Yo nací en el número cinco
de la Cava Alta de Baza,
donde el tiempo se quedaba quieto
mientras el balón rodaba.
Jugábamos en la placeta,
mi primo Manolo a mi lado,
el Reina, el Francis, Antoñico
el de las Lejías, siempre entregado.
Antonio Belmonte y el Egea,
nombres que aún guardo en el pecho,
porque allí, en aquellos partidos,
éramos eternos, sin techo.
Desafiábamos a Rabalía,
a la Tamasca, rival sin igual.
Gritábamos goles al aire,
jugando sin miedo a fallar.
Pero el tiempo, aunque callado,
siempre avanza, siempre empuja,
y crecí dejando la Cava Alta,
con la infancia como una burbuja.
Me mudé a la Plaza de la Eras
y en las Casillas seguí mi andar.
Allí, en el Colegio Francisco de Velasco,
aprendí entre lápiz y azar.

Luego vino el instituto,
mi época dorada en la pista,
donde el atletismo forjó mi paso
y la vida se volvió más lista.
No fue fácil, lo sé, lo siento,
la historia y los golpes dejaron señal.
Pero supe alzarme del viento,
y caminar firme, sin mirar atrás mal.
A mi madre le debo el coraje,
a mis hermanos y cuñados la fe y la razón,
me dieron lo justo y necesario
para escribir mi propia canción.
Hoy miro atrás con cariño,
sin rencor, sin pesar, sin temor.
Porque en cada piedra del camino,
se forjó este hombre, con valor.
Jesús Jiménez López, bastetano.