Por Lola Fernández Burgos
Estamos muy tontos, tontísimos. Resulta que estoy leyendo la prensa, on line, claro, que ya hace siglos que no cojo un periódico al uso entre las manos, y de repente no se abre la noticia. Horror. Voy a ver si he recibido un correo que espero, electrónico, por supuesto; porque del cartero lo único que sé es que llama para que le abra el portal, y que me deja de todo en el buzón menos una carta de las de toda la vida, de esas que esperabas anhelante y contestabas de inmediato; y leo en la pantalla que no puedo recibir mensajes, que compruebe la conexión. Terror. Voy a llamar por teléfono y sólo comunica, compruebo que no me haya equivocado al elegir número, porque ya ni tenemos que marcar. Socorro. A estas alturas ya me he puesto de los nervios, por favor: ni leer las noticias, ni recibir o escribir mensajes, ni mirar las redes ni nada de nada. En el móvil tengo la opción de desconectar la wifi que no me está funcionando, a pesar de que aparece como conectada, y tirar de datos. Así consigo hablar con mi compañía de nuevas tecnologías y de las de toda la vida, tipo teléfono; y me entero de que en Baza hay un fallo y que se ha caído ni sé qué, pero que es una incidencia general y que por fortuna es lunes y seguramente hay ya operarios trabajando. Que me interrumpen la facturación mientras no se resuelva el problema; vamos, que no me van a cobrar por lo que no puedo usar, y que me regalan un bono de 5 gigas para usar en diez días para navegar sin tirar de las que tengo contratadas. Ah, sí, añaden que el plazo máximo para resolver el entuerto es de 72 horas, y que no me preocupe, que como somos muchos los afectados, que seguramente se arreglará mucho antes… Que no me preocupe, dice, pero a estas alturas ya he entrado casi en pánico, por favor. Se me olvida que con la televisión y la radio estaré lo suficientemente enterada de todo lo importante que ocurra aquí y en el último rincón del mundo: total, para lo que pasa, ignorarlo es casi un alivio. No caigo en la cuenta de que no necesito el teléfono fijo para comunicarme con quien quiera; que para eso ya tengo el móvil, que además es prácticamente gratis hables lo que hables y llames donde llames, más allá de la facturación contratada y con las consabidas excepciones. No me acuerdo de que puedo hacer prácticamente de todo por muchos fallos del servidor y de conexión que haya; pero de repente caigo en la cuenta de que el fallo está en nosotros, y en esta sociedad nuestra.
¿Cómo podemos vivir tan dependientes de algo que hace muy pocos años ni existía? Es que nos quedamos sin cobertura para el móvil, o se gasta la batería, y es como si nos pasara lo peor de lo peor. Ya nos encargamos de añadir al bolso baterías externas y cargadores de baterías externas, y no sé cuántos inventos más para que no nos dé un soponcio porque vamos a estar sin móvil un rato. Es que no somos capaces de dejar pasar unos días sin compartir en las redes sociales con extraños, y algún conocido, lo que hacemos o dejamos de hacer; dónde vamos o no vamos; qué bebemos, o comemos, o por dónde y con quién andamos… No estamos bien, de verdad; no sé cómo hemos podido llegar a este punto, pero hemos llegado, y sin excepción (y si las hay, son para confirmar la regla). Estamos tontos, muy tontos, tontísimos; de eso no cabe ninguna duda; y el que sea una tontería general, no nos excusa ni nos salva, sépanlo ustedes. Así que voy a ver si esta avería técnica me ayuda a concienciarme de la avería general en la que me muevo, y ello me sirve para enmendar errores. Que difícil lo veo, en un mundo en el que si no te adaptas a lo que hay, te quedas tan out como mi wifi en estos momentos. Ah, por cierto, espero que puedan leer el artículo en las próximas horas, será señal de que todo vuelve a la normalidad y he podido enviarlo sin problemas por el correo electrónico. Porque esa es otra, sin Internet ya no podemos hacer casi nada: ¡Me pregunto cómo funcionaba antes el mundo, y, si me apuran, el Universo entero!