525. Orfandades y otros desconsuelos

Por Lola Fernández.

“Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”

Heráclito

Foto: Lola Fernández

Hoy, primer domingo de mayo, es el día de la madre, y por primera vez en mi vida me he encontrado en él sin tenerla. Dicen que los padres no están preparados para perder a sus hijos, y sin saber quién lo dijo, son de esas cosas que todos repetimos, como elemento del acervo cultural humano. Que la pérdida de los hijos es antinatural, y que los padres que la sufren nunca se recuperan. Y pienso que no hay pérdida que sea natural, y que cuando nos quedamos sin padres, hay una reorganización de todos nuestros sentimientos y emociones: es como si, sin llegar a perder los cimientos, toda nuestra estructura interior se modificara. Parece que mientras nuestros padres viven, la muerte es algo que nos planteamos vestida de ajenidad; pero, ay, al quedarnos sin ellos, es como si nos colocáramos en el punto de salida, y sintiéramos por primera vez, que después de ellos ya nos toca a nosotros. Es ese descubrimiento de que los siguientes seremos nosotros, y entender lo que significa realmente la orfandad. De repente nos invade un desamparo que es también soledad; y la necesidad de una protección que ya no hallaremos nunca más en nuestros progenitores, por mucho que pensemos y creamos que nos siguen cuidando, aunque no estén físicamente. Es verdad que mientras no muramos, ellos seguirán vivos en nuestros corazones, pero ello no impide que los añoremos y echemos de menos cada instante de nuestras vidas. Y más un día como hoy, en que a estas alturas ya habría telefoneado a mi madre para decirle ¡madre no hay más que una!… imposible describir con palabras qué se siente al ser consciente de que nunca más podré levantar ese teléfono.

Orfandades, desvalimientos, situaciones que te hunden, o te hacen más fuerte. Y una se encuentra con la difícil tarea de ir buscando algo que le quite lo feo a lo menos hermoso, para irlo reconvirtiendo en poco menos que un privilegio. Es sólo entonces cuando empiezas a pensar que tus padres murieron muy mayores, y después de haber vivido también muy bien; que tuvieron la suerte de morir rodeados de todos sus hijos y asistidos para no sufrir más de lo necesario en ese fatal tránsito; que no estuvieron postrados enfermos en una cama, y todas esas cosas que nos decimos, para convencernos; pero que no logran consuelo para nuestro dolor egoísta de hijos huérfanos: Sí, nos quedamos solos, pero vivos; porque quienes se nos han muerto son ellos. Después de ello, nada vuelve a ser igual; y de repente, mientras te aferras emocionalmente a esas cosas materiales que fueron suyas, algunas de las cuales quisieras que te acompañaran para siempre, como si fueran un fragmento de sus almas, de repente un día descubres algo en lo que nunca habías reparado: somos nosotros mismos su mejor legado. Mis padres me dejaron a mí misma como el mayor regalo que podían hacerme: me dieron la vida; me educaron con sus principios y valores personales; me enseñaron oraciones, canciones, recuerdos de sus padres y sus abuelos. Con ellos aprendí a comer, a vestirme, a andar; estuvieron a mi lado durante mis estudios; me consolaron en mis llantos y acompañaron mis risas. Después de enseñarme a ser hija, me animaron a buscar mi propia familia, y a dejar de ser una niña para convertirme en adulta. Y, por desgracia, la muerte es ley de vida; pero mis padres viven en mí, y no solo en mi corazón mientras no llegue el olvido, sino que yo misma soy parte de ellos; por lo que al final he de sentir el consuelo de que, mientras yo viva, realmente ellos nunca se habrán ido. La vida es como una corriente de agua, como ese río que nunca es el mismo, pero siempre está vivo.

524. Mañana me vacunan

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Mañana me vacunan, y he de reconocer que he sido tan mudable, con respecto a la vacunación, como lo hemos sido todos, o casi todos, según han reflejado las encuestas a lo largo del tiempo, desde que se habló de empezar a vacunar hasta el día de hoy. Pero es que antes siquiera de tal inconstancia, he de señalar mi desconfianza previa a la misma posibilidad de tener una vacuna tan pronto, y tan eficaz en términos de inmunidad frente al coronavirus. En un principio leí a diferentes virólogos que afirmaban que no podría haber una vacuna antes de un lustro; y es evidente que no han sido necesarios, ni mucho menos, cinco años, pues ya a finales del año de la covid-19, en diciembre del 2020, se empezaron a administrar las primeras dosis a los afortunados, y valientes, que todos conocimos, pues era motivo para abrir los noticiarios mundiales. Recuerdo muy bien el comentario casi general de yo no me vacunaré hasta que no lo hagan otros, y a ver qué tal va… Era ignorar que una vacuna no se aprueba hasta estar ya probada, pero en aquellos primeros momentos esa era la tónica. El temor a ser cobayas con las que las diferentes farmacéuticas experimentaran, creo que cesó tan pronto como trascendió que había políticos y gente con poder que se saltaban el orden preestablecido y se vacunaban. Ni ellos mismos hubieran podido imaginar una campaña más efectiva y rápida, mas lo cierto es que en las encuestas se vio un instantáneo salto cualitativo a favor de ser vacunados. La explicación va más allá de la sola sociología, y habría mucho que hablar sobre ello; pero no aquí y ahora.

Foto: Lola Fernández

Y después de un estar a favor o en contra de ser vacunados, pasamos a otra etapa en esto de la vacunación: por un lado, estar atentos a qué grupos serían prioritarios, y tener más opiniones que las emitidas para conformar una ideal selección nacional de futbol; y por otro, expresar nuestras preferencias acerca de una u otra vacuna, entre las cuatro que, a día de hoy disponen de autorización en España en esta lucha contra el virus. Está claro que no solo los ciudadanos hemos ido cambiando en estos asuntos, porque lo hicimos en paralelo a lo que decidían las autoridades en la materia; que también han tenido las lógicas dudas ante cómo se iba desarrollando todo, por aquí y por allí, pues se trata de una pandemia, y España no fue nunca por libre, sino de acuerdo a la Comunidad Europea. Así que mientras se decidían, y deciden, porque los cambios son la norma, los grupos más necesitados, hasta llegar a que sean por periodos de edades, hemos visto bastantes dudas, incoherencias, y desaciertos. No es raro, pero es así; y respecto a la vacuna específica a administrar, más lio todavía. Ahora mismo hay mucha gente a la que se administró una dosis y la segunda está en el aire por suspensiones sobrevenidas; gente a la que no se le administró, por el mismo motivo, y está a la espera y sin saber nada. Hay grupos de edades que se quedaron como en el limbo y a la espera siguen. Y grupos de riesgo que se solapan con el factor edad, para mayor jaleo. Pero el calendario de vacunación prosigue persiguiendo la inmunidad grupal, que es un término que me gusta mucho más que el de inmunidad de rebaño; y al final, lo que ha pasado es que, más allá de dudas y temores, quien más quien menos está deseando ser vacunado, y ser llamado para ello es un motivo de gran alegría. Eso es al menos lo que me ha ocurrido a mí, que estoy tan feliz y sin miedo ninguno; contenta de ser vacunada en primavera, tiempo de lirios y demás preciosas flores, a la espera de que sin pausa caminemos entre todos a la llamada nueva normalidad, que será diferente a la normalidad a secas, pero mucho más relajada y tranquila que estos tiempos de pandemia sin vacuna. Ah, y sin olvidar que estas vacunas son estacionales; o sea, que el año que viene, vuelta a empezar. Pero será mucho más fácil y rápido que ahora, de eso no me cabe la menor duda.

523. A estas alturas de pandemia

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Siempre le he dado mucha importancia a la palabra libertad, y son muchas las ocasiones en que me han llamado inmadura y eterna adolescente por hablar de conceptos que se supone que se abandonan al llegar a la madurez; tales como rebeldía, independencia, o, mismamente, la citada libertad. Tengo muy claro que libertad a estas alturas de historia, poca; es más, si miro para atrás, hasta nuestros antepasados, los primeros humanos que habitaban la Tierra, sin un sistema social al uso, más allá de la pertenencia a un grupo que les proporcionara seguridad física a cambio de una contribución al trabajo común, creo que aún tenían menos libertad que sus sucesores a día de hoy. Así que no se me olvida que estamos sometidos, todos y todas, a responsabilidades, obligaciones, voluntades ajenas, disciplinas mil, deberes de todo tipo, y cuantas tantas constricciones y limitaciones más seamos capaces de reconocer en nuestra manera de proceder día a día. Sin embargo, también sé distinguir la maravillosa autonomía que supone la capacidad de elegir en todo un mar de posibilidades. Poder escoger entre varias opciones, ya es, en cierto modo, una forma de sentirnos libres; por más que el abanico de alternativas sea finito, a veces enclenque; y aunque con frecuencia haya más obstáculos que peldaños hacia la satisfacción de nuestros deseos. La capacidad de elección es la que se ha visto truncada fatalmente en estos tiempos del coronavirus, escribiendo esto en el segundo año de pandemia; y ello implica directamente haber perdido la sensación de libertad que podía tener, o si no, inventar, antes de ella.

Foto: Lola Fernández

A estas alturas de pandemia echo de menos cosas que antes me gustaban mucho y ante las que tenía la opción de tenerlas, o no. A lo que se suman un montón de cosas nuevas, en el sentido de que no las valoraba de la misma manera que lo hago actualmente; con lo que la sensación de pérdida es mayor, si cabe. Es esa merma en la capacidad de elegir la que me hace sentir desdichada; y más conforme pasan las horas, los días, las semanas, los meses, los años ya. Aunque sea para no hacer absolutamente nada, quiero que sea una elección, no una necesaria obligación. Porque sé que las limitaciones a mi libertad, y a la de todos, no son caprichosas, y salvan vidas, que personalmente me parece lo más importante; pero ello no quita para que a veces me asfixien. Estoy desenado poder vivir como si la pandemia no hubiera sido más que una horrible pesadilla. Quiero levantarme un día y no saber lo que es llevar mascarilla un montón de horas, a salvo de ella sólo en el hogar. Abrazar, tocar, tener todo el contacto físico que desee y necesite, con mis seres queridos, sin miedo a contagiarnos. Que llegue el viernes y poder irme hasta el domingo a donde me dé la gana, sin tener problemas de cierres de ningún tipo: perimetrales, hoteleros, de temporada. Que la maravillosa Naturaleza que me rodea, a salvo de restricciones, no sea mi única opción. Llamar a mis amistades y quedar en un bar para echar un rato de compañía y risas sin temor a que esté el aforo completo, o a que seamos más de los permitidos para estar en el exterior, o que antes de darnos cuenta nos digan que van a cerrar. Estoy muy cansada de tanto y tanto cierre, porque no es bueno para el enriquecimiento interior. Sobreviviremos, al virus, y a sus consecuencias, pero la verdad es que hay que ser muy fuerte para salir indemne de tantas dificultades a estas alturas de pandemia.

522. Es muy difícil

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Para quien escribe y opina, siguiendo el curso de los días, y en función de la actualidad, que va dirigiendo el sentido y la oportunidad, o no, de los temas sobre los que escribir, no cabe duda ninguna de que es muy difícil hacerlo sin caer en la monotonía y la repetición; cuando la realidad que estamos viviendo, con esa omnipresente pandemia, se torna monótona y repetitiva muchas veces, tanto como una lluvia cansina. Es que resulta que llevamos 15 meses en que el tema del día es el mismo, con escasas excepciones: el coronavirus, la COVID 19, la pandemia, y, ahora, las vacunas y la vacunación. Realidad monotemática que centra, marca y empapa la actualidad y cualquier tipo de reflexión o análisis, desde los más diversos puntos de vista. Como pegamento que amalgama todo, la política, que seguramente no escapa a la misma dificultad; porque no me dirán que tiene que ser muy sencillo gobernar en esta época, donde hasta la misma vanidad de los políticos ha de quedar tras una mascarilla que esconde sus rostros. Con lo que les gusta una foto a los representantes políticos, y darse baños de masas, no es mucho imaginar saberlos contrariados, más allá del plus de trabajo que una pandemia conlleva; ello al menos en algunos de los ámbitos, pues en otros deja las áreas vacías de contenidos, a causa de las restricciones impuestas por sanidad.

Foto: Lola Fernández

Para escribir, además de muchas cosas más, hay que tener vivencias; y en ellas, son esenciales las relaciones sociales, y el viajar y conocer nuevos horizontes, por poner solo dos ejemplos. Y creo que está muy claro que estos son tiempos nefastos para ambos. Relacionarse socialmente a día de hoy es algo que ha de ceñirse a las normas de las autoridades pertinentes en la lucha contra el coronavirus, en modos y en cantidad; con lo que no veo cómo va a ser un factor de enriquecimiento personal e interior, que vaya aportando un material, llamémosle así, que le sirva al escritor, o al mismo periodista, a la hora de realizar su función. Y respecto al viajar, otro tanto de lo mismo: cierres perimetrales, fronterizos, espaciales, geométricos… Cierres, a fin de cuentas, que son como fronteras invisibles, por si ya no tuviéramos bastantes fronteras y barreras entre los humanos. Un asco, la verdad; demasiados obstáculos para inspirarse mínimamente sin caer en lo mismo cada vez. Enciendo la radio y escucho las noticias, a ver: Datos COVID-19 en España, incidencia acumulada, contagiados y fallecidos en el último día, y en total. Afirmaciones de que esta semana habrá más vacunados que contagiados en nuestro país. La vacunación reduce a casi 0 los muertos en las residencias. Un poco, o más bien un mucho, de fútbol. Estrategias electorales de los partidos en Madrid con la gestión de la pandemia del coronavirus de por medio. Comercios empobrecidos en una economía en crisis. Manifestación nazi por la División Azul, que acabó con proclamas antisemitas. Opinión de una periodista acerca de que el papel de Felipe VI en los escándalos de su padre está por determinar. Consideraciones sobre la Ley de Cambio Climático. Relación riesgo-beneficio de la vacuna de AstraZeneca. Posibles efectos secundarios de cada vacuna. Peligra el levantamiento del estado de alarma. Transferencias del Gobierno a las comunidades para subvencionar la vivienda. Estudio de casos de trombos, esta vez en personas vacunadas con Janssen… Ay, madre mía, no me vayan a decir que no es muy difícil todo, y ya no solo inspirarse para escribir, sino incluso para vivir.

521. No falta de nada, aunque no haya playa

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Que existe un cansancio pandémico es algo con lo que seguro estamos casi todos de acuerdo; por lo que dura ya esta situación de peligro que nos acecha y contra el que es difícil luchar, pues no sólo depende de nosotros; por los resultados en contagios y muertes, con cifras que nos hacen querer desconectar, y al mismo tiempo, nos pone mal comprobar cierta indiferencia ante un desastre de tal magnitud; por algunas, o muchas, decisiones políticas que claramente nos parecen incomprensibles, cuando no nos indignan directamente. Esa presidenta de la comunidad de la capital de España, yendo por sistema en contra del Gobierno nacional, jugando con algo con lo que no se puede jugar; ese hacer política con cuestiones tan graves que hacerla es indecente; ese comprobar que los franceses pueden venir en masa a Madrid, y no precisamente a visitar las pinacotecas, de las mejores del mundo, por otra parte; esos alemanes que llegan a mansalva a las Baleares, como siempre hicieron, aunque ahora la situación es bien diferente; que nos digan que en las playas estaremos también con mascarilla, etcétera. Son demasiados asuntos importantes que a veces ayudan a desquiciarnos un poco más si cabe, y que nos hace sentirnos más solos todavía en este presente que vivimos deseando que no sea real, que sólo sea una mala pesadilla a olvidar tras despertar. Pero, por desgracia, no nos despertamos, y si hay un elemento como las vacunas para esperanzarnos, todo se está haciendo tan de aquella manera, que la esperanza se ha tornado en miedo añadido, en ocasiones.

Foto: Lola Fernández

Se cansa una de la dicotomía economía y salud para basar en ella algunos disparates que es increíble que puedan cometerse sin que se corten en seco. Se harta una de ver cómo la policía ha de intervenir para exigir que se cumpla con la responsabilidad social. Está, claro que sí, la libertad personal, pero somos animales grupales, no anacoretas en cuevas apartadas; así que nuestra libertad está absolutamente mediatizada por la de los demás. Claro que a ver quién le explica eso a tanto incívico como ha aflorado en estos tiempos. Es desalentador ver cuánto cafre anda suelto, poniendo en peligro la salud del resto, empezando por sus propias familias. Que sí, que están muy cansados, agotados incluso…; pero ese cansancio y agotamiento es general, lo tenemos todos a estas alturas. Así que, entre el coronavirus, los problemas relacionados con las diferentes vacunas, el panorama económico desolador, los agravios comparativos entre nacionales y extranjeros (por no citar entre habitantes de diferentes Comunidades Autonómicas), el buen tiempo que ya está aquí y le pide al cuerpo salir, la falta de responsabilidad grupal por parte de demasiados como para pensar que es algo puntual y excepcional, y todo lo demás, a ver quién es el guapo o la guapa que aguanta el tipo sin desfallecer por momentos.

Yo me conformaba para estas vacaciones de Semana Santa, con poder acercarme a mis playas favoritas, pero tengo la desgracia de que están en otra provincia, así que por el momento me he quedado sin playa que valga. Aunque como somos animales con conductas adaptativas, pues mi deseo de mar se ha visto satisfecho disfrutando de los bosques y las sierras, muy a la mano aquí en la altiplanicie granadina. Sólo con las comarcas de Baza y de Huéscar, y con los 14 municipios que las conforman, ya nos da para ser muy felices en su maravillosa y variada geografía; con el Calar de Santa Bárbara, y la Sagra como alturas referentes, aquí donde estamos más cerca del cielo que en el resto de la provincia granadina. Bosques, nieve, agua de embalses, y de ríos: como el río Raigadas, o Barbata, o Huéscar, que así lo llaman según por dónde pase. No falta de nada, aunque no haya playa, y mientras esperamos la llegada de días mejores, no se me ocurre mejor modo de hacerlo que pasando el tiempo libre en esta privilegiada naturaleza.

520. Hay cosas mucho más importantes

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Como cada año, y en dos ocasiones, nos cambian el horario, sin recordar que la Comisión Europea consultó a la ciudadanía y quedó muy claro que ésta no estaba de acuerdo. Pero se conforman con hablar de que hay que decidirse entre el horario estival o de invierno, y siguen con lo mismo. Esta madrugada toca robarnos una hora; nada grave, porque después nos la devuelven en el próximo cambio, pero que nos trastorna y nos influye durante días, a unos más que a otros, aunque en mayor o menor medida, surte un efecto negativo. El caso es que perdemos una hora hasta finales de octubre, y me pregunto qué será de ella, dónde irá a parar; por pensar, me la imagino sola y desamparada, apartada sin más de la duración del día, o de la noche, sin saber muy bien por qué, si es un castigo por algo que no hizo bien, o que dejó de hacer. A nosotros nos la quitan, pero a ella la condenan a la nada, porque de repente a las 2 son las 3, así que nace y muere al mismo tiempo. Otra cosa ocurre, empero, en los relojes que no se cambian solos, y que han de esperar a la mañana siguiente para ser actualizados. No sé si es mejor, o peor, pues resulta entonces que la hora que está viviendo, en realidad no existe; es como un fantasma, está, pero no, es una mera percepción errónea. Igual las agujas marcan las 2.37, por un poner, pero son las 3.37, y si alguien que se aburre suma los dígitos se encontrará con un 12 que en verdad es un 13, para mayor desgracia de la hora inexistente. Ay qué cosas provoca el ser humano con sus decisiones más o menos arbitrarias. Porque más parece un capricho que una necesidad, y las razones de economía energética no son demasiado lógicas, puesto que lo que se gana en luz al atardecer, se pierde en oscuridad al amanecer, ya ven qué rarezas, extravagancias incluso.

Foto: Lola Fernández

Junto a estas pérdidas, mayor o menormente evitables, las hay mucho más serias y que despiertan igualmente mi curiosidad, porque a ver: dónde van los pétalos de las flores cuando el viento las arranca de las ramas y las mece a su antojo, dispersándolas de aquí para allá. ¿Acaso el viento, o la misma brisa, se pararon a pensar que hay hojas que se formaron juntas y nacieron unidas, y seguramente el vértigo que sienten al ser apartadas de la flor, se acrecienta al caer solas o con pétalos desconocidos, sin saber qué les deparará el destino vegetal? Y qué ocurre con las horas de insomnio, que son horas robadas al sueño: no es tan difícil imaginar que quisieran estar formando parte del sueño reparador, en lugar de poner nervioso a quien las sufre, y no quiere sino dormir. Y qué me dicen de todo el tiempo perdido sin hacer lo que es obligación, ya sea pensando en las musarañas, ya sea ni pensando, que es incluso mucho peor.

Se pierden objetos inexplicablemente, que nunca más volverán a ser vistos, y que desaparecen sin dejar rastro; como se pierden amistades, compromisos, trabajos, pertenencias familiares que se transmitieron de generación en generación. Se deteriora la salud, hasta esfumarse del todo, y por perder, hasta se pierde la vida, que es un asunto mucho más serio. Así que bien pensado no tiene demasiada relevancia que mientras escribo este artículo, pasé de mirar y que en la pantalla apareciera la 1.40, para de repente encontrar que marca las 3.07; y les puedo asegurar que no llevo casi una hora y media escribiendo, sino apenas media. Hay cosas mucho más importantes, qué duda cabe; pero no seríamos humanos si no nos quejáramos de que nos han cambiado el horario y al hacerlo nos han quitado una hora, amén de ignorar a la recién estrenada primavera para otorgarle un horario de verano. Porque es que además nos queda el consuelo de que antes de noviembre volverá como un regalo y los relojes irán para atrás, sin entrar en detalles sobre qué piensan ellos de estos trasiegos con su funcionamiento; igual entonces podamos descubrir dónde se ha ido la hora que acaba de desaparecer… ¡mira que si es la misma que el 31 de octubre recuperaremos!

519. Vergüenza ajena

Por Lola Fernández.

La otra noche sentí vergüenza cuando una amiga del norte me avisó de que en la televisión estaba hablando un hombre que era de Baza, con afirmaciones increíbles… Resultó ser un concejal de mi ciudad, de la ultraderecha, diciendo unas cosas que por mi edad yo ya había escuchado en idénticos términos hace muchos, pero muchos años. Me resultó alucinante que aún haya gente tan arcaica, desfasada y rancia a estas alturas del siglo XXI; y, como digo, sentí vergüenza, ajena, por supuesto. Y también mucha rabia de que el nombre de Baza se asocie a personajes de tal calaña. Cómo serían sus declaraciones, en las que no voy a entrar ni de coña, que hasta su partido, de la más extrema derecha, lo ha desautorizado y ha afirmado que sus palabras no están en consonancia con su ideario político. Será porque este señor se convirtió en el hazmerreír de España y los dirigentes de ese grupo político no querían ser blanco de las mofas generales, pero por supuesto que están en consonancia. Absolutamente. Aunque ya digo, entrar a rebatir las falacias salidas por la boca de ese hombre, es como si me entretengo ahora en contradecir a alguien que diga que la Tierra es plana. Son conceptos tan superados, que no se puede perder ni un segundo en discutir. No hay nivel, Maribel.

El caso es que este hecho me hizo lamentar que Baza salga poco en los medios de comunicación. No sé si habrá periodistas locales que se preocupen por ello; y los institucionales, si los hubiere, que tampoco lo sé, pido perdón por mi ignorancia, estarían tan sesgados políticamente que cualquiera se los cree… No sé, una vez fui concejala y había premios para quienes conseguían que Baza brillara por aquí y por allá; pero con la crisis de entonces, y con la pandemia de ahora, desconozco si eso siguió siendo algo importante para nuestros representantes políticos. Creo que, respecto a los galardones, son muy importante las afinidades políticas, y el amiguismo, ese hoy por ti y mañana por mí; de tal manera que a la postre resulta un honor y una certeza de independencia el no haber recibido nunca premio alguno. Pero no debería ser así: precisamente cuando yo era parte del Equipo de Gobierno del Ayuntamiento, mi propuesta era que, en lo referente a eventos populares, fuera la ciudadanía quien los premiara. Por ejemplo, en las carrozas de la Cabalgata en la Feria, o en las Casetas de la misma, o en las Cruces. No entiendo por qué han de decidir políticos, que muchas veces tampoco lo van a hacer libremente, pudiendo decir la gente lo que más le gusta y lo que menos. Vamos, digo yo; porque, además, la razón que se me daba por aquel entonces era que es difícil, cuando lo difícil es quedarse con esa razón. La gente suele coincidir en lo que le gusta más y menos, y en lo que no le gusta; no siendo infrecuente que los políticos premien sin tener para nada en cuenta dichos gustos. Pero bueno, ya se sabe lo que es la política, y lo que es valorar objetivamente, algo que muchas veces no está ni mínimamente recompensado. Lo cual tampoco tiene mucha importancia, aunque sería deseable que Baza saliera más en los medios por algo relacionado con las personas que la aman y la sienten de corazón, además de por cosas buenas y bonitas de ella misma. Nunca por alguien que se convierta en el centro lógico de la burla nacional y te provoque vergüenza ajena.

518. Relatividades de andar por casa

Por Lola Fernández.

La relatividad es que algo cambie al hacerlo un referente, y por la ciencia sabemos que no hay un sistema de referencia absoluto. Luego, está más que claro que podemos decir que todo es relativo; o sea, que cualquier cosa depende del cristal con que se mire. Y me parece que ese cristal cambia más aún que lo que nos sirve de referencia para conceptuar algo, o incluso, para percibir a alguien de un modo u otro. Aunque la teoría de la relatividad fue formulada por Einstein, no es preciso ser sabio para comprender lo relativo que puede ser todo, y estoy segura de que quien más, quien menos, todos somos conscientes de ello. Así, cuando conocemos a alguien que nos atrae, qué fácil es ver los puntos en común, los espacios mentales compartidos, las coincidencias…, digamos que todos son puentes; pero ay, después no es infrecuente empezar a descubrir las diferencias, las incompatibilidades, lo que separa más que une…, aquello que rompe cualquier puente, por sólido que pareciera. Y no sé por qué, pero en tiempos como estos, en los que hacemos más lo que podemos, que lo que queremos, las relatividades se convierten en protagonistas, aunque no lo deseemos. Si antes me quejaba, por ejemplo, de viajar mucho a la mínima oportunidad, porque al final me sentía cansada y no veía el momento de pasarme mis días de descanso metida en casa, ahora eso me parece cuasi una aberración: ¡Quiero cansarme de viajar y de no perdonar un fin de semana o un puente para irme fuera y lejos! Algo en que también siento que todo cambió, es en lo de salir a caminar. Lo que siempre me pareció un placer y la oportunidad de oxigenarme y disfrutar con todos los sentidos, ha pasado a ser casi una obligación, y apenas lo único que me queda por hacer cuando digo qué hago, al alcanzar la cima del aburrimiento existencial, nada extraño aquí y ahora, y lo que te rondará. Y entonces es prácticamente imposible disfrutar el camino, y una se descubre andando por andar: sin mirar, sin escuchar, sin oler, sin sentir. Un paso, dos, diez minutos, veinte, una hora y a casa; la monotonía del ejercicio cuando se siente impuesto más que deseado.

Cuando llegó la pandemia nuestra de cada día, estaba viviendo un momento en que no me apetecía salir de bares, después de un hartazgo de ellos, todo sea dicho. Y ahora sueño con barear, y no solo con coger una mesa libre en una terraza, que a veces es ya toda una odisea; sino también con sentarme en la barra con los amigos y dejar pasar las horas… Y me río recordando un meme con una joven desesperada diciendo que no quiere salir a andar, que ella quiere bares… Ay, qué tiempos, qué cosas, y qué relatividades de andar por casa. Tengo que ilusionarme y no perder la esperanza de que todo esto tan feísimo pasará, que llegará un día en que no tenga que llevar mascarilla y distancia adosadas. Dicen los que saben que empezamos a estar agotados de esto, que empieza a pasarnos factura, que llega un momento en que de controlar la situación pasamos a ser controlados por ella. No sé, no sé nada, a no ser que me descubro muchas veces, más de las que me gustaría, reprimiendo las ganas de decir que qué harta estoy, que a ver cuándo se acaba todo esto, y me canso otra vez de viajar, y de disfrutar de todas las cosas que hoy no puedo hacer por culpa de un virus que nos ha cambiado la vida de una manera radical. Espero con máximo anhelo que desaparezca de la faz de la tierra, y que deje las mínimas secuelas.

517. Esta implacable soledad

Por Lola Fernández

Que son tiempos muy duros, lo sabemos, y que hay que sacar lo mejor de nuestro interior, también. Creo que lo estamos haciendo bastante bien en general, y que los que están fallando son una minoría, aunque a veces hagan mucho ruido. Ya se sabe que el necio gusta de amplificarse, creyéndose único y genial; pero ello no implica que su voz, o su vocerío, se torne más interesante que su silencio. Ciudadanía y gobernantes, cada quien con su papel, dando la talla, o no. Al final, será el tiempo el que ponga a cada uno en su lugar, como suele ocurrir. Perspectiva, lo repito convencida, hace falta perspectiva para ver las cosas correctamente. Es como esas esculturas colosales, que si las miramos desde la distancia o el ángulo incorrectos nos parecerán desproporcionadas, sin estarlo realmente. Sólo más adelante sabremos quién acertó, y quién erró; y mientras, esperemos que los errores no tengan nefastas consecuencias, porque hay cosas en las que no se puede dar marcha atrás, y estamos con ellas ahora mismo. Decía que considero que en general estamos actuando bastante bien ante esta desmedida adversidad; lo cual no quita que nos falte el consuelo de la recompensa, y que nos sobre desesperanza y soledad. No queremos premios, pero es difícil sentir la satisfacción de saber que vamos por buen camino, cuando la realidad es tan fea y demoledora. Sólo se tiene la certeza, o algo similar a ella, de que no hay que desfallecer ni mirar atrás; por mucho que mirar hacia adelante es siempre, ahora, un paisaje sin horizonte, lo que nos resta bastante de entusiasmo. Descubrir, al otear, el lugar hacia el que nos dirigimos, suele procurarnos olvidar el cansancio y un impagable estímulo para seguir; y desde luego, no es el caso, así que hay que reinventarse día a día.

Ante este panorama, cómo no íbamos a pagar un peaje insoportable, y más de uno, de eso no cabe la menor duda. Al miedo, se unen el cansancio, la falta de poder desconectar, la incertidumbre, el desespero, una infinita tristeza cuya causa desconocemos (con lo que es muy difícil de espantar); pero especialmente, ay, la soledad. Creo que no me equivoco al decir que nunca jamás estuvimos y nos sentimos tan solos, ni con tantos deseos de dejar de estarlo. La soledad es muy mala compañera, y no se calla ni cuando no se la escucha; sin apenas darnos cuenta, se instala en nuestras vidas y en nuestros corazones y de pronto sentimos algo parecido a ese frío que de repente notamos cuando sin querer hemos estado expuestos a él sin poner remedio, y que es un frío que te cala los huesos y no se va de ninguna manera. No me extraña nada que se haya inventado algo para darnos abrazos sin temor a contagiarnos: puede parecer surrealista, pero de pesadilla, esas mangas desechables de plástico, para abrazarse con ellas, con una pantalla también de plástico transparente; y, sin embargo, qué gran consuelo puede procurar ese abrazo, aunque sea con tal protección. Es evidente que acariciar con un guante no será igual de placentero que sentir la piel contra la piel; pero ese achuchón que es abrazarse, ese sentir el cuerpo amado entre los brazos, y que te estreche entre los suyos, eso es reconfortante, aunque haya una frontera plástica entre los seres amados. Ya ven el grado de soledad al que hemos llegado, cuando alguien ha ideado algo así. Ciertamente es para llorar, pero también se llora por no poder abrazar y ser abrazado; así que bienvenido el invento, y ojalá pase pronto al olvido. Será señal de que habremos recobrado la normalidad, aunque sea una nueva normalidad, y por fin hayamos podido mandar al destierro esta angustiosa e implacable soledad.

516. Vivamos, que la vida va

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Salgo a pasear y disfruto con los primeros almendros en flor, porque el campo está ahora presto a llenarse de árboles floridos en bellos colores que engalanan las tierras. El almendro es siempre el mismo, pero sus flores se renuevan año tras año, dando vida y color a un tronco que no difería mucho del de un árbol muerto; y, sin embargo, está absolutamente lleno de vida, y después de las flores, se llenará de hojas verdes y frutos; primero allozas, después almendras. Y nada haría presagiar que volverá a quedarse como muerto, excepto porque tenemos la experiencia y sabemos de los ciclos, y de las diferentes fases según van pasando las estaciones. Adoro el campo y la montaña, como amo el mar, y siento que después del cierre perimetral por la pandemia, estoy deseando acercarme a la playa en cuanto pueda. Por pasear por sus orillas, y ensimismarme en la contemplación del oleaje y su espuma, llenándome los oídos con su música. Puede parecer casi nada, y es tanto…; pues gracias a esos deseos se tiene ilusión y se va una despojando del hastío que imperceptiblemente se sienta en nuestras mesas y se acuesta en nuestras camas, como un invitado al que nadie nunca abrió la puerta, pero que está ahí y tiene la desfachatez de darnos la mano y caminar junto a nosotros.

Foto: Lola Fernández

Y me pregunto si nuestras vidas no serán como las flores del almendro, bellas y únicas cada una de ellas, pero absolutamente sustituibles. No creo que las ramas diferencien unas de otras, ni sepan siquiera que esa flor nueva no es aquella del año pasado. Es más, no es que no lo sospechen, es que no les importa nada, porque se limitan a sostener su peso y a escuchar el zumbido de los insectos que liban el polen y el néctar de una en otra, sin percatarse de su identidad. Y más tarde se llenan de almendrucos que al madurar serán las almendras que los humanos recogen desde tiempos inmemoriales, para incorporarlas a la repostería y gastronomía en general. Y el árbol no distingue entre unos u otros frutos. Como les ocurre al mar y al océano, que son una sucesión de mareas que suben y bajas, y de oleajes con olas que rompen y desaparecen para dar paso a otras nuevas. Y me pongo a cuestionarme si nosotros y nuestras vidas no serán como el espacio entre la marea que sube y que baja; o como el recorrido de una ola desde que arranca, forma la cresta y rompe en espuma, sobre la arena de la orilla o sobre otras olas mar adentro. Igual los árboles y los mares son la historia y la vida; y las flores, hojas y frutos, como las olas individuales en el oleaje, son las historias y las vidas concretas y diferenciadas… Somos una insignificancia, una ola que sucede a otra, y a la que otra nueva sucederá. Nuestra huella es la espuma mientras blanquea, antes de desaparecer entre el vaivén de las aguas. Somos flores, preciosas y valiosas, por necesarias para que el ciclo continúe, pero absolutamente sustituibles. Con lo que, llegado a este punto de reflexión, me limito a pasear, sintiendo y disfrutando conscientemente de la belleza que la naturaleza pone ante nuestros sentidos, por si somos capaces de captarla y deleitarnos en y con ella. Y me digo que no hay que dar muchas vueltas al cerebro, tan sólo saber que en cuanto pueda, me iré sin falta al mar, para sentir su brisa y respirar el salitre del aire y de la arena. Si somos perecederos y nuestra existencia es un suspiro de tiempo, vivamos, que la vida va, y no espera.

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