Por Lola Fernández Burgos
La desobediencia es la virtud original del hombre. Mediante la desobediencia y la rebelión se ha realizado el progreso.
Oscar Wilde
Lo que más me gusta de la vida es que el ir cumpliendo años te añade sabiduría vital, de esa que no se aprende en los libros, sino con las experiencias personales, sean positivas, negativas o indiferentes, si es que sabes extraer consecuencias de ellas. Y lo mejor es ir renovando la rebeldía, con o sin causa, pero rebeldía al fin. Nada más mortecino que difuminarse en los contornos de la masa no pensante. Eso que decíamos de adolescentes, que tuvimos que serlo, qué le vamos a hacer, de que no queríamos ser borregos… Pues algunas, y algunos también, sin duda, cumplimos nuestro firme propósito de entonces: el de tener personalidad propia y el de elegir nuestro camino de felicidad personal, no el sendero marcado para que los demás se sientan felices. La de personas que conozco que son desgraciadas por jugar a gustar, en vez de vivir con gusto lo que desean en realidad. La de gente que en vez de sentir, pensar, creer…, juegan a adaptarse a las expectativas ajenas, perdiendo siempre, por supuesto. Y es que la única manera de ganar es optar por nosotros, no por los demás. Sí, es verdad, se escucha mucho eso de a mí no me importa lo que piensan los demás, pero ay, del dicho al hecho hay mucho trecho…
Así que un maravilloso ejercicio es el de renovar los votos de rebeldía, no lo duden ni un instante. No es egoísmo, para nada. Y eso que desde que somos egos, el ser egoístas no es en absoluto algo extraño. Yoísmo, lo llaman así para despreciarlo; pero si no somos nosotros mismos, seremos lo que ni se sabe qué. Una cosa es quedarse en el culto al yo, al ego, algo insufrible y de gente tonta y vanidosa; y otra muy distinta es elegir aceptarnos y tener claro que, en caso de conflicto, resultaremos los vencedores, porque no hay que ser siempre unos perdedores. Por mucho que nos eduquen en la idea de que hay que ser obedientes, desobedecer es algo fascinante. Y hablo de una desobediencia de personas adultas, no de niñas y niños malcriados. Y como decía, se trata de optar por lo personal, cuando surja un dilema ante lo grupal. Porque si no hay distorsión, pues como que todo irá de maravilla y sin problemas. Si no hay oposición de intereses, si no se dan posturas enfrentadas, entonces mejor que mejor, porque no hay que elegir. El quid de la cuestión aparece cuando queremos hacer algo y hay un choque entre el quiero y el debo. Que ya está bien de obligaciones, de deberes, de imposiciones, de compromisos. No me da la gana de hacer lo que no quiero, sólo porque se supone que es lo que debo hacer. ¿Rebeldía? Pues llamémoslo equis. Me voy a los sinónimos y aparecen: desobediencia, indisciplina, contumacia, obstinación, indocilidad, indomabilidad, levantamiento, pronunciamiento, revolución, sublevación e insurrección. Madre mía, ni una sola palabra con matiz positivo. Pero es que en los antónimos aparecen acatamiento y sumisión. ¿En qué quedamos? Porque entre ser sumisa o ser rebelde, lo tengo tan claro… Lo siento por los señores, muchos, y las señoras, poquísimas, académicas de la lengua española, pero ser rebelde puede ser lo más positivo de nuestra personalidad. Pero claro, para serlo, e incluso para entenderlo, hay que tener eso mismo: personalidad.