542. Como sin sol

Foto: Lola Fernández

El sol no brilla para algunos árboles y flores, sino para la alegría de todo el mundo.

Henry Ward

Que nos quejamos siempre, fijo: en verano, del calor; en invierno, del frío; si llueve, porque llueve; y si no llueve, porque no. Somos así, aunque unos más que otros, pero lo que es quejarnos, nos solemos quejar casi permanentemente. A mí, lo que menos me gusta es que no haga sol; esos días feos en que el cielo es gris o blanco sucio, sin resquicios por los que se cuele ni un rayo luminoso. Me gustan los días largos, porque el atardecer se demora, y no puedo ni pensar en vivir en un país nórdico con la mitad del año en la oscuridad. Amo el sol, y cuando lo veo aparecer me siento viva. Y pienso que estos dos años de pandemia son algo así como un tiempo sin sol. Pero no quiero hablar de pandemia, que bastante tenemos con padecerla, así que prefiero, si no hay sol, inventármelo. Y si esta gigante estrella es fuente de luz y calor, y nos regala la vida, no hay que desanimarse si las nubes la esconden.

Foto: Lola Fernández

Echo de menos viajar, lejos o cerca, por España o por otros países, pocos o muchos días: viajar. Despreocupadamente, sin más requisito que tener una reserva y escoger la maleta y el tipo de ropa. Porque ya antes de la pandemia dejamos de poder ir a ciertos lugares, por miedo al terrorismo yihadista; así que es una añoranza incrementada, acumulada, desesperada ya a veces. Porque viajar no es solamente trasladarse de lugar: es aprender cosas nuevas y desconocidas; comer y beber diferentemente; visitar museos y monumentos que te hacen tocar el cielo; es mezclarse y adaptarse; ser diferente y estar receptiva para conocimientos y hechos que pasan a formar parte de ti para siempre; es crecer y vivir expansivamente, haciendo que la vida no sea sólo un camino hacia adelante, sino también a lo ancho.

Porque vivir no puede ser un simple amanecer y anochecer, y hacer siempre lo mismo, o casi. Vivimos los tiempos que nos han tocado, y ciertamente otros fueron muchos peores, así que no olvido lo de ser positiva; pero es que llega un momento en que hay días más difíciles. Sobre todo si no hace sol, como hoy mientras escribo esto; aunque he de decir que hace viento, que va llevándose las nubes de aquí para allá, y de vez en cuando se abre la luz y lo ilumina todo, empezando por mi corazón. Siempre recuerdo cuando de pequeña me enseñaban que la alegría ha de ser interior e independiente de lo ajeno y de lo externo; pero es que yo siempre he sido muy mala aprendiz de las buenas teorías… Ojalá supiera seguir las filosofías y los consejos de autoayuda, pero no; va a ser que no: porque yo, sencillamente, necesito que brille el sol.

541. Un año nuevo, y más de lo mismo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández

Un año nuevo y más de lo mismo, por desgracia. Después de dos años de pandemia por Covid-19, parece que no hayamos aprendido demasiado. Resulta que vamos ya por la sexta ola, con una cepa que contagia más que las anteriores, que sigue matando con cifras de vértigo, y ya se empieza a hablar de que esto va a ser como una gripe. O sea, estamos como al principio, que no se hacía caso de las noticias que llegaban de China, porque era algo como la gripe. Después de 324 millones de infectados y 5,53 millones de fallecidos a nivel mundial, a día de hoy, resulta que no hemos aprendido nada y esto es como una vulgar gripe; que no hay que preocuparse demasiado, porque con la vacuna y las mascarillas prácticamente ya podemos vivir sin miedos. Bueno, pues a ver si es verdad, pero esas palabras proceden de los políticos, y no coinciden para nada con las de los científicos y el personal sanitario. Yo no sé ustedes de quiénes se fían más, pero yo tengo muy claro de parte de quién estoy, y a quién le haré caso principalmente.

Foto: Lola Fernández

Un año nuevo, y más de lo mismo, por desgracia. Los políticos a lo suyo, pensando sencillamente en las elecciones, inmersos en un pozo sin fondo de mentiras y contradicciones; y la ciudadanía sin ponerlos en su sitio cuando llega el momento en que se puede, que es simple y llanamente a la hora de acudir a las urnas. No sé qué pasa, o sencillamente no entiendo nada de nada, pero la gente sigue quejándose de todo, cuando no sirve (las conversaciones de pasillo, que yo les llamo, tan estériles como inútiles); y, sin embargo, cuando llega la oportunidad de pronunciarse y expresar esas quejas, nada hace, y todo sigue igual. Para eso, que dejen todos de quejarse y dar la tabarra, y que no sea tal incongruencia los resultados electorales una y otra vez. En este país se vive de sondeos, encuestas, estadísticas fabricadas a gusto del personal que las paga, y los de a pie parece que se contentan con asimilarlos y hacerlos suyos. Se supone que la gente tiene el poder, que es tanto como decir que la soberanía es del pueblo. Pero no sé, a veces pienso que se trata más bien de la más soberana tontería, que de cualquier otro tipo de soberanía. O eso, o que somos masoquistas y nos gusta que nos hagan sufrir con políticas contrarias al bienestar general. Todo más caro, y sólo voy a poner el ejemplo de la electricidad, con auténticos sablazos en veranos calurosos cual infierno, e inviernos fríos como los de Siberia. Y que yo sepa los sueldos son los mismos, porque los únicos que suben son los de los privilegiados que tienen poco que pagar, porque todo se lo pagamos nosotros.

Así que un año nuevo, y más de lo mismo, por desgracia. Solamente queda felicitarnos por estar vivos, y confiar en que la pandemia dejará de ser esto que no nos deja vivir la realidad tal cual lo hacíamos antes de su aparición. Desear que la vacuna llegue a todos los confines de este mundo, con tanta desigualdad en todos los aspectos. Y que los políticos sean de verdad nuestros representantes y sean coherentes con lo que prometen para ser elegidos, trabajando para que todos y todas vivamos cada día mejor, que de eso se trata lo del bienestar general.

540. Me gusta este Papa

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández 

Cuando allá por marzo del año 2013, con la fumata blanca que salía de la Capilla Sixtina, el Vaticano anunciaba que teníamos nuevo Papa, después de la renuncia del anterior, algo que no pasaba desde hace seis siglos, me bastó ver su primera aparición y escuchar sus primeras palabras, asomado al balcón central de la basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, para saber que era diferente. Me gustó que se saltara el protocolo, porque es algo que siempre me ha parecido señal de flexibilidad y de mentalidad poco cuadriculada, cuando hizo caso omiso al cardenal que lo anunciaba al mundo, y poco después decía que ya era hora de retirarse, ante lo que el nuevo Pontífice dijo que quería seguir hablando un poco más. De aquella fórmula secular de Annuntio Vobis Gaudium Magnum Habemus Papam (Les anuncio con gran alegría: ¡Tenemos Papa!), me parece que a muchos altos clérigos católicos y miembros religiosos habitantes del Vaticano se les cayó pronto lo de la gran alegría. El mismo hecho de que el nuevo papa no viva en el Palacio Apostólico, sino en la adyacente Casa de Santa Marta, dejando el palacio para audiencias y el rezo del Ángelus, ya dice mucho de sus nuevas maneras; e igual su nombre, Francisco, sin más. No son pequeñeces sin importancia, sino pequeñas cosas que hacen grande a su persona. Eso, unido a todo lo demás que, a lo largo de 8 años ya, ha ido dando cuenta de su gran valía personal y religiosa.

No debería de extrañarme, lo sé, sin embargo, me desconcierta profundamente que la derecha mediática y política, amén de una gran mayoría de los que se llaman creyentes, no duden en insultar a la cabeza de la Iglesia Católica, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal y Jefe Espiritual para los católicos. Sin olvidar que desde el siglo XV es ortodoxia para la Iglesia, que el Papa es el representante de Jesucristo en la Tierra: Vicarius Christi, que no es otra cosa que estar aquí en lugar de Cristo. Así que cada vez que se le insulta, ningunea, desprecia, o se burlan de él de tantos modos y maneras que hasta a una no creyente se le cae la cara de vergüenza, se está atacando a Jesús, que no es sino el hijo de Dios. Desconcierto es poco; es algo que nunca puedo entender, aunque lo intente, porque el Papa Francisco ha dado muestras una y otra vez de seguir la doctrina cristiana y aplicar las palabras que Jesucristo enseñó a todos sus discípulos, y mandó divulgar por toda la Tierra. La doctrina por la que fue crucificado; y no es de recibo que ahora se crucifique, simbólicamente por fortuna, a quien le representa. Es un rechazo general, que no se duda en expresar y publicitar con todos los medios a su servicio; porque no, no es algo del sector más conservador, va mucho más allá. Y este jesuita argentino, Bergoglio, no hace sino defender los derechos de los pobres y los más necesitados, pedir clemencia para con los migrantes y denunciar el trato de tantos de ellos en guetos que son una vergüenza para la humanidad en su conjunto. Es un papa que ha tenido la decencia de reconocer los pecados cometidos al amparo y al abrigo de la Iglesia, y pedir perdón por ellos y exigir que se acabe de una vez con tanta ignominia perpetrada contra los más débiles. ¿Y por ello se le odia?, ¿por ello se le acusa de comunista, como si ser comunista fuera un pecado y no una opción política democrática? Este mundo no anda bien, está muy perdido si acusan de descarriado a un buen hombre y a un buen pontífice, demostrando que quienes han perdido la razón y han olvidado el significado de la justicia natural son quienes tienen la desvergüenza de llamarse creyentes, católicos y apostólicos, y demostrar con su actitud y sus ataques ser dignos de que Jesucristo coja de nuevo un látigo y los expulse de los templos y de su Iglesia.

539. Cosas de la edad

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Leo en las noticias de la mañana que ha muerto un filósofo a los 80 años, Antonio Escohotado, en Ibiza, “arropado” por su familia; y mis pensamientos no se van a su obra, sino al hecho de su muerte a una edad avanzada, de cáncer, y en una isla que se asocia a la libertad, algo que choca un poco en estos tiempos de pandemia, no muy dados a conjugar la libertad en cualquier modo. Todos somos víctimas de esta pesadilla de epidemia, que se sentó a nuestra mesa como convidada de piedra, y se ha convertido en protagonista y dueña de nuestras vidas cotidianas, sin poder hacer nada por evitarlo. No sé qué pensará un filósofo, pero seguro que mucho, acerca de los días que vivimos, ni sé qué pensarán las personas mayores (no me gusta llamarles viejas, por respeto hacia ellas, pero lo de personas mayores sé que no les gusta, y lo de tercera edad, menos). Ni me imagino los pensamientos de quienes no tienen una familia para arroparles cuando están cerca de abandonar el mundo de los vivos. O los de quienes por ser mayores no tienen conocimientos ni acceso informático, y ni saben cómo hacer para tener una visita médica. No toda la gente tiene un aparato en sus casas para llamar en caso de necesidad por encontrarse mal; y hay quien, aun teniéndolo, se siente indispuesto lejos de él, incluso en el mismo hogar, y se ve imposibilitado para utilizarlo y que acudan a socorrerle. Hay mucha gente que está literalmente sola, aunque tenga hijos y nietos, o vecinos; y yo me pregunto qué sienten, qué miedos les acechan cada mañana al levantarse, igual después de una noche sin apenas dormir, teniendo que levantarse a solas para ir al baño, sin mucha más compañía que las voces de sus programas preferidos de la radio. No se trata de personas solitarias, sino de personas que están y se sienten solas, muy solas.

Foto: Lola Fernández

Y ahora, a esa soledad añado un ingrediente nada trivial, los cuidados para la prevención de la Covid 19. Me pregunto otra vez por cómo vivirán las personas de edad avanzada esto de los geles hidroalcohólicos, las mascarillas de este o aquel tipo, y, sobre todo, lo de la distancia social. Cómo asimilarán la falta de contacto físico, la ausencia de abrazos, el salir a la calle y cruzarse no ya con rostros conocidos o no, sino con caras enmascaradas y solamente ojos. La vejez no es una etapa de la vida especialmente ilusionante, y nada tiene de raro que se asocie a estados depresivos: la fuerza física se va aminorando, se atenúan los reflejos, la salud se deteriora, aparecen los achaques que si buscan remedio les dicen con frecuencia que no hay tratamiento, que son cosas de la edad, y todo lo que la inmensa mayoría conocemos de sobra. Ciertamente eso se compensa con la alegría de una descendencia que vuelve a llenar las casas de ruidos y risas infantiles, con nietos, cuando no también bisnietos, que les dan vida a los abuelos y abuelas. Pero en estos tiempos de virus asesinos, eso está cambiando irremediablemente, y la verdad es que los mayores no tienen muchos motivos para la alegría. Leí en las redes que una nieta había preguntado a su abuelo qué cosas le hacían feliz, y se había quedado “destrozada” ante la simpleza de las cosas que anhelaba y le alegraban la vida, que se resumían en pasar más tiempo con los suyos. Me quedo de ese listado con algo tan sencillo como: Cuando nos llaman por teléfono los hijos, que no son muchas veces… Y es que contamos con mil modos de comunicarnos, muchos de ellos absolutamente gratuitos, y perdemos mucho de nuestro tiempo en redes y demás cosas sin la menor importancia; y a veces se nos olvida que hay quien está esperando un detalle, y, si no una visita, al menos una llamada sin prisas. Una llamada que les lleve amor, calor, compañía. Que no pasen sus días sintiendo que esa terrible soledad y su tristeza son cosas de la edad.

538. Estériles debates

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

En ocasiones me sorprenden ciertos debates que me parecen carentes de sentido, por muy recurrentes que sean, y tras los cuales hay verdaderos defensores cada uno de posturas enfrentadas en una controversia de lo más estéril. Son bastantes, pero me quiero referir hoy en concreto al que establece fronteras, profundas trincheras diría, entre ámbitos y conceptos referidos al artista y al artesano. Decir que un artista crea con fines estéticos, mientras el artesano lo hace con fines prácticos, es desdibujar la realidad. Incidir en el aspecto comercial frente al artístico en sí, es equivocarse otra vez. Hablar de talento natural o conocimiento de las técnicas, un poco más absurdo todavía. A ver, un artista puede tener mucho talento natural, pero si no conoce la técnica, difícil, si no imposible, le será crear y expresarse; pienso, por ejemplo, en un músico: si no conoce lo que es un pentagrama, o no sabe tocar un instrumento, le será tan improbable ser un artista, como es absurdo que un artesano conozca muy bien la técnica si no es capaz de sacar de sí la inspiración y el talento para crear una obra de artesanía. El artista aparte de expresarse, querrá comer también, y para ello habrá de comerciar con su arte, con lo que ya estará esfumando la separación con el artesano. Pero es que éste no se parece en nada a alguien que hace obras a miles, porque entonces habrá que añadir el concepto de industrial. Y además surge la noción del diseño, que pudiera ser el hilo invisible que une palabras y definiciones que andan tan juntas, que no hay por qué bifurcar sus caminos. Para mí que un artesano es un artista, y viceversa; y lo de obra única u obra múltiple también me parece una inútil diferenciación. Un pintor, por ejemplo, puede pasarse meses expresándose a través de innumerables variaciones de un mismo tema; mientras que un ceramista puede igualmente decorar de muy diferentes modos una serie de piezas que, si al principio son iguales, después resultan obras únicas. ¿O no conocen grupos musicales que hacen toda una carrera profesional con la misma canción, solo que no es la misma?

Foto: Lola Fernández

El arte, la artesanía, el diseño, descansan en algo tan sublime como es la creación. Puedes tener un árbol, por seguir con los ejemplos, y ante él un poeta puede escribir un bello poema, o veinte con él como inspiración y protagonista. O puedes tener a alguien que con una rama elabore un arreglo vegetal que adorne un evento, o le sirva para diseñar un motivo para un tejido o un papel. O puedes tener a alguien que con el tronco haga la más bella mesa para un diseño de interiores. Etcétera. Tan artista es el ebanista, como el pianista. ¿Y qué sería de un guitarrista sin un lutier? Pero ¿acaso no hay miles de excelentes violinistas cuyos nombres palidecen ante la mención del de Stradivari, siendo sus partituras, por magníficas que sean, insignificantes ante sus Stradivarius? Es que todos estos debates creo que siempre se olvidan de lo más importante, de la emoción. Si una obra no te emociona, de poco sirve el talento, la técnica o el marketing. Da igual cómo te llames; el calificativo que te coloquen; si hablan de arte, de oficio, o de beneficio. Si una obra, una creación, te transmite y ello es debido a la autoría de una persona, esa persona es un artista, más allá de otras consideraciones que siento absolutamente obsoletas. Y es tan sencillo como que allí donde haya emoción, hay arte: sensibilidad para expresar, y también sensibilidad para sentir lo que alguien quiere expresar, que en esto no puede darse una única dirección, aunque ese es ya otro tema.

537. De la belleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Que la belleza existe, no creo que nadie lo ponga en duda, y, aunque estamos ante un concepto que se mueve en coordenadas absolutamente subjetivas, pues lo que a mí me resulta bello a otros puede repeler, y viceversa, no hay discusión en que hay una belleza objetiva: esa que se da para todas las personas, con independencia de los ojos con que miren, y por muy mediatizadas que estén las miradas. Así, me parece muy improbable que haya alguien que no esté de acuerdo en que la ciudad de Granada es una auténtica belleza, y aunque lo del síndrome de Stendhal – que causa un elevado ritmo cardíaco, temblor, palpitaciones, vértigo, confusión cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son consideradas extremadamente bellas , nació referido a la maravillosa ciudad italiana de Florencia, bien puede aplicarse a la capital granadina sin caer en una exageración. Granada es tan bonita, y tiene tanto arte, que pasear por sus calles y plazas, visitar sus monumentos, admirar sus paisajes urbanos y naturales, sentirla a flor de piel es algo inolvidable; y no por mucho que te encuentres en ella permanentemente se desvanece tanta belleza, o se disipa en la niebla, como la de la vega que la circunda, que, aunque menguada, sigue siendo impresionante. En Granada es todo tan hermoso, que sería muy difícil escoger rincones, porque los hay tantos de tan impresionante encanto, que es una ardua tarea elegir alguno en concreto. Sin embargo, seguro que cada quien tiene sus lugares preferidos, esos que le aceleran el corazón y les provocan tal vértigo que Stendhal y su síndrome se quedan en nada.

Foto: Lola Fernández

Hay que venir a Granada para saber qué quiero expresar, y para sentir cosas para las que no existe aún lenguaje con el que explicarlas. Bastaría entrar, por ejemplo, por el Arco de Elvira, viendo mientras te acercas, allí arriba, los maravillosos cármenes del Albayzín, y llegar hasta Plaza Nueva por esa calle Elvira. Desde allí, o recorrer la Carrera del Darro hasta el Paseo de los Tristes y mirar cómo te mira la Alhambra en todo su esplendor, eterna; o elegir subir por la Cuesta de Gomérez y entrar en los bosques de la Alhambra a través de la Puerta de las Granadas, y les aseguro que nada es más mágico que hacerlo de noche. O desde Puerta Real ir caminando hacia la Fuente de las Batallas, y bajar hasta el Salón por la Carrera de la Virgen, que te lleva hasta la confluencia de los ríos Genil y Darro, embovedado desde Plaza Nueva. O pasear por la Gran Vía, viendo al fondo la escultura de bronce de Isabel la Católica y Colón, realizada en Roma, y traída ahí desde el Paseo del Salón. Después de años de obras en esta calle principal de la ciudad, debidas a la puesta en marcha del metro, la verdad es que no solamente no la estropearon, nada raro viendo los desastres que se hacen a veces en las reformas urbanas, sino que la han mejorado, resaltando lo bello de sus edificios antiguos, aunque antes se hubieran cometido auténticos pecados a nivel urbanístico al demoler construcciones que no deberían haberse tocado. Imposible nombrar lugares sin dejarme muchos más de los citados, así que les propongo ese sencillo paseo: desde la altura de los Jardines del Triunfo, ir recorriendo la Gran Vía (de Colón) sin prisas, en dirección a la Plaza de Isabel la Católica; seguro que lo van a disfrutar. Imposible no enamorarse de Granada si tienen la suerte de hacerla suya, aunque ella no entienda de pertenencias personales, y sea una ciudad universal. Si no existiera, habría que inventarla, pero no como un algo cualquiera, sino como el verso más bello del más embriagador poema; como la melodía más preciosa nunca escuchada; cual la más delicada pincelada del mejor pintor de todos los siglos…

536. Como una ola

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Sábado, el último de este mes de octubre. Esta noche, cambio horario. De él, lo único que salvo es que nos regala una hora. Tengo por costumbre cambiar los relojes para la cena, huyendo de que ese regalo horario me pille durmiendo. Dado que nos esperan días de aclimatación de biorritmos a ocurrencias humanas que suscitan un rechazo mayoritario, qué menos que ser consciente de esos sesenta minutos extras. Cambios. El tiempo, climático en este caso, está cambiando. Y a ciertas edades, ello conlleva que te duela el cuerpo; aunque nada comparable a cuando te duele el alma. Es verdad que la felicidad son momentos, y lo mismo ocurre con la infelicidad. Pero por qué los primeros son un instante, y los segundos pesan como losas de hormigón; eso es algo que nunca entenderé, pero seguro que es un buen ejemplo para explicar la relatividad de las cosas terrenales. O igual tiene algo que ver con lo que desde la infancia nos cuentan acerca de la expulsión de un paraíso original y el precio a pagar por haberla provocado. Desde luego que me gustan mucho más los cuentos de princesas, aunque, ay, siempre aparece un príncipe convertido en rana; seguro que es para irnos acostumbrando a las futuras decepciones por ver defraudadas nuestras expectativas, que suele ser lo que ocurre en tanto no aprendemos a no esperar nada, y así no desesperar.

Foto: Lola Fernández

Llegan unos días de recuerdos a los difuntos. ¡Cómo duelen nuestros muertos! Pero aquí seguimos los vivos, afrontando los cambios. Es curioso: en esto de cambiar o de asimilar que cambien, todo lo que es voluntario es espuela que da alas a nuestros días; pero, puf, todo cambio no deseado es como un ancla que pesa y nos hace parar, aunque queramos seguir caminando. Como me gusta decir, la vida va, por fortuna; lo malo es cuando más que acompasar nuestros pasos a su ritmo, ella nos pasa por encima, como una ola que nos obliga a sumergirnos si no queremos que su fuerza nos embista. Así que aquí estoy, entre dolores de todo tipo, sin ganas de hacer lo que millones han hecho, coger el coche y perderse con motivo del puente; pensando en que me gustará levantarme y que no sea de noche, pero me deprimirá, y mucho, que a media tarde ya lo sea. Al menos, por aquí por el sur seguimos con un clima suave para tener las macetas fuera, aún llenitas de flores; que no es ninguna tontería, porque cualquier pequeño detalle que nos alegre los momentos del día, es para valorarlo y desear que persista. Lo que los humanos nos roben con sus absurdos desaguisados, que nos lo devuelva la Naturaleza, siempre sabia y poderosa.

535. No sirven para nada

Foto: Lola Fernández.

Por Lola Fernández

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y, visto lo visto, pocas veces son. Resulta que aquí en Andalucía, a finales de este mes de octubre van a echar a 8.000 sanitarios contratados en plena pandemia; lo cual me parece una rara manera de agradecerles sus servicios en unos tiempos en que se jugaban la vida literalmente por prestarlos, con los ecos de las palmas diarias como muestra de agradecimiento. La ciudadanía aplaudía, y los políticos los largan, en una muestra más de la falta de sintonía entre la gente y sus representantes. Pero no es solamente el desagradecimiento, que es de bien nacidos ser agradecidos, es también que, para terminar de lucirse, lo hacen justo cuando empieza la campaña de la vacuna antigripal. Ah, y con el añadido del cambio de papel de los enfermeros en la asistencia sanitaria primaria, y con la creciente atención presencial tras pasar lo peor de la pandemia. Porque resulta que para acabar con la saturación de trabajo que sufren los médicos, ahora serán los enfermeros los que hagan lo que a ellos les corresponde y a un médico o médica no; por ejemplo, tomar la tensión, o dar un volante para que se te administre la vacuna antigripal. Esto de dar un volante es algo que me resalta año tras año lo absurdo y mal dirigido y planteado que está nuestro sistema sanitario a estos niveles: resulta que los políticos te cuentan, pues si es un político podemos hablar de cuentos, que lo que se pretende es vacunar a toda la población, no centrarse en grupos por edad o enfermedades crónicas que lo aconsejen. Pues bien, si eso es así, la primera incoherencia es que las vacunas se acaben casi antes de empezar; la segunda, pretender que, el médico antes y el enfermero ahora, haga una criba y decida si te toca o no vacunarte. Y lo peor de todo, y lo más incoherente, es que con tu volante te deriven al administrativo, que a la postre es el que te da la cita para poder vacunarte. A ver, si nos quieren vacunar a todos, que se dé la cita sin molestar a médicos antes y a enfermeros ahora. Que el administrativo no requiera de volante alguno, que ya quien te vacuna sabrá qué vacunas te corresponden o no, que para eso tiene el historial informatizado delante de sus narices.

Foto: Lola Fernández.

Después de que los sanitarios en ejercicio están hartos de quejarse de que están saturados, de que no pueden realizar bien su trabajo en las condiciones actuales, de llevar dos años de infarto, van los señores políticos que ni escuchan a los ciudadanos ni atienden las demandas de los profesionales, y a ellos nadie los echa, oye, y deciden que 8.000 sanitarios se van al paro cuando más se les necesita, y que de refuerzos ni hablar. Un claro ejemplo de cómo quieren desmantelar día a día el sistema sanitario público, en lugar de afianzarlo y mejorarlo en las evidentes carencias que durante los peores tiempos de pandemia se tradujeron en miles de muertos. Dichas carencias, además, estaban provocadas por los recortes en sanidad de nefastos años de vergonzosa política que desatiende por completo el interés general y se dedica a fomentar la sanidad privada y el reparto de dividendos entre amiguitos. No, no aprenden, son muy tontos, o por el contrario, son muy listos, y se creen que los tontos somos nosotros, los que padecemos las consecuencias de su inquietante proceder. La cosa es que no hay nada nuevo bajo el sol, y que se sigue engañando al personal descaradamente. Y al final me quedo con la imagen tan de estos días otoñales, de unas castañas caídas del árbol con su belleza desparramada por los suelos. Pero ay, si son de castaños de Indias serán tan inútiles como algunos políticos, porque tienen igualmente mucha presencia, pero, al no ser comestibles, no sirven para nada. Tampoco. Al menos, dichas castañas pueden usarse para cosmética, que los políticos, ni eso.

534. Una especie de resurrección

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Si te gusta reflexionar sobre las cosas y no dejar que las vivencias pasen sobre ti, y a través tuyo, como aire que mueve desde las ramas de los árboles hasta tu pelo, te encontrarás a veces con descubrimientos que pueden ser básicos en sí mismos, pero que de repente son como avistar tierra tras largas horas navegando en alta mar. Como la oportunidad de detenerte en ellos cual un puerto por el que pasear antes de seguir viaje; que ya se sabe que pensar es ir de aquí para allá, sin rumbo fijo, y desconociendo la mayoría de las veces en dónde te detendrás, adonde llegarás y dirás aquí me quedo; y te quedarás, aunque solo sea por un ratito, pero suficiente para ver cosas que nunca ante las miraste con esa nueva mirada, aunque ellas estuvieran ahí iguales siempre. De repente llegué a una conclusión: la vida está llena de muertos, y sentí la necesidad de detenerme, como si me sentara virtualmente a descansar en mitad de un largo paseo. La vida está llena de muertos, sí, no de muertes; y más conforme nos vamos haciendo viejos, que eso es vivir si nada se trunca: nacer, crecer, y llegar a viejos. Porque nuestros recuerdos son lo contrario que la vida, pues están llenos de vivos. Pero ay, recordar es un momento, y vivir es otra realidad muy distinta. Dicen, y parece cierto, que conforme vamos cumpliendo años, es más el tiempo que se recuerda que el que nos queda por vivir; así que poco a poco, igual que la vida se nos llena de muertos, los recuerdos nos regalan una especie de resurrección.

Foto: Lola Fernández

La vida está llena de muertos, y es una verdad absoluta que se nos reafirma, entre otros muchos casos, al pasar por los lugares en donde se estuvo con quien ya no te podrá acompañar nunca más. Pasé la otra mañana por el precioso parque de Huéscar, recién acabadas las obras de restauración, que han ido haciendo por partes, y que al final lo han dejado presto para disfrutarlo otro montón de años. Le tengo mucho amor a ese lugar, porque mi madre me contaba que recién casada con mi padre, estuvieron allí de paseo; y porque después he estado con ellos bastantes veces, deleitándonos con su belleza. Y la otra mañana llegué, paseando por sus remozados caminos, hasta una preciosa fuente de piedra, de las dos iguales que hay en un extremo del parque, en diferentes glorietas, alejadas entre sí, pero enfrente una de la otra, como hermanas separadas. Y allí estaba la fuente, sola, entre el quedo bullicio de la mañana, con bancos nuevos de mármol blanco. Completamente sola, como yo mirándola, y recordando una foto que acabo de poner frente a mí en su marco: en ella, mis padres y yo, sonriendo los tres; ellos sentados en la piedra, yo con un pie sobre el borde, juntos los tres con un fondo vegetal de sol y sombra. Una fotografía llena de vida y que captura un instante de mis recuerdos. No me pude resistir y, más allá de mi tristeza, hice una foto de la fuente, la misma que hoy acompaña estas palabras. En ella, la vida se llena de muertos, los que más me duelen, sin duda; y voy de inmediato a la de hace unos años, y en ella me quedo, con la alegría de mis recuerdos. Dicen que nuestros seres queridos siguen vivos mientras los recordamos y los queremos, y así es. Perdón si hoy les hablé de la muerte, porque es un tema que a muchos no les gusta nada de nada; pero sin ella no hay vida, como antónimos que se necesitaran. Sé que me podrán disculpar.

533. El tiempo de la piedra

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Me parece increíble, pero hace poco más de un año lo veía todo negro y de muy difícil solución. No sé en qué ola estábamos, pero pasaron varias hasta llegar a cinco, y las cifras de infectados y de fallecidos por la Covid 19 no dejaban de crecer, como en una pesadilla de la que fuera imposible escapar. Reconozco que dudaba de que llegara una vacuna eficaz tan pronto, pero llegó; y entonces lo que me es difícil de creer es que haya seres tan ni sé cómo llamarlos que no se vacunen, que a estas alturas en que se discute científicamente la oportunidad de una tercera dosis y para qué colectivos, ellos aún no se hayan puesto la primera. Lo repito: de qué sirve toda una evolución de cientos y miles de siglos, si a la postre estamos rodeados de idiotas… Y lo peor no es su inferioridad mental, que después de todo les pertenece, sino su falta de generosidad para con el resto del grupo, y su irresponsabilidad. Una lee la cantidad de muertes que provocaba la viruela, por poner un ejemplo, hasta que fue erradicada con la vacunación, y se le hace imposible creer que haya quien no corra a vacunarse en medio de esta terrible pandemia que ha resultado por ahora en casi cinco millones de muertos a nivel mundial, más de 86.000 en España. Cierto es que somos mortales y de algo hay de morir, pero se me antoja un desprecio absoluto a la vida no protegerla.

Foto: Lola Fernández

El caso es que se empieza a ver la luz, y por primera vez confío, desde hace muchos y muchos meses, en que todo puede volver a ser como antes de esta pandemia, medianamente igual, porque hay cosas que nunca volverán a parecerse ni siquiera un poquito. Las pérdidas en seres amados, en personas abandonadas, en cosas aprendidas con horror, esas serán absolutamente irrecuperables. La gente que murió infectada y sola, los ancianos y ancianas que fueron abandonados a su mala suerte, la falta de empatía y de sensibilidad en proporciones excesivas, eso no puede olvidarse ni queriendo. Ver que la sanidad pública estaba siendo saqueada y todos lo padecimos; comprobar que nada se hizo para resolverlo cuando pasó lo peor; descubrir que hay tanto gilipollas que antepone una juerga a la prevención de riesgos comunes; todas esas cosas, y muchas más que no voy a traer aquí porque me ponen de muy mal humor, me hacen sentir que mi alegría a día de hoy no puede verse ensombrecida por tanta imbecilidad ajena. Una no es culpable por lo que hagan mal los demás, así que con tal de poner distancia, todo perfecto.

En esto que estuve el otro día por uno de mis rincones favoritos del centro de Granada, el Real Monasterio de San Jerónimo. Se accede por dos calles diferentes, muy céntricas ambas, y lo que más me gusta es su exterior, unos jardines absolutamente tranquilos, casi siempre desiertos, con verde y piedra que habla del paso del tiempo sin importar lo más mínimo el bullicio exterior. Estamos en pleno centro de la ciudad, y se respira silencio y tranquilidad, con dos puertas que en cuanto se cierran conforman una barrera imaginaria a todo lo que no sea paz y quietud. Así quisiera yo poder vivir, sin estar aislada, pero como en un remanso a salvo de todo lo que no es importante en modo alguno, por mucho ruido que produzca. No sé si podré conseguirlo, pero les juro que es mi mayor aspiración: vivir a salvo de todo lo que disturbe la vida, dejando que solamente transcurra por mí el tiempo de la piedra, que es tanto como aspirar a la eternidad.

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