485. El poder del amor

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos. 

Dicen que el amor todo lo puede, y la verdad es que nada me gustaría más que que fuera cierto, porque falta hace algo que nos ayude y nos eleve por encima de tantas miserias y los muchos problemas que nos rodean. Los mismos miedos empiezan a ponerse nerviosos ante algo como el coronavirus, que ha logrado que se acaben de suspender los carnavales de Venecia. Mientras las causas se mantienen lejanas, parece que podemos respirar, pero, ay, en cuanto se acercan ya es otro cantar. Y no precisamente el cantar de los cantares, por desgracia. Una se mueve entre las noticias que van desgranando estadísticas de muertos y contaminados, y las opiniones de quienes creen que es una exageración para hacer y deshacer a su antojo con unos intereses ocultos. Pero no alcanzo a ver esta vez mucha manipulación, porque los muertos son reales, y las cuarentenas igualmente, y la alarma internacional de la OMS no creo que sea un cuento de la China, en donde precisamente están viviendo una situación que a mí personalmente me aterra, qué quieren que les diga… Si el amor tiene poderes, que se manifiesten, por favor, que necesitamos que lo feo desaparezca, pero no momentáneamente, sino para siempre. Que se lleven la imposibilidad de viajar a donde una quiera, porque o hay peligro de contaminación, o alguien te puede convertir en víctima de un terrorismo ciego y fanático. Y con ella, se lleve el auge de los extremismos y la chulería facha que ni se sabe dónde estaba agazapada. Quiero que no se camine para atrás, en nada, porque eso es involución; pero menos en derechos sociales, que llevan aparejados una lucha de siglos, y que se tiran a la basura en cuestión de segundos.

Foto: Lola Fernández Burgos

Lo último ya es la imbecilidad del veto parental, con el que algunos descerebrados hablan de que los padres han de tener la última palabra, ni se sabe en qué. Los padres ya influyen en los programas educativos de los centros, a través de su representación en los consejos escolares, y es de muy mala educación, ya que en el ámbito educativo estamos, presuponer y presumir que los docentes son poco menos que unos delincuentes que quieren destrozar a sus discentes a nivel moral. Es repugnante el concepto subyacente, y si no fuera por el bien de los menores, que no tienen la culpa de sus progenitores, ni a estos pertenecen, dan ganas de decirles a esos padres, que dan vergüenza ajena y son un insulto a la inteligencia, que se queden con su prole y los adoctrinen a su gusto y voluntad, que después se quejan si tienen que hacerse cargo de ellos algún día lectivo suelto… Pobres hijos, y pobres de nosotros si se expande en la sociedad este tipo de personas con semejantes ideas retrógradas. Veto parental, dicen, pero no veo yo que se preocupen demasiado de los reales delitos contra los menores realizados por los pederastas que están amparados desde hace siglos bajo el manto protector de la Iglesia.

Una Iglesia que sigue recaudando dineros que a todos nos pertenecen y los invierten en cadenas televisivas y radiofónicas fascistas, dejando unas cuantas migajas para Cáritas… Se ve que como se trata de una organización de organizaciones dedicadas a la lucha contra la pobreza, entre otros meritorios objetivos de servicios sociales, la Iglesia debe de pensar que se ha de conformar con una limosna. Donativos para la caridad, y sueldazos para quienes nada tienen que ver con el ejercicio de la doctrina católica. Esto gracias a lo que recaudan con el IRPF, las subvenciones directas y las exenciones fiscales; y como todavía tienen queja, se dedican a hacer política contraria a la del Gobierno… En fin, todo un desvarío. Así que sólo quiero amor, del verdadero, no del que se ensucia en las bocas de según quienes. Ese es el mejor poder al que someternos, en la confianza de que no nos traicionará; en este mundo nuestro de traidores a los valores, a las creencias, a los ideales, a la verdad, y a todo aquello en que lo que menos se precisa es la traición.

484. Ahora que los almendros están en flor

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos. 

Mientras la oposición se entretiene mostrando una inmensa preocupación por Venezuela, como si todos los problemas más importantes fueran de allende los mares, resulta que aquí nos encontramos con los agricultores y los ganaderos muy mosqueados, con toda la razón, porque llevan décadas sin que nadie atienda a sus demandas, y ha llegado un momento en que les sale más rentable olvidarse de sus productos y cosechas anuales, que seguir tratando de sacar adelante su modo de ganarse la vida. Hete aquí que la ultraderecha no duda en aparentar una enorme preocupación por los asuntos extranjeros, cuando a la postre es a los extranjeros a los que culpa de todos los males, con lo que sólo está en modo teatro, pues en qué cabeza cabe creer que le importa lo más mínimo Venezuela, por quedarnos con el ejemplo. Es vergonzoso que haya tanto fantoche metido en política, y aún da más vergüenza ajena comprobar que hay quienes están interesados en sus farsas y patochadas. Esta ultraderecha es para echarse a reír, porque ni para llanto da la cosa. El caso es que poco a poco se van abandonando pueblos y modos de vivir, conformando eso que se llama la España vacía, y no parece que interese demasiado, pero más tarde o más temprano habrá que enfrentarse a estas problemáticas, pues son verdaderamente graves y si no se les da solución, será como una bola de nieve que irá haciéndose más grande y entonces será muy difícil de parar.

Foto: Lola Fernández Burgos

Y una sale a pasear, aprovechando que se ha ido el frío, y las borrascas, aunque aún nos esperan días de invierno, y es una pena ver las aceitunas de los olivos alfombrando el suelo, sin visos de ser recogidas, a estas alturas de año ya. Y si a mí me duele, que soy ajena por completo a esos olivares, no quiero ni pensar qué han de sentir sus dueños, viéndose obligados a la inacción, por falta de ayudas, y por no poder dar salida a lo que hasta ahora les daba de comer, porque cada día es más difícil salir ellos mismos para adelante sin entramparse. Si no se cuida a quienes se dedican a la agricultura y a la ganadería, estamos condenando a la miseria a muchos miles de familias, y al campo, y a un modo de vida ancestral, sin ofrecer alternativas de ningún tipo. No se trata de subvenciones o de paliar malos resultados, sino de no permitir que sean los intermediarios los que se forran, mientras quienes se dejan la vida en trabajos nada fáciles ven cómo su esfuerzo no sirve para nada. Si ahora vemos que se ven forzados a salir a las carreteras a protestar, hemos de ser conscientes de que llevan décadas de penurias sin que nadie escuche sus quejas, así que ha llegado la hora de dar respuestas responsables y que acaben con sus penurias. Y lo siento mucho por Venezuela, pero hay en España problemas más que suficientes como para no olvidarse de ellos por estar pendientes de otros que tal vez sean muy importantes, pero absolutamente secundarios mientras aquí se pase incluso hambre. Así que sigo paseando por estos campos nuestros, cargados de problemas nuestros, y si algo me hace salir de la pena de ver el abandono y la indiferencia ante las quejas de la gente del campo, es ver de repente la belleza que ahora mismo se extiende por aquí y por allá, en este tiempo en que los almendros están en flor. Es tan bonito ver los arboles vestidos de flores y colores, que por unos momentos dejo de pensar en cosas tristea, aunque espero y deseo que no caigan en el olvido las demandas y protestas de la gente del campo.

483. Del machismo y otros tipos de violencia

Por Lola Fernández Burgos.

Hay temas de los que es preciso escribir siempre, porque por desgracia poco se avanza en ellos, siendo imprescindibles para hablar de una sociedad desarrollada y respetuosa con quienes la integran, sin hacer distingos de ningún tipo. Respecto a la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la misma Constitución señala como ilegal la desigualdad, pero ello no impide que esta sea manifiesta en muchos modos y formas; escandalosamente visibles en algunos casos, o más escondidos en otros. Y además ocurre que con la irrupción de los postulados ultraderechistas en nuestro día a día, hay quienes pretenden que vayamos para atrás, en vez de avanzar. Vergonzoso y denigrante. La ultraderecha es lo peor, y si a ella se le suman las reticencias sempiternas para lograr que la mitad, o más, de la población tenga los mismos derechos que la otra mitad, pues es para acabar llorando. Pero no, nada de llantos, que eso no conduce a nada. Se trata de luchar, de seguir luchando para que nadie nos robe derechos adquiridos, y para conseguir los que desde siempre se nos niegan. Me da mucha tristeza ver que hay que seguir tratando de conquistar lo que nos corresponde, como si fuera una odisea en la que sólo hay obstáculos e impedimentos de todo tipo. Y es aún más triste observar cómo se busca romper la unidad entre las mujeres para dificultar todavía más lo que ya de por sí es muy difícil. Parece mentira que a estas alturas haya que estar explicando que el feminismo no es lo contrario del machismo, que las mujeres feministas, y los hombres que lo son también, no buscan ni remotamente tener más derechos que nadie. Si se busca acabar con la hegemonía de un género sobre otro, evidentemente es para que haya una igualdad, no para cambiar un género subordinado por otro. Parece absurdo tener que estar con estas aclaraciones, pero por increíble que parezca, aún hay que estar en ello. De pena.

Como es igualmente penoso ver cómo se nos mata a las mujeres a diario, por machismo; porque es el machismo asesino el que acaba con la vida de las mujeres, y aún estemos teniendo que escuchar que los hombres también mueren a manos de las mujeres. Por favor, hay cuestiones en las que no se puede frivolizar ni lo más mínimo, porque la manipulación en ellas es pura complicidad. La violencia contra la mujer mata ayudándose en el abuso del hombre sobre ella, es puro machismo; y es de juzgado de guardia estar hablando de violencia doméstica o demás intentos de desvirtuar la realidad pura y dura, que no es otra sino que los hombres que asesinan a sus parejas, o a sus ex parejas no conciben que las mujeres no son suyas, y tienen el derecho a ser libres y no querer vivir bajo el yugo de su machismo, a la postre asesino. Pero cómo es posible que haya partidos que en lugar de luchar contra esta violencia, vayan contra sus víctimas. No querer guardar silencio por ellas es asqueroso; pero lo es mucho más no reservar en los Presupuestos partidas contra esta violencia; y qué decir ya de la petición de listados con los nombres de las personas que dedican su vida profesional a luchar contra esta lacra… ¿Es que estamos locos o qué? Ya está bien de este sinsentido. No todo vale. Quien se opone a la lucha por erradicar la violencia contra las mujeres, está ejerciendo violencia contra las mujeres, es así de simple. Y de ilegal, amén de indecente. Tengo muy claro que si se aplica la Ley, nuestra sociedad cuenta con mecanismos muy poderosos para acabar con esta ultraderecha que es dañina y nociva se mire como se mire. No me cuenten que la gente la vota, porque a Hitler también lo votó la gente. Esta ultraderecha es absolutamente inconstitucional, ilegítima por ello mismo. Y mientras tiene la poca vergüenza de pedir el desmantelamiento de, por ejemplo, partidos independentistas, habría que estar desmantelando a los grupos que la integran, y castigando a quienes la legitiman con su apoyo. Tampoco es muy difícil de entender, es tan básico que negarlo es lo único incomprensible.

 

482. Más cariño por nuestra ciudad

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos.

Vivo en una calle peatonal, al menos en teoría, porque no es difícil verla llena de coches aparcados de día, cuando no también de noche. Es una calle que desemboca en el Parque de la Constitución, el mismo en el que se invirtieron, hace menos de una década, cuatro millones de euros para reformarlo integralmente, y hacer algo que a mí siempre me parece mucho más una plaza que un parque; pero bueno, los nombres no dejan de ser nombres, y da igual cómo se llame. Es un parque en el que quitó mucha arboleda, al igual que en los alrededores; sin embargo, volvieron a plantar árboles que crecen sanos y rápido, aunque no hay tantos como una imagina en un parque, pero es lo que hay. En aquella reforma, bastante cara para los resultados, en mi opinión, se vendió que el mobiliario urbano sería el mismo para el lugar en sí, y para las calles adyacentes, que es justo el caso de la mía. Era toda una suerte, pensé, al igual que todos mis vecinos, porque una calle peatonal evita muchos ruidos e inconvenientes, y compartir mobiliario con el parque, seguro que estaría muy bien. Eso pensé, aunque la verdad es que dejé de pensarlo pronto. Siempre me he imaginado una calle peatonal sin coches, y desde siempre han estado presentes: unos por unas horas, y otros más permanentes. Y en cuanto al mobiliario, esta vez estábamos de suerte, dos bancos y dos maceteros, con sus farolas; lo cual implicaba una continuación respecto al parque, a nivel estético, aunque sólo fuera por lo homogéneo…

Foto: Lola Fernández Burgos

Bueno, lo cierto es que el mobiliario no es barato, y seguramente podríamos decir que es bonito, si estuviera cuidado y en los maceteros hubiera vida vegetal, esa que tanto alegra el espíritu. Pero la realidad es que miras y no es que no apetezca pasar un rato ahí, es que directamente te entran ganas de llorar. Los bancos claman por una mano de pintura, y los maceteros es una pena el grado de abandono que sufren. Más parecen objetos para los orines de los perros del barrio, o enormes ceniceros en los que la tierra es lodo seco de un verde desagradable adornado de colillas, en los que hay unas varas que se suponen plantas, y que están igual de secas y desnudas sea invierno o verano. Es como un triste testimonio de un abandono que da rabia, qué quieren que les diga, mucha rabia. Porque una paga religiosamente sus impuestos municipales, y la limpieza va incluida, si no estoy equivocada. Es que además no cuesta demasiado llenar de vida los maceteros, y limpiarlos aunque sólo sea de vez en cuando. Seguramente así apetecería sentarse un poco y descansar, o leer, o ver la vida pasar, qué sé yo. Pero así sólo miras y te pones de mal humor, y encima ves que los grandes y sucios maceteros lucen el logo y el escudo del Ayuntamiento, y te preguntas si no les dará vergüenza a los responsables de la limpieza y la jardinería. Para poner la marca de la casa, mejor que sea en algo bello y agradable, que te haga sentirte orgullosa y agradecida, y no en un elemento descuidado y feo que pide a gritos un poco de atención. Y al lado del banco y del macetero, una farola que de noche alumbra el desaguisado, y de día parece preguntarse qué hará allí, como el único invitado de semejante rincón urbano. Lo peor es que cuando te mueves por aquí y por allá, esa es la tónica general, por desgracia: elementos urbanos que hablan de descuido y, lo que es mucho peor, de abandono. Puede parecer una tontería, pero para nada lo es: es en esas pequeñas cosas donde se ve el amor o la indiferencia que se siente por Baza, por parte de quienes tienen la obligación de mantenerla bonita y amable. Y lo que se ve es a veces tan desagradable, que sólo puedes desear que haya alguna vez responsables que sientan más cariño por nuestra ciudad.

481. Con más pena que gloria

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos.

Pasó la borrasca Gloria dejando una estela de destrucción y muerte, y evidenciando que eso del cambio climático no es ninguna broma, y es de una certeza tal, que no se puede entender el negacionismo, si no es desde la más profunda tontería mental. Hay cosas que por mucho que se quieran negar, están ahí y se abren camino sí o sí. Los científicos avisan y claman por la prevención pro futuro, y es desesperante ver cómo se les ignora clamorosamente. Porque si un desastre ocurre sin poder hacer nada por paliar sus nefastos resultados, pues qué decir, sino que era inevitable. Pero hay tantas cosas mal hechas que acrecientan los males, que más nos valdría empezar a preocuparnos por enmendar lo enmendable.

Foto: Lola Fernández Burgos

Veía estos días las imágenes de las consecuencias de la devastadora Gloria, tomadas desde arriba y repetidas una y otra vez en la televisión, y recordaba cuando algo muy parecido ocurría hace años en la India, o en lugares muy lejanos y muy esporádicamente. Pero estremece sentir que ahora esto pasa aquí, y no es algo infrecuente; al contrario, que se lo digan a quienes lo han sufrido tres veces en cuatro meses: es para llorar, o para cambiarse de pueblo. Porque es que se siente miedo, impotencia; es una ruina total, y encima no queda otra que trabajar muchísimo para tratar de que todo vuelva a la normalidad, cosa imposible.

Una ve cómo se afanan por sellar puertas, por poner sacos de arena en las orillas, por resguardar los puertos con aparentemente sólidos rompeolas… y piensa que es completamente inútil tratar de luchar contra la Naturaleza, cuando dice de recordarnos que no somos nada, que basta una simple ola para saltar por encima de ilusas defensas humanas y destrozarlo todo en segundos. Se ve el aislamiento en que quedan los pueblos cuando caen nevadas que podrían enterrarlos para siempre, y aterra pensar en cómo crecerán los ríos, ya al borde del desbordamiento por los aguaceros, cuando llegue el deshielo y la nieve sea agua que busque los cursos más cercanos.

Da mucho miedo sentir que somos seres insignificantes, aunque seamos tan osados como para estar deteriorando nuestro planeta como si tuviéramos muchos donde seguir subsistiendo como especie, nosotros y nuestras generaciones futuras. Vivimos tan mal el presente, que estamos achicando los espacios del futuro de manera peligrosa y absolutamente irresponsable.

Los cielos son para deleitarnos con su belleza, no para otearlos con temor, con miedo, con terror, ante la posibilidad de que se abran sobre nosotros y descarguen una furia tal, que nuestros esfuerzos por paliar sus efectos son tan ridículos como nosotros mismos frente a la devastadora fuerza de una borrasca. Por cierto, no sé quién bautiza estos fenómenos naturales, pero podrían elegir nombres más adecuados, porque desde luego en esta ocasión pasó entre nosotros con mucha más pena que gloria. Ojalá tarde en volver a repetirse otra borrasca tan maldita como esta, que nos dé tiempo a reconstruir todo lo destruido, que será muy difícil. Pero sobre todo, ojalá seamos conscientes de que hay que poner todos los esfuerzos en recuperar un medio ambiente al que atacamos sin importarnos lo más mínimo el insostenible deterioro del único lugar que tenemos para vivir por los siglos de los siglos.

480. Desconectar

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos.

Creo que nunca vi en España un ambiente sociopolítico más revuelto, ni siquiera en la época de la transición, cuando se salía de una dictadura y se estaba en la tarea de dotar al país de una Constitución democrática, que fuera capaz de aunar las distintas sensibilidades, entre las cuales había ciertamente abismos, y de dar respuestas válidas para los diferentes intereses. Creo que los políticos que hubo en aquellos difíciles momentos lograron que pareciera fácil, y eso, a día de hoy, considero que conllevaba unas enormes dosis de responsabilidad y una actitud de Estado, que por desgracia hoy brilla por su ausencia. Cuando en la actualidad observo, por ejemplo, llevarse las manos a la cabeza y pretender descalificar a alguien con lo de comunista, no puedo sino sentir vergüenza ajena. Recuerdo cuando detuvieron a Carrillo, con aquella peluca que se hizo famosa, o cuando regresaron del exilio personas como la Pasionaria, o Alberti, por citar sólo a algunos eminentes comunistas. No hubo ningún obstáculo para que fueran miembros del Parlamento español, sin que nunca nadie les insultara o tratara de boicotear sus intervenciones. Y hoy estamos ante un desquiciante panorama de responsables políticos absolutamente irresponsables, que ven al otro no como un adversario, sino como el enemigo a batir y sirviéndose para ello de cualquier arma. Parece que todo vale, incluso deslegitimar, o tratar de hacerlo, a un Gobierno que cuenta con el visto bueno del Rey y del Congreso. No sólo no es de recibo, democrático al menos, sino que además asusta, y mucho. O esto cambia, o no sé qué va a pasar, pero después de demasiado tiempo con un Gobierno en funciones, y con un bloqueo que hace que la vida diaria, a nivel económico y social, se resienta indudablemente, es del todo necesario que la legislatura arranque y se desarrolle sin el boicot continuo de la oposición. Porque ésta, más que nunca, debería mantener una postura de apoyo en todo aquello que no busca el interés partidista, sino el bienestar general. Y desde luego, no me parece para nada que vayan por ahí los tiros. Ojalá todo cambie para bien, y los diferentes partidos que no han logrado el apoyo popular suficiente como para conformar Gobierno, sean capaces de entender que hay un tiempo limitado antes de volver la ciudadanía a las urnas. Lo que hoy tenemos no es para siempre, sino para cuatro años como máximo, y hay que dejar gobernar. Y además, ayudar a hacerlo, no el bochornoso espectáculo que vemos de obstaculizar por obstaculizar, y de enrarecer el ambiente, seguramente con la creencia de que a río revuelto, ganancia de pescadores

Foto: Lola Fernández Burgos

En fin, que es muy desalentador y bastante estresante, por lo cual es momento para desconectar en la medida en que se pueda. Llevamos muchos meses de atención a los medios, de horas frente a la televisión, de debates, de tertulias, de entrevistas… Por favor, un poco de descanso no puede hacernos daño. Dejemos que las mujeres y hombres políticos hagan su tarea, que bien difícil se presenta por otra parte. Y nosotros dediquemos nuestro tiempo libre a desintoxicarnos un poquito de tanto empacho mediático. Salgamos a pasear, y hablemos de temas que no sean siempre sobre la política nuestra de cada día. Vayamos al campo, subamos a la sierra, acerquémonos a la orilla del mar, que es una manera infalible de encontrar descanso para todos los problemas que puedan perturbar nuestra tranquilidad. Dicen que el mar sana, y seguramente es cierto; desde luego, lo que no hace es lo contrario, porque no sé de nadie que no se relaje paseando por la arena, escuchando el sonido de las olas y disfrutando al ver la espuma besando la orilla. Quizás sólo cuando hay tormenta, el mar puede abrumarnos y hacer que sintamos temor. Pero para tormenta, la que vivimos día a día, desde hace ya tanto tiempo que es imprescindible cambiar de actitud sí o sí. Y a nosotros nos urge desconectar, porque es muy difícil que un panorama tan hostil no nos contagie.

479. 2020

Por Lola Fernández Burgos

Que a los humanos nos pirra discutir y polemizar, está más que claro a estas alturas de la humanidad. Cierto que hay discusiones y debates más interesantes que otros que nacen ya con el aburrimiento anexado, y tedio es lo que me provoca la controversia acerca de si estamos al final de un decenio más que al principio de una década. Que sí, que se puede tener la razón, que estamos cerrando el decenio anterior, pero los 20 empiezan en el 20, y eso es así más allá de las matemáticas. Así que este año, bisiesto además, empezamos una nueva década que en el siglo pasado coincidió con un periodo de entreguerras, y fue una etapa de ruptura y apogeo cultural, conocida como los años locos. Fue una época que brilló en lo social y en lo artístico, con aspectos sobresalientes en la música, en la moda, en las costumbres, y en las diferentes expresiones y movimientos artísticos. De aquellos años nos quedan el influjo del jazz, el tango, el charlestón con mujeres vestidas con faldas cortas, pelo corto y con sus cigarrillos en largas pipas. El denominado Art Déco y aquellos bailes de chicas que expresaban toda la alegría de vivir, se han quedado en nuestras retinas como expresión estética de unos años que, si estaban locos, era locos por vivir la vida a tope, después de haber salido de un triste tiempo de penas, miedo y llanto por tanta muerte como ocasionó la Primera Guerra Mundial. Cierto que después llegó la Crisis del 29, la Gran Depresión, y fue un nefasto broche de un deterioro económico mundial, con terribles efectos en casi todos los países, fueran pobres o ricos. O sea, la alegría dio paso a una depresión difícil de superar.

Resulta que ahora mismo, en este presente nuestro que nos ha tocado vivir, estamos recién salidos, si es eso verdad, de una terrible crisis financiera que ha salpicado y hundido muchas economías nacionales. Hubo que rescatar a los bancos, y se dejó naufragar a muchas personas. Aún hay quien no ha logrado salir a flote, y eso es algo que no se puede dejar en el olvido. El caso es que ojalá que los 20 sean también ahora unos años de recuperación y resurgimiento, de explosión cultural y de riqueza expresiva que nos alegre la vida, que falta nos va haciendo. No creo que llegue otra Guerra Mundial, pero estamos rodeados de guerras, tantas que asusta, pero ahí están cimentando economías de países y grandes empresas sin que se les ponga remedio; porque en este mundo nuestro lo que más interesa es lo material, y la paz es algo espiritual. Sólo espero y deseo que nos queden por delante años de tranquilidad e ilusión, en los que sea posible que vivamos sin la congoja de los problemas políticos influyéndonos. Nuevos días en que la máxima preocupación no sea un bloqueo o un Gobierno, en los que se nos olvide quiénes trabajan en las esferas políticas para procurarnos el bienestar general por el que están ahí, que ya va siendo hora. Quisiera que la ciudadanía nos dejáramos de enfrentamientos y discusiones ideológicas, y pudiéramos convivir cada quién con nuestras ideas libre y pacíficamente; no parece algo tan quimérico, aunque visto lo visto… Así que feliz año nuevo, felices 20, y que la alegría sea la banda sonora de estos años que nos quedan por vivir.

478. El dorado de los membrillos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Estoy segura de que, entre ustedes, muchos recuerdan el acto de ir a comprar un sobre y un sello, sentarse en algún lugar para escribir la dirección y el remite, y correr al buzón más próximo para enviar una carta. Quién va a olvidar la alegría que se sentía al escuchar al cartero que llegaba y traía algo para ti, eso era la felicidad: abrir el sobre y anticipar lo escrito, que a veces llevaba en el lateral un atención, contiene fotos. Aquello ya prácticamente no existe, pues ahora en el buzón suele haber de todo excepto una misiva personal, y el cartero llama para que le abras la puerta del portal, o para subirte un certificado o un envío, pero nada que ver con la alegría de antaño. Hoy en día no necesitas ir al estanco para enviar al instante por móvil un mensaje escrito, o un audio, una o un montón de fotos; como tampoco has de ir a una cabina y esperar turno para llamar, pudiendo hablar en cualquier momento y en cualquier lugar, y todo ello viendo en la pantalla a con quien hablamos, mientras te ven a ti a la vez. No se puede negar que es un adelanto increíble, un salto cualitativo que a nuestros abuelos les puede hacer alucinar en colores. Pero es una comunicación absolutamente diferente. Y para ella contamos con muchas más herramientas, las mismas que de pequeña yo sólo pude imaginar, sin saber que algún día serían totalmente reales. Podemos enviar, aparte de mensajes, nuestra imagen en directo, canciones, fotos guardadas o tomadas en ese mismo momento; y, además, recibir respuesta igualmente inmediata. Es posible establecer conversaciones en directo, por llamarlo de alguna manera, o simplemente dejar mensajes y recibir respuesta más tarde, sin necesidad de estar los dos interlocutores conectados al mismo tiempo.

Foto: Lola Fernández

Aparte de todo ese mar de posibilidades, un simple móvil nos permite recibir las noticias casi al tiempo en que se desarrollan, pues pasarán algunos días para que los noticiarios de la televisión nos hablen de cosas que ya sabemos desde hace demasiado. Y esas noticias nos tendrán al tanto de la actualidad sin tener que ir a un kiosco y comprar un periódico o una revista. Tampoco necesitaremos de libros para leer las novedades en literatura, o los clásicos de toda la historia. La mejor música, nuestros temas preferidos, nos acompañarán a pasear, a comprar, a descansar, con simplemente ponerle al móvil unos auriculares y elegir la lista de temas que deseas escuchar. Es más, si tienes alguna duda sobre una música que suena, puedes descubrir de qué tema se trata y todos los detalles con sólo acercar el móvil con la aplicación adecuada. Estamos interrelacionados a través de las llamadas redes sociales, y de repente resulta que tenemos tropecientos amigos y amigas, vaya, que saben qué hacemos, por dónde viajamos, qué tomamos al salir, nuestros gustos en tantas y tantas cosas, que, a veces, saben más que nuestra familia, a no ser que esta esté también en dichas redes. Ya ven, un mundo casi mágico y lleno de poderes, que, sin embargo, no ha logrado en modo alguno que nos sintamos menos solos, o evitado que estemos incomunicados, o deprimidos. En estos tiempos de conexión casi total, los psicólogos nos dicen que no es nada extraño que las personas encuentren más soledad que nunca, y con una tristeza casi insalvable, entre tanta amistad más cuantitativa que cualitativa, con todo o casi todo al alcance de la mano, sin necesidad de hacer prácticamente nada, a no ser tener las aplicaciones adecuadas y saber manejar algo como un móvil. Y esto, puede que a los mayores les cueste más de entrada, que después ya se sabe que todo se aprende y nadie nace enseñado, pero hasta los bebés y las mascotas están tan familiarizados, que parecen dominarlos sin mayores problemas. Todo ha cambiado muchísimo sin habernos dado cuenta, eso es innegable, y hay cosas que antes eran cotidianas y se han esfumado en la nada sin apenas dejar rastro. Por eso hay que valorar y aferrarse a lo que sigue ahí, inmutable con el paso del tiempo, al menos por ahora. Seguimos contando con la sucesión de ciclos estacionales a lo largo del año, o con el simple dorado de los membrillos, un ejemplo que nos regala el persistente e imperturbable milagro de la vida en todo lo que no se ha llevado el progreso. Disfrutemos de todo aquello que persiste hoy exactamente igual que hace un puñado de siglos, y dejemos que nos sorprenda como lo hizo con nuestros antepasados desde su mismo origen.

477. Seguimos sin puente

Por Lola Fernández Burgos

Quienes me sigan a través de estos artículos, que llevo ya escribiendo para ustedes desde hace más de doce años, sabrán que no me gustan nada de nada los políticos, con alguna excepción, que sólo sirve para confirmar la regla. Seguro que es porque antes de fraile fui cocinera, porque pasé por ese mundo y le dediqué unos cuantos años de mi vida, de los que tengo tan mal recuerdo que no me gusta ni hablar de ellos. Pero hablando de excepciones, hoy haré una y les confesaré que terminé muy escarmentada de aquellos años en que entregué mi tiempo y mi trabajo a eso de la política, primero a nivel orgánico y después en el equipo de gobierno. Han pasado ya años y aún me parece increíble que haya tanta mentira, traición, envidia, deslealtad, desagradecimiento, un usar y tirar que da asco, un no reconocer tu esfuerzo y entrega, y una competitividad vergonzosa. Es un mundo en el que hay poca oferta y mucha demanda; en el que quienes entran ya no quieren salir, en el que los hay que quieren subir a base de pisar y de impedir que nadie más suba. De verdad, una puede haber entrado con toda la ilusión por trabajar por su ciudad, con una importante parcela de poder, y terminar absolutamente defraudada y teniendo muy claro que jamás repetiría semejante experiencia. Si al poco compañerismo entre colegas, le unes que estás rodeada, además, puf, por trabajadores que dicen aborrecer a los políticos, pero que juegan a ser como ellos y sueñan con serlo realmente, el panorama es ciertamente para ponerte los pelos de punta. Claro que hay quienes se salvan entre compañeros y demás trabajadores, por supuesto, pero mi experiencia fue que eran muy poquitos comparados con el resto. En fin, que no me gustan los políticos y la política con minúsculas, porque si es con mayúsculas, todo mi respeto para unos y otra.

Y en el caso del puente de Benamaurel, cuya destrucción por la gota fría ha afectado, tanto a dicha localidad, como a Baza, Castilléjar, Castril y Cortes, especialmente, la política ejercida para resolver el problema que incide tan negativamente en tanta población, ha sido menos que minúscula. Aquí además ha aparecido el juego de las distintas administraciones responsables, que a la postre se traduce en un pasarse la pelota de unos a otros, sin hacer nadie nada. A la ciudadanía le importa un bledo, francamente, si es la administración nacional, la local, la autonómica, la provincial o la que quiera ser, quien resuelva el marronazo que lleva padeciendo desde hace ya casi dos meses, sin que nadie haya hecho nada. Resulta que el Ejército podría haber levantado un puente provisional en unos diez días, pero no. Resulta que se podría haber adecentado un camino provisional para no dar la vuelta por Cúllar, pero no. Y la opción actual es una mala carretera que no sólo no está preparada para el tráfico actual, sino que es peligrosa por los muchos camiones, y a la que sólo se le ha hecho una limpieza de cunetas… De verdad, nos llamamos desarrollados, pero hay países tercermundistas que están más adelantados que nuestro norte granadino, el último de la fila por lo general. Resulta que la Junta se niega a hacer algo más que la reconstrucción del puente, lo que implica bastantes meses. De la carretera, que sería mala hasta en las zonas llamadas tercermundistas, no quiere saber nada, se ve que Granada pilla muy lejos de Sevilla, y aquí no hay playa en la que se bañen los políticos sevillanos. Y resulta que un camino alternativo es muy caro, y más si va a ser provisional. Pero lo curioso es que empezaron hablando de que había un millón de euros para el puente, y al final la adjudicación ha sido por un cuarto de millón menos… Y digo yo, ¿es que el sobrante no puede servir para resolver un problema de la ciudadanía, real y grave? A ver qué van a hacer entonces, porque si el dinero es mucho para los problemas, será igualmente mucho para nada, creo yo. El caso es que seguimos sin puente, y lo que te rondaré, morena.

476. Relatividades

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Si algo se va aprendiendo conforme crecemos y vamos haciéndonos adultos, eso es a relativizar, a no quedarnos con lo absoluto o lo definitivo, que es tanto como decir a mantener posturas de flexibilidad, ejerciendo como seres inteligentes que nos llamamos. Puede parecer sencillo, pero hay a quien se le va la vida y al final no consigue logro tan importante; esencial a nivel personal e intrapersonal. Cuanto antes nos abracemos a las relatividades, más pronto dejaremos caer el lastre del peso de los totalitarismos. Porque nos evitaremos muchos sufrimientos y encontronazos, si somos capaces de entender que eso de que hay más que el negro y el blanco, es mucho más que una frase hecha. Y si del gris pasamos a toda la gama, visible e invisible, de colores, nada nos dará mayor capacidad de reflexionar y encarar la vida desde la tolerancia y la apertura de mente. Pues no es tan fácil avanzar y hacerlo con las herramientas cognitivas adecuadas. Cierto que cada quien tiene una capacidad mental otorgada genéticamente en el mismo momento de ser concebido, mucho antes de nacer. Pero igualmente es verdad que para algo nos sirve la educación y el medio en el que nos desenvolvemos; no obviando en modo alguno que, aparte del bagaje educacional y cultural que nos proporcionan, es también esencial la propia educación que nos damos a nosotros mismos. Ya no es sólo que nos enseñen, es estar abiertos a aprender, y no esperar a que las enseñanzas nos lleguen de fuera solamente, porque estamos más que capacitados para buscarlas personalmente.

Foto: Street Art

Relatividades, no quedarse en lo que a simple vista parezca, huir de las sentencias definitivas, encarar algo sabiendo que cabe nuestro punto de vista sólo como uno más entre muchos otros. Porque además el mantener una actitud flexible permite un enriquecimiento evidente: se abre la puerta a otras posturas, que no implica que hayamos de adoptarlas finalmente, pero que aportan variedad y riqueza a la hora de sopesar cualquier cosa antes de tomar decisiones. Porque la vida es un continuo elegir, un optar por una u otra posibilidad; y si nadamos en un mar de posibilidades, es más difícil ahogarnos que si nos aferramos a una única certeza. Es que, para más complejidad, nos movemos entre variables que son puros convencionalismos. Por ejemplo, imposible descartar algo como el tiempo y el espacio, pues es un continuo en el que vivimos, más allá de que no lleguemos a comprender qué son, excepto si contamos con cerebros privilegiados. Pero, por ejemplo, si nos quedamos con el concepto de tiempo: no cabe de ninguna manera en nuestros inventos para medirlo y, de algún modo, abarcarlo y entenderlo… ¿Qué sabe el tiempo de relojes, de siglos, décadas, lustros, años, días, horas, minutos, segundos, instantes, navidades, vacaciones, estaciones anuales, fin de año, etc.? Pero sin estos inventos no podríamos hablar siquiera de nada temporal. Es justamente lo que ocurre con tantas y tantas cosas, que existen y somos tan insignificantes que nos es casi imposible abarcarlas, aprehenderlas, saber exactamente qué son y cómo se desenvuelven. Y hablo no ya sólo de magnitudes físicas externas, o de químicas que facilitan la existencia misma. Es también todo lo concerniente, por ejemplo, al mundo de los sentimientos: ¿qué saben estos de nuestros conceptos de amor, amistad, odio, atracción, rechazo, y así hasta donde podamos imaginar? Relativicemos, pues, porque nos irá mucho mejor si comprendemos, mejor antes que después, que nada es forzosamente de una u otra manera absoluta. Que si nos movemos entre relatividades, seremos muchos más felices…, sin olvidar, por supuesto, que la felicidad absoluta no existe. Pero, ¿acaso no son maravillosas las pequeñas felicidades relativas?

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