Por Lola Fernández Burgos
No creo que muchos de ustedes no hayan visto, y sobre todo escuchado, a las molestas cotorras que, introducidas en nuestro país en momentos en que las aves exóticas estaban de moda, han acabado por convertirse en una auténtica plaga de aves invasoras, que están acabando con las especies autóctonas, especialmente con los sufridos gorriones, que ya tienen demasiados problemas para sobrevivir en un tiempo que se les ha vuelto absolutamente hostil por bastantes y variados motivos. Puede que se trate de aves con bellos colores, pero ahí se acaba todo su atractivo, porque son sumamente ruidosas, a base de insoportables graznidos, y campan a sus anchas por jardines y parques, molestando no sólo a otras especies de aves, sino a los humanos, que no sabemos cómo ignorarlas cuando están cerca. Este verano, cuando me encontraba en idílicos lugares para el recreo y el descanso, cada vez que aparecían ejemplares de sus poblaciones, numerosísimas, no podía sino compadecer a nuestros gorrioncillos, absolutamente desplazados y asustados. Confieso que no me era difícil hacer una comparación entre estas cotorras y las hordas de turismo en masa, que tomaban los pueblos y plazas, me moviera por el punto de España que me moviera, cuando, por ejemplo, llegaban las fiestas locales, impidiendo que los nativos pudieran disfrutar con normalidad de sus tradiciones. Era ver a personas mayores, ilusas, saliendo con sus sillas, como toda una vida han hecho, y pretendiendo inútilmente evitar la falta de respeto de masas de foráneos que llegaban los últimos y se colocaban los primeros sin contemplaciones, y de inmediato me venía la imagen de las cotorras en las palmeras y la arboleda en general, dejando bien claro que todo era ya suyo.
Cualquier cosa en su justa medida es perfecta, pero en cuanto se excede en una negativa abundancia, por sus efectos nocivos para el resto, sea animal o humano, podemos hablar ya sin equivocarnos de un aborrecible azote. Y a eso equiparo, sin dudarlo un segundo, a un turismo sobre cuya llegada no se hacen estudios previos y previsiones para que el disfrute general no deje de darse, tanto para quienes somos de aquí, como para quienes vengan de fuera; porque digo yo que ante las hordas, todos las sufrimos, foráneos y nativos. Es verdad que el turismo es esencial hoy por hoy para nuestra economía, con ineptos gobiernos sin iniciativas de reactivación, cegados y obsesionados en una austeridad que sólo nos hunde más en la miseria; pero si no hay planes de sostenibilidad, tal factor económico reventará, como lo hizo la burbuja inmobiliaria, y con las mismas nefastas consecuencias que ésta. Y entonces será muy tarde para actuar. Como lo empieza a ser para hablar de un claro peligro de extinción de los pobres gorriones, con 25 millones de ejemplares desaparecidos en menos de dos décadas, que se dice pronto. Cada vez tienen menos huecos y árboles en donde vivir, con una contaminación y temperaturas en aumento, con la sequía, con cientos de pueblos despoblados, con un creciente número de depredadores, y encima con el añadido de las especies invasoras que los expulsan de sus territorios sin la menor dificultad. Así que es ver, y escuchar a las odiosas cotorras, y no puedo sino compadecerme de los gorriones y, con ellos, de nosotros mismos. Mal futuro nos espera si caemos víctimas del desarrollo insostenible, puesto que, por definición, es por completo incompatible con el progreso.