505. Jaén

“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos…”

Miguel Hernández

El Parque natural de Despeñaperros es un precioso desfiladero por el que se accede a Andalucía por tierras jiennenses, como una reivindicación de la esencia andaluza de Jaén, una provincia tan olvidada que, en ocasiones, se dice de ella que no parece de Andalucía; ay, qué cosas. Imposible ser más andaluza, siendo la tierra en que nace el Guadalquivir; el río que primero se llamó Betis, y que, desde su nacimiento en la Sierras de Cazorla, Segura y las Villas hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda, conoce y habla de la historia de Andalucía. Si añadimos Sierra Magina y la de Andújar, sabremos por qué la biodiversidad jiennense es una de la más importantes de España y Europa, siendo la provincia con mayor extensión de espacios protegidos de España. Y junto a estos parques naturales, las campiñas y vegas colmadas de olivos, constituyendo una riqueza natural y paisajística sin igual en estas tierras de la Andalucía oriental. Es Jaén la primera productora mundial de aceite de oliva, con nada menos que 66 millones de olivos, pero, aun así, el llamado oro verde no logra sacarla de la pobreza. No ha impedido que, por ejemplo, ciudades como Linares, con un pasado económico que la situaban a la cabeza en riqueza y desarrollo a nivel nacional, ostente hoy el triste honor de ser la ciudad con más paro de España. Jaén ha sido víctima de no haberse encarado una reforma agrícola absolutamente necesaria, además de ver cómo se acababa con la industria que le daba fuerza económica, sin olvidar que ha sido siempre la gran olvidada, válgame la redundancia.

Pero Jaén no sólo posee patrimonio natural, y, así, es la provincia con más obras renacentistas de España. Esto se debe principalmente a Andrés de Vandelvira, el arquitecto que planificó y construyó muchos edificios que, al incorporar elementos del arte de los musulmanes, son únicos; logrando que Úbeda y Baeza sean, además de dos joyas del mejor Renacimiento, Patrimonio de la Humanidad desde el 2003. Jaén posee también el mayor patrimonio íbero, pues Cástulo, muy cerca de la citada Linares, es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de España. Y en la capital, esa maravillosa catedral renacentista, y el castillo de Santa Catalina, con unas impresionantes vistas de la ciudad; que no en vano, Jaén es el lugar en donde hay más castillos y fortalezas de Europa, y el segundo en el mundo. Además de Los Baños Árabes, de su época musulmana, en los sótanos del Palacio de Villardompardo, los más grande de España y mejor conservados de Europa. Y no quiero dejar de hablar del cielo jiennense: porque si en Almería está el Observatorio de Calar Alto, en la Sierra de los Filabres, y en Granada el de Sierra Nevada, amén del de la Sagra, los cielos de Jaén son de lo mejorcito para mirar las estrellas. Y así lo atestigua la declaración de la UNESCO como Reserva y Destino Turístico Starlight, más concretamente del cielo de Sierra Morena y Sierra Sur. Podría añadir tantas cosas…, pero sólo diré que hay mucho y bueno en esta provincia andaluza, y que si no la conocen, ya están tardando.

504. Granada

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Todas las ciudades tienen su encanto, Granada el suyo y el de todas las demás.” Antonio Machado.

Decía Federico García Lorca, el poeta granadino de Fuentevaqueros, que Granada esta indefensa ante la gente, pues nada ni nadie puede defenderse ante lo halagos, y qué razón tenía… Es tan hermosa que sólo cabe ensalzarla, y si lo hacemos con el fondo musical de la Granada de Agustín Lara, mejor… Granada, tierra soñada por mí… Claro que hay un contrapeso, la malafollá de Graná, casi ná; aunque habría que escribir todo un tratado para definir el concepto, así que lo dejaré para otro momento. Granada, tierra de contrastes, con una geografía en la que se dan cita el altiplano, la costa tropical, las montañas más altas de la península, el sol y la nieve, los claros cielos estrellados (con los observatorios de Sierra Nevada y la Sagra), la vega, la Alpujarra, la Alhambra, el Albayzín, y un larguísimo etcétera, amén de una herencia y una oferta culturales de primera. Tierra de flamencos y poetas, que ama la música y lleva el arte en las venas. Digamos que somos pura potencia, y abandono sempiterno; lo que hace que, cuando había pujanza económica en el país, porque hubo un tiempo en que la hubo, mientras aquí llegaban los inmigrantes, nosotros aún éramos emigrantes huyendo de la pobreza. Y junto al arte, que es mucho, Granada es la Ciudad de la Ciencia, y su magnífica y prestigiosa Universidad, fundada en 1530, es la única en Europa con dos campus en África, Ceuta y Melilla. Si fuimos el último reducto hispano-musulmán, hoy contamos con una creciente población musulmana, de la que casi la mitad es española, no inmigrante, lo que hace que su presencia en la capital sea importante y esté plenamente integrada. Tenemos la mayor mezquita de Europa, y se puede afirmar que somos un ejemplo de convivencia y hermandad a nivel religioso, pero también cultural. Sin olvidar que somos la provincia con mayor porcentaje de población gitana, en su amplia mayoría perfectamente integrada socialmente. Esa Granada gitana y mora no es un tópico, ni versos de poeta, sino una realidad que se vive en armonía. Y de la Granada católica, sólo recordar que en la Capilla Real de su catedral descansan los restos de los Reyes Católicos, y de su hija Juana la Loca, y su esposo Felipe el Hermoso.

Foto: Lola Fernández

Así que por su realidad, Granada es una tierra de contrastes que no se oponen entre sí: somos el sur y hace un frío que pela; tenemos los pueblos más altos del país y del continente, pero las imponentes sierras rodean una gran llanura, con las hoyas de Baza y de Guadix. Poseemos un Altiplano, formado por las comarcas de Baza y Huéscar, donde, junto a zonas prácticamente desiertas, hallamos bosques y abundancia de agua; con los pantanos de Negratín, San Clemente y El Portillo, rodeados de maravillosos paisajes de una increíble variedad. Y si al norte está el altiplano, al sur baña nuestras tierras el mar Mediterráneo, en la Costa Tropical: 73 km. de litoral con un clima que hace posible ser el único lugar de Europa con frutos tropicales, como el aguacate, el mango y la chirimoya. Junto a Sierra Nevada, esa Alpujarra de pueblos en los que se detuvo el tiempo, contando, por ejemplo, con el pueblo más alto del continente europeo, Trevélez: con unos magníficos jamones, que con un clima tan seco y frío se curan de maravilla, y cuya arquitectura nos traslada a lejanos países como el Nepal. Y descendiendo desde los maravillosos pueblos y barrancos alpujarreños hacia el mar, el Valle de Lecrín, con plantaciones de naranjos y limoneros de la mejor calidad. Si los árboles están en flor, el aroma a azahar nos envuelve mientras recorremos esta preciosa comarca, donde no falta tampoco el agua; con, por citar un lugar precioso, la Laguna de Padul, uno de los más importantes humedales de la provincia, y sólo detrás de Doñana en extensión de carrizal, con lo que conlleva de asentamiento de aves. Sí, Granada es tan diversa y tiene tanta riqueza patrimonial y geográfica, que es imposible describirla en pocas palabras, por lo que lo mejor es invitar a quien no la conozca, a visitarla cuanto antes mejor; a quien ya estuvo, a regresar sin falta; y a quienes vivimos en ella, a disfrutarla sin que tanta belleza nos haga perder su constancia, porque hay cosas tan bonitas que una no puede acostumbrarse a ellas jamás. Hay que saborear Granada, porque es sencillamente una delicia.

503. Almería

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

En la provincia más oriental de Andalucía, existen tan diversos ecosistemas, que no es raro que sus paisajes estén en películas memorables, de antaño y de ahora. En Almería hay desierto, el único de Europa; hay mar y montañas, con nieve en sus cumbres al llegar el frío; y tantas horas de luz, que siempre ha estado ligada al cine. Por no extenderme y nombrar sólo un puñado de buenas películas, sus paisajes pueblan los fotogramas de La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo, Indiana Jones y la última cruzada, Lawrence de Arabia, Cleopatra, y tantas otras, que necesitaría más de un artículo para citarlas a todas. Por no hablar de series actuales de éxito mundial, como Juego de Tronos, o La Casa de Papel. Distinto es cómo se ha gestionado de bien o mal a la hora de atraer o espantar a las grandes productoras, pero eso es otro asunto. Hay que desear que no quede todo en rutas cinematográficas y el poblado del Oeste en Tabernas, como parque temático para visitar con los más pequeños. Porque Almería es mucho más que variados y preciosos escenarios para rodar películas, aunque mal que nos pese, a día de hoy aún es, junto a Jaén, una gran desconocida; las grandes desconocidas de Andalucía.

Foto: Lola Fernández

Con una historia de relevancia debida a las culturas que en ella se asentaron, y a su puerto, y habiendo llegado a ser un referente comercial y cultural en tiempos del Califato de Córdoba y los Omeya, lo cierto es que acabó en el olvido, y víctima de males diferentes, tales como plagas, terremotos o ataques piratas. Tardó en repuntar, y lo hizo de la mano de la minería (ahí están los restos de las minas de oro en Rodalquilar) y la agricultura; pero de nuevo llegó el declive, y no fue hasta mediados ya del s.XX, que se reinventó gracias a la agricultura intensiva, el turismo, o el mármol de Macael, famoso mundialmente. Gracias a la agricultura intensiva, Almería es hoy la huerta de Europa, aunque habría mucho que hablar sobre el tema de los invernaderos y los mares de plástico, visibles desde los mismos satélites. Porque sobrecoge pasar por los poblados de chabolas donde malviven los trabajadores que pasan sus días ocultos bajo el plástico, muchas veces llegados directamente desde las pateras que arriban clandestinamente por el mar de Alborán. No se puede permitir que el resurgir económico de una provincia, y la riqueza de unos cuantos, se asiente en condiciones laborales que rozan la esclavitud de una gran mayoría de inmigrantes indocumentados. No puede ser que los supervivientes que tuvieron la suerte de no acabar en la fosa común en que se ha convertido el Mar Mediterráneo, acaben ahogados bajo esos mares de plástico.

Mucho menos triste es el otro potente pilar económico con que cuenta Almería, el turismo. Sus más de 200 km. de litoral, la mitad de los cuales rodean el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, posibilitan disfrutar de playas magníficas, recónditas calas, paisajes de ensueño, a la vista y subacuáticos,  y sus cálidas aguas mediterráneas; las mismas que albergan todo un  patrimonio protegido, que da fe de la riqueza, diversidad cultural e importancia histórica de Almería desde sus orígenes, a lo largo de toda su historia, hasta hoy. Porque a ese tesoro subacuático, se unen muchos más, en sus pintorescos pueblos, sus vinos y gastronomía en general, y todo el prometedor futuro que se despliega ante sí en una tierra que vivió años, décadas, siglos incluso, de abandono; pero que hoy avanza orgulloso y sin complejos, dispuesto a ofrecer todos sus privilegiados recursos a quienes vivan o se acerquen a disfrutar de las tierras y las costas de Almería.

502. Andalucía

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Quienes quieran lo mejor para su patria, conózcanla antes a fondo; porque es el conocimiento quien engendra el amor y el amor quien multiplica y perfila aquel conocimiento.

Antonio Gala. Congreso de Cultura Andaluza. Córdoba, 1978

 

Los andaluces estamos acostumbrados a los tópicos y a los prejuicios respecto a nuestra tierra, y aunque sabemos que son erróneos, pues como que nos da un poco igual, porque pensamos que si la gente no conoce la verdad de Andalucía, no por ello ella va a ser como piensan desacertadamente. Siempre tendrán oportunidad de conocernos, y si no, tampoco pasa nada, somos como somos y lo que somos, no como digan los demás.

A ver, por ejemplo, resulta que como tenemos el único desierto europeo, en tierras almerienses, el de Tabernas, pues hay quien nos ve ya rodeados de dunas y en camello. Olvidan que, mal que les pese a los gallegos, que gustan de negarlo, es en Cádiz, en la Sierra de Grazalema, donde más llueve de España. Porque hay quien asocia el sur con lo desértico, y luego no entiende que en Jaén, a quien algún que otro ignorante niega la condición de andaluza, cuenta con la mayor superficie de espacios naturales protegidos de España (304.175 hectáreas), entre los que destacan sus cuatro parques naturales: Despeñaperros, Sierra de Andújar, Sierra Mágina y Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Eso sólo en Jaén, la provincia de más de 70 millones de olivos; ya que si ampliamos límites, Andalucía es rica, millonaria diría yo, en naturaleza y paisajes de lo más variados, con espacios tan extraordinarios como Doñana y Grazalema, en Cádiz; Sierra Nevada, en Granada; y Cabo de Gata-Níjar, en Almería, entre otros muchos.

Foto: Lola Fernández

Somos muchos, casi el 20% de la población total española. Contamos con costas atlánticas y mediterráneas, amén del estrecho de Gibraltar, en el que ambas aguas confluyen, aparte de acercarnos a una África que tenemos ahí mismo, como sur del sur. Somos tan variados como nos permite ser ocho provincias, desde Huelva, separada o unida a Portugal por el Guadiana; hasta la Almeria de los cielos limpios y las profundidades submarinas de ensueño. Pero ay, se nos considera poco menos que analfabetos, con una insultante falta de respeto hacia nuestra manera de hablar, y se olvidan de que hay muchos grandes poetas, pintores, filósofos, músicos, y artistas en general, que fueron y son de cuna andaluza. Por nombrar sólo a unos poquitos, de entre los que ya no están: Lorca, Machado, Lola Flores, Velázquez, Falla, Camarón, María Zambrano, Paco de Lucia, Picasso, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Carlos Cano, Elio Berhanyer, Julio Romero de Torres, Bécquer, y un inmenso etcétera. Es decir, casi ná. Fuimos, somos y seremos; y quien no lo sepa ver porque hablamos andaluz, o porque no tiene ni idea, que se compre un libro y aprenda.

(Continuará)

501. Día de sol

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Me gusta la palabra domingo en inglés: Sunday, día de sol, porque de un modo tan sencillo la impregna de la luz que una se imagina para un día de fiesta y descanso. Porque me niego a caer en la trampa de sentir que todos los días son iguales, algo que nos trajo el estado de confinamiento, y de lo que hay que huir si queremos restablecer la mínima normalidad, por anormal que siga siendo. Ayudándonos del instinto de supervivencia, debiéramos extraer cosas positivas allí donde todo se nos volvió negro y negativo. No es optimismo, ni convertirse en ilusos; es más bien saber que nunca nada está perdido, y sacar soluciones y recetas vitales para aplicar en los momentos más difíciles. Puede que haya entre ustedes quien piense que no hay nada bueno en lo que hemos vivido, que aún estamos viviendo, y que, por desgracia, todavía nos queda bastante por vivir. Pero creo que sí podemos rescatar cosas que son como restos del naufragio, que más qué desechos, son herramientas para hacer más fácil la vida dentro de unas coordenadas alejadas de la situación ideal, esa que parece que todos creemos que era la general antes de la pandemia. Ciertamente eso ya me parece de entrada bastante discutible, pues para nada nos movíamos en un estado de perfección que se desbaratara de repente por la llegada de un virus asesino al que aún desconocemos cómo vencer; si acaso, y ya es mucho, podemos acatar las normas que los científicos nos dan para evitar ser sus víctimas. Bueno, víctimas suyas lo somos sí o sí, para qué nos vamos a engañar, porque, aunque nunca pudimos sospecharlo, este año está siendo el peor de nuestras vidas; al menos para mí, que eso es algo muy subjetivo.

Foto: Lola Fernández

A ver, pensemos un poquito con qué quedarnos tras el terrible confinamiento… Seguramente hemos aprendido a valorar una serie de cosas que antes nos pasaban desapercibidas, cada quién sabrá cuáles son, pero estoy convencida de que haberlas, las hay. Igual salimos a la calle y si no hay nadie y podemos quitarnos la mascarilla, aunque sea por unos minutos, ¿cómo no vamos a vivir sensaciones nuevas y que nos parecen deliciosas, ante algo tan simple como el aire acariciando nuestra cara? Poder coger el coche y salir aunque sea a los alrededores, a disfrutar de la naturaleza, que nos inunde por todos los sentidos, y deseando tener muchos más que cinco, para que nos embriague por completo… Abrazar un segundo a nuestros mayores, si no nos separa un cristal, o ya se fueron dejándonos huérfanos para la eternidad… Cómo no emocionarse con los pequeños gestos de tanta gente buena como hay, dispuesta a dejarse los días ayudando a los demás. Y como no indignarse ante la imbecilidad de quienes no supieron sacar lecciones de vida entre cifras de muertos, que seguramente hubieran podido ser mucho menores de haberse hecho de otra manera las cosas en este país nuestro, que se pasó una década recortando en algo tan sagrado y tan de todos y todas, como es la sanidad pública. Allá cada cual con su conciencia, si es que sabe qué es eso. Nunca hay que permitir que la adversidad nos derrote; muy al contrario, es en la dificultad donde emerge la grandeza humana, para aprender que aunque el cielo se nuble, el sol está ahí, sin necesidad siquiera de que sea domingo como hoy. El tiempo es un continuo para vivirlo sin interrupciones, con la mejor de nuestras actitudes, y sin desfallecer. Así que adelante, la vida no espera.

 

500. Cosa de viejos

Por Lola Fernández.

Siempre que reflexiono sobre nuestro modo de vivir en sociedad, me embarga una terrible desazón al no entender cómo hemos podido llegar a unas cotas tan altas de insatisfacción interpersonal. Se supone que si un día optamos por el grupo, sería para vivir mejor que en soledad. Y sin embargo, ¡cuánta soledad hay en esta nuestra sociedad actual! Es sumamente desalentador comprobar que no tenemos en cuenta que hay cosas que son para todos y todas sin excepción. Así, con un poco de suerte, si no nos morimos antes de tiempo, llegaremos inevitablemente a ser viejos, o ancianos, o mayores, o como queramos llamarlo; pero, en definitiva, alcanzaremos esa edad en que hay menos futuro que pasado, y en que nos gustaría hacer todas las muchas cosas que fuimos dejando para después, y que, o se hacen ya, o nunca se podrán realizar. Y si todos vamos a llegar a ser mayores, cómo es posible que no protejamos todo lo relacionado con ello… Por ejemplo, el tema de las residencias, de los geriátricos, ¿no debería ser un aspecto social cuidado al máximo, para que si, como es previsible, acabamos nuestra vida en ellos, sea en condiciones ideales de bienestar? Hace ya mucho tiempo que para los mayores, con o sin hijos, no hay mucha diferencia a la hora de terminar sus días lejos del hogar, entre los límites de una residencia geriátrica; y dado que es un horizonte común, nada tiene de raro que fuera un tema absolutamente resuelto socialmente. Pero ¡ay, qué lejos de la realidad!

En este último semestre, azotado por la pandemia, los datos, fríos y crueles a la vez, nos dicen que casi el 65% de los fallecidos a causa del coronavirus en España, son personas mayores. Se dice pronto, pero más de 20.000 muertos han sido mayores residentes en geriátricos; o sea, ni más ni menos que dos tercios del total de los fallecimientos. Escalofriante. Si a ello le unimos las cada vez más frecuentes evidencias de malos tratos a las personas que viven en las residencias de mayores, la verdad es que una siente vergüenza ajena por la falta de categoría humana que nos rodea. Es verdaderamente indignante comprobar lo poco que se hace para que los últimos años de las personas que lo han dado prácticamente todo por los demás sean de alegría. Es para ponerse a llorar ver el (mal)trato que reciben quienes fueron los salvadores de sus familias en la anterior crisis económica del 2007. Qué pena saber que los hemos dejado tan solos y tan abandonados, no quisiera verme en su lugar: encerrados, sin poder ver a los suyos, muriéndose sin que nadie haya movido un dedo, como no sea para acusar a otro y echar balones fuera. Me avergüenza pertenecer a esta sociedad tan inhumana. Como me avergüenzan quienes sólo piensan en saltarse las normas anticontagio del coronavirus, porque piensan que con ellos no va esta historia, que esto es cosa de viejos. Sólo deseo que, si ellos llegan algún día a serlo, reciban por parte de su prójimo, un mejor trato, porque si no, pobres, qué mal final les espera.

499. Anda, la mascarilla

Por Lola Fernández Burgos

Como un reflejo de los cambios habidos en este año que sin duda jamás olvidaremos, y no precisamente por lo bonito, está que ahora cuando salimos de casa no nos acordamos del donut, las llaves o la cartera, sino que lo que casi siempre olvidamos es la mascarilla, esa compañera que nunca hubiéramos imaginado ni en sueños. Porque antes, y ya estamos empezando a acostumbrarnos a un antes y un después, seguramente con el referente del confinamiento que empezó en marzo y que no sabemos si volverá; antes decía, la mascarilla era algo muy infrecuente de ver, casi siempre relacionada con problemas de alergias respiratorias, o propias del ámbito hospitalario. Pero ahora, ay ahora, es el complemento indispensable, amén de obligatorio, de nuestra vida fuera de casa. Desde luego, jamás me prestaré a lo de mascarillas a la moda, para combinar con la ropa, para poner en ella los símbolos de nuestra ideología o mismamente los colores de nuestros equipos deportivos favoritos. Me niego a querer embellecer de ninguna manera un elemento que sólo me provoca dolor, y que esconde no ya solo el miedo, sino las mismas expresiones de la cara. Nos movemos entre coordenadas de precaución, y en ello nos va algo tan importante como la vida, la nuestra o la de quienes nos rodean, y de rostros con ojos nada más. Si a ello añadimos unas gafas de sol, propias de los meses con mucha luz, ya me dirán ustedes el panorama humano con el que nos desenvolvemos día a día… De repente descubrimos un bigote que ni imaginábamos, una boca de labios carnosos o todo lo contrario, rostros que se transforman con una simple sonrisa, etc., claro que antes habrá que quitarse la mascarilla, para compartir aunque sea un café.

Nunca me sentí más preocupada en un medio más limpio y desinfectado, qué cosas tiene la vida. Empezamos ya a desarrollar nuevas conductas sin ser ni conscientes. Entras en algunos lugares, y te retiras el pelo de la frente para que te tomen la temperatura, con unos termómetros que parecen pistolas con que te fueran a volar los sesos. Y acto seguido buscas sin apenas darte cuenta algún bote de hidrogel para desinfectarte por enésima vez las manos. Por no hablar de cómo te quedas a veces paralizada porque giras la esquina y aparece un ser humano a tu vera… Distancia social, gel y mascarilla, los tres mandamientos de la pandemia, más toda la metamorfosis conductual que nos ha atrapado sin apercibirnos de ella. Y de repente, otoño ya, casi como un alivio de luto, porque no puede ser más penoso llevar mascarilla durante horas con el calor sofocante del verano. Y como nadie nos quitará la esperanza, empezamos a soñar que con los fríos del invierno será como llevar bufanda, y no sé nos hará tan pesada la tarea de esta prenda que amenaza con convertirse en una segunda piel. Que ustedes lo lleven, y la lleven, bien, y no se olviden antes de salir a la calle de cogerla, más que nada por aquello de no tener que volver a casa diciendo lo de anda, la mascarilla!

498. El dictado de las urnas funerarias

Por Lola Fernández Burgos. 

Abro el documento en blanco y pienso que me encantaría por un momento poder tener también la mente en blanco; eso que se llama poner los contadores a cero, y empezar de nuevo, sin que existiera esta pandemia tan cansina, sin tener que leer y hablar siempre de lo mismo. Es lógico que ahora toque esto, el coronavirus y todo lo relacionado, pero les juro que estoy muy cansada de reflexionar sobre lo mismo una y otra vez, o uno y otro artículo. Aunque me pregunto, al mismo tiempo, de qué podría escribir sin sentir que estoy haciendo algo que no está bien. En una época como esta, de duelo real para tantas y tantas familias de todo el país, se hace difícil hasta escuchar música sin sentirse agobiada. Imposible incluso concentrarse y leer, porque las experiencias vividas son muy fuertes. Cómo olvidar por un segundo que hay tantos mayores solos en sus casas, o en una residencia, y que a su miedo de contagiarse habrán de añadir el terror de que tal vez no los quieran aceptar en los hospitales, amparándose para ello en ese asqueroso concepto de techo terapéutico, que de modo explícito o implícito se ha desarrollado, y, mucho peor, ejecutado en estos meses de epidemia y muerte. Una sociedad que no cuida a sus mayores, para mí es indigna y no se merece el más mínimo respeto. Sólo pensar en los abuelos y abuelas, solos en sus casas, o solos en una residencia, y ya es motivo más que suficiente para sentirse mal y avergonzada de la especie humana, que se atreve a llamarse superior, y no deja de demostrar una y otra vez que puede ser capaz de lo peor entre todo lo malo de las peores bestias.

Me es imposible entender que mientras el personal sanitario lleva meses jugándose la vida por salvar a los infectados, hay gentuza que se salta todas las normas para evitar el contagio y se atreven a hablar de libertad de expresión en sus vergonzosos teatros baratos de falso patriotismo y demás patrañas de gente que no se merece el más mínimo respeto haciendo lo que hacen, y que ensucian palabras como libertad cuando las pronuncian. No se puede ser más indigno y más desvergonzado, y ello yendo mucho más allá de diferencias ideológicas. Hay cosas y momentos en los que la ideología y la afinidad políticas devienen insignificantes, carecen de la mínima importancia ante lo realmente importante. Si de verdad somos seres inteligentes, la supervivencia y la unión de especie frente al peligro de extinción están muy por encima de cualquier consideración que nos separe. Así que me parece increíble que hasta para prorrogar un estado de alarma, que es lo que ha frenado la suma incesante de muertos, haya que luchar denodadamente para conseguir un consenso, con un forcejeo entre oferta y demanda de exigencias que no vienen a cuento. Habría que darse una unanimidad sin fisuras entre los reprentantes de la ciudadanía, cuando se trata de evitarle a esta los peores efectos de una pandemia nefasta. Porque si estos son momentos para dar la talla, qué pocos la están dando. Qué pena más grande ver que se utilizan, una vez más, los muertos para politiquear y tratar de conseguir fuera de las urnas lo que en ellas se decidió. Hay partidos que boicotean cualquier acción de gobierno, tratando de imponer el dictado de otras urnas, las funerarias. Y lo hacen sin el mínimo rubor; claro que para sentir vergüenza, hay que tenerla, y nada más lejos.

497. Cuanto antes, mejor

Por Lola Fernández Burgos. 

La palabra palabro no existe, así que hay que optar mejor por palabrota, aunque su definición como palabra soez, grosera o malsonante no se ciñe demasiado a lo que se quiere decir con palabro. Suele referirse cuando se usa, que el que no la recoja la Real Academia no implica que no se use y mucho, a palabras que no se escuchan demasiado y que suenan un poco no sé cómo decirles, con una rancia solemnidad novedosa, si es que lo rancio y lo novedoso casan de alguna manera. Que es como eso de nueva normalidad, por poner un ejemplo de tantos términos como nos han traído estos tiempos. A ver, de repente nos rodean vocablos que, de apenas usarlos, cuando no es de nunca usarlos, ahora inundan cualquier texto escrito para darnos cuenta de los sucesos que estamos viviendo, o desviviendo, o qué sé yo. Así de pronto y sin pensar mucho: pandemia, epidemia, confinamiento, desescalada, techo terapéutico, distancia social, estado de alarma, cuarentena, mando único, cogobernanza, picos, curvas, picos de curvas, infectados sintomáticos y asintomáticos, hidrogeles… Ay, hay casi tantas palabras con las que nos bombardean, como tipos de mascarillas, que esa es otra.

Recuerdo cuando, allá por enero, empezaron a hablar del coronavirus, el COVID-19, en China, y cómo llegó un momento en que estaba más que harta de que sólo se hablara de aquel tema… Pobre de mí, no sabía, nadie podía ni adivinarlo, lo que nos esperaba, esta especie de pesadilla en plena vigilia. Pero lo peor es que tampoco podemos saber qué nos espera en tanto no den con una vacuna efectiva, y los científicos dicen que eso es cuestión de bastantes años: que si es un lustro, es pronto. Lo que sé es que poco a poco van decreciendo las cifras de víctimas mortales, gracias al confinamiento. Y que ahora que vamos a avanzar progresivamente en el desconfinamiento, me parece que seremos muchas las personas que tengamos miedo y no nos atrevamos, al menos de entrada, a hacer las cosas que antes hacíamos, por mucho que según las fases de desescalada se nos permita hacerlas. Una cosa es poder, y otra querer, o simplemente atreverse. De todos modos, no hay que pecar del síndrome de la cabaña, más palabros, y cogerle el gusto a quedarse en casa. No se puede vivir eternamente con miedo. Hay que cumplir con todas las prevenciones de seguridad y empezar a volar otra vez, como quien dice. Claro que habida cuenta de que la distancia social es la mejor manera de evitar el contagio de este maldito virus, ya me dirán ustedes cómo vamos a conseguir volver a vivir como antes. Que sí, que no ha de ser ese nuestro objetivo, que la normalidad no se dará igual, de ahí lo de nueva normalidad, pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Siempre he sido muy escéptica cuando escuchaba que esto que estamos padeciendo nos iba a cambiar como sociedad, que íbamos a valorar más las pequeñas cosas, y a aprender a respetar más la naturaleza y nuestro entorno, que empezaríamos a priorizar lo realmente importante, etc. Me ha bastado salir a la calle y ver cómo hay tanta gente que hace lo que le da la gana, sin respetar norma alguna, que es tanto como no respetar a los demás, en unos momentos en que todos dependemos de todos en el tema salud, para comprender que mi desconfianza no era insensata. En fin, habrá que confiar en que son muchos más los que están por la labor de salir de esto de la mejor manera y seguir viviendo, y además hacerlo sin miedos. Que ustedes, y yo, y todos, lo veamos… y cuanto antes, mejor.

496. Sin prisas

Por Lola Fernández Burgos. 

Seguimos confinados, que no confitados, que es algo que a veces decimos, buscando ese punto de humor necesario para relativizar. Son ya demasiados días de encierro y hay ocasiones en que no es difícil desesperar. Y sin embargo, siento que las prisas son malas, que si no se hacen las cosas bien, de poco va a servir lo que llevamos haciendo desde hace casi dos meses. Que sí, que podemos agobiarnos ante lo que parece una pesadilla de la que por desgracia no se despierta, pero es lo que hay. Continuar en casa no es caprichoso, y porque se acerque el buen tiempo y se eche en falta ir a la playa y estar más tiempo en la calle que encerrados, mientras sea necesario hay que tener paciencia. Mientras sea preciso según criterios sanitarios, porque la economía no puede ser guía ninguna en esta lucha contra la muerte. El paro es terrible, pero es mucho peor morir. Los políticos irresponsables que juegan con esto y empiezan a cuestionar lo imprescindible del encierro, sólo son unos indecentes que están jugando con algo tan importante como son las vidas humanas. En política, como en la no política, no todo vale, y una cosa es quejarnos porque esto se hace tedioso, y otra muy diferente es empezar a poner nerviosa a la ciudadanía, cuestionando las consignas emitidas por un Gobierno que, nos sea afín o no, está muy claro que sólo quiere lo mejor para todos. Y las Comunidades Autónomas que hacen lo mismo que esos indecentes políticos, son semejantes en tal indecencia.

Aquí en Granada no hemos pasado de la fase 0 a la 1, y eso es así porque hay unos marcadores que sirven para tomar decisiones, y los nuestros han recomendado seguir en vez de avanzar en la desescalada. No es para empezar a decir idioteces, antes al contrario, se trata de tener más cuidado en que no se incrementen las personas infectadas por el virus. Y la verdad, visto lo visto desde que se permite salir a la calle, no me extraña demasiado no haber podido avanzar… Es muy desalentador, amén de indignante, ver que mientras la mayoría cumplimos con nuestra responsabilidad ciudadana, hay otros muchos que pasan de todo. Puro egoísmo frente a solidaridad, y en esto no vale la acción policial, sino la educación. Ya hace días que no me apetece ni salir a pasear, porque no tengo ninguna gana de infectarme por la gente que tiene esa actitud no sólo egoísta y peligrosa, sino además chulesca y de provocación. Eso de ver grupos numerosos charlando tan felices, sin mascarillas, sin distancias, con los niños, fuera de horarios prescritos, como si no pasara nada, la verdad me pone enferma, así que me quedo en casa y sigo andando por el pasillo.

No son buenas las prisas, ni lo son las conductas picarescas de hacer cada quien lo que le apetezca. No son buenos los malos políticos que crean malestar contra quienes sólo desean lo mejor. No es buena la comunidad que quiere acabar con el estado de alarma sólo para sentirse reina en sus confines. No es bueno el que da muchos aplausos y después acosa a los que se arriesgan por obligación, y todos conocemos casos de acoso y derribo contra gente que sólo cumple en sus respectivos trabajos porque no le queda otra. Si todos y todas nos comportáramos como debemos, estoy segura de que los resultados serían mejores, y podríamos avanzar en el desconfinamiento sin mayores problemas. Porque lo que está claro es que da exactamente igual que se levanten las prohibiciones; si no está garantizada la seguridad de algo tan esencial como la vida, para qué correr en nada, no tiene sentido. A mí desde luego me va a dar exactamente igual lo que me diga un mal político: aunque me den permiso, no pienso hacer nada en lo que haya un peligro de infectarme. Porque yo no sé ustedes, pero desde luego yo no tengo ninguna prisa.

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