465. Las cosas sencillas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Todo es muy difícil antes de ser sencillo.

Thomas Fuller.

Es casi una contradicción pretender la sencillez en seres tan complejos y complicados como los humanos, que siempre nos quejamos de todo, y que, si el agua está calma, no es extraño que la soliviantemos con naderías. Pero lo cierto es que no hay mayor grandeza que saber encontrar el placer de las cosas sencillas, esas que están al alcance de cualquiera, y para las que no se necesita poseer riqueza alguna. En tiempos complicados y vociferantes como estos, el canto de los pájaros es un privilegio; pero para poder disfrutarlo es preciso cambiar el ruido por el silencio. Me pregunto de qué tienen miedo las almas vocingleras, que no son capaces de darse tiempo para la calma que supone la ausencia de estrépitos varios. Cuando el aire se convierte en zumbido, la brisa se torna ventisca, la voz es grito, y nadie escucha a nadie, pugnando por hablar más fuerte que el otro, la verdad es que es bastante difícil hallar sosiego para los sentidos. No digo ya disfrute, sino bonanza para estar tranquilos. Siempre me sorprende, si salgo a andar por esos campos o los bosques, cuando me cruzo con otras personas y van con una estela de chillidos que les impide escuchar la voz de ese campo o de esos bosques. Cualquier amante de la Naturaleza sabe que si uno se calla, ella es la que habla; pero que si no nos callamos, es ella la que enmudece y nos deja sin poder deleitarnos con su cadencia, o con su mero murmullo, que es ya la más bella de las músicas. Porque a veces la melodía más agradable y armónica es la del mismo silencio, de eso no me cabe la menor duda.

Foto: Lola Fernández

Las cosas sencillas, sin florituras ni adornos superfluos, buscando la esencia más que el envoltorio, esas son las más auténticas. La verdad suele estar desnuda, será por eso que a algunos les ruboriza, y prefieren enmascararla con una ornamentación que al final no va más allá de la vacuidad. Mucho ruido y pocas nueces, decimos, y eso es lo más frecuente que encontramos, meras apariencias sin sustancia. No hay más que mirar alrededor y ver el culto al ornato por doquier. Se busca lo grande, como el burro, ande o no ande; se elige el brillo y la purpurina, la mar de las veces para esconder la falta de luz verdadera; se opta por el aspecto, sin recordar que lo que realmente importa no se ve a simple vista. Si quieren un coche, que no quepa por las calles más estrechas de la ciudad; si es casa lo que se desea, que sea un casoplón, cuyo mero mantenimiento ya arruina al más pintado. Hasta en las mascotas se requiere pedigrí, y categoría en las flores. Habrá algo más absurdo, por favor. Así no es raro encontrar monstruosidades de todo tipo, que además te exigen alabar, casi siempre con la coletilla de que es carísima. Ay, pero si las flores silvestres crecen libremente en estado salvaje, poblando las praderas con su inconmensurable belleza; y hasta el chucho más sin raza y con más mezclas te puede hacer la persona más feliz de la tierra. Qué descaminados los que corren tras oropeles y barnices, olvidando que es mejor una cara lavada y real, que una completamente maquillada pero que después de retirar el maquillaje no la reconoces ni por asomo. Más les valdría detener la carrera tras una zanahoria que jamás alcanzarán construyendo castillos en el aire, y pararse a pensar un momento en que sólo si dejan de correr podrán darse el tiempo para saborear las cosas que les rodean, que cuanto más sencillas, más asequibles y placenteras.

464. Y si llueve

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

No dejará de provocarme ternura nunca cómo somos los humanos. Sí, capaces de lo peor, y de lo mejor también, pero, sobre todo, tan inocentes y desamparados la mayoría de las veces, que me enternece sólo pensarnos como especie: vanagloriándonos de ser los más inteligentes, y muertos de miedo, al ser los únicos que conocemos el hecho de que hemos de morir. Nos inventamos dioses, resurrecciones, mundos maravillosos para después de la muerte…; pero ay, no sé si nos lo creemos nosotros mismos. La única certeza es que nacemos y después morimos; y también nos consolamos con lo de que eso es para todos, porque madre mía si fuera posible que algunos se quedaran en este mundo de penas y glorias. Con la corrupción, ese invento tan humano, pues no sé yo que se dé entre otro tipo de animales, ya me veo a los mismos de siempre, los que ostentan el poder y manejan la riqueza, eligiendo quedarse aquí sin pasar por el trance de la expiración. Madre del amor hermoso, esto estaría ya muy saturado, porque corrupto ha sido el hombre desde el principio de su existencia. Siempre ha existido el listo, malo, y el bueno, perdedor. Parece connatural al ser humano el que unos pocos vivan bien y a costa de muchos viviendo mal. Así que no tiene nada de extraño que al final sea una alegría saber que todos, sin excepción, nos vamos a morir. Claro que a casi nadie le gusta hablar del tema, habiéndonos inventado eufemismos mil, para evitarnos el general yuyu. No es infrecuente que lo desconocido nos provoque miedo, temor. Somos así, como perros ladradores, aunque poco mordedores. Nos ponemos muy chulitos, pero la vida nos aterra la mayoría de las veces. Y es que vaya cosa, quién fuera cualquier otro ser vivo ignorante de nuestro futuro final, porque hay que ser muy fuerte para que la muerte no nos asuste.

Foto: Lola Fernández

Y en estas coordenadas andamos, imaginando seres superiores buenos que cuidarán de nosotros en paraísos ideales, siempre que nos portemos bien; mientras inventamos también infiernos para los malos en esta vida. Ay, no sé si es para reír o para llorar, pero a mí, como dije, me produce ternura sentirnos tan indefensos y tan enfrascados en idear modos y maneras de huir de los temores. Mas no se acaba aquí nuestro desvalimiento, porque además nos gusta jugar a ser los dueños del Universo, a poder hacer de nuestra capa un sayo, olvidando la mayoría de las veces que somos seres débiles en un entorno que nos puede, sí o sí. Y no hablo ya de ese invento que es la sociedad, que, aunque tenga muchas desventajas, también nos ofrece más oportunidades de supervivencia que solos fuera de ella. No, no hablo del ámbito social, de la comunidad en la que nacemos y nos movemos hasta que nos llega la hora de desaparecer. Me refiero más bien a todo lo que escapa a nuestra voluntad; a lo que no es obra de nuestra creación, a lo no artificial, a lo natural. Hablo de la Naturaleza, que esa sí que tiene todas las atribuciones divinas que ideamos para los seres en quienes depositamos una fe que no ha de ver para creer, y que por eso mismo nos quita miedos y nos da esperanza. El cosmos, la creación misma, el mundo…, eso es la Naturaleza. La misma que impone sus leyes y hace que llueva cuando queremos sol; o nos trae calores cuando contábamos con el frío. La que no entiende de fiestas y tradiciones, la que ignora nuestras plegarias. No hay nada que hacer cuando las fuerzas naturales se imponen. Si acaso nos queda decir y si llueve, cogemos el paraguas. Es la resignación y el acatamiento de la adversidad, algo que se aprende con la experiencia, y que nada tiene que ver con el mundo ideal de los deseos humanos.No desesperemos nunca, ni nos quejemos de que la vida es como toca que sea. Si llueve y no puede salir la procesión prevista, por ejemplo, siempre nos quedará dar un paseo por la orilla del mar, con suerte hasta sale el sol.

463. A Dios rogando

Por Lola Fernández Burgos

Veía el otro día en la prensa una foto de un niño haciendo los deberes a la luz de una farola, porque en su casa no se podía pagar su suministro. La noticia se refería a un hecho acaecido en Perú, pero no cabe duda de que podría ser en España perfectamente; porque de todos es sabido que hay muchas familias que no pueden pagar la luz, ni siquiera en estos días de frío, en que sólo imaginar que no podemos calentarnos, ya nos estremece, y no por el clima precisamente. Está la vida muy mal para tanta gente, que no hay que irse a África o a países Americanos que están en boca de todos los medios por sus nefastas condiciones económicas, pues nos basta quedarnos en nuestro país. Me indigna sobremanera cuando veo la manipulación interesada de las informaciones sobre el hambre o las dificultades de todo tipo que se padecen fuera de nuestras fronteras. Siempre están contándonos lo mal que están por ahí, o la poca democracia que hay en determinados Estados, siempre los mismos, oigan, siempre los mismos. Y yo me pregunto para qué tanto fijarse en las casas de los vecinos, cuando tenemos las nuestras tan revueltas y en situación tan deplorable, o más, como las de fuera. Se pasa hambre en España, y si no, que le pregunten a esas familias que están desesperadas porque no tienen un presente decente, ni pueden ofrecer a sus hijos un buen futuro. Se pasa hambre, como se pasa frío, como te echan a la calle y te quitan la casa sin importar un bledo si tienes un sitio o no para refugiarte. Así no tienen nada de extraños los suicidios relacionados con los desahucios. Es fácil colegir que la desesperación lleva a preferir la muerte antes que a la nada en vida. Se sufre mucho en esta sociedad nuestra insolidaria, y a quien le toca la peor parte no le queda ni la esperanza de que le ayudarán quienes están en el lado bueno de la vida.

Y ante todo esto, ¿qué hace la Administración para dar solución a los problemas? Poco, muy poco, nada. Si acaso, y mira que es triste, empeorarlo todo un poquito más. Impuestos, cortes de suministro, desahucios, exigencias, recargos, intereses de demora, embargos, ay, y un largo etcétera. En esta nuestra sociedad actual, que da vergüenza ajena si es que se tienen pundonor y decencia, cuando hay problemas, en vez de hacer que no sean insalvables, se aprieta un poco más la soga que asfixia y ahoga. Es así de cruel, pero,  desgraciadamente, real como la misma vida. Las religiones hablan de paraísos y de infiernos para después de la muerte, pero están aquí en la tierra y en plena vida. Si es que a determinadas situaciones insostenibles se les puede llamar vida. Las religiones hablan mucho y de todo, no hay más que, por ejemplo, sintonizar las absurdas cadenas radiofónicas en las que la Iglesia española malgasta el dinero, ese que en realidad es nuestro, para rezar. ¿Qué piensan cuando cambiando de dial se escuchan esos rezos en medio del silencio? No sé ustedes, pero yo condeno a quienes en vez de ayudar, lo cual es su razón de ser y de que se les financie con un dinero que obtienen para ofrecer esa ayuda, se dedican a malgastar dinero y tiempo. Yo escucho en medio de la noche ruega por nosotros, y se me encabrita el corazón, qué quieren que les diga. Porque menos rezos y más hechos para evitar lo que sería fácilmente evitable si se quisiera, si se cumpliera con la ética y los principios que sostienen a los diferentes credos. Que mucho a Dios rogando, y con el mazo dando, pero poco se hace para conseguir aquello por lo que tanto se ruega.

462. A ras de suelo

Por Lola Fernández Burgos

Hay que mirar al cielo, cierto, pero sin dejar de moverse a ras del suelo, porque es la mejor forma de que nuestros sueños no nos hagan pegarnos un batacazo. La verdad es que no son buenos tiempos para soñar, pero dichoso quien se atreva a hacerlo sin calibrar resultados. Y en esto que llega el mes de abril, el de las aguas mil, que tal vez por eso será el de preparar los campos para la siembra. Que ya se sabe que lo que se siembra se recoge, así que con tan buen plan no hay que escatimar en esfuerzos para que los proyectos de futuro, y una siembra lo es, no zozobren y se queden en el camino. Salir ahora por los campos circundantes es ver esos preparativos por aquí y por allí, por bancales, por huertas, por trocitos de terreno para cultivar. Aún hay quien quema los rastrojos, que no entiendo por qué, pues los entendidos dicen que es más perjudicial que beneficioso; pero aun así, no es extraño ver, y oler, el fuego que pretende limpiar. Se ven agricultores y tractores removiendo la tierra, prestos los montones de abono para ser esparcidos. Los sistemas de riego por goteo se inspeccionan para que funcionen adecuadamente y para reparar desperfectos. Ya no hay muchos espantapájaros, pero por aquí y por allí puedes detectar diferentes métodos usados para evitar la acción de los pájaros en los brotes tiernos, o de otros animales. Hay un buen montón de inventos para proteger las próximas cosechas, y con sólo fijarse un poquito se pueden descubrir: cedés reconvertidos colgados de un hilo por las ramas, botellas de plástico colocadas invertidas en palos, cintas de obras o de colores, botellas de cristal semienterradas con la boca descubierta, hierbas aromáticas; y hasta cerveza para atraer babosas y caracoles, impidiendo que se acerquen a los cultivos, y parece ser que las cascaras de naranja y de los huevos cumplen parecida función. En fin, imaginativos sistemas para ahuyentar insectos, roedores, o aves, que a veces funcionan y a veces no. Pero que si observas con atención, los ves, y por algo los emplearán las sabias personas que se dedican a la agricultura.

Foto: Lola Fernández

Y al tiempo que notas cómo se movilizan para que en unos meses la tierra dé sus frutos correspondientes, ya es fácil descubrir el verde manto de los cultivos cubrirse de colores por las flores silvestres. Amarillos, rosas, azules,  blancos, y el rojo intenso de las amapolas atrayendo el zumbido de los insectos polinizadores, que por desgracia también están en peligro de extinción. Y es que hay que ver qué tristeza, que unos se afanen tanto en mimar la tierra, y otros la destruyan sin miramientos por razones económicas, provocando males ambientales que quizás lleguen a ser irremediables, con nefastas consecuencias para todos. Somos así los humanos, capaces de lo mejor y de lo peor, pero peligrosamente inconscientes en determinados temas que deberían ser sagrados, como el respeto a nuestro planeta, que es que no tenemos otro, y ha de quedar en perfectas condiciones para las generaciones futuras. En fin, en estas cosas suelo pensar cuando paseo por los alrededores de nuestra ciudad, ensimismada y admirando todavía los árboles en flor, aunque los de más temprana floración ya lucen su tierno verde: es el caso de casi todos los almendros, ahora con sus tiernas allozas, aunque por los lugares más fríos todavía visten el campo de color blanco o rosa. Y de vez en cuando me llegan los olores intensos de la tierra, o los de una higuera luciendo sus primeras hojas y frutos, para recordarme que por mucho que los hermosos cielos nos cubran y protejan, no hay que dejar nunca de moverse a ras del suelo, para no perdernos las bellezas terrenales.

461. Siempre nos quedará el cielo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En este país somos raros. Los españoles somos raritos, de eso estoy cada día más convencida. No hace demasiado, aunque ya han pasado años, que estábamos celebrando el fin del bipartidismo a la hora de hacer política. A consecuencia del movimiento del 15M, el de la indignación por los efectos de la crisis económica, que aún nos salpican, aparecieron nuevos grupos políticos. Nos lo prometíamos muy felices pensando que se había acabado el tiempo de la alternancia en el poder y se abría una etapa nueva en que habría que hablar y llegar a consensos, más que imponer ahora yo y después tú, tal y como había ocurrido hasta entonces. Pero ay, qué quieren que les diga, si es que parece peor ahora que antes. Si es que para nada se han puesto a dialogar y consensuar. Si es que parece que estamos en permanente campaña electoral: ya saben, ese momento en que no se hace política, sino que hay confrontación, promesas, mentiras, y poco más; cualquier cosa menos vida parlamentaria que haga que España avance, o al menos se mueva. Es como si fuera una etapa histórica de mero estancamiento. Y la verdad es que se trata de un problema muy grave y serio, porque encima estamos inmersos en una Europa que parece estar igual de perdida y a la deriva. Avanzan los movimientos de ultraderecha, un neoliberalismo salvaje hace tiempo que se adueñó del cotarro y los derechos sociales se van atrofiando poco a poco, de no ejercerlos. En el Reino Unido están con su Brexit, que es como un castigo, para ellos y para todos: venció una xenofobia absurda, y ahora la ciudadanía quiere dar marcha atrás, pero se lo ponen igual de difícil que si quieren seguir para adelante. Otro estancamiento más. Pareciera que nos movemos en aguas muertas, en arenas movedizas.

Foto: Lola Fernández

Sea como sea, el panorama es de lo más depresivo. Guerras; hambre; refugiados; pateras llenas, que llegan o zozobran; desencuentros por buscar espacios de confrontación, en lugar de moverse en lo que une y es concordia en vez de enfrentamiento y lucha. Es algo lúgubre y triste, y creo que necesitamos motivos para la alegría, porque la depresión también atrapa a los colectivos, a las poblaciones, a los Estados. O esto cambia y da un viraje para mejorar, o puede que llegue el momento en que sea demasiado tarde. Es casi imposible llegar a ver hasta el final los noticiarios, porque son una sucesión de muermos y noticias feas que es mejor buscar otra cosa, aunque sea unos anuncios que nos idioticen algo más. Creo que todos sabrán de qué hablo, porque nos movemos en las mismas coordenadas. Un medio ambiente deteriorado al que se agrede sin pausa, unas organizaciones que tratan de ayudar y son boicoteadas, entes y entidades que deberían ser la salvación y son pura pesadilla, etc. Y ya se sabe lo que ocurre cuando la pesadumbre se instala entre nosotros, que no nos deja levantar cabeza, que nos pesa y se nos hace insoportable, que se contagia un poco más cada día entre todos y todas. El desconsuelo y la pena de estos tiempos a veces no nos deja levantar cabeza, y ese es un gravísimo error, porque basta elevar la mirada para poder evadirnos de tanta fealdad como nos rodea. No nos olvidemos ni por un instante de que siempre nos quedará el cielo: con sus juegos de luces y colores, sus nubes cambiantes que nos permiten imaginar, con su sola presencia nunca igual. Es cuestión de no dejarnos vencer por las adversidades, aunque a veces se nos haga muy complicado y difícil.

460. El privilegio de la vida

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Se nos va acabando el invierno, y la vida nos regala la primavera, esa estación que llaman de las flores, aunque la floración invernal es una antesala maravillosa para quienes amamos los colores de la naturaleza y todas las fases que van desde los árboles desnudos hasta que se cubren de hojas, con todos los verdes imaginables según el momento. Adoro los frutales en flor, aunque me hago un lío y nunca sé distinguirlos. Es en momentos así cuando más envidio la sabiduría de la gente de campo, que pueden pasear por los bosques diferenciando cada tipo de árbol, y andar por las huertas sabiendo perfectamente qué hay ante sus ojos. Y además, para acentuar mi sana envidia, que más es admiración que otra cosa, pueden saber qué ave canta por aquí y por allá. El resto de humanos hablamos de pájaros, de árboles, de flores, de verduras, y poco más. Los genéricos nos sirven para enmascarar nuestra ignorancia acerca de los seres maravillosos y las especies vegetales que la Naturaleza nos ofrece. Lo mismo decimos árbol en flor, o a todo llamamos almendro, que al final queda claro que no tenemos ni idea. Porque no es lo mismo ese almendro, que los melocotoneros, que los cerezos, que los albaricoqueros, que las mimosas, el jacarandá, o cualquier especie arbórea llena de olor y color; a los que hay que sumar las plantas ornamentales y los arbustos. Ya digo, quién supiera de este maravilloso ámbito de conocimiento, lo suficiente para dar respuesta a la propia curiosidad. Porque está claro que lo que no llama la atención, no intriga ni busca más allá de lo que a simple vista se ve, que suele ser poco e insuficiente por lo general.

Foto: Lola Fernández

El caso es que quienes gustamos de estas simples cosas que alegran la existencia más que cualquier otro regalo, estamos de enhorabuena, porque los campos, las calles, las plazas y jardines, todo está lleno de belleza inigualable. No se me ocurren muchas cosas más hermosas que un paseo en el que los trinos nos acompañen, mientras los aromas florales nos llegan, siempre que no tengamos alergias, que esa es otra. Tan terrible tiene que ser no poder oler, como oler y que los pólenes se conviertan en veneno. Pero eso pasa con todo en esta vida. Una vez escuché a alguien decir que no le gustaba la música, y sólo pude sentir lástima por alguien que se jactaba, además, de semejante circunstancia. Es imposible para mí imaginar un mundo tan rico y variado en lo que nos ofrece para deleitarnos y disfrutar a nivel sensorial, y que haya sordomudos de los sentidos, que ni les llega nada, ni nada ofrecen. Eso es casi como no vivir, o hacerlo cual si se estuviera en coma, o se fuera un zombi. Porque solo imagino una vida para vivirla, y hacerlo en toda su extensión e intensamente, porque para vivir a medias, mejor no vivir. Que no creo que la existencia se pueda desperdiciar sin respirar todo lo que le proporciona ser lo mejor que tenemos, aunque nada tengamos. Porque podremos ser pobres, ser ignorantes, estar solos, no saber sacarle todo lo bueno a cada día, pero nadie nos quitará el privilegio de estar vivos. Así que no perdamos el tiempo, que lo mejor que tiene no es precisamente ser oro, sino ser vida, pura y maravillosa vida.

459. De milagros y otros hechos extraordinarios

Por Lola Fernández Burgos

Seguramente los que gustan de leer la Biblia conocerán la historia del profeta Jonás, que fue tragado por una ballena y tras pasar tres días en el interior de su vientre, fue expulsado sano y salvo en una playa. Para algunos se debe a que rezó cuando se encontraba dentro, y se produjo un milagro. Para otros no es más que la imaginación de quienes escriben historias, más o menos sagradas. Pero resulta que ha ocurrido realmente y no es nada milagroso: una ballena se ha tragado a un buzo en aguas de Sudáfrica, y después lo expulsó vivo en tierra seca. El buzo en cuestión es director de una empresa de actividades de buceo, y fue engullido por una ballena mientras tomaba fotos de tiburones. Imaginen la situación y seguramente coincidirán conmigo en que, aun sin creer, parece lo que llamamos un milagro. Que resulta que a veces ocurren hechos prodigiosos extraordinarios que es casi imposible que nuestros cerebros los comprendan. Pero junto a los hechos extraordinarios, están lo que no pasan de ser extraordinariamente ordinarios; y por desgracia, estos últimos son los que más veces tenemos que soportar.

A ver, por segundo año consecutivo, las mujeres hemos salido a las calles de toda España aprovechando la festividad del 8 de marzo, que a ver cuándo es innecesario celebrar, y hemos vuelto a ser un referente para el resto de países de todo el mundo. Porque si la primera huelga feminista fue toda una declaración de intenciones de las mujeres, la segunda ha sido un éxito mayor. Una declaración de unión con independencia de edades, situaciones, ideologías, etc. Una declaración de voluntad de no aguantar más que se nos trate como a ciudadanas de segunda. Una declaración de reafirmación de que no hay marcha atrás, de que ya no nos engañan con la indiferencia y la negación a nuestras peticiones. Que son de una importancia tal como la de querer seguir vivas, la de estar harta de que nos agredan y nos maten y no pase nada, la de gritar por las que ya no pueden porque sencillamente han muerto víctimas de una violencia machista repugnante y asesina. Las mujeres hemos dado una lección de actuar extraordinariamente, y los hechos han dejado claro la ordinaria realidad que no se ataja porque no se quiere. En sólo 48 horas, los dos días posteriores a las manifestaciones masivas por las calles y plazas de nuestro país, han sido asesinadas tres mujeres a manos de asquerosos machistas que no han entendido que las mujeres no les pertenecen.

Es increíble que haya grupos políticos que pretendan ir para atrás, sin comprender que, o para adelante, o hacia ningún lado. No es tiempo de retornos al pasado en nada; antes al contrario, o se suben a la ola y avanzan hacia una sociedad de igualdad de derechos real y efectiva, o serán arrasados por la fuerza feminista, que ahora mismo es de firmeza e ilusión; pero que, si no se hace nada, puede transformarse en indignación y rabia, y no ya contenidas como en el presente. Y no, no hablo de violencias, que de lo que se trata es, precisamente, de acabar de una vez por todas con una violencia de género insoportable e inadmisible ni un solo día más. Pero ahora esos millones de mujeres que hemos salido a la calle vamos a votar en menos de dos meses, y tengan la seguridad los políticos, que no vamos a apoyar a quienes no nos apoyan. Y no se trata de hacer milagros, sino de acabar de una vez por todas con esta dolorosa y terrible dinámica de maltratar y matar a las mujeres, de violarlas, de pagarles menos, de tratarlas como a putas por querer ser libres y tener los mismos derechos que los hombres. Las mujeres no tenemos nada en contra de los hombres, y tampoco queremos tener más derechos que ellos. Pero lo tenemos todo contra los machistas, y no vamos a permitir que se nos obligue a tener menos derechos que la otra mitad de la población mundial. Así que ya saben, señores políticos de esta España nuestra, escúchennos de una vez, y déjense de conductas ordinarias, porque es tiempo de hechos extraordinarios, sin necesidad de rezos o milagros.     

458. Imposible de creer

Por Lola Fernández Burgos

No me entra en la cabeza que dialogar sea una empresa imposible, o casi suicida para la clase política en estos tiempos tan feísimos, de enfrentamientos territoriales, y especialmente de cerrazones mentales y poca categoría humana entre nuestros representantes. Bueno, representantes de algunos más que de otros, porque a mí no me representa un gañán cualquiera. Y lo peor es que esos cazurros son los que marcan el ritmo y las maneras de nuestro presente más inmediato. Es que es verdad que no alcanzo a entender que un tema como el de Cataluña no se haya resuelto ya de una vez hace años, y se haya permitido que envenene la actualidad y el curso parlamentario. Que se haya dejado, incluso, que sea el causante de que nuevos partidos políticos con gran futuro, se vean ahora peor que nunca y con expectativas aún más pobres. Imposible de creer que una nacionalidad, o como guste de llamarse, que a mí eso me importa un bledo, en la que no hay una mayoría que desee una ridícula independencia a estas alturas de siglo, sea la protagonista y se haga además tan mal que se esté casi logrando que ese absurdo deseo sea mayoritario. No comprendo que no se cogiera el tema recién esbozado y se acabara con él sin más, que su solución se haya dilatado por años, que se haya utilizado la voz de lo penal en vez de recurrir al dialogo antes de poder aplicar ordenamiento ninguno. Sin olvidar que hasta se ha demonizado la intención de dialogar. Me parecería muy bien tomarse en serio el deseo de un pueblo, cuando es éste el que hable. Pero ya me dirán ustedes qué seriedad tiene algo para tomarlo en cuenta, cuando menos de la mitad lo pide. Es una falta de respeto para con todos: la minoría, la mayoría, y el resto del país.

Me parece mentira que las magníficas instancias de nuestro Estado no hayan sido capaces de solucionar un problema que empezó siendo menor y ahora es lo suficientemente grave como para tener dividida a la población catalana, a los grupos políticos de Cataluña, y a los de España. Y lo peor, que gracias a él se haya dado fuerza a voces radicales y descerebradas de la más extrema ultraderecha, logrando además lo que parecía casi imposible: hacer que la derecha de toda la vida haya perdido el centro, y no ya sólo la centralidad de la que presumía, y que yo nunca vi por ninguna de sus siglas, sino el mismo rumbo; pues los nuevos dirigentes me parecen tan radicales o más que los mismos paletos de la extrema derecha. Si no fuera para llorar, me reiría, porque es imposible mayor ineptitud. Pero el miedo me borra la risa antes de nacer siquiera. Y más que un miedo personal, que a estas alturas de edad no siento ni de broma, es un miedo por la colectividad. No se puede tomar a la ligera el auge de los nacionalismos conservadores completamente extremistas; y lo que veo es que se hace eso y algo peor: se trata de justificar. Pero hay que recordar otras etapas históricas de sinrazón, en las que estos ultranacionalismos hicieron mucho daño a la misma humanidad y al progreso social. Y es imposible de creer que la mentira política, siempre existente pero más o menos disimulada, campe desvergonzada a sus anchas, sin pretensiones de engañar a nadie. No se miente diciendo que se dice la verdad; se miente con descaro, como en una competición de a ver quién miente más y con más seguidores de las mentiras. Porque ahora da igual si dejas en evidencia al mentiroso; aun así, sus seguidores le aplauden y participan de esta farsa en la que nos vemos inmersos por no tener políticos que den la talla y busquen soluciones a los problemas. Porque por más que no lo podamos creer, ahora lo más que se busca es revolver más las aguas, que ya se sabe que a río revuelto, ganancia de pescadores. Y lo más triste es que nosotros somos la pesca que los listos se zamparán.

457. De gorriones y demás alegrías

Foto_ Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Avanza el invierno, ya casi se huele la primavera. El campo está maravilloso, con los árboles en flor, motivo de inspiración para poetas, pintores y todo artista que se precie. No hay nada que me dé más alegría que ver y escuchar a los gorriones, porque cada día es más difícil por estos lugares. No sé por qué, pero cada vez son más escasos. Bueno, sí sé por qué, que para eso están lo entendidos que nos hablan de su peligro de extinción y las causas de ello, pero es que me niego. Cuando algo no gusta, ni se atiende; se ignora por completo, porque duele, porque no se debe a nosotros, porque nada se puede hacer para evitarlo.  Cuando algo no gusta, nos desgarra el corazón, y nos vence a la primera, o a la segunda; pero nos vence, que es terrible. Lo peor de todo es cuando sentimos esa impotencia consciente de que no hay nada que hacer por nuestra parte, y se trata de algo que nos importa muy de verdad. Que ya se sabe que nada es igual en su esencia e intensidad; que hay cosas y temas que nos son indiferentes, otros que nos afectan más pero sin mayores implicaciones; y aquellos otros en los que se nos va la vida. Y para mí, los gorriones son un caso aparte. Si algún día desaparecieran, se iría con ellos mi alegría, de eso no hay ninguna duda.

Foto_ Lola Fernández

Somos simples, porque nos basta muy poco para estar dichosos. Como nos basta aún menos para la desdicha total, pero eso lo dejamos para otra ocasión. Y en esa sencillez se encierra la mayor de las complejidades, la humana, que ya nos vale. Y para sentirnos bien es más que suficiente un paseo en estos días en que florecen los almendros por esos campos de nuestra tierra. Es un milagro que por mucho que se repita anualmente, jamás dejará de dejarme extasiada. Imposible no quedarme enamorada con el milagro de la floración invernal. Se visten los campos de color, y una se siente privilegiada, no sé si como una tonta total, pero privilegiada al fin. Y creo que en esto coincido absolutamente con los gorriones, esas pequeñas aves tan indefensas como hermosas. Dentro de nada llegara el tiempo de los amores entre los pájaros; ese ritual de juegos, apareamiento, puesta de huevos, incubación, cuidado, cría y otra vez a empezar. Porque en nada llega la primavera, esa que ya se huele, y el amor es una constante acrecentada entre los seres vivos en esa estación. Pero el amor entre los pájaros, entre los gorriones, es la mar de escandaloso. Se diría que es un sentimiento que quiere que todo dios se entere de que existe; nada de puertas adentro, o de nidos escondidos. El amor entre los pájaros es un bullicio que a veces te da ganas de que llegue de nuevo el invierno, y el silencio. Ya se sabe, nos basta muy poco para la queja, y el ruido es de lo que más molestias nos provoca. Aunque bienvenido este jaleo feliz que pronto será vuelos, preparación de nidos, escandalosos jolgorios de piares sin fin. Bienvenida la felicidad de la vida nueva, aunque no se calle, que ya habrá tiempo para el muermo silencioso.

456. Efímera alegría

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Salgo a la terraza y respiro el aire de la mañana, y con él, un presagio de primavera. Pero aún queda un largo mes de invierno, así que la alegría que siento es tan ficticia como efímera. Es el sino de estos tiempos que corren, me digo para mis adentros: un sino que es más desatino que otra cosa; un tiempo que no se llega a acompasar al ritmo de la mayoría de la gente; y una carrera que ni se sabe cuándo empezó, ni por qué existe, y ni a dónde nos conduce. Llevamos años de tristeza; para empezar, económica, que es la madre de casi todas las tristezas; y aunque nos dicen que eso ya está cambiando, no veo yo más alegría que la que no es verdadera. Y todo ello sin entrar en abstractas consideraciones sobre la imposibilidad de la felicidad, habiendo tanto feo en este mundo nuestro. No hacen falta demasiadas disquisiciones para encontrarse con la fugacidad de lo placentero, y con la ficción de su sustento. Hubo un tiempo en el que había menos luz, seguramente, pero tal vez entonces nos sentíamos más cercanos todos, y nos alegraba el verano una tonta canción; o juntos nos sentíamos agraviados por el poco éxito de nuestra elección para Eurovisión, que es increíble pero aún persiste, como la costumbre de echarle la culpa del perenne fracaso a factores políticos que nos hacen sentirnos país, y esta vez sin diferentes banderas. Hay que ver las cosas que tenemos, que parecemos estar siempre en guerra, pero llega el fútbol o algo como un certamen euro-televisivo, y nos sale la vena española, sin fisuras, sin colores, sin odios. Somos raritos, pero ahí vamos tirando. Y yo espero que alguna vez el orgullo nos venga por Cervantes, o por Picasso, o por el mismo Lorca; o por Goya, o por Velázquez, o por tantos españoles universales cuyo nombre hace que se piense automáticamente en España.

Foto: Lola Fernández

Y sigo pensando que entonces, que es un pasado de décadas, nos parecía estar más unidos; igual es que veíamos una única cadena de televisión, o una emisora de radio, y poco más. Tal vez aquello nos hermanaba en la pobreza, porque me parece como si entonces fuéramos pobres en todos los sentidos. El vestido de domingo, los zapatos de fiesta, el programa de radio o de la tele, el partido de la semana, no sé. Llegaba el verano e íbamos a la piscina, o a la playa, pero casi éramos un calco los unos de los otros; nos emocionaba la misma película, el mismo ritmo de la temporada. Después pasó el tiempo, y, con más progreso y más riqueza, es como si nos fuéramos distanciando y convirtiendo en desconocidos. Ya no sabemos nadie dónde veraneamos el resto, ni qué películas nos roban el sueño, o qué canciones suenan por nuestros auriculares. Es un tiempo de vivir a solas y para adentro. No hay canciones de verano; a lo sumo, el meme de la semana, o el tuit del día. Todo es un recordatorio de que, en la época en que más medios de relacionarnos existen, es cuando más solos estamos, y más enfrentados, y menos unidos, aunque sea por algo tan efímero como un partido de fútbol, o una boba melodía que a la postre será la banda sonora de algún verano de nuestro pasado. Y me pregunto si es que los efímeros y ficticios somos nosotros mismos, que olvidamos que la esencia de las cosas es permanente, y que las prisas no son buenas, y mucho menos para sentir. Que los sentimientos son para saborearlos despacito, dejando que la emoción nos inunde y nos cale hasta los huesos. Y miro el paisaje y veo que nada es fugaz o inventado, que las montañas tienen una historia de miles y millones de años, y que el agua sigue un curso que se abre camino a través del tiempo; y pienso que lo realmente importante está ahí, a nuestro alcance, si sólo sabemos mirar, sin quedarnos varados como barcos en la orilla. 

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