638. Libertad personal

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cuando se habla de grandes viajeros, solemos pensar en aquellos hombres y mujeres que vivieron la aventura de adentrarse en lugares desconocidos, o de muy difícil acceso, por lo que sus nombres quedaban con frecuencia asociados a dichos lugares; por citar a algunos, me quedo con Heródoto, Estrabón, o Marco Polo. Obviamente, aún no había nacido el turismo como tal, ligado al lucro comercial, que se suele relacionar con Thomas Cook, quien casi a mediados del siglo XIX fundó la que sería la primera agencia de viajes. Viajeros o turistas, he ahí lo que a día de hoy me parece un dilema absolutamente desfasado si nos atenemos a las circunstancias de la sociedad actual. Viajar, viajamos todos en estos tiempos, sea en grupos o más individualmente, en pareja, en familia o con amigos; quienes gustan de la disyuntiva entre viajero o turista, ponen el acento, principalmente, en la improvisación: pero si se viaja mucho, se sabe perfectamente que, si no se programa y se reserva, poco se podrá disfrutar, a no ser de paseos urbanos o rurales. Puede que hace años fuera posible viajar sin reservar, pero ahora hay que tener reserva para dormir, para comer, para ver un museo, para visitar un parque, y para cualquier cosa que pueda asociarse a un dejarse llevar sin más cuando se está fuera y lejos de casa. Puede ser estupendo no moverse según un plan establecido, pero la costumbre de acercarte hasta la oficina de información turística más cercana te permite, ni más ni menos, que conocer lo más importante del lugar, con los horarios y días de cierre; después podrás improvisar algo, pero de acuerdo a la información recibida si no se quiere tener indeseadas sorpresas, tan simples como ir a algún sitio y encontrarlo cerrado. Por supuesto que puedes convertir tu viaje en una aventura, pero esto es poco menos que como hablar de libertad: se podrá saborear siempre que una se mueva dentro de unas coordenadas dadas.

Foto: Lola Fernández

Si se piensa sobre el tema más en concreto y menos en abstracto, seguramente todos y todas seamos unas veces viajeros y otras turistas, y todo ello en el mismo viaje. Porque qué somos cuando nos preocupamos con antelación de conocer todo lo que se pueda sobre nuestro próximo destino, nos procuramos planos callejeros y formas de ir lugares cercanos en sus alrededores, nos perdemos por aquellos sitios preferentemente ocupados por los lugareños, probamos las gastronomías típicas, y no nos conformamos con conocer los sitios recomendados… Y qué cuando nos subimos a un bus que nos hará un recorrido panorámico con un guía que nos descubrirá un montón de cosas interesantes, cuando proyectamos viajes con bastante antelación dejando pagadas las entradas para monumentos o museos que serán de imposible acceso si no lo haces así, o que, todo lo más, será posible sólo si te colocas en colas kilométricas que te harán perder en ellas el tiempo que de la otra manera puedes dedicar al disfrute elegido. ¿Somos turistas si compramos imanes de los sitios a los que vamos, y viajeros si, por ejemplo, adquirimos un valioso papiro en un viaje organizado a Egipto? Sinceramente, creo, que todo lo más, somos tontísimos cuando perdemos nuestro tiempo en discusiones obsoletas que no conducen a ninguna parte; mejor guardar las energías para nuestros viajes, cada quien a donde quiera o pueda, o para quedarnos en casa sin más, que en eso descansa la libertad personal de hacer cada quien lo que le plazca y como desee, siempre que se respete y no se moleste a los demás.

637. Lo nuestro

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Siempre he pensado que hay que huir de lo localista, porque todo reduccionismo es empobrecedor, aunque me parece que ello es muy diferente al amor hacia lo nuestro, como distinto de lo demás y significativo. Si algo nuestro es relevante, está muy mal eliminarlo, porque desdibujamos nuestra identidad. Estoy pensando en las reformas radicales que se hacen en los pueblos y ciudades: es perfectamente adecuado mejorar y arreglar cosas que lo pedían a gritos; pero qué mal cuando nos cargamos algo de nuestra esencia desde hace siglos y años, por sólo imponer el sello de quien reforma; en Baza se ha hecho eso en ocasiones y quienes la amamos lo sabemos perfectamente, sin necesidad de mayores especificaciones. Creo que es imprescindible que quien trabaja por nuestra ciudad, la quiera; y no creo que importe mucho si has nacido aquí, aunque el cariño será más profundo si tus recuerdos vitales están ligados a sus rincones. Un extraño no puede entender la nostalgia por la estrellada balsa chica en la Alameda, por ejemplo; pero ay, cuando has jugado desde niña en sus alrededores, agachándote y pudiendo mirar los peces de colores mientras te mojabas las manos, siguiendo el perfil a pasitos y viendo en las aguas a ras del suelo el reflejo de la arboleda por el efecto espejo, cómo vas a entender su sustitución por lo que hoy ocupa su lugar: eso, que en cualquier lugar sería válido, es una aberración situada allí, porque no era necesario cambiar, siendo más que suficiente haberlo arreglado. Que no toda reforma es tirar lo viejo y levantar algo nuevo; mismamente me sirve fijarme en el Palacio de los Enríquez, pues a nadie se le ocurriría demolerlo para sustituirlo por un edificio moderno, por muy nuevo y aparente que quedara.

Foto: Lola Fernández

Si no amas Baza, lo mismo te da cambiar la apariencia de plazas y calles, dejándolas sin su espíritu, por llamarlo de alguna manera. Cuando una intervención urbanística está bien hecha, de inmediato incorporas la nueva imagen al resto; sin embargo, cuando se comete una tropelía innecesaria, aparte de sentirlo como una imperdonable provocación, no hay ni una sola ocasión en que no añores lo sustituido. Hay cambios estupendos, y los celebramos; pero también existen incoherencias efectuadas por gente que no creo que quiera mucho a Baza. Y después, hay igualmente falta de imaginación y no cuidar los detalles, que muchas veces son más necesarios que el conjunto total. De qué sirve poner jardineras, si no se cuidan, o macetas en las paredes de calles estrechas, si al poco tiempo están más muertas que la ilusión de quienes las puso por obligación más que por devoción. Para qué poner fuentes si siempre, o prácticamente siempre, estarán apagadas, olvidando que el agua es primordial para las experiencias sensoriales de relax. Una fuente cuidada es atractiva para los sentidos de la vista y el oído, como poco. A ver, sin salirme de la Alameda, y cambiando de la balsa chica a la balsa grande: ¿es tan imposible pensar en un poco de adorno vegetal, para que sea bella incluso apagada? No creo que fuera muy costoso o difícil colocar sobre el poyo perimetral una serie de maceteros, pegados con cemento para que no se los lleven, con plantas que prosperen fácilmente y nos alegren los ojos con flores de diferentes colores durante todo el año, mismamente geranios. Ocho o diez maceteros de piedra o barro serían más que suficientes para que, si te sientas en los bancos circundantes o paseas por el parque, disfrutes de una fuente bonita, y no la sosería e insulsez de ahora. Al final, me parece que no cuesta demasiado embellecer lo nuestro sin transformaciones que no nos permitan reconocerlo; basta con mucho cariño, que es como se debería trabajar por la prosperidad y el bienestar de nuestra ciudad, y un poquito de imaginación.

636. No todos son iguales

Foto: Lola Fernández.

Por: Lola Fernández.

Cuando escucho a alguien despotricar contra la Administración, no puedo sino sonreírme interiormente pensando en que casi todos nuestros actos en esta sociedad son administrativos, quedando registrados muchos de ellos: desde el certificado de nacimiento al de defunción, pasando, por poner algún ejemplo, por matrimonio, divorcio, nacimiento de hijos, compraventas diversas, etcétera. En paralelo, negar la importancia de la Política es tanto como obviar que prácticamente todo es un hecho político en una u otra forma de manifestarse: apostar por los servicios públicos o desmantelarlos paulatinamente para apoyar el ámbito privado, repartiéndose el erial público con los mejores postores, es una decisión política; como lo es ignorar que los impuestos sirven para paliar las necesidades ciudadanas, sabiendo muy bien que las rebajas fiscales a los ricos es sólo una manera más de robar a los que no lo son; como es igualmente una apuesta política dejar de contemplar ayudas económicas en los diferentes presupuestos para los museos y las universidades públicas, dando millones a universidades privadas innecesarias de acuerdo a la demanda, y a los empresarios de algo tan poco cultural como son los toros y los festejos relacionados, cada día, por cierto, con menos espectadores.

Foto: Lola Fernández.

Así que decir que todos son iguales es, ni más ni menos, que una absoluta mentira: no es lo mismo reducir las jornadas laborales e incrementar los sueldos, que explotar a los trabajadores; o luchar por la expansión de los derechos frente al intento de desmantelarlos; o crear vivienda asequible para todos, y en especial para la juventud, empezando por los pisos de estudiantes, que a día de hoy son prácticamente un lujo al alcance de muy pocos, que reconvertir cada día más viviendas en pisos turísticos, cargándose barrios y ciudades, a la vez que haciéndolo sin importar que haya que echar a la calle a personas, muchas veces ancianas, que no tienen a dónde ir, por lo que no es infrecuente que prefieran suicidarse. No, no es lo mismo pensar en el bienestar general, que hacer todo lo posible para empoderar a un grupo de amiguitos a costa del malestar de una inmensa mayoría. Y quien diga lo contrario, o es un ignorante, y debería informarse bien para solucionarlo, o es un cínico, o está muy ciego. No todos son iguales, por fortuna, y eso está por encima de ideologías, porque es cuestión de principios: se puede ser de derechas o de izquierdas, faltaría más; lo que no se puede es ser mala gente, tratar de acallar la verdad a base de bulos y patrañas, negar lo evidente y querer que se comulgue con piedras de molino. Y me detengo un momento en el verbo negar, para resaltar la relevancia de ignorar o no las consecuencias del negacionismo en general: de la eficacia de las vacunas, del cambio climático, del avance del neofascismo, de la legitimidad de gobiernos salidos de las urnas por mucho que no les gusten a quienes sólo buscan machacarlos y subirse al poder que el pueblo no les concedió, de la importancia de un sistema fiscal poderoso progresivo e igualitario, de la necesidad de seguir los cauces democráticos que marcan nuestra Constitución y las leyes y demás normas a ella supeditadas por el principio de jerarquía normativa; en definitiva, del negacionismo frente a la ciencia, el progreso y las reglas de juego de la democracia. Así que no me digan que todos son iguales, porque, al contrario y felizmente, nada tienen que ver los unos con los otros; y lo repito una vez más, si me dan a elegir, sé muy bien con quién me quedo.

635. Aunque no esté de moda

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Tiene noviembre un no sé qué, que a algunos les hace sentirlo como un mes triste, tal vez porque empieza con el Día de Todos los Santos, seguido del Día de los Difuntos; igual también influye que los días se acortan y ya desde la tarde oscurece, y más cuando se inicia recién cambiado el horario, y nos pilla todavía adaptándonos a los desarreglos que dicho cambio ocasiona en nuestros relojes biológicos. Personalmente, me encanta noviembre, tan otoñal, históricamente relacionado con el culto a la diosa Isis, que, desde la cultura egipcia, pasó al mundo grecorromano, representando todo el poder divino femenino; de hecho, el nombre de este mes viene de novem, por ser el noveno del calendario romano, novembris, antes de añadirle alguno más con posterioridad. Más allá de calendarios, la vida se mueve a través de sus hojas, con sus realidades, vestida en bastantes ocasiones según costumbres y modas: las primeras, a base de habitualidad y tradición; más de tendencias, las segundas. No sé por qué, pero se me despierta la rebeldía ante ambas: no me gusta demasiado actuar según lo acostumbrado, porque creo que se pierde personalidad y se gana en uniformidad; y me parece que seguir las modas, es la mejor manera de quedarse desfasado y demodé. Toda novedad lleva aparejada la aceptación y el rechazo, y así ha sido generación tras generación; precisamente, el choque intergeneracional se ha apoyado muchas veces en el contraste entre lo moderno y lo anticuado, basado en la moda.

Foto: Lola Fernández

Si me pienso adolescente puedo llegar a entender la sorpresa de nuestros padres ante los gustos que teníamos entonces: seguramente, igual que a mí no me gusta el reggaeton, ellos no entenderían demasiado qué encontrábamos, por ejemplo, en el movimiento punk, que nos encantaba. Modas y corrientes aparte, tengo muy claro que, en aquellos tiempos, nuestras preferencias eran personales, y no estaban marcadas por eso que hoy conocemos como los influencers. No me cabe en la cabeza la notoriedad que hoy en día tienen ciertas personas que son referentes para otras por la cantidad de seguidores en las redes sociales, muy raramente por la calidad de sus propuestas; y no por ello dudo de la personalidad propia de la mayoría de la juventud, aunque tampoco de su carencia en una minoría creciente. Por supuesto que siempre han existido modelos a seguir en los diferentes y diversos ámbitos sociales, aunque la diferencia está en que en ellos lo esencial es un talento y una obra que despiertan admiración, nunca la capacidad de influir en determinadas industrias de consumo gracias a un copioso número de seguidores en las redes sociales. Cierto que las percepciones pueden ser engañosas y confundirnos, como si miramos una imagen de flores secas y nos parecen estrellas de un cosmos vegetal, pero no podemos dejarnos llevar por las apariencias, esas que son ley de vida para las personas supuestamente influyentes. Todo lo aparente tiene algo de fingido y artificial, que es tanto como decir que es falso; me parece mucho mejor mirar más allá y buscar la autenticidad, que, con independencia de su cualidad positiva o negativa, al menos es real. No sé ustedes, pero entre una bonita mentira y una verdad, incluso no siendo atractiva, sé muy bien con qué me quedo, aunque no esté de moda.

634. Poco más se necesita

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Convengamos que el síndrome del folio o de la página en blanco puede trasladarse sin más al del documento en blanco en la aplicación de Word, pues al fin y al cabo es sentarse con la intención de crear un escrito de la nada, y no cambia mucho si lo hacemos frente al portátil o pertrechados de papel y bolígrafo. Asimilamos el blanco a la nada, pero podríamos pensar en el negro, porque más se asemeja la oscuridad que la claridad al bloqueo que surge cuando no sabemos muy bien por dónde empezar. A ver, no es lo mismo un poema o cualquier texto literario, que un artículo de opinión, por hacer una distinción grosso modo, eludiendo los aspectos que se pueden solapar y desdibujan los límites de tal diferenciación. Ciñéndome a este escrito semanal que va conformando el contenido de la sección Por la Alameda, en este momento en el que me encuentro ahora mismo, o un poco antes quizás, me surge la duda de sobre qué escribo: a veces me decanto por la actualidad, con diversas y diferentes formas de aproximación; otras, prefiero la reflexión pura y dura, lo que podríamos llamar teorías a partir de la propia experiencia; o, por último, sin ser menor el interés que despierta en mí, una inmersión en el mundo de los sentimientos, más allá de contenerlos en construcciones conceptuales, sino más bien como pura expresión.

Foto: Lola Fernández

A estas alturas del artículo, por llamarlo de alguna manera, si eligiera la actualidad, no me quedaría otra que hablar de la DANA y sus terribles consecuencias en España, del triunfo electoral de Trump en USA, o del horrible incendio en una residencia de mayores en Zaragoza, por quedarme con tres temas; y, qué quieren que les diga, sólo citarlos me sobresalta y no tengo ganas de extenderme y hablar sobre ellos. De ponerme a reflexionar filosóficamente, la actualidad tiene un impacto negativo a tantos niveles, que me sería muy difícil escapar de su influjo, y hay momentos en que bastan muy pocas palabras, pues las imágenes lo dicen absolutamente todo, y para qué añadir algo más, si quedará pobre y superfluo. En cuanto a la tercera opción, si me dejo llevar por los sentimientos, está claro que van a ser de tristeza, indignación, impotencia, desconcierto, no entender nada, y algo por el estilo: o sea, que ni siquiera podría desahogarme; al contrario, hablar de ciertas cosas en ocasiones sólo sirve para empeorarlo todo. En consecuencia, me centro en buscar una fotografía que acompañe estas palabras, y encuentro una que me alivia de penas y confusiones; una vez más, me alío con la jardinería, siempre sanadora, y me quedo con una imagen de plantas variadas: amor de hombre, geranios, jazmines, limonero y laurel; puro verdor, salpicado por notas de color de algunas flores… ¡poco más se necesita!

633. El valor del silencio

Por Lola Fernández.

Tiene Pedro Almodóvar en su amplia filmografía una película del 2004 llamada La mala educación, que versa sobre el delicado y terrible drama de los abusos sexuales de menores a cargo de religiosos católicos en España. Hace muy poco, el Arzobispo de Madrid ha pedido perdón a las víctimas de tan vergonzoso delito, que es de esperar que vaya acompañado de indemnizaciones para las víctimas que abone la Iglesia, no el Estado, porque sería muy grave que la ciudadanía tuviera que pagar por los pecados de los miembros del clero. Hasta aquí la referencia a esta repugnante realidad, porque cité la película para hablar de la mala educación que cada vez se expresa más en nuestra vida cotidiana de innumerables formas, a nivel virtual y a pie de calle. Aparte del odio que se puede hallar en las redes sociales, con una agresividad que asusta, salen matones hasta debajo de las piedras, y no se trata de un sustantivo exagerado, sino que cuando menos te lo esperas surgen casos como el que en estas semanas se está juzgando al fin, del asesinato de un chico inocente a manos de una banda de criminales por el simple hecho de su orientación sexual. Si los muchísimos curas que han violado, lo voy a poner en pasado, a niños y niñas da asco, no lo da menos el que jóvenes supuestamente bien educados sean capaces de matar de una paliza a un joven que no les hizo absolutamente nada; y lo peor está en que no es para nada un suceso aislado.

Puede que sea sólo una percepción personal, pero creo que nunca ha estado el ambiente tan desagradable. En las colas del supermercado, en las salas de espera, en el banco, en los parques…, nunca he sentido tanto en los otros una actitud provocadora de decir sandeces en voz alta para ver si alguien entra al trapo y liarla. Lo que me llama más la atención es que enseguida se suma más gente al acto de confrontación, cuando antes siempre había quien ponía un punto de cordura ante semejante insensatez; ahora parece como si algunos pensaran que siendo masa se convertirán en poseedores de la verdad, como si una mentira repetida dejara de ser mentira. Resulta horroroso el bajo nivel, camorrista y peleón, cuando no perdonavidas, de quienes se creen muy valientes y no son más que un hatajo de cobardes que buscan el aplauso ajeno para sentirse reyes del cotarro. Evidentemente, con aguas tan revueltas es mucho mejor callar y ser conscientes del valor del silencio, por aquello de que en boca cerrada no entran moscas, máxime si te rodea un gran número de moscardas y moscas cojoneras, por seguir con el mismo orden de insectos. Que no molesta quien quiere, sino quien puede, y es fácil evitarlo, de un modo tan simple como ignorando a los necios cuando quieren llamar la atención, oponiendo algo tan elemental como silencio, un poco de silencio. Cierto que en ocasiones es muy difícil permanecer sin contestar a tanta tontería, pero también lo es que sería una pérdida de tiempo malgastarlo entre gente que no entiende de razonamientos; así que nada de descender al barro, que se nos supone una inteligencia emocional capaz de gestionar estas situaciones sin la más mínima implicación. Esperemos, tanto como deseamos, que lleguen mejores tiempos, que no hay mal que cien años dure, y ojalá que no sean tantos.

632. Cómo ha cambiado todo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cantaba la gran Mercedes Sosa, la Negra, la voz de América Latina, un precioso tema llamado Todo cambia:(…) Y así como todo cambia/ Que yo cambie no es extraño (…), decía entre sabios versos; si no lo conocen, les animo a escucharlo. Es obvio que todo cambia, de no ser así seguiríamos en plan troglodita; y nosotros mismos somos un puro mutar, poco a poco lo vamos reconociendo. La cuestión es que si se cambia para mejor, perfecto; pero ay, lo malo es cuando es para peor, tanto a nivel personal como respecto al mundo que nos circunda.  Un cambio más que evidente en la actualidad es el climático: quién nos iba a decir que casi acabando octubre se puede viajar a las zonas costeras y, si se saca tiempo, bañarnos en el mar, en aguas nada frías. Es lo que he hecho hace apenas unos días, volviendo a unos pueblos que visité en agosto; cierto que ahora había mucha menos gente, cosa que no viene nada mal, y que es más fácil salir a comer fuera sin necesidad de reservar con una semana de antelación, o casi más fácil, porque aún se llenan los restaurantes y bares, qué barbaridad. La verdad es que vayas donde y cuando vayas, hay un gentío, pero la cosa es más llevadera, porque lo que en verano parece una feria continua, en el temprano otoño se asemeja más a días de fiesta sin más. El caso es que recorriendo cómodamente calles en agosto atiborradas, ahora mucho menos concurridas, me encontré delante de la fachada de un bar de arroces y pescado, toda ella cubierta con grandes fotografías en blanco y negro con motivos de la vida de los pescadores allá por los años 60; aprovechando que era su día de descanso y las mesas exteriores estaban vacías, tomé unas cuantas fotos, una de las cuales acompaña este artículo.

Foto: Lola Fernández

Observando, tranquilamente ya en casa, la imagen, no pude sino exclamar: ¡Cómo ha cambiado todo! La fotografía local nos lleva en una sola mirada a aquellos veranos de entonces, en mi caso los de mi niñez; y, no sé si porque la infancia es la más bonita época de nuestras vidas, o por qué, pero qué maravillosos recuerdos. Una instantánea en ese mismo lugar, hoy sería absolutamente diferente: para empezar, la naturaleza, pinos y dunas, que llegaba hasta la misma orilla, hoy queda oculta, si es que existe, tras filas de edificios que se lo van comiendo todo a velocidades de vértigo; para continuar, los bañistas que se ven disfrutando relajadamente de la playa, paseando felices, hoy estarían constreñidos por hamacas de alquiler y un mundo cuasi infinito de sombrillas, entre un ruido incomprensible y multitudes que van y vienen; y para terminar, porque se me hace impensable siquiera imaginar que los pescadores pudieran estar con sus labores en plena armonía con el entorno. La fotografía, más que del pasado, se me antoja de ciencia ficción, qué quieren que les diga; tanto y de tal manera cambió todo, y no precisamente a mejor. Hay un antes y un después, y no me remito a las décadas del boom turístico en España, sino a un hecho mucho más reciente, como fue la pandemia y su confinamiento: creí que tras ellos aprenderíamos a paladear la vida sorbito a sorbito, pero más bien ocurrió que las masas salieron, atropelladamente, a zampárselo todo a dentelladas. No soy muy de nostalgias, pero miro esa foto y no puedo sino añorar la suave cadencia que transmite, si tuviera que ponerle música, seguramente sería algún allegro barroco; mientras que, si miro una imagen de playas y calas saturadas, de esas que todos tenemos en la retina, el heavy de ACDC sería como una nana, porque se precisaría algo mucho más fuerte.

631. Sin alas

Por Lola Fernández.

Ya los primeros homínidos, hace millones de años, antes de que surgieran los neandertales y el Homo sapiens, migraron desde África hacia Europa y Asia, cuando las condiciones de vida se hicieron muy difíciles por la desertización a causa de la progresiva extinción de las selvas y los bosques, por el cambio climático, buscando alimento o huyendo de vecinos agresivos. Esto ocurría mucho antes del control del fuego, que la ciencia data hace un millón de años, y de que se originara el lenguaje, muy posterior, tan esenciales ambos para el devenir de la especie humana. El ser humano es la única especie sobreviviente del género Homo, animales que surgieron del complejo y largo proceso de la evolución, y no hay ninguna duda sobre que no hubiera sido posible prosperar hasta hoy de no haber sido por esas primeras migraciones de nuestros ancestros hacia tierras más acogedoras. Entre las aves, dejando al margen a las residentes, que permanecen siempre en el mismo hábitat, las migraciones son habituales estacionalmente hablando. La pauta general entre las que migran es viajar dos veces al año: hacia el norte en primavera, para reproducirse, y hacia el sur en otoño, para la invernada. No se me ocurre siquiera imaginar barreras o fronteras para impedir la expansión de los homínidos, o para evitar los desplazamientos de las aves migratorias; tampoco me cabe en la cabeza pensar en el nacimiento de mafias que se enriquecieran a partir de la imperiosa necesidad de cambiar de entorno al variar sus condiciones y tornarse inapropiadas para vivir adecuada y cómodamente.

Hoy en día, la fachosfera ha conseguido que, de repente, la inmigración se convierta en la principal preocupación de los españoles, que tiene guasa la cosa, cuando hemos sido un país de emigrantes, y, junto a dicha preocupación, el español medio reconoce que los inmigrantes no le afectan negativamente en ningún sentido. Creo que hay que ser muy despreciable para no estar de acuerdo con el derecho que tiene cualquier persona a escapar de un territorio y ambiente hostil, sea por pobreza o por miedo a morir en cruentas guerras; y no entiendo cómo no quita el sueño saber que hay tantos cientos y miles de seres humanos desesperados que mueren tratando de alcanzar supuestas tierras de progreso. No se puede hablar de progreso si no existe humanidad, si se deja morir a la gente en el mar, si se realizan planes de migración que implican encerrar a las personas en centros fuera de los países a los que llegaron, si se va creando una idea del inmigrante como enemigo (cuando a nivel económico es necesario para cualquier país). Quienes contribuyen a todo esto, activa o pasivamente, parecen olvidar que no es más que alimento para el fascismo, que ha encontrado un tema que incrementa su número de votantes y es de fácil enraizamiento entre ignorantes y desinformados. Las políticas de odio sólo expresan el perfil de gente mala y amargada que ni vive ni deja vivir; olvidando que las mentiras y patrañas que alimentan su extremismo tienen las patas muy cortas y nunca podrán convencer, si acaso vencer a base de imposiciones irracionales. El instinto de supervivencia no podrá ser jamás eliminado, todo lo más puntualmente perturbado; como a nadie se le ocurriría pensar que las aves migratorias dejarán de volar entre países o continentes, a no ser que las dejen sin alas.

630. Como maná

Foto: Lola Fernández

Hay varios acontecimientos en la historia de nuestra ciudad que han arrancado directamente de las entrañas de la tierra: así, el descubrimiento de la talla de una virgen por parte del obrero accitano Juan Pedernal, cuando se iniciaban las obras de la Iglesia de la Merced allá por año 1490, que sería nombrada Nuestra Señora de la Piedad, copatrona de Baza junto a Santa Bárbara, y que se encuentra desde entonces en el camarín barroco de dicho templo. Este hallazgo es el origen del Cascamorras, la Fiesta de Interés Internacional que nos convierte cada septiembre, junto a Guadix, en protagonistas de tan importante celebración. Podemos añadir el hallazgo, el 21 de julio de 1971, de una escultura ibérica con su ajuar funerario al excavar una tumba en la necrópolis: la Dama de Baza, que no tenemos la fortuna de albergarla en nuestra ciudad, pero que podemos admirar en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. A ver quién no se emociona con su réplica en el aeropuerto de Granada, al viajar partiendo desde allí o llegando; con lo que no alcanzo a imaginar en su justa medida lo que supondría para todos tenerla entre nosotros en el Museo Arqueológico Municipal; el mismo que fue creado precisamente con la promesa de su regreso, cosa que nunca ocurrió, como sabemos. Por hablar de algo más reciente, que no nos lleve a finales del siglo XV, o a tiempos predemocráticos, me gustaría mencionar el yacimiento paleontológico Baza-1, que finaliza su octava campaña consecutiva de excavaciones, con la ilusión por los nuevos hallazgos y los desafíos para un futuro inmediato de lo que se constituye por su importancia en todo un referente del Plioceno en Europa.

Foto: Lola Fernández

Desde el subsuelo hasta convertirse en hechos muy importantes para Baza y todos los que la habitamos, es curioso. Pero pienso que ahora sería preciso que nos llegaran como maná, ese manjar divino que caía de los cielos para aliviar la sed y el hambre en el desierto, todas esas cosas concretas y precisas, nada difusas, que sabemos que necesita nuestra economía para despegar definitivamente. Si hablamos de regresos, aparte de seguir reivindicando el de la Dama de Baza, no vamos a dejar de exigir el del tren, que nos lo quitaron de repente y sin pedirnos opinión: necesitamos que la reapertura de la línea férrea Guadix-Baza-Almanzora-Lorca sea una realidad, más allá de informes agoreros de no viabilidad económica. Como no nos vamos a olvidar de la urgencia de que llegue hasta Baza la Autovía del Almanzora, que ya está bien de marear la perdiz años y años. Vamos a seguir solicitando que la fiesta del Cascamorras sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, para ver incrementada su proyección internacional. Por no hablar de lo necesario que es concretar y satisfacer los objetivos relativos al yacimiento Baza-1 en cuanto a financiación e infraestructura, con vistas a la pervivencia en el tiempo de tal proyecto, mucho más allá de las dos campañas que restan. Apostamos por el futuro de nuestra tierra, tan olvidada siempre, y maltratada en ocasiones. Queremos un presente que no sólo mire a su pasado, sino que se ilusione y proyecte hacia el futuro, conjugando historia y porvenir. Los bastetanos y bastetanas estamos listos, es hora de que trabajen las altas instancias, las que tienen en sus manos los medios para que se cumplan nuestros sueños.

629. Casi todo está inventado

Por Lola Fernández.

Cada ciudad es ella y cómo se gestionen sus circunstancias. Obviamente, hay lugares con un encanto natural que ya tienen mucha ventaja a la hora de ofrecer bienestar a sus vecinos; otras, sin embargo, tiran de patrimonio para compensar su menor atractivo; y las hay, privilegiadas, que son bellas y la historia ha dejado magníficas huellas añadidas. La belleza natural necesita de cuidados, aunque éstos son aún más necesarios en la artificial, y pobres de quienes piensen que una ciudad se basta por sí misma para brillar, porque no es así; al contrario, son necesarios múltiples esfuerzos desde muchos ámbitos para conseguir enamorar. Es la limpieza, la iluminación nocturna, un mobiliario urbano que piense en los lugareños y en los visitantes, la jardinería, el mantenimiento de calles y plazas y parques, el trato de los nativos a los forasteros, las políticas preventivas que eviten trastornos y problemas a las primeras de cambio cuando llegan, digamos, lluvias más intensas de las habituales; es una oferta comercial que venda las bondades y atractivos de la tierra, suficientes plazas para aparcar los coches gratuitamente, o no, cerca del centro.

Son autobuses urbanos y taxis que no desesperen a quienes desean usarlos, una buena comunicación y suficientes alicientes para atraer empresas, dueños responsables de mascotas que no dejen sus desechos orgánicos como recuerdo por todas partes, ensuciando y apestando; usar las papeleras y, por ejemplo, no tirar el chicle a la calle, transformándose en una casi perenne huella tan fea como evitable; no poner en peligro la integridad física de los transeúntes yendo como locos con patinetes o bicicletas que no respetan por dónde han de moverse, ni a quienes tienen la desgracia de toparse con ellos; no gritar como energúmenos en la marcha nocturna, con la clara intención de molestar a quien no tiene más deseo que descansar, generalmente para trabajar y rendir adecuadamente en su trabajo; por no hablar del estruendo de ciertas motos o coches con música a más decibelios que una discoteca estival. Una ciudad es, precisamente, respeto de todos hacia todos; un espacio en el que se muevan, descuidados y felices, niños, adultos y mayores; donde el ocio, nocturno y diurno, no maltrate de ninguna forma a quienes no participan de él. Una ciudad, para gustar, ha de gustarse primeramente, y ello se expresa con nativos de cualquier edad que la cuidan y miman, no que la agreden de cualquier forma imaginable: árboles partidos, evitando que un día formen parte del pulmón natural; calles sucias con hediondos rincones usados como urinarios; deteriorados bancos en los que no apetece descansar ningún cansancio; ruido, demasiado ruido; basura que el viento arrastra de un lado a otro durante meses sin que nadie se ocupe de ella. No sé qué prioridades tienen los políticos de una urbe, pero si ésta no se ve arreglada, bonita y amable, siento decirles que están fracasando: menos chorradas y más cosas prácticas que funcionen para la ciudadanía. No se trata de hacer un anuario municipal con un inventario de logros sectoriales para alimentar vanidades particulares, sino de satisfacer a quien hace que una ciudad siga viva, que son sus habitantes, no los gobernantes que les toque. Los políticos pasan y se olvidan tan pronto como se mueven las nubes por los cielos con el impulso de los vientos, pero la ciudad permanece, junto a quienes viven en ella, originarios o por elección. Más vale escuchar y conocer sus necesidades reales, que querer sorprenderles con ideas pretendidamente novedosas, porque lo cierto es que a estas alturas casi todo está inventado, y si lo imprescindible no se satisface, lo demás es superfluo e innecesario.

Felicidades a la asociación de vecinos AVECLA y a todos los bastetanos premiados con alguno de los 450 décimos vendidos del 45.456, agraciado con un quinto premio y 60.000 euros a la serie

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