Por Lola Fernández Burgos
Aunque indudablemente romántico, lo de bailar bajo la lluvia es, hoy por hoy, prácticamente una quimera, un sueño imposible donde los haya. No recuerdo ya cuándo fue la última vez que me quedé hipnotizada tras los cristales viendo llover, pero de verdad, no cayendo tres gotas de barro, que más que refrescar lo llenan todo de lodo y nostalgia de la autentica lluvia, esa que cae sin contemplaciones y corre por las canaletas, entre chapoteos y salpicaduras. Charcos, quiero charcos en los que se reflejen los vuelos de las aves cuando salen contentas a volar al ver que las nubes se alejan… Y no quiero volver a escuchar los motores de las avionetas rompenubes, esas que se dedican a la siembra de nubes, lanzando sobre ellas yoduro de plata para romper su equilibrio y espantar la lluvia, disipándolas. Mira qué desgracia tenemos en estas tierras, que somos víctimas de tan delictiva práctica que no se sabe quiénes la permiten, pero cuya existencia es absolutamente cierta, porque si no, no se entiende que la misma Guardia Civil tenga un teléfono a disposición ciudadana para denunciarla…
Tristemente, la ausencia de precipitaciones en esta sequía tan prolongada, tiene más que ver con el cambio climático que padecemos con clara evidencia desde hace demasiado tiempo, pero si encima espantamos la poca lluvia que se cierne sobre nosotros, pues es para enfadarse seriamente. Pero aquí sólo nos cabreamos, inútilmente por cierto, la ciudadanía, y quienes tienen la obligación de actuar no hacen nada de nada. La repoblación forestal, para qué van a planteársela siquiera, cuando se mueren nuestros bosques y no hacen sino mirar a un lado y otro, esperando a que las soluciones surjan solas, como por arte de magia. En nuestra sierra parece que han empezado a hacer algo, ni se sabe por qué han dejado pasar tanto tiempo sin responder efectiva y tajantemente; pero es desolador la imagen de los pinares, por aquí y por allá, a poco que te muevas un poco por la naturaleza nuestra. Ver las ramas cuajadas de nidos de procesionaria, espanta; y duele ver la inacción de quienes deberían estar luchando contra ello sin descanso. Las medidas me parecen, una vez más, una manera de hacer ver que se hace algo, una foto y poco más, en lugar de hacerlo realmente.
Igualmente preocupante es comprobar cómo la sequía está dejando sin agua los pantanos de la provincia de Granada, y de España en su conjunto. Nuestros embalses languidecen ante una mirada que sólo puede estar triste y nostálgica de tiempos mejores. Por aquí cerquita tenemos el Negratín, el Portillo, San Clemente; y en la capital, Quéntar y Cubillas… y sólo quedándonos con ellos, a menos de un tercio de su capacidad, la inquietud no puede dejar de aparecer, porque en este caso sólo nos queda mirar al cielo y esperar que se acerquen salvadoras tormentas que aneguen con la lluvia una tierra demasiado seca ya. Por no hablar de los jardines y de los árboles frutales, marchitándose sin que podamos hacer demasiado. Porque si seguimos así, no es que vayamos a tener malas cosechas, es que se van a secar los mismos árboles y plantas, con lo que ello implica de nefastas consecuencias económicamente hablando. Si el presente es oscuro, el futuro se presenta negro, y no precisamente por un cielo que anuncie tormentas y lluvias. Así que sólo nos queda desear que finalmente llueva y llueva sin parar y sin causar destrozos, permitiéndonos salir y bailar bajo la lluvia, sin ruidos de motores de avionetas fantasmas, y con el único sonido de los truenos y el repiqueteo del agua sobre los campos y las calles de nuestra ciudad.
– Lola Fernández Burgos