Por Lola Fernández Burgos
Nos están matando. A las mujeres nos están matando. A puñetazos y patadas, a golpes asesinos, a cuchilladas…, de todas las formas posibles que existen para matar; para arrebatar una vida por vivir, sin más motivo que porque sí, y porque no pasa nada, lo estamos viendo, no pasa nada de nada. Antes decían que es que no se denunciaban los malos tratos para evitar que acabaran en muerte, y ahora resulta que da exactamente igual que se denuncien, porque nadie hace lo más mínimo para que la estadística de asesinatos machistas deje de crecer y crecer y crecer. Las pobres mujeres maltratadas piden auxilio a la Policía, a la Guardia Civil, en los Juzgados, en los Centros de Mujeres (esos que se financian con nuestros dineros para ayudar a las mujeres) …, y nadie impide que acaben muertas a manos de esos hombres que no son tal y que les tocó en una vida que se les transformó en infierno. Lo peor de la estadística, no se nos olvide, es que detrás de cada frío dato hay una tragedia, no ya sólo personal, sino familiar. Con cada mujer asesinada muere de dolor en vida toda su familia, que llora desesperada sin comprender por qué el sistema no les ayudó para que no tenga que enterrar a personas completamente inocentes y desamparadas.
Nos están matando, y están matando a nuestros hijos e hijas, sólo con la intención de hacer aún más daño. Porque a una madre se le incrementa el terror del maltrato cuando se le toca a los hijos. Lo llevamos viendo desde hace mucho: los cobardes, que tienen la osadía de creerse hombres, cuando no pueden llegar a “sus” mujeres, que es que piensan que les pertenecen y por ello pueden hacer con ellas lo que les plazca, atacan directamente a los niños y niñas que llevan la desgracia de padecer el insoportable ambiente de maltrato en sus casas desde el nacimiento. Los atacan hasta la muerte, sin más, sin titubeos, como quien se bebe un vaso de agua; total, están hartos de infringir dolor, un paso más no les debe de parecer demasiado. Los hay que después se quitan de en medio, tan valientes como siempre; que es que nunca entenderemos por qué, si van a quitarse la vida, han de hacerlo llevándose antes por delante a seres inocentes que sólo tuvieron la desgracia de toparse con semejantes repugnantes asesinos. Y los hay también que se quedan tranquilos esperando que la Justicia sea tan benévola como lo es ante su historial de maltrato continuado. No sé cómo pueden dormir tranquilos los Jueces y las Juezas que toman decisiones que después acarrean muertes de inocentes que ellos podrían haber evitado decidiendo a favor de las víctimas y no de los verdugos, como ocurre un día sí y el otro también.
Todos y todas deberíamos ser Juana Rivas, la granadina que no quiso darle a los hijos a un exmarido maltratador. Conocemos perfectamente el caso, y sabemos que se le ha atacado judicialmente a ella, en lugar de protegerla. Sabemos que se ha hablado de secuestro, de mala madre que les roba a los hijos el derecho de disfrutar de su padre, y demás cosas alucinantes como se han dicho y defendido; y no sólo por hombres, también por mujeres, y, lo que es aún más increíble, por madres. A nadie le ha importado que los hijos se queden sin su madre, que se les haya entregado a alguien que se ajusta al perfil, ya lo vemos, no es paranoico pensarlo, de un posible asesino para atacar a una madre que escapa del maltratador. Se ha defendido al castigador, no a la víctima del castigo; es más, se ha hecho de esta la culpable y hay una sentencia de años de cárcel sin poder ver a sus hijos. No, no estamos bien, esta sociedad está enferma cuando bautiza el instinto maternal como secuestro, como delito que hay que perseguir y atajar. Después de qué sirven los minutos de silencio, si ni aunque fueran horas podrían tapar la vergüenza de un sistema machista y patriarcal, que sólo defiende a los hombres y que se olvida de las mujeres. Pero esto no puede seguir así, porque nos están matando, y están matando a nuestros hijos e hijas; y no es un delito tratar de preservar su vida, es sólo instinto maternal.