634. Poco más se necesita

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Convengamos que el síndrome del folio o de la página en blanco puede trasladarse sin más al del documento en blanco en la aplicación de Word, pues al fin y al cabo es sentarse con la intención de crear un escrito de la nada, y no cambia mucho si lo hacemos frente al portátil o pertrechados de papel y bolígrafo. Asimilamos el blanco a la nada, pero podríamos pensar en el negro, porque más se asemeja la oscuridad que la claridad al bloqueo que surge cuando no sabemos muy bien por dónde empezar. A ver, no es lo mismo un poema o cualquier texto literario, que un artículo de opinión, por hacer una distinción grosso modo, eludiendo los aspectos que se pueden solapar y desdibujan los límites de tal diferenciación. Ciñéndome a este escrito semanal que va conformando el contenido de la sección Por la Alameda, en este momento en el que me encuentro ahora mismo, o un poco antes quizás, me surge la duda de sobre qué escribo: a veces me decanto por la actualidad, con diversas y diferentes formas de aproximación; otras, prefiero la reflexión pura y dura, lo que podríamos llamar teorías a partir de la propia experiencia; o, por último, sin ser menor el interés que despierta en mí, una inmersión en el mundo de los sentimientos, más allá de contenerlos en construcciones conceptuales, sino más bien como pura expresión.

Foto: Lola Fernández

A estas alturas del artículo, por llamarlo de alguna manera, si eligiera la actualidad, no me quedaría otra que hablar de la DANA y sus terribles consecuencias en España, del triunfo electoral de Trump en USA, o del horrible incendio en una residencia de mayores en Zaragoza, por quedarme con tres temas; y, qué quieren que les diga, sólo citarlos me sobresalta y no tengo ganas de extenderme y hablar sobre ellos. De ponerme a reflexionar filosóficamente, la actualidad tiene un impacto negativo a tantos niveles, que me sería muy difícil escapar de su influjo, y hay momentos en que bastan muy pocas palabras, pues las imágenes lo dicen absolutamente todo, y para qué añadir algo más, si quedará pobre y superfluo. En cuanto a la tercera opción, si me dejo llevar por los sentimientos, está claro que van a ser de tristeza, indignación, impotencia, desconcierto, no entender nada, y algo por el estilo: o sea, que ni siquiera podría desahogarme; al contrario, hablar de ciertas cosas en ocasiones sólo sirve para empeorarlo todo. En consecuencia, me centro en buscar una fotografía que acompañe estas palabras, y encuentro una que me alivia de penas y confusiones; una vez más, me alío con la jardinería, siempre sanadora, y me quedo con una imagen de plantas variadas: amor de hombre, geranios, jazmines, limonero y laurel; puro verdor, salpicado por notas de color de algunas flores… ¡poco más se necesita!

633. El valor del silencio

Por Lola Fernández.

Tiene Pedro Almodóvar en su amplia filmografía una película del 2004 llamada La mala educación, que versa sobre el delicado y terrible drama de los abusos sexuales de menores a cargo de religiosos católicos en España. Hace muy poco, el Arzobispo de Madrid ha pedido perdón a las víctimas de tan vergonzoso delito, que es de esperar que vaya acompañado de indemnizaciones para las víctimas que abone la Iglesia, no el Estado, porque sería muy grave que la ciudadanía tuviera que pagar por los pecados de los miembros del clero. Hasta aquí la referencia a esta repugnante realidad, porque cité la película para hablar de la mala educación que cada vez se expresa más en nuestra vida cotidiana de innumerables formas, a nivel virtual y a pie de calle. Aparte del odio que se puede hallar en las redes sociales, con una agresividad que asusta, salen matones hasta debajo de las piedras, y no se trata de un sustantivo exagerado, sino que cuando menos te lo esperas surgen casos como el que en estas semanas se está juzgando al fin, del asesinato de un chico inocente a manos de una banda de criminales por el simple hecho de su orientación sexual. Si los muchísimos curas que han violado, lo voy a poner en pasado, a niños y niñas da asco, no lo da menos el que jóvenes supuestamente bien educados sean capaces de matar de una paliza a un joven que no les hizo absolutamente nada; y lo peor está en que no es para nada un suceso aislado.

Puede que sea sólo una percepción personal, pero creo que nunca ha estado el ambiente tan desagradable. En las colas del supermercado, en las salas de espera, en el banco, en los parques…, nunca he sentido tanto en los otros una actitud provocadora de decir sandeces en voz alta para ver si alguien entra al trapo y liarla. Lo que me llama más la atención es que enseguida se suma más gente al acto de confrontación, cuando antes siempre había quien ponía un punto de cordura ante semejante insensatez; ahora parece como si algunos pensaran que siendo masa se convertirán en poseedores de la verdad, como si una mentira repetida dejara de ser mentira. Resulta horroroso el bajo nivel, camorrista y peleón, cuando no perdonavidas, de quienes se creen muy valientes y no son más que un hatajo de cobardes que buscan el aplauso ajeno para sentirse reyes del cotarro. Evidentemente, con aguas tan revueltas es mucho mejor callar y ser conscientes del valor del silencio, por aquello de que en boca cerrada no entran moscas, máxime si te rodea un gran número de moscardas y moscas cojoneras, por seguir con el mismo orden de insectos. Que no molesta quien quiere, sino quien puede, y es fácil evitarlo, de un modo tan simple como ignorando a los necios cuando quieren llamar la atención, oponiendo algo tan elemental como silencio, un poco de silencio. Cierto que en ocasiones es muy difícil permanecer sin contestar a tanta tontería, pero también lo es que sería una pérdida de tiempo malgastarlo entre gente que no entiende de razonamientos; así que nada de descender al barro, que se nos supone una inteligencia emocional capaz de gestionar estas situaciones sin la más mínima implicación. Esperemos, tanto como deseamos, que lleguen mejores tiempos, que no hay mal que cien años dure, y ojalá que no sean tantos.

632. Cómo ha cambiado todo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cantaba la gran Mercedes Sosa, la Negra, la voz de América Latina, un precioso tema llamado Todo cambia:(…) Y así como todo cambia/ Que yo cambie no es extraño (…), decía entre sabios versos; si no lo conocen, les animo a escucharlo. Es obvio que todo cambia, de no ser así seguiríamos en plan troglodita; y nosotros mismos somos un puro mutar, poco a poco lo vamos reconociendo. La cuestión es que si se cambia para mejor, perfecto; pero ay, lo malo es cuando es para peor, tanto a nivel personal como respecto al mundo que nos circunda.  Un cambio más que evidente en la actualidad es el climático: quién nos iba a decir que casi acabando octubre se puede viajar a las zonas costeras y, si se saca tiempo, bañarnos en el mar, en aguas nada frías. Es lo que he hecho hace apenas unos días, volviendo a unos pueblos que visité en agosto; cierto que ahora había mucha menos gente, cosa que no viene nada mal, y que es más fácil salir a comer fuera sin necesidad de reservar con una semana de antelación, o casi más fácil, porque aún se llenan los restaurantes y bares, qué barbaridad. La verdad es que vayas donde y cuando vayas, hay un gentío, pero la cosa es más llevadera, porque lo que en verano parece una feria continua, en el temprano otoño se asemeja más a días de fiesta sin más. El caso es que recorriendo cómodamente calles en agosto atiborradas, ahora mucho menos concurridas, me encontré delante de la fachada de un bar de arroces y pescado, toda ella cubierta con grandes fotografías en blanco y negro con motivos de la vida de los pescadores allá por los años 60; aprovechando que era su día de descanso y las mesas exteriores estaban vacías, tomé unas cuantas fotos, una de las cuales acompaña este artículo.

Foto: Lola Fernández

Observando, tranquilamente ya en casa, la imagen, no pude sino exclamar: ¡Cómo ha cambiado todo! La fotografía local nos lleva en una sola mirada a aquellos veranos de entonces, en mi caso los de mi niñez; y, no sé si porque la infancia es la más bonita época de nuestras vidas, o por qué, pero qué maravillosos recuerdos. Una instantánea en ese mismo lugar, hoy sería absolutamente diferente: para empezar, la naturaleza, pinos y dunas, que llegaba hasta la misma orilla, hoy queda oculta, si es que existe, tras filas de edificios que se lo van comiendo todo a velocidades de vértigo; para continuar, los bañistas que se ven disfrutando relajadamente de la playa, paseando felices, hoy estarían constreñidos por hamacas de alquiler y un mundo cuasi infinito de sombrillas, entre un ruido incomprensible y multitudes que van y vienen; y para terminar, porque se me hace impensable siquiera imaginar que los pescadores pudieran estar con sus labores en plena armonía con el entorno. La fotografía, más que del pasado, se me antoja de ciencia ficción, qué quieren que les diga; tanto y de tal manera cambió todo, y no precisamente a mejor. Hay un antes y un después, y no me remito a las décadas del boom turístico en España, sino a un hecho mucho más reciente, como fue la pandemia y su confinamiento: creí que tras ellos aprenderíamos a paladear la vida sorbito a sorbito, pero más bien ocurrió que las masas salieron, atropelladamente, a zampárselo todo a dentelladas. No soy muy de nostalgias, pero miro esa foto y no puedo sino añorar la suave cadencia que transmite, si tuviera que ponerle música, seguramente sería algún allegro barroco; mientras que, si miro una imagen de playas y calas saturadas, de esas que todos tenemos en la retina, el heavy de ACDC sería como una nana, porque se precisaría algo mucho más fuerte.

631. Sin alas

Por Lola Fernández.

Ya los primeros homínidos, hace millones de años, antes de que surgieran los neandertales y el Homo sapiens, migraron desde África hacia Europa y Asia, cuando las condiciones de vida se hicieron muy difíciles por la desertización a causa de la progresiva extinción de las selvas y los bosques, por el cambio climático, buscando alimento o huyendo de vecinos agresivos. Esto ocurría mucho antes del control del fuego, que la ciencia data hace un millón de años, y de que se originara el lenguaje, muy posterior, tan esenciales ambos para el devenir de la especie humana. El ser humano es la única especie sobreviviente del género Homo, animales que surgieron del complejo y largo proceso de la evolución, y no hay ninguna duda sobre que no hubiera sido posible prosperar hasta hoy de no haber sido por esas primeras migraciones de nuestros ancestros hacia tierras más acogedoras. Entre las aves, dejando al margen a las residentes, que permanecen siempre en el mismo hábitat, las migraciones son habituales estacionalmente hablando. La pauta general entre las que migran es viajar dos veces al año: hacia el norte en primavera, para reproducirse, y hacia el sur en otoño, para la invernada. No se me ocurre siquiera imaginar barreras o fronteras para impedir la expansión de los homínidos, o para evitar los desplazamientos de las aves migratorias; tampoco me cabe en la cabeza pensar en el nacimiento de mafias que se enriquecieran a partir de la imperiosa necesidad de cambiar de entorno al variar sus condiciones y tornarse inapropiadas para vivir adecuada y cómodamente.

Hoy en día, la fachosfera ha conseguido que, de repente, la inmigración se convierta en la principal preocupación de los españoles, que tiene guasa la cosa, cuando hemos sido un país de emigrantes, y, junto a dicha preocupación, el español medio reconoce que los inmigrantes no le afectan negativamente en ningún sentido. Creo que hay que ser muy despreciable para no estar de acuerdo con el derecho que tiene cualquier persona a escapar de un territorio y ambiente hostil, sea por pobreza o por miedo a morir en cruentas guerras; y no entiendo cómo no quita el sueño saber que hay tantos cientos y miles de seres humanos desesperados que mueren tratando de alcanzar supuestas tierras de progreso. No se puede hablar de progreso si no existe humanidad, si se deja morir a la gente en el mar, si se realizan planes de migración que implican encerrar a las personas en centros fuera de los países a los que llegaron, si se va creando una idea del inmigrante como enemigo (cuando a nivel económico es necesario para cualquier país). Quienes contribuyen a todo esto, activa o pasivamente, parecen olvidar que no es más que alimento para el fascismo, que ha encontrado un tema que incrementa su número de votantes y es de fácil enraizamiento entre ignorantes y desinformados. Las políticas de odio sólo expresan el perfil de gente mala y amargada que ni vive ni deja vivir; olvidando que las mentiras y patrañas que alimentan su extremismo tienen las patas muy cortas y nunca podrán convencer, si acaso vencer a base de imposiciones irracionales. El instinto de supervivencia no podrá ser jamás eliminado, todo lo más puntualmente perturbado; como a nadie se le ocurriría pensar que las aves migratorias dejarán de volar entre países o continentes, a no ser que las dejen sin alas.

630. Como maná

Foto: Lola Fernández

Hay varios acontecimientos en la historia de nuestra ciudad que han arrancado directamente de las entrañas de la tierra: así, el descubrimiento de la talla de una virgen por parte del obrero accitano Juan Pedernal, cuando se iniciaban las obras de la Iglesia de la Merced allá por año 1490, que sería nombrada Nuestra Señora de la Piedad, copatrona de Baza junto a Santa Bárbara, y que se encuentra desde entonces en el camarín barroco de dicho templo. Este hallazgo es el origen del Cascamorras, la Fiesta de Interés Internacional que nos convierte cada septiembre, junto a Guadix, en protagonistas de tan importante celebración. Podemos añadir el hallazgo, el 21 de julio de 1971, de una escultura ibérica con su ajuar funerario al excavar una tumba en la necrópolis: la Dama de Baza, que no tenemos la fortuna de albergarla en nuestra ciudad, pero que podemos admirar en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. A ver quién no se emociona con su réplica en el aeropuerto de Granada, al viajar partiendo desde allí o llegando; con lo que no alcanzo a imaginar en su justa medida lo que supondría para todos tenerla entre nosotros en el Museo Arqueológico Municipal; el mismo que fue creado precisamente con la promesa de su regreso, cosa que nunca ocurrió, como sabemos. Por hablar de algo más reciente, que no nos lleve a finales del siglo XV, o a tiempos predemocráticos, me gustaría mencionar el yacimiento paleontológico Baza-1, que finaliza su octava campaña consecutiva de excavaciones, con la ilusión por los nuevos hallazgos y los desafíos para un futuro inmediato de lo que se constituye por su importancia en todo un referente del Plioceno en Europa.

Foto: Lola Fernández

Desde el subsuelo hasta convertirse en hechos muy importantes para Baza y todos los que la habitamos, es curioso. Pero pienso que ahora sería preciso que nos llegaran como maná, ese manjar divino que caía de los cielos para aliviar la sed y el hambre en el desierto, todas esas cosas concretas y precisas, nada difusas, que sabemos que necesita nuestra economía para despegar definitivamente. Si hablamos de regresos, aparte de seguir reivindicando el de la Dama de Baza, no vamos a dejar de exigir el del tren, que nos lo quitaron de repente y sin pedirnos opinión: necesitamos que la reapertura de la línea férrea Guadix-Baza-Almanzora-Lorca sea una realidad, más allá de informes agoreros de no viabilidad económica. Como no nos vamos a olvidar de la urgencia de que llegue hasta Baza la Autovía del Almanzora, que ya está bien de marear la perdiz años y años. Vamos a seguir solicitando que la fiesta del Cascamorras sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, para ver incrementada su proyección internacional. Por no hablar de lo necesario que es concretar y satisfacer los objetivos relativos al yacimiento Baza-1 en cuanto a financiación e infraestructura, con vistas a la pervivencia en el tiempo de tal proyecto, mucho más allá de las dos campañas que restan. Apostamos por el futuro de nuestra tierra, tan olvidada siempre, y maltratada en ocasiones. Queremos un presente que no sólo mire a su pasado, sino que se ilusione y proyecte hacia el futuro, conjugando historia y porvenir. Los bastetanos y bastetanas estamos listos, es hora de que trabajen las altas instancias, las que tienen en sus manos los medios para que se cumplan nuestros sueños.

629. Casi todo está inventado

Por Lola Fernández.

Cada ciudad es ella y cómo se gestionen sus circunstancias. Obviamente, hay lugares con un encanto natural que ya tienen mucha ventaja a la hora de ofrecer bienestar a sus vecinos; otras, sin embargo, tiran de patrimonio para compensar su menor atractivo; y las hay, privilegiadas, que son bellas y la historia ha dejado magníficas huellas añadidas. La belleza natural necesita de cuidados, aunque éstos son aún más necesarios en la artificial, y pobres de quienes piensen que una ciudad se basta por sí misma para brillar, porque no es así; al contrario, son necesarios múltiples esfuerzos desde muchos ámbitos para conseguir enamorar. Es la limpieza, la iluminación nocturna, un mobiliario urbano que piense en los lugareños y en los visitantes, la jardinería, el mantenimiento de calles y plazas y parques, el trato de los nativos a los forasteros, las políticas preventivas que eviten trastornos y problemas a las primeras de cambio cuando llegan, digamos, lluvias más intensas de las habituales; es una oferta comercial que venda las bondades y atractivos de la tierra, suficientes plazas para aparcar los coches gratuitamente, o no, cerca del centro.

Son autobuses urbanos y taxis que no desesperen a quienes desean usarlos, una buena comunicación y suficientes alicientes para atraer empresas, dueños responsables de mascotas que no dejen sus desechos orgánicos como recuerdo por todas partes, ensuciando y apestando; usar las papeleras y, por ejemplo, no tirar el chicle a la calle, transformándose en una casi perenne huella tan fea como evitable; no poner en peligro la integridad física de los transeúntes yendo como locos con patinetes o bicicletas que no respetan por dónde han de moverse, ni a quienes tienen la desgracia de toparse con ellos; no gritar como energúmenos en la marcha nocturna, con la clara intención de molestar a quien no tiene más deseo que descansar, generalmente para trabajar y rendir adecuadamente en su trabajo; por no hablar del estruendo de ciertas motos o coches con música a más decibelios que una discoteca estival. Una ciudad es, precisamente, respeto de todos hacia todos; un espacio en el que se muevan, descuidados y felices, niños, adultos y mayores; donde el ocio, nocturno y diurno, no maltrate de ninguna forma a quienes no participan de él. Una ciudad, para gustar, ha de gustarse primeramente, y ello se expresa con nativos de cualquier edad que la cuidan y miman, no que la agreden de cualquier forma imaginable: árboles partidos, evitando que un día formen parte del pulmón natural; calles sucias con hediondos rincones usados como urinarios; deteriorados bancos en los que no apetece descansar ningún cansancio; ruido, demasiado ruido; basura que el viento arrastra de un lado a otro durante meses sin que nadie se ocupe de ella. No sé qué prioridades tienen los políticos de una urbe, pero si ésta no se ve arreglada, bonita y amable, siento decirles que están fracasando: menos chorradas y más cosas prácticas que funcionen para la ciudadanía. No se trata de hacer un anuario municipal con un inventario de logros sectoriales para alimentar vanidades particulares, sino de satisfacer a quien hace que una ciudad siga viva, que son sus habitantes, no los gobernantes que les toque. Los políticos pasan y se olvidan tan pronto como se mueven las nubes por los cielos con el impulso de los vientos, pero la ciudad permanece, junto a quienes viven en ella, originarios o por elección. Más vale escuchar y conocer sus necesidades reales, que querer sorprenderles con ideas pretendidamente novedosas, porque lo cierto es que a estas alturas casi todo está inventado, y si lo imprescindible no se satisface, lo demás es superfluo e innecesario.

628. Contrastes y cambios

Foro: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Nos pasa con frecuencia que, frente a cambios que están ocurriendo ante nuestras propias narices, no somos capaces de verlos en su justa medida, por aquello de que es precisa cierta perspectiva temporal para comprender qué ocurre; es decir, que el aquí y ahora se nos suele escapar y lo aprehendemos cuando ya es un allí y entonces, y ello tanto para lo bueno como para lo malo. No es que estemos despistados ni que seamos tontos, más bien que cuando vivimos no somos muy conscientes de lo que estamos viviendo. Quién no se ha dicho alguna vez algo como yo entonces era feliz, precisamente cuando la desdicha posterior nos permite comparar; que sí, que las comparaciones son siempre odiosas y no conducen a nada positivo, pero somos seres de contrastes y nos solemos mover mejor en términos de dicotomías. Frío/calor, bueno/malo, apetecible/desagradable, y un tan largo etcétera que no cabe ni en un diccionario enciclopédico, aunque matiza nuestros días como ni siquiera llegamos a imaginar. Qué van a saber los críos que a una temprana edad se asustan de su misma sombra, que ella será una perfecta compañera hasta el fin de sus vidas. Se dice que sólo los tontos son felices, y sin saber muy bien quiénes son esos tontos, que seguramente lo somos todos en mayor o menor medida, la verdad es que con ciertas dosis de ignorancia a veces se está en la gloria; una vez más las contradicciones marcan la pauta, y así, qué felices están los infelices, sin enterarse de nada. Me pregunto qué preferirán ustedes, si estar al tanto de todo o vivir en la inopia y que no haya preocupaciones que nos quiten el sueño. Seguramente, en el punto medio está la virtud, pero a ver quién es el guapo que se sabe manejar con los promedios, tan dados todos actualmente a la radicalidad y los extremismos.

Foro: Lola Fernández

Como fluyen las aguas en fuentes y acequias, felices de ser y sin saber adónde irán, alimentando vidas, refrescando, saciando la sed, así se mueve la existencia, ajena a nuestros problemas y disquisiciones. Porque no hay que reflexionar demasiado para alcanzar la verdad, si ésta se desperdiga en múltiples dimensiones que conducen a que no haya un conocimiento unitario: al final ocurre que lo que para alguien es válido, para los demás no vale nada, y quién sabe si la razón está en ese alguien o en los demás. Incluso para una misma persona, lo que ayer era perfecto, hoy es pura inutilidad; así que cómo no vamos a entender algún día que somos puro cambio, y que no estamos capacitados para percibir cuándo, cuánto y en qué sentido cambiamos. Es como mirarnos al espejo: lo llevamos haciendo desde niños, y siempre nos vemos reflejados, sin darnos cuenta de que el crío que miraba es de repente el anciano que se contempla. Ya lo decía Heráclito, el filósofo griego presocrático: Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos. Entonces, dejemos que fluya la vida, y fluyamos con ella, siguiendo el curso de las aguas, o a contracorriente, según el momento y las circunstancias, y sin olvidar que lo que haya de ser, será.

627. Peor, imposible

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cada vez con más frecuencia, y eso que aún no me considero de eso que llaman la tercera edad, me acuerdo de los que sí son mayores y tienen que lidiar a diario con unas tecnologías que llaman nuevas, aunque ya son también algo vetustas, y que no dejan de incordiarnos cada vez que precisamos realizar cualquier tramitación vía internet. Entre las muchas consecuencias negativas de la pandemia del coronavirus está el gusto por escaquearse la administración y muchas entidades privadas a la hora de la atención pública. Se acomodaron a lo no presencial y parece que no quieren ver personas, sólo escuchar o leer mensajes; pero hace ya mucho que no hay peligro de contagios, y la cara dura es de cemento. Y siempre pienso en la gente mayor y las muchísimas dificultades que tienen para moverse a nivel ordenadores, sin olvidar las innumerables barreras arquitectónicas que todavía se sufren en los urbanismos actuales. Se ve que esta sociedad obvia algo tan simple como que todos vamos a llegar a viejos, si la muerte no nos lleva por delante antes de tiempo y las estadísticas de la progresiva esperanza de vida en el primer mundo se cumplen. Hay que ver, con lo poco que gustan en general las matemáticas en la escuela, y lo que se pirran por los números: tercera edad, primer mundo, dígitos del pin, contraseñas numéricas mil para cualquier cosa. Ya se sabe que hay que tener todo debidamente apuntado, a la vez que lejos de los ojos ajenos, mas siempre me pregunto qué será de la humanidad conforme vaya perdiendo la memoria al ir cumpliendo años, o porque ya tengamos dispositivos que nos permiten no memorizar; no sé qué va a ser de nosotros, cuando no recordemos cómo acceder a dichos dispositivos, o no recordemos dónde guardamos el cuaderno con los datos más importantes.

Foto: Lola Fernández

Certificado digital, cl@ve (móvil, pin o permanente), usuario, contraseña, cuenta, redes, conexiones… Sin contar saber seguir los pasos a dar una vez estamos ya conectados y haber accedido a lo que deseamos, porque hay que rezar si nos toca pedir algún tipo de información telefónicamente: pulse, diga, haga… Sé que saben perfectamente lo que quiero decir sin mayores explicaciones: todo es demasiado complicado para cualquiera que necesite algo, así que es muchísimo peor para personas que por la edad pueden tener carencias sensoriales esenciales, en relación a la vista y el oído, por ejemplo. Qué sociedad nos estamos dando, tan absurda que nos estresa y nos pone de los nervios a la mínima de cambio. Dicen que Dios creó el mundo en siete días, y siempre añado que podría haberse dado más tiempo y hacerlo un poco mejor, pero si me fijo en los hombres y su sistema social ya me quedo sin palabras, porque peor, imposible. Demasiada dificultad para todo, un exceso de canales de comunicación para sólo constatar la terrible soledad de la gente en general, y de los mayores en particular. No vivimos en ciudades amables, no estamos preparados para algo tan urgente de atender como el cambio climatológico: seguimos talando árboles y los sustituimos por cemento, hormigón y muchas banderas, como para que en lo alto de los mástiles se mueva al viento la constatación de la imbecilidad imperante. A la inteligencia ya le añadimos el adjetivo artificial, porque la natural empieza a brillar por su ausencia. Un desastre, ya les digo, así que mejor no hablar de añadidos tan terribles como guerras, éxodos de gente sin esperanza en origen ni en destino, y demás temas estrella en los noticiarios diarios. Vamos a quedarnos con la belleza de una buena lluvia y el olor a tierra mojada, y con el bienestar que proporciona la contemplación de algo tan hermoso y perecedero como las flores, o de los bosques o las almas de la gente buena; agradecidos cuando podamos comunicarnos sin consignas ni barreras de ningún tipo, con algo tan potente como la palabra y el contacto humano directo.

626. Nada nuevo bajo el sol

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cantaba Sabina aquello de quién me ha robado el mes de abril, y yo me pregunto quién le roba a septiembre su cuota correspondiente de verano, emperrados muchos en que el fin de la estación llega con el de sus vacaciones de agosto. Y no, más allá de que paulatinamente se va prefiriendo el noveno mes del año para irse a descansar, pretendiendo inútilmente huir de masas y carestía, la estación veraniega no termina hasta el inicio de la cuarta semana de septiembre, así que menos prisas: que cada quien saque la ropa otoñal cuando guste y guarde la de baño y toda la parafernalia estival hasta dentro de un año, pero no finiquiten el verano antes de tiempo, que después se acordarán y ya sí que será sólo un recuerdo.

Las prisas, la aceleración, la falta de atención al momento; pasa la vida y siempre estamos igual, ya se sabe que no hay nada nuevo bajo el sol, o casi, pero deberíamos darnos la oportunidad de renovarnos día a día, sin agobios ni precipitaciones, sin empezar a correr hasta que no suene el disparo de salida, incluso sin salir corriendo, aunque todos lo hagan, andando despacio porque nos da la gana. El caso, y la cosa, es que me fui de vacaciones, de Por la Alameda, con el fin de la primavera, y regreso en el auténtico otoño, que para nada coincide con el regreso a la escuela o al trabajo. Un poco de respeto, que todo tiene su momento, no vaya a ser que por ir tan deprisa se descubra bien pronto que no se está yendo a ninguna parte, que esa es otra. A veces creo que el sistema, la sociedad, es como una enorme red que atrapa a demasiada gente, que no tiene cuidado ninguno en no dejarse llevar, que incluso pudiera parecer que se siente a salvo en dicha red, sin tener que moverse más por el inmenso océano. Les cuentan rollos patateros y se los tragan gustosamente, aceptando los infundios como si se trataran de corbatas y foulards con los que adornar sus trajes cortados a medida por la manipulación más burda que podamos imaginar. Son los tiempos que nos toca vivir, qué remedio; pero hay mucho margen de libertad como para no dejarse atrapar, o para saltar de las redes antes de que las recojan.

Foto: Lola Fernández

Algún día alguien me sabrá explicar cómo es posible que una guerra pueda detenerse para vacunar a unos niños a los que en días posteriores masacrarán sin pestañear con armas asesinas; es como si pensaran que en el más allá hubiera virus, cuando la realidad es que todos los monstruos y bichos malos viven a este lado de la existencia. Seguramente ese alguien me dirá que siempre ha sido así, que todo lo malo se repite invariablemente desde que el hombre dejó de ser mono y se puso a jugar roles de un ser supuestamente inteligente; que lo que ahora ocurre es que se le da demasiada publicidad a todo, y encima algunos siguen nadando libres sin dejarse embaucar. Sin embargo, cómo aceptar que no se puede cambiar a mejor, que la evolución humana no nos proporcionó un mínimo de humanidad, aunque sólo fuera eso. Por más que sea muy difícil entender que esta sociedad no aprende de su historia y siempre camina como queriendo repetir sus grandes errores, hay que ser fuertes y no perder las ilusiones. Igual un día se acaban, como por arte de magia, el fascismo, las guerras, el abandono indecente de la ciudadanía a su mala suerte, el desarrollo insostenible que azuza a nuestro planeta a recordarnos cada vez con más frecuencia que no somos nada cuando decide hablar, y todo lo malo que nos rodea. Habrá que seguir nadando, aunque sea a contracorriente, y desear que las redes de la alienación no nos limiten hasta acabar con nuestra fuerza.

625. Sabor a verano

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

¿Recuerdan ustedes aquellos juegos de infancia en los que las protagonistas, básicamente, eran las palabras y las letras? Veo, veo, qué ves…, por ejemplo, o ir deletreando la palabra y con cada letra ir dando significado a un concepto, a base de verbos, sustantivos y adjetivos que empezaran por ella. Así, verano estaría compuesta por un montón de nuevas palabras, que fueran empezando por sus letras, desde la uve inicial hasta la o final. ¿Jugamos? Empezaré yo, por aquello de que estoy sola a este lado; después pueden continuar, si gustan. Lo primero que noto es que no se repite ni una letra, por lo que serán seis los grupos de nuevas palabras que al final nos describan el sabor del verano. Vamos allá…

Verano, con v de: vacaciones, vaguear, valencianos (por los helados), viajar, velas (de los barcos, y de cera para crear ambiente por la noche), visera (contra el sol), vino (y tinto de verano), veladas interminables, vinagre (para el gazpacho fresquito), vuelos (con diferentes y múltiples destinos), ventilador, verbenas, vermú (para el aperitivo), vida, vidorra, vitalidad…

Foto: Lola Fernández

Verano, con e de: estío, echar (la siesta), experiencias (nuevas, a ser posible), embarcadero, espuma, engordar (por desgracia), ejercicio (para adelgazar), equipaje, escaparse, energía para que no decaiga, enfriar las bebidas, espectáculos al aire libre, estela sobre las aguas, euros (cuantos más, mejor) …

Verano, con r de: racimo (de uvas y otras frutas), riberas, redes de pesca, ramas (para ponernos a su sombra), refrescar (cuando cae la noche), raqueta (para juegos de pelota), ranas (croando al anochecer), risas, rebajas, recuerdos (pasados y presentes para el futuro), reencuentros con personas o lugares, relax, rayos y relámpagos (de tormentas de verano), remolonear, recreo (que nunca falte), rompeolas…

Verano con a de: abanico, acuático, azul de mar y cielo, aperitivo, ahogadillas, avispas, airearse, alameda y otros paseos, atascos de tráfico, albaricoques, arena, arboledas (a su sombra) …

Verano, con n de: nadar, nectarinas, navegar, novelas y demás lecturas, nubes, nevera de playa, naturaleza, naves, nísperos…

Verano, con o de: oleaje, orilla, ola de calor, oasis, oxígeno para bucear, ocio, océano, observar las estrellas…

Palabras que proporcionan matices, texturas y colores a la estación estival, con sus largos días y sus noches que, aunque más cortas, son vividas con más intensidad que durante el resto del tiempo. Letras que se vuelven lúdicas a fuerza de asociarlas a conceptos que, con sólo revivirlos, nos llenan de fuerza. Cuando llega el verano, el cuerpo lo nota, y la mente también, así que solo hay que acompañarlos y dejarnos llevar. Que fluya su energía y nos llene el espíritu para todos los días del año, es mi deseo para ustedes y para mí misma.

PD: A disfrutar de los meses veraniegos, con o sin vacaciones: el verano es un placer en sí mismo. ¡Nos vemos en otoño!

Utilizamos cookies propias y de terceros. Si continuas navegando, entendemos que aceptas su uso. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar