Por Lola Fernández Burgos
En lo profundo de sus raíces, todas las flores mantienen la luz
Theodore Roethke
Por favor, la naturaleza esta esplendorosa: es un momento en que, si crees en ella, hay un espíritu sagrado en cada uno de sus elementos. En los campos, una transformación mueve por ellos a los humanos; y las máquinas y los hombres y mujeres jornaleros que tienen en la tierra su trabajo, pasan horas sin descanso y sin desmayo. Cada día es diferente, por la acción natural, y por las labores humanas, que dejan una huella muy reconocible tras de sí. Al igual que hay personas que gustan de pasar horas frente a una nueva obra de construcción, entre las que me encuentro sin duda, dedicar ahora el tiempo a la contemplación de sembrados, huertas y terrenos, es un pozo de sorpresas sin igual. Totalmente recomendable para quienes no lo hayan experimentado, con la seguridad de que si lo hacen, repetirán. Y es que si la flora está en un momento de máximo fulgor, qué decir de las aves, por quedarme con ellas de entre toda la fauna. Los pájaros están preparando los nidos ahora que parece que frio y lluvias se irán definitivamente, y se afanan para nuevas vidas. Los cantos y ritos pajareros son de tal riqueza que sólo los sordos y ciegos pueden sustraerse a semejante belleza. Imposible no ser feliz entre tanta fuerza natural que se manifiesta en múltiples formas y esencias. Es conocido que los terapeutas del espíritu recomiendan baños de bosque para ahuyentar penas y tristezas. Pues añadan la campiña y las praderas y las playas y riberas de los ríos a los bosques, y la terapia para la felicidad será completa. Nunca lograr el bienestar está más al alcance de las manos; apenas hay que hacer nada para tocar el cielo con los dedos, sólo estar bien despierta sensorialmente. Porque en contra de lo que ocurre en otras ocasiones y aspectos de la vida, aquí la multiplicación de estímulos nunca es un exceso.
Y entre todos los milagros de este tiempo, las flores son el prodigio que me puede parecer más regalo de los dioses. Porque a la belleza que inunda nuestra vista, hemos de añadir su fragancia llenando el aire de olores fascinantes que a veces es difícil reconocer por dónde nos llegan y de dónde proceden exactamente. Vas paseando y los aromas te embriagan: azucenas, jazmines, clavellinas, celindas, los mantos de flores silvestres que llenan de colores las hierbas, y muchas más flores que desprenden su olor particular y propio. Pero entre todas esas flores, me quedo con las rosas, porque si maravillosos y variadísimos son sus colores, qué decir de su aroma cuando huelen, que es casi siempre. Por eso estos fascinantes días que vivimos en mayo, mes que no podía conocerse sino como el de las flores, yo los llamo tiempo de rosas, por su intensidad y perfección casi divina, por su resplandor y plenitud, por regalarnos tanto en cientos de especies y miles de variedades. Tiempo de rosas que transforma la monotonía en paraíso y que convierte la vida en un jardín, con lo que ello implica de diversidad y disfrute, de oasis en el que encontrar refugio y alivio cuando lo necesitamos, a salvo de dificultades y cansancio. No lo duden, disfruten de este tiempo con pasión y entusiasmo, y olviden que en los rosales conviven rosas y espinas; ya tendremos el resto del año para caer en la cuenta, que para lo menos bueno siempre hay otros momentos.