilice. No es difícil imaginar el desconcierto, y el temor, de nuestros primeros antepasados antes hechos que hoy aún nos asustan, una tormenta eléctrica, por ejemplo, pero para la que ya tenemos conocimientos suficientes como para no tener que inventarnos dioses que nos protejan: de los rayos, de los truenos, de los relámpagos, de la lluvia, del fuego o la muerte ocasionados por un rayo, etc. Por muy inteligentes que seamos desde siempre, lo que nos permitió sobrevivir en un medio tan hostil con apenas nada, siempre hemos sido criaturas indefensas y desvalidas; teniendo que enfrentarnos a fieras terribles, climas extremos, condiciones para vivir que nada tienen que ver con las viviendas de hoy en día, por fijarnos en algún detalle. Por supuesto que desde el principio dependimos de las personas más fuertes y más inteligentes, aquellas que ejercían un liderazgo natural sin necesidad de pedirlo. Quien proporcionara comida y defensa ante los muchos elementos para aterrorizarse, sin ninguna duda sería el líder de los pequeños grupos de humanos: primero recluidos en cuevas, y siendo capaces de salir de ellas y buscar nuevos rumbos, después. Como hemos leído y visto en películas con un mínimo de cercanía a la realidad tal y como fue, el poder estaría con quien supiera hacer fuego, y cazar, y obtener pieles para abrigarse, y pescar, etcétera. Y aquí se me ocurre que los primeros seres humanos que aprendieran lo básico para la supervivencia, serían aquellos que no se dejaran llevar por el miedo a los elementos naturales, y no necesitaran dioses para entender, sino inteligencia para obtener de la naturaleza lo preciso para la vida en grupo. Si el fuego quemaba, en vez de salir corriendo, idear cómo tenerlo y protegerse con él de las bestias salvajes y otros humanos enemigos, por ejemplo. Eso que parece fácil, es todo un salto cualitativo que nos hizo progresar y llegar hasta hoy. El tema me parece fascinante, y no sé ustedes, pero yo daría mucho por tener una ventana por la que mirar y ver todos esos maravillosos descubrimientos.

Foto: Lola Fernández

Los dioses ayudaron contra el miedo, todavía hoy acudimos a una oración cuando estamos asustados. Todo lo que nuestra especie fue aprendiendo, se nos fue transmitiendo para no extinguirnos. Por eso es tan difícil comprender cómo con toda la sabiduría tradicional, más los hallazgos científicos, el ser humano lleva un camino tan errático, con una progresiva destrucción del planeta en el que habita, que no tenemos otro. Cuando se ve y se conoce el deterioro medioambiental, con unos mares que dan pena, con una fauna y una flora que va desapareciendo día a día, con niveles de contaminación que atentan contra nuestra salud, con más de siete mil millones de humanos viviendo con bastante poco bienestar en general, etc., es imposible no echarse las manos a la cabeza. Nuestra sociedad es inhumana e insensible, con todos, pero muy especialmente con los más débiles: mayores, infancia, animales domésticos… cuando a nivel tribal, nada se defendía más que a ellos precisamente. Actualmente somos mucho menos inteligentes que nuestros primeros antepasados; y además hemos sustituido aquellos primeros dioses por cosas tan peregrinas como el dinero, el poder mal entendido y peor ejercido, la fama del tonto que sale en la televisión y se cree alguien importante. Somos muy tontos, y acabaremos con nosotros mismos, de seguir así; pero no por ello abandonaremos la fe, el bulo, la leyenda, el cuento, la superstición, las creencias… Lo malo es que ahora ya no nos sirven para avanzar, sino que son medios de utilización y manipulación de unos pocos que dominan sobre la inmensa mayoría, dominada y servil. Y lo peor es que ya no hay líderes naturales que nos enseñen el camino a seguir para sobrevivir. Ahora, los líderes son con pies de barro; los jefes, de pacotilla; los caudillos, fascistas; nadie dirige a los grupos sociales pensando en el interés del grupo humano, sino en el suyo propio. En fin, desolador panorama, con un futuro aún más lúgubre. Tenemos lo que en el fondo queremos, porque si no, ya habríamos levantado la voz… Y así nos va.  

465. Las cosas sencillas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Todo es muy difícil antes de ser sencillo.

Thomas Fuller.

Es casi una contradicción pretender la sencillez en seres tan complejos y complicados como los humanos, que siempre nos quejamos de todo, y que, si el agua está calma, no es extraño que la soliviantemos con naderías. Pero lo cierto es que no hay mayor grandeza que saber encontrar el placer de las cosas sencillas, esas que están al alcance de cualquiera, y para las que no se necesita poseer riqueza alguna. En tiempos complicados y vociferantes como estos, el canto de los pájaros es un privilegio; pero para poder disfrutarlo es preciso cambiar el ruido por el silencio. Me pregunto de qué tienen miedo las almas vocingleras, que no son capaces de darse tiempo para la calma que supone la ausencia de estrépitos varios. Cuando el aire se convierte en zumbido, la brisa se torna ventisca, la voz es grito, y nadie escucha a nadie, pugnando por hablar más fuerte que el otro, la verdad es que es bastante difícil hallar sosiego para los sentidos. No digo ya disfrute, sino bonanza para estar tranquilos. Siempre me sorprende, si salgo a andar por esos campos o los bosques, cuando me cruzo con otras personas y van con una estela de chillidos que les impide escuchar la voz de ese campo o de esos bosques. Cualquier amante de la Naturaleza sabe que si uno se calla, ella es la que habla; pero que si no nos callamos, es ella la que enmudece y nos deja sin poder deleitarnos con su cadencia, o con su mero murmullo, que es ya la más bella de las músicas. Porque a veces la melodía más agradable y armónica es la del mismo silencio, de eso no me cabe la menor duda.

Foto: Lola Fernández

Las cosas sencillas, sin florituras ni adornos superfluos, buscando la esencia más que el envoltorio, esas son las más auténticas. La verdad suele estar desnuda, será por eso que a algunos les ruboriza, y prefieren enmascararla con una ornamentación que al final no va más allá de la vacuidad. Mucho ruido y pocas nueces, decimos, y eso es lo más frecuente que encontramos, meras apariencias sin sustancia. No hay más que mirar alrededor y ver el culto al ornato por doquier. Se busca lo grande, como el burro, ande o no ande; se elige el brillo y la purpurina, la mar de las veces para esconder la falta de luz verdadera; se opta por el aspecto, sin recordar que lo que realmente importa no se ve a simple vista. Si quieren un coche, que no quepa por las calles más estrechas de la ciudad; si es casa lo que se desea, que sea un casoplón, cuyo mero mantenimiento ya arruina al más pintado. Hasta en las mascotas se requiere pedigrí, y categoría en las flores. Habrá algo más absurdo, por favor. Así no es raro encontrar monstruosidades de todo tipo, que además te exigen alabar, casi siempre con la coletilla de que es carísima. Ay, pero si las flores silvestres crecen libremente en estado salvaje, poblando las praderas con su inconmensurable belleza; y hasta el chucho más sin raza y con más mezclas te puede hacer la persona más feliz de la tierra. Qué descaminados los que corren tras oropeles y barnices, olvidando que es mejor una cara lavada y real, que una completamente maquillada pero que después de retirar el maquillaje no la reconoces ni por asomo. Más les valdría detener la carrera tras una zanahoria que jamás alcanzarán construyendo castillos en el aire, y pararse a pensar un momento en que sólo si dejan de correr podrán darse el tiempo para saborear las cosas que les rodean, que cuanto más sencillas, más asequibles y placenteras.

464. Y si llueve

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

No dejará de provocarme ternura nunca cómo somos los humanos. Sí, capaces de lo peor, y de lo mejor también, pero, sobre todo, tan inocentes y desamparados la mayoría de las veces, que me enternece sólo pensarnos como especie: vanagloriándonos de ser los más inteligentes, y muertos de miedo, al ser los únicos que conocemos el hecho de que hemos de morir. Nos inventamos dioses, resurrecciones, mundos maravillosos para después de la muerte…; pero ay, no sé si nos lo creemos nosotros mismos. La única certeza es que nacemos y después morimos; y también nos consolamos con lo de que eso es para todos, porque madre mía si fuera posible que algunos se quedaran en este mundo de penas y glorias. Con la corrupción, ese invento tan humano, pues no sé yo que se dé entre otro tipo de animales, ya me veo a los mismos de siempre, los que ostentan el poder y manejan la riqueza, eligiendo quedarse aquí sin pasar por el trance de la expiración. Madre del amor hermoso, esto estaría ya muy saturado, porque corrupto ha sido el hombre desde el principio de su existencia. Siempre ha existido el listo, malo, y el bueno, perdedor. Parece connatural al ser humano el que unos pocos vivan bien y a costa de muchos viviendo mal. Así que no tiene nada de extraño que al final sea una alegría saber que todos, sin excepción, nos vamos a morir. Claro que a casi nadie le gusta hablar del tema, habiéndonos inventado eufemismos mil, para evitarnos el general yuyu. No es infrecuente que lo desconocido nos provoque miedo, temor. Somos así, como perros ladradores, aunque poco mordedores. Nos ponemos muy chulitos, pero la vida nos aterra la mayoría de las veces. Y es que vaya cosa, quién fuera cualquier otro ser vivo ignorante de nuestro futuro final, porque hay que ser muy fuerte para que la muerte no nos asuste.

Foto: Lola Fernández

Y en estas coordenadas andamos, imaginando seres superiores buenos que cuidarán de nosotros en paraísos ideales, siempre que nos portemos bien; mientras inventamos también infiernos para los malos en esta vida. Ay, no sé si es para reír o para llorar, pero a mí, como dije, me produce ternura sentirnos tan indefensos y tan enfrascados en idear modos y maneras de huir de los temores. Mas no se acaba aquí nuestro desvalimiento, porque además nos gusta jugar a ser los dueños del Universo, a poder hacer de nuestra capa un sayo, olvidando la mayoría de las veces que somos seres débiles en un entorno que nos puede, sí o sí. Y no hablo ya de ese invento que es la sociedad, que, aunque tenga muchas desventajas, también nos ofrece más oportunidades de supervivencia que solos fuera de ella. No, no hablo del ámbito social, de la comunidad en la que nacemos y nos movemos hasta que nos llega la hora de desaparecer. Me refiero más bien a todo lo que escapa a nuestra voluntad; a lo que no es obra de nuestra creación, a lo no artificial, a lo natural. Hablo de la Naturaleza, que esa sí que tiene todas las atribuciones divinas que ideamos para los seres en quienes depositamos una fe que no ha de ver para creer, y que por eso mismo nos quita miedos y nos da esperanza. El cosmos, la creación misma, el mundo…, eso es la Naturaleza. La misma que impone sus leyes y hace que llueva cuando queremos sol; o nos trae calores cuando contábamos con el frío. La que no entiende de fiestas y tradiciones, la que ignora nuestras plegarias. No hay nada que hacer cuando las fuerzas naturales se imponen. Si acaso nos queda decir y si llueve, cogemos el paraguas. Es la resignación y el acatamiento de la adversidad, algo que se aprende con la experiencia, y que nada tiene que ver con el mundo ideal de los deseos humanos.No desesperemos nunca, ni nos quejemos de que la vida es como toca que sea. Si llueve y no puede salir la procesión prevista, por ejemplo, siempre nos quedará dar un paseo por la orilla del mar, con suerte hasta sale el sol.

463. A Dios rogando

Por Lola Fernández Burgos

Veía el otro día en la prensa una foto de un niño haciendo los deberes a la luz de una farola, porque en su casa no se podía pagar su suministro. La noticia se refería a un hecho acaecido en Perú, pero no cabe duda de que podría ser en España perfectamente; porque de todos es sabido que hay muchas familias que no pueden pagar la luz, ni siquiera en estos días de frío, en que sólo imaginar que no podemos calentarnos, ya nos estremece, y no por el clima precisamente. Está la vida muy mal para tanta gente, que no hay que irse a África o a países Americanos que están en boca de todos los medios por sus nefastas condiciones económicas, pues nos basta quedarnos en nuestro país. Me indigna sobremanera cuando veo la manipulación interesada de las informaciones sobre el hambre o las dificultades de todo tipo que se padecen fuera de nuestras fronteras. Siempre están contándonos lo mal que están por ahí, o la poca democracia que hay en determinados Estados, siempre los mismos, oigan, siempre los mismos. Y yo me pregunto para qué tanto fijarse en las casas de los vecinos, cuando tenemos las nuestras tan revueltas y en situación tan deplorable, o más, como las de fuera. Se pasa hambre en España, y si no, que le pregunten a esas familias que están desesperadas porque no tienen un presente decente, ni pueden ofrecer a sus hijos un buen futuro. Se pasa hambre, como se pasa frío, como te echan a la calle y te quitan la casa sin importar un bledo si tienes un sitio o no para refugiarte. Así no tienen nada de extraños los suicidios relacionados con los desahucios. Es fácil colegir que la desesperación lleva a preferir la muerte antes que a la nada en vida. Se sufre mucho en esta sociedad nuestra insolidaria, y a quien le toca la peor parte no le queda ni la esperanza de que le ayudarán quienes están en el lado bueno de la vida.

Y ante todo esto, ¿qué hace la Administración para dar solución a los problemas? Poco, muy poco, nada. Si acaso, y mira que es triste, empeorarlo todo un poquito más. Impuestos, cortes de suministro, desahucios, exigencias, recargos, intereses de demora, embargos, ay, y un largo etcétera. En esta nuestra sociedad actual, que da vergüenza ajena si es que se tienen pundonor y decencia, cuando hay problemas, en vez de hacer que no sean insalvables, se aprieta un poco más la soga que asfixia y ahoga. Es así de cruel, pero,  desgraciadamente, real como la misma vida. Las religiones hablan de paraísos y de infiernos para después de la muerte, pero están aquí en la tierra y en plena vida. Si es que a determinadas situaciones insostenibles se les puede llamar vida. Las religiones hablan mucho y de todo, no hay más que, por ejemplo, sintonizar las absurdas cadenas radiofónicas en las que la Iglesia española malgasta el dinero, ese que en realidad es nuestro, para rezar. ¿Qué piensan cuando cambiando de dial se escuchan esos rezos en medio del silencio? No sé ustedes, pero yo condeno a quienes en vez de ayudar, lo cual es su razón de ser y de que se les financie con un dinero que obtienen para ofrecer esa ayuda, se dedican a malgastar dinero y tiempo. Yo escucho en medio de la noche ruega por nosotros, y se me encabrita el corazón, qué quieren que les diga. Porque menos rezos y más hechos para evitar lo que sería fácilmente evitable si se quisiera, si se cumpliera con la ética y los principios que sostienen a los diferentes credos. Que mucho a Dios rogando, y con el mazo dando, pero poco se hace para conseguir aquello por lo que tanto se ruega.

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