482. Más cariño por nuestra ciudad

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos.

Vivo en una calle peatonal, al menos en teoría, porque no es difícil verla llena de coches aparcados de día, cuando no también de noche. Es una calle que desemboca en el Parque de la Constitución, el mismo en el que se invirtieron, hace menos de una década, cuatro millones de euros para reformarlo integralmente, y hacer algo que a mí siempre me parece mucho más una plaza que un parque; pero bueno, los nombres no dejan de ser nombres, y da igual cómo se llame. Es un parque en el que quitó mucha arboleda, al igual que en los alrededores; sin embargo, volvieron a plantar árboles que crecen sanos y rápido, aunque no hay tantos como una imagina en un parque, pero es lo que hay. En aquella reforma, bastante cara para los resultados, en mi opinión, se vendió que el mobiliario urbano sería el mismo para el lugar en sí, y para las calles adyacentes, que es justo el caso de la mía. Era toda una suerte, pensé, al igual que todos mis vecinos, porque una calle peatonal evita muchos ruidos e inconvenientes, y compartir mobiliario con el parque, seguro que estaría muy bien. Eso pensé, aunque la verdad es que dejé de pensarlo pronto. Siempre me he imaginado una calle peatonal sin coches, y desde siempre han estado presentes: unos por unas horas, y otros más permanentes. Y en cuanto al mobiliario, esta vez estábamos de suerte, dos bancos y dos maceteros, con sus farolas; lo cual implicaba una continuación respecto al parque, a nivel estético, aunque sólo fuera por lo homogéneo…

Foto: Lola Fernández Burgos

Bueno, lo cierto es que el mobiliario no es barato, y seguramente podríamos decir que es bonito, si estuviera cuidado y en los maceteros hubiera vida vegetal, esa que tanto alegra el espíritu. Pero la realidad es que miras y no es que no apetezca pasar un rato ahí, es que directamente te entran ganas de llorar. Los bancos claman por una mano de pintura, y los maceteros es una pena el grado de abandono que sufren. Más parecen objetos para los orines de los perros del barrio, o enormes ceniceros en los que la tierra es lodo seco de un verde desagradable adornado de colillas, en los que hay unas varas que se suponen plantas, y que están igual de secas y desnudas sea invierno o verano. Es como un triste testimonio de un abandono que da rabia, qué quieren que les diga, mucha rabia. Porque una paga religiosamente sus impuestos municipales, y la limpieza va incluida, si no estoy equivocada. Es que además no cuesta demasiado llenar de vida los maceteros, y limpiarlos aunque sólo sea de vez en cuando. Seguramente así apetecería sentarse un poco y descansar, o leer, o ver la vida pasar, qué sé yo. Pero así sólo miras y te pones de mal humor, y encima ves que los grandes y sucios maceteros lucen el logo y el escudo del Ayuntamiento, y te preguntas si no les dará vergüenza a los responsables de la limpieza y la jardinería. Para poner la marca de la casa, mejor que sea en algo bello y agradable, que te haga sentirte orgullosa y agradecida, y no en un elemento descuidado y feo que pide a gritos un poco de atención. Y al lado del banco y del macetero, una farola que de noche alumbra el desaguisado, y de día parece preguntarse qué hará allí, como el único invitado de semejante rincón urbano. Lo peor es que cuando te mueves por aquí y por allá, esa es la tónica general, por desgracia: elementos urbanos que hablan de descuido y, lo que es mucho peor, de abandono. Puede parecer una tontería, pero para nada lo es: es en esas pequeñas cosas donde se ve el amor o la indiferencia que se siente por Baza, por parte de quienes tienen la obligación de mantenerla bonita y amable. Y lo que se ve es a veces tan desagradable, que sólo puedes desear que haya alguna vez responsables que sientan más cariño por nuestra ciudad.

481. Con más pena que gloria

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos.

Pasó la borrasca Gloria dejando una estela de destrucción y muerte, y evidenciando que eso del cambio climático no es ninguna broma, y es de una certeza tal, que no se puede entender el negacionismo, si no es desde la más profunda tontería mental. Hay cosas que por mucho que se quieran negar, están ahí y se abren camino sí o sí. Los científicos avisan y claman por la prevención pro futuro, y es desesperante ver cómo se les ignora clamorosamente. Porque si un desastre ocurre sin poder hacer nada por paliar sus nefastos resultados, pues qué decir, sino que era inevitable. Pero hay tantas cosas mal hechas que acrecientan los males, que más nos valdría empezar a preocuparnos por enmendar lo enmendable.

Foto: Lola Fernández Burgos

Veía estos días las imágenes de las consecuencias de la devastadora Gloria, tomadas desde arriba y repetidas una y otra vez en la televisión, y recordaba cuando algo muy parecido ocurría hace años en la India, o en lugares muy lejanos y muy esporádicamente. Pero estremece sentir que ahora esto pasa aquí, y no es algo infrecuente; al contrario, que se lo digan a quienes lo han sufrido tres veces en cuatro meses: es para llorar, o para cambiarse de pueblo. Porque es que se siente miedo, impotencia; es una ruina total, y encima no queda otra que trabajar muchísimo para tratar de que todo vuelva a la normalidad, cosa imposible.

Una ve cómo se afanan por sellar puertas, por poner sacos de arena en las orillas, por resguardar los puertos con aparentemente sólidos rompeolas… y piensa que es completamente inútil tratar de luchar contra la Naturaleza, cuando dice de recordarnos que no somos nada, que basta una simple ola para saltar por encima de ilusas defensas humanas y destrozarlo todo en segundos. Se ve el aislamiento en que quedan los pueblos cuando caen nevadas que podrían enterrarlos para siempre, y aterra pensar en cómo crecerán los ríos, ya al borde del desbordamiento por los aguaceros, cuando llegue el deshielo y la nieve sea agua que busque los cursos más cercanos.

Da mucho miedo sentir que somos seres insignificantes, aunque seamos tan osados como para estar deteriorando nuestro planeta como si tuviéramos muchos donde seguir subsistiendo como especie, nosotros y nuestras generaciones futuras. Vivimos tan mal el presente, que estamos achicando los espacios del futuro de manera peligrosa y absolutamente irresponsable.

Los cielos son para deleitarnos con su belleza, no para otearlos con temor, con miedo, con terror, ante la posibilidad de que se abran sobre nosotros y descarguen una furia tal, que nuestros esfuerzos por paliar sus efectos son tan ridículos como nosotros mismos frente a la devastadora fuerza de una borrasca. Por cierto, no sé quién bautiza estos fenómenos naturales, pero podrían elegir nombres más adecuados, porque desde luego en esta ocasión pasó entre nosotros con mucha más pena que gloria. Ojalá tarde en volver a repetirse otra borrasca tan maldita como esta, que nos dé tiempo a reconstruir todo lo destruido, que será muy difícil. Pero sobre todo, ojalá seamos conscientes de que hay que poner todos los esfuerzos en recuperar un medio ambiente al que atacamos sin importarnos lo más mínimo el insostenible deterioro del único lugar que tenemos para vivir por los siglos de los siglos.

480. Desconectar

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos.

Creo que nunca vi en España un ambiente sociopolítico más revuelto, ni siquiera en la época de la transición, cuando se salía de una dictadura y se estaba en la tarea de dotar al país de una Constitución democrática, que fuera capaz de aunar las distintas sensibilidades, entre las cuales había ciertamente abismos, y de dar respuestas válidas para los diferentes intereses. Creo que los políticos que hubo en aquellos difíciles momentos lograron que pareciera fácil, y eso, a día de hoy, considero que conllevaba unas enormes dosis de responsabilidad y una actitud de Estado, que por desgracia hoy brilla por su ausencia. Cuando en la actualidad observo, por ejemplo, llevarse las manos a la cabeza y pretender descalificar a alguien con lo de comunista, no puedo sino sentir vergüenza ajena. Recuerdo cuando detuvieron a Carrillo, con aquella peluca que se hizo famosa, o cuando regresaron del exilio personas como la Pasionaria, o Alberti, por citar sólo a algunos eminentes comunistas. No hubo ningún obstáculo para que fueran miembros del Parlamento español, sin que nunca nadie les insultara o tratara de boicotear sus intervenciones. Y hoy estamos ante un desquiciante panorama de responsables políticos absolutamente irresponsables, que ven al otro no como un adversario, sino como el enemigo a batir y sirviéndose para ello de cualquier arma. Parece que todo vale, incluso deslegitimar, o tratar de hacerlo, a un Gobierno que cuenta con el visto bueno del Rey y del Congreso. No sólo no es de recibo, democrático al menos, sino que además asusta, y mucho. O esto cambia, o no sé qué va a pasar, pero después de demasiado tiempo con un Gobierno en funciones, y con un bloqueo que hace que la vida diaria, a nivel económico y social, se resienta indudablemente, es del todo necesario que la legislatura arranque y se desarrolle sin el boicot continuo de la oposición. Porque ésta, más que nunca, debería mantener una postura de apoyo en todo aquello que no busca el interés partidista, sino el bienestar general. Y desde luego, no me parece para nada que vayan por ahí los tiros. Ojalá todo cambie para bien, y los diferentes partidos que no han logrado el apoyo popular suficiente como para conformar Gobierno, sean capaces de entender que hay un tiempo limitado antes de volver la ciudadanía a las urnas. Lo que hoy tenemos no es para siempre, sino para cuatro años como máximo, y hay que dejar gobernar. Y además, ayudar a hacerlo, no el bochornoso espectáculo que vemos de obstaculizar por obstaculizar, y de enrarecer el ambiente, seguramente con la creencia de que a río revuelto, ganancia de pescadores

Foto: Lola Fernández Burgos

En fin, que es muy desalentador y bastante estresante, por lo cual es momento para desconectar en la medida en que se pueda. Llevamos muchos meses de atención a los medios, de horas frente a la televisión, de debates, de tertulias, de entrevistas… Por favor, un poco de descanso no puede hacernos daño. Dejemos que las mujeres y hombres políticos hagan su tarea, que bien difícil se presenta por otra parte. Y nosotros dediquemos nuestro tiempo libre a desintoxicarnos un poquito de tanto empacho mediático. Salgamos a pasear, y hablemos de temas que no sean siempre sobre la política nuestra de cada día. Vayamos al campo, subamos a la sierra, acerquémonos a la orilla del mar, que es una manera infalible de encontrar descanso para todos los problemas que puedan perturbar nuestra tranquilidad. Dicen que el mar sana, y seguramente es cierto; desde luego, lo que no hace es lo contrario, porque no sé de nadie que no se relaje paseando por la arena, escuchando el sonido de las olas y disfrutando al ver la espuma besando la orilla. Quizás sólo cuando hay tormenta, el mar puede abrumarnos y hacer que sintamos temor. Pero para tormenta, la que vivimos día a día, desde hace ya tanto tiempo que es imprescindible cambiar de actitud sí o sí. Y a nosotros nos urge desconectar, porque es muy difícil que un panorama tan hostil no nos contagie.

479. 2020

Por Lola Fernández Burgos

Que a los humanos nos pirra discutir y polemizar, está más que claro a estas alturas de la humanidad. Cierto que hay discusiones y debates más interesantes que otros que nacen ya con el aburrimiento anexado, y tedio es lo que me provoca la controversia acerca de si estamos al final de un decenio más que al principio de una década. Que sí, que se puede tener la razón, que estamos cerrando el decenio anterior, pero los 20 empiezan en el 20, y eso es así más allá de las matemáticas. Así que este año, bisiesto además, empezamos una nueva década que en el siglo pasado coincidió con un periodo de entreguerras, y fue una etapa de ruptura y apogeo cultural, conocida como los años locos. Fue una época que brilló en lo social y en lo artístico, con aspectos sobresalientes en la música, en la moda, en las costumbres, y en las diferentes expresiones y movimientos artísticos. De aquellos años nos quedan el influjo del jazz, el tango, el charlestón con mujeres vestidas con faldas cortas, pelo corto y con sus cigarrillos en largas pipas. El denominado Art Déco y aquellos bailes de chicas que expresaban toda la alegría de vivir, se han quedado en nuestras retinas como expresión estética de unos años que, si estaban locos, era locos por vivir la vida a tope, después de haber salido de un triste tiempo de penas, miedo y llanto por tanta muerte como ocasionó la Primera Guerra Mundial. Cierto que después llegó la Crisis del 29, la Gran Depresión, y fue un nefasto broche de un deterioro económico mundial, con terribles efectos en casi todos los países, fueran pobres o ricos. O sea, la alegría dio paso a una depresión difícil de superar.

Resulta que ahora mismo, en este presente nuestro que nos ha tocado vivir, estamos recién salidos, si es eso verdad, de una terrible crisis financiera que ha salpicado y hundido muchas economías nacionales. Hubo que rescatar a los bancos, y se dejó naufragar a muchas personas. Aún hay quien no ha logrado salir a flote, y eso es algo que no se puede dejar en el olvido. El caso es que ojalá que los 20 sean también ahora unos años de recuperación y resurgimiento, de explosión cultural y de riqueza expresiva que nos alegre la vida, que falta nos va haciendo. No creo que llegue otra Guerra Mundial, pero estamos rodeados de guerras, tantas que asusta, pero ahí están cimentando economías de países y grandes empresas sin que se les ponga remedio; porque en este mundo nuestro lo que más interesa es lo material, y la paz es algo espiritual. Sólo espero y deseo que nos queden por delante años de tranquilidad e ilusión, en los que sea posible que vivamos sin la congoja de los problemas políticos influyéndonos. Nuevos días en que la máxima preocupación no sea un bloqueo o un Gobierno, en los que se nos olvide quiénes trabajan en las esferas políticas para procurarnos el bienestar general por el que están ahí, que ya va siendo hora. Quisiera que la ciudadanía nos dejáramos de enfrentamientos y discusiones ideológicas, y pudiéramos convivir cada quién con nuestras ideas libre y pacíficamente; no parece algo tan quimérico, aunque visto lo visto… Así que feliz año nuevo, felices 20, y que la alegría sea la banda sonora de estos años que nos quedan por vivir.

478. El dorado de los membrillos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Estoy segura de que, entre ustedes, muchos recuerdan el acto de ir a comprar un sobre y un sello, sentarse en algún lugar para escribir la dirección y el remite, y correr al buzón más próximo para enviar una carta. Quién va a olvidar la alegría que se sentía al escuchar al cartero que llegaba y traía algo para ti, eso era la felicidad: abrir el sobre y anticipar lo escrito, que a veces llevaba en el lateral un atención, contiene fotos. Aquello ya prácticamente no existe, pues ahora en el buzón suele haber de todo excepto una misiva personal, y el cartero llama para que le abras la puerta del portal, o para subirte un certificado o un envío, pero nada que ver con la alegría de antaño. Hoy en día no necesitas ir al estanco para enviar al instante por móvil un mensaje escrito, o un audio, una o un montón de fotos; como tampoco has de ir a una cabina y esperar turno para llamar, pudiendo hablar en cualquier momento y en cualquier lugar, y todo ello viendo en la pantalla a con quien hablamos, mientras te ven a ti a la vez. No se puede negar que es un adelanto increíble, un salto cualitativo que a nuestros abuelos les puede hacer alucinar en colores. Pero es una comunicación absolutamente diferente. Y para ella contamos con muchas más herramientas, las mismas que de pequeña yo sólo pude imaginar, sin saber que algún día serían totalmente reales. Podemos enviar, aparte de mensajes, nuestra imagen en directo, canciones, fotos guardadas o tomadas en ese mismo momento; y, además, recibir respuesta igualmente inmediata. Es posible establecer conversaciones en directo, por llamarlo de alguna manera, o simplemente dejar mensajes y recibir respuesta más tarde, sin necesidad de estar los dos interlocutores conectados al mismo tiempo.

Foto: Lola Fernández

Aparte de todo ese mar de posibilidades, un simple móvil nos permite recibir las noticias casi al tiempo en que se desarrollan, pues pasarán algunos días para que los noticiarios de la televisión nos hablen de cosas que ya sabemos desde hace demasiado. Y esas noticias nos tendrán al tanto de la actualidad sin tener que ir a un kiosco y comprar un periódico o una revista. Tampoco necesitaremos de libros para leer las novedades en literatura, o los clásicos de toda la historia. La mejor música, nuestros temas preferidos, nos acompañarán a pasear, a comprar, a descansar, con simplemente ponerle al móvil unos auriculares y elegir la lista de temas que deseas escuchar. Es más, si tienes alguna duda sobre una música que suena, puedes descubrir de qué tema se trata y todos los detalles con sólo acercar el móvil con la aplicación adecuada. Estamos interrelacionados a través de las llamadas redes sociales, y de repente resulta que tenemos tropecientos amigos y amigas, vaya, que saben qué hacemos, por dónde viajamos, qué tomamos al salir, nuestros gustos en tantas y tantas cosas, que, a veces, saben más que nuestra familia, a no ser que esta esté también en dichas redes. Ya ven, un mundo casi mágico y lleno de poderes, que, sin embargo, no ha logrado en modo alguno que nos sintamos menos solos, o evitado que estemos incomunicados, o deprimidos. En estos tiempos de conexión casi total, los psicólogos nos dicen que no es nada extraño que las personas encuentren más soledad que nunca, y con una tristeza casi insalvable, entre tanta amistad más cuantitativa que cualitativa, con todo o casi todo al alcance de la mano, sin necesidad de hacer prácticamente nada, a no ser tener las aplicaciones adecuadas y saber manejar algo como un móvil. Y esto, puede que a los mayores les cueste más de entrada, que después ya se sabe que todo se aprende y nadie nace enseñado, pero hasta los bebés y las mascotas están tan familiarizados, que parecen dominarlos sin mayores problemas. Todo ha cambiado muchísimo sin habernos dado cuenta, eso es innegable, y hay cosas que antes eran cotidianas y se han esfumado en la nada sin apenas dejar rastro. Por eso hay que valorar y aferrarse a lo que sigue ahí, inmutable con el paso del tiempo, al menos por ahora. Seguimos contando con la sucesión de ciclos estacionales a lo largo del año, o con el simple dorado de los membrillos, un ejemplo que nos regala el persistente e imperturbable milagro de la vida en todo lo que no se ha llevado el progreso. Disfrutemos de todo aquello que persiste hoy exactamente igual que hace un puñado de siglos, y dejemos que nos sorprenda como lo hizo con nuestros antepasados desde su mismo origen.

477. Seguimos sin puente

Por Lola Fernández Burgos

Quienes me sigan a través de estos artículos, que llevo ya escribiendo para ustedes desde hace más de doce años, sabrán que no me gustan nada de nada los políticos, con alguna excepción, que sólo sirve para confirmar la regla. Seguro que es porque antes de fraile fui cocinera, porque pasé por ese mundo y le dediqué unos cuantos años de mi vida, de los que tengo tan mal recuerdo que no me gusta ni hablar de ellos. Pero hablando de excepciones, hoy haré una y les confesaré que terminé muy escarmentada de aquellos años en que entregué mi tiempo y mi trabajo a eso de la política, primero a nivel orgánico y después en el equipo de gobierno. Han pasado ya años y aún me parece increíble que haya tanta mentira, traición, envidia, deslealtad, desagradecimiento, un usar y tirar que da asco, un no reconocer tu esfuerzo y entrega, y una competitividad vergonzosa. Es un mundo en el que hay poca oferta y mucha demanda; en el que quienes entran ya no quieren salir, en el que los hay que quieren subir a base de pisar y de impedir que nadie más suba. De verdad, una puede haber entrado con toda la ilusión por trabajar por su ciudad, con una importante parcela de poder, y terminar absolutamente defraudada y teniendo muy claro que jamás repetiría semejante experiencia. Si al poco compañerismo entre colegas, le unes que estás rodeada, además, puf, por trabajadores que dicen aborrecer a los políticos, pero que juegan a ser como ellos y sueñan con serlo realmente, el panorama es ciertamente para ponerte los pelos de punta. Claro que hay quienes se salvan entre compañeros y demás trabajadores, por supuesto, pero mi experiencia fue que eran muy poquitos comparados con el resto. En fin, que no me gustan los políticos y la política con minúsculas, porque si es con mayúsculas, todo mi respeto para unos y otra.

Y en el caso del puente de Benamaurel, cuya destrucción por la gota fría ha afectado, tanto a dicha localidad, como a Baza, Castilléjar, Castril y Cortes, especialmente, la política ejercida para resolver el problema que incide tan negativamente en tanta población, ha sido menos que minúscula. Aquí además ha aparecido el juego de las distintas administraciones responsables, que a la postre se traduce en un pasarse la pelota de unos a otros, sin hacer nadie nada. A la ciudadanía le importa un bledo, francamente, si es la administración nacional, la local, la autonómica, la provincial o la que quiera ser, quien resuelva el marronazo que lleva padeciendo desde hace ya casi dos meses, sin que nadie haya hecho nada. Resulta que el Ejército podría haber levantado un puente provisional en unos diez días, pero no. Resulta que se podría haber adecentado un camino provisional para no dar la vuelta por Cúllar, pero no. Y la opción actual es una mala carretera que no sólo no está preparada para el tráfico actual, sino que es peligrosa por los muchos camiones, y a la que sólo se le ha hecho una limpieza de cunetas… De verdad, nos llamamos desarrollados, pero hay países tercermundistas que están más adelantados que nuestro norte granadino, el último de la fila por lo general. Resulta que la Junta se niega a hacer algo más que la reconstrucción del puente, lo que implica bastantes meses. De la carretera, que sería mala hasta en las zonas llamadas tercermundistas, no quiere saber nada, se ve que Granada pilla muy lejos de Sevilla, y aquí no hay playa en la que se bañen los políticos sevillanos. Y resulta que un camino alternativo es muy caro, y más si va a ser provisional. Pero lo curioso es que empezaron hablando de que había un millón de euros para el puente, y al final la adjudicación ha sido por un cuarto de millón menos… Y digo yo, ¿es que el sobrante no puede servir para resolver un problema de la ciudadanía, real y grave? A ver qué van a hacer entonces, porque si el dinero es mucho para los problemas, será igualmente mucho para nada, creo yo. El caso es que seguimos sin puente, y lo que te rondaré, morena.

476. Relatividades

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Si algo se va aprendiendo conforme crecemos y vamos haciéndonos adultos, eso es a relativizar, a no quedarnos con lo absoluto o lo definitivo, que es tanto como decir a mantener posturas de flexibilidad, ejerciendo como seres inteligentes que nos llamamos. Puede parecer sencillo, pero hay a quien se le va la vida y al final no consigue logro tan importante; esencial a nivel personal e intrapersonal. Cuanto antes nos abracemos a las relatividades, más pronto dejaremos caer el lastre del peso de los totalitarismos. Porque nos evitaremos muchos sufrimientos y encontronazos, si somos capaces de entender que eso de que hay más que el negro y el blanco, es mucho más que una frase hecha. Y si del gris pasamos a toda la gama, visible e invisible, de colores, nada nos dará mayor capacidad de reflexionar y encarar la vida desde la tolerancia y la apertura de mente. Pues no es tan fácil avanzar y hacerlo con las herramientas cognitivas adecuadas. Cierto que cada quien tiene una capacidad mental otorgada genéticamente en el mismo momento de ser concebido, mucho antes de nacer. Pero igualmente es verdad que para algo nos sirve la educación y el medio en el que nos desenvolvemos; no obviando en modo alguno que, aparte del bagaje educacional y cultural que nos proporcionan, es también esencial la propia educación que nos damos a nosotros mismos. Ya no es sólo que nos enseñen, es estar abiertos a aprender, y no esperar a que las enseñanzas nos lleguen de fuera solamente, porque estamos más que capacitados para buscarlas personalmente.

Foto: Street Art

Relatividades, no quedarse en lo que a simple vista parezca, huir de las sentencias definitivas, encarar algo sabiendo que cabe nuestro punto de vista sólo como uno más entre muchos otros. Porque además el mantener una actitud flexible permite un enriquecimiento evidente: se abre la puerta a otras posturas, que no implica que hayamos de adoptarlas finalmente, pero que aportan variedad y riqueza a la hora de sopesar cualquier cosa antes de tomar decisiones. Porque la vida es un continuo elegir, un optar por una u otra posibilidad; y si nadamos en un mar de posibilidades, es más difícil ahogarnos que si nos aferramos a una única certeza. Es que, para más complejidad, nos movemos entre variables que son puros convencionalismos. Por ejemplo, imposible descartar algo como el tiempo y el espacio, pues es un continuo en el que vivimos, más allá de que no lleguemos a comprender qué son, excepto si contamos con cerebros privilegiados. Pero, por ejemplo, si nos quedamos con el concepto de tiempo: no cabe de ninguna manera en nuestros inventos para medirlo y, de algún modo, abarcarlo y entenderlo… ¿Qué sabe el tiempo de relojes, de siglos, décadas, lustros, años, días, horas, minutos, segundos, instantes, navidades, vacaciones, estaciones anuales, fin de año, etc.? Pero sin estos inventos no podríamos hablar siquiera de nada temporal. Es justamente lo que ocurre con tantas y tantas cosas, que existen y somos tan insignificantes que nos es casi imposible abarcarlas, aprehenderlas, saber exactamente qué son y cómo se desenvuelven. Y hablo no ya sólo de magnitudes físicas externas, o de químicas que facilitan la existencia misma. Es también todo lo concerniente, por ejemplo, al mundo de los sentimientos: ¿qué saben estos de nuestros conceptos de amor, amistad, odio, atracción, rechazo, y así hasta donde podamos imaginar? Relativicemos, pues, porque nos irá mucho mejor si comprendemos, mejor antes que después, que nada es forzosamente de una u otra manera absoluta. Que si nos movemos entre relatividades, seremos muchos más felices…, sin olvidar, por supuesto, que la felicidad absoluta no existe. Pero, ¿acaso no son maravillosas las pequeñas felicidades relativas?

475. Deterioros

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En esto de los deterioros, del desgaste y del estropearse algo, se empieza por los simples desperfectos, y, si no se ataja, se acaba con la destrucción total. Podemos pensar en múltiples aspectos de la vida: de las macro y de las microeconomías; de las relaciones, sociales o personales; de los diferentes sectores que hacen que un país avance, etc. Más allá de lo personal, aunque incluyéndolo, hay una crisis generalizada. Crisis de principios. Crisis de valores. Crisis de cualquier aspecto en que quepa una crisis. Cuando todo va a peor, con independencia de los pasos encaminados a que mejore, sólo podemos constatar el estropicio. Se rompe todo, aunque uno no quiera, cuando no depende de ese uno. Y son tan pocas las ocasiones en que se puede decidir y controlar el curso de la vida, que no es difícil entender que vivamos una época en que la depresión hace acto de presencia, aunque no se la llame. Es un problema del que apenas se habla, pero la tristeza y la desesperanza se agarran imperceptiblemente a los seres humanos que se sienten desvalidos, y se cobran demasiadas víctimas. Es una desgracia que la alegría sea mucho menos frecuente y más ocasional que las penas nuestras de cada día. Pero de estas cosas no se hablan en los noticiarios, demasiado enfrascados con las campañas electorales permanentes, pues tal es el sino de los tiempos actuales. Se nos tiene entretenidos y a ver si cuela, que ya se sabe que pensar y tratar de ser alguien más esencial que un borrego al uso, eso está muy mal visto.

Foto: Lola Fernández

Deterioros, pueblos que se van despoblando, economías rurales que se van abandonando, y que desaparecerán si no se ponen medios para evitarlo, como van despareciendo los gorriones y las pequeñas aves de nuestras ciudades, como cada vez se ven menos abejas con su modélico sistema de trabajo y su imprescindible contribución a la polinización. Si un sabio como Einstein ya nos avisó de que será un desastre global la extinción de las abejas, no me quiero ni imaginar el futuro de este mundo deteriorado y en crisis. No escuchamos a los que nos avisan de los peligros, y no nos damos cuenta de que llegará un momento en que ya sea tarde. Por poner un ejemplo que contribuye al abandono creciente de campos y pueblos, la crisis del sector olivarero, de los más cruciales en España a nivel medioambiental, económico y social. Es evidente que entramos en la Europa comunitaria para sentir que nos arropa y cuida en las dificultades, pero es aún más evidente que Europa está en una situación aún más crítica. Para nada ayuda, para nada impide que los grandes inversores pasen de cumplir la ley de la oferta y la demanda, provocando una especulación que conlleva una bajada del precio del aceite insoportable para los trabajadores del sector. Es fácil colegir que si se pierde dinero con lo que se hace, uno va a dejar de hacerlo. Es imposible que nuestros olivareros aguanten que dichos grandes inversores compren en las almazaras para simplemente bajar artificialmente el precio del aceite. O que nuestra compañera europea Italia compre el aceite español a menos de dos euros el litro y lo venda como suyo a seis. Eso acaba con cualquier economía, sin necesidad de entender demasiado de sus parámetros; y no les digo nada si a ello se le suma el tema de los aranceles que la América de Trump quiere aplicar a nuestros productos, incluido el aceite de oliva. Es que si resulta más caro recoger la aceituna que empieza a colmar las ramas de nuestros olivos, es fácil que se acabe por no recogerla, y a otra cosa, mariposa. Ante esto, no se ve que España o Europa haga nada, a no ser aparentar que hacen algo, que en eso ya son maestras. Mientras, el deterioro avanza, y como no se le ponga remedio, pronto estaremos en un estado de ruina y de siniestro total, todo ello en un marco terrible de pueblos que empiezan a quedarse vacíos, en una España ayuna de principios, valores, metas y objetivos, de algo tan grande como es el bienestar general.

474. Nos merecemos algo mejor

Foto: Lola Fernández
Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Creo que estaremos de acuerdo en que como ciudadanía nos merecemos algo mejor. Con independencia de la ideología de cada quién, no es difícil concordar acerca de que no es de recibo estos tiempos que vivimos. Políticamente es casi demencial que estemos hablando de cuatro elecciones en cuatro años, máxime cuando nuestro país necesita urgentemente renovarse, reinventarse casi, después de una crisis económica brutal por sus consecuencias entre los más débiles de la sociedad, aún no recuperados. Es increíble comprobar la irresponsabilidad de los dirigentes políticos de los diferentes partidos, tanto como la de los poderes fácticos, aquellos que mueven los hilos del cotarro; porque tanto unos como otros están demostrando una incapacidad vergonzosa y una desvergüenza temeraria. Parecieran kamikazes de la historia presente, si no fuera porque ellos nos estrellan, pero sin ser suicidas. Al contrario, cuando hacen lo que están haciendo, es simple y llanamente porque les interesa; con independencia de los nefastos resultados a nivel político, social y económico. Parecemos ser invisibles para ellos, pero es más que evidente que mueven sus resortes apoyándose en nosotros, pues mal que les pese nos necesitan, aunque el desprecio hacia nuestras necesidades es escandaloso. ¿Para qué nos llaman a las urnas, si no hacen caso de lo que hablamos en ellas, sólo porque no es lo que esperaban escuchar? Esto no tiene ningún sentido, pero desde luego es absolutamente injusto y no podemos sino sentir que nos merecemos algo muchísimo mejor.

Foto: Lola Fernández

Se podría decir que todavía somos una planta viva con bellas flores, aunque empezamos a secarnos y, si nada cambia, podríamos ser irrecuperables. Sin embargo, son muy malos tiempos para la lírica, y no sólo para ella, sino para todo. Porque si las riendas de España se llevan provisionalmente y en modo en espera, no digamos nada de las interrelaciones sociales, de las realidades y sueños de la juventud, de la continua violencia de género que crece y asesina exponencialmente, del suicidio como salida para tanta desesperanza, de esas manadas que crecieron viendo pornografía y ahora juegan a protagonizar sus propias películas de violaciones y vejaciones en grupo, etcétera. Conocer la realidad nuestra de cada día es para estómagos fuertes que no sienten náuseas ante tanta noticia, a cuál más terrible. Mientras los que se supone deberían estar peleando por el bienestar social, se dedican a no hacer otra cosa que no  sea inventar mentiras y pronunciar promesas falsas, aquí en nuestra maltratada España se asesina a mujeres y a sus hijos, se suicidan con muchos más muertos al año que los resultantes de los accidentes de tráfico, se viola a las mujeres entre pandillas de asquerosos que se sienten hombres con ello, se pasa hambre y frío, se malvive sin futuro, se duerme en las calles con miedo a ser agredidos por quienes tienen techo y comida, y así podría seguir enunciando un inventario de horrores que sólo son los síntomas de una sociedad no ya sólo enferma, sino, además de todo, abandonada a su (mala) suerte, y sin visos de que alguien vaya a coger el timón y encauzar tanto desvarío. Así que ya me dirán si no nos merecemos algo mejor…

473. De puentes y estercoleros

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Pasó la gota fría por nuestra provincia con resultados nefastos, dejando más de 70 localidades afectadas y necesitadas de ayuda económica para paliar los daños provocados por las aguas caídas del cielo en cantidades exageradas y en muy poco tiempo.  Desde luego, nada tan grave como la pérdida de una vida humana, y por desgracia tuvimos que incluir una de nuestra tierra en el cómputo general de las víctimas en nuestro país. Siempre son frías las estadísticas y los datos; porque nunca incluyen el miedo, el dolor, la desesperación, y todo lo malo que surge cuando la Naturaleza nos recuerda que no somos nada si demuestra su poderío. Y esta vez lo demostró de muy malas maneras y verdaderamente daba miedo. Los resultados están, muchos, a la vista de todos, y con consecuencias impensables unas horas antes de que ocurrieran los desastres; tal y como, por ejemplo, la destrucción del puente que permitía el acceso a Benamaurel. Parece increíble que de repente un pueblo, y varios más, de la comarca de Baza, se queden aislados y haya de dar un buen rodeo, por malas carreteras, para llegar hasta ellos. Ya se sabe que un puente no se hace de la noche a la mañana, y que no habrá una solución rápida, aun contando con dinero para ello.

Foto: Lola Fernández

Cuestión aparte es la de años que se lleva solicitando el arreglo de unas carreteras que no es que sean malas, sino lo siguiente: peores imposible. Pero la cosa es que no se hicieron caso a las demandas de las diferentes localidades afectadas por las malas comunicaciones, y ahora hay un problema, y grande. Una viaja por algunas provincias, como mismamente la de Jaén, que nos pilla a la vuelta de la esquina, como quien dice, y se extraña de las magníficas carreteras construidas para apenas tráfico. Y en unos pueblos como los de nuestra comarca, y la de Huéscar, con un tráfico diario muy abundante, es verdaderamente vergonzoso el estado de sus vías para la circulación y la intercomunicación. Lo del puente de Benamaurel no es en absoluto una complicación para sus habitantes, y pare usted de contar. Es un grave problema para toda la comarca. Hay bastetanos que trabajan allí, y benamaurelenses que lo hacen en Baza, y eso es una ida y una vuelta a diario. Pero es que son muchos más los pueblos que han de acceder a nuestra ciudad: para comprar, con las negativas consecuencias económicas para nuestro ya delicado comercio, si dejan de venir como antes; o, lo que es mucho más preocupante, para llegar al Hospital. En fin, que, desde luego, no debería dejarse solo al alcalde de Benamaurel, y la petición de prontas soluciones debiera ser una prioridad y una demanda unánimes de todos los representantes políticos de tantísima población afectada. Es algo que va mucho más allá de obtener los ayuntamientos unas partidas económicas para paliar los efectos más visibles.

Otra terrible consecuencia que nos dejó la gota fría es ver de repente inundados los campos y caminos por la muchísima basura que se deja abandonada en la Naturaleza. Se habla de que nuestros mares son auténticos basureros, de que comemos plástico en cantidades alarmantes, de que los desechos que nos rodean, y que nos sobrevivirán, nos van a terminar matando. Pero no es sólo en el mar donde se dan los problemas que en él provocan los vidrios, plásticos, latas, etc.; siendo un gravísimo atentado contra el medio ambiente y su fauna y flora, amén de contra el mismo ser humano, que es el culpable y responsable directo. No hay más que salir a pasear por los alrededores para ver desechos de todo tipo que nos van comiendo, y es desalentador comprobar que nadie hace nada. No se puede tirar la basura si no es a los contenedores; pero tampoco puede dejarse, cuando es más evidente que está por todas partes. No sé a quién le corresponderá, pero desde aquí ruego que se haga algo para que, por calles, caminos y campos, la basura no sea la desagradable protagonista principal. Queremos lugares limpios y bellos, no estercoleros; además de poder trasladarnos entre ellos sin necesidad de heroicidades y empeños dignos del medievo.

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