Por Lola Fernández Burgos
Hay muchos motivos para el llanto; basta con tener algo de sensibilidad, tampoco demasiada, y sentir tristeza por la cantidad de cosas que podrían ser de otra manera, mucho más generadoras de bienestar, que lo contrario. No sé si es que hay quienes pueden vivir en la inopia, al margen de lo que ocurre a nuestro alrededor, más o menos lejano, pero realidad circundante al fin. Porque no me creo que posean la frialdad de no conmoverse con nada; aunque a veces, al menos a veces, una tiene la sensación de que no se puede acarrear encima con todas las penas del mundo, e igual es que más que frialdad los hay que optaron por la alegría. De acuerdo en que hay demasiadas razones para sentir congoja, a veces propia, a veces solidaria. Que si la infancia sufre es muy difícil reír; que si la justicia es injusta, es fácil la rabia; que si unos derrochan mientras otros malviven entre carencias, imposible mantenerse callados. Es verdad, eso y muchísimas cosas más, de ello no hay la menor duda; pero no sé si el llanto, la ira, el grito, y tanta emoción negativa que muy oportunamente sintamos la necesidad de expresar, nos va a servir para algo más que para vivir en un continuo enfado que sólo nos pone tristes y nos regala una insoportable y estéril impotencia. Sentir el dolor ajeno no ha de conllevar el dolor propio, porque entonces nos metemos en un bucle de aflicción perpetua. Se puede hacer lo mismo, sentir igual y no dejarnos arrastrar por el negativo egoísmo de los tiempos que vivimos, con una actitud positiva y con una apuesta por la alegría. Es como impermeabilizarnos y que lo feo y lo malo no nos traspase y nos cale hasta los huesos.
De manera que no hay que sentirse culpable de estar alegre aunque haya quienes sólo sufran. Si nosotros no contribuimos a ese sufrimiento, y además somos sensibles ante él, también tenemos derecho a estar felices, sin la sensación de que estamos cometiendo un pecado. Pecadores los que generan el dolor de los demás sin importarles nada, sólo para vivir mejor ellos. Pero allá cada uno con su propia conciencia, porque no vamos a cumplir penitencias que no nos corresponden. Quiero quedarme con lo bonito de la vida, que es mucho; y además, lo siento por quienes se sientan en sus tronos de opulencia pensándose superiores al resto de los mortales, lo mejor de la existencia suele ser gratis y estar al alcance de cualquiera. Así que me abrazo a lo que la vida me regala y apuesto sin dudarlo un segundo por lo grato y placentero. Quiero sentirme contenta y entusiasmada, abrazarme al alborozo que me traigan los días, y dejarme ser feliz sin sombras. Pretextos para la felicidad nunca faltan si queremos acogernos a ellos y que nos sirvan de refugio contra la desolación. Quiero dichas, contento y risas, y para ello me basta estar despierta y no levantar barreras. Un amanecer bonito, un cielo espectacular, un paseo por el campo, un baño de bosque, el mutar colorido de las hojas en este otoño tan hermoso para los sentidos, la carcajada de los más pequeños, la sonrisa agradecida de los más mayores, la lealtad de mascotas que se sienten queridas y devuelven con creces el cariño que reciben, ver el vuelo de las aves jugando sobre nuestras cabezas, las flores y las plantas que adornan nuestra vida, las palabras de quienes comparten con nosotros eso que llaman amistad, el amor, despertar con la ilusión de hacer cosas y hacerlas, el sol calentando nuestras horas, la noche regalándonos un techo de planetas, satélites y estrellas, etcétera. Rellenen ustedes las casillas de su propia y personal apuesta por la alegría, estoy segura de que hay muchas cosas a las que aferrarse para mandar al destierro desconsuelos y desdichas.