641. El valor de las pequeñas cosas

Por Lola Fernández.

A veces, las localidades no tienen un importante patrimonio histórico que mostrar a propios y visitantes, pero poseen buen gusto y miman y cuidan sus rincones, sabedores de que la vida es para disfrutarla, lo que se consigue a través de los sentidos y las sensaciones placenteras, por quedarnos a un nivel básico y, sin embargo, esencial. Una simple plaza bien cuidada, alguna fuente junto a las que gusta sentarse, jardines arreglados en los que descansar la vista y contentar el espíritu; no sé, todos sabemos qué detalles logran que un lugar guste verlo y volver en algún momento. Leo que no se ha concedido a Baza nada para recuperación y puesta en valor de los monumentos, ignorando los proyectos presentados por el Ayuntamiento…, y siento que es una pena, desde luego, aunque acto seguido pienso en la de cosas que se pueden ofrecer a los bastetanos y quienes nos visitan, sin necesidad de llevar a cabo esas propuestas referentes a cenadores y refugios antiaéreos de la Guerra Civil. Está muy bien arreglar el patrimonio histórico, aunque a veces, y no se me enfade nadie, incluir en él ciertos elementos en un estado absolutamente deplorable, es algo sencillamente increíble. Como está muy bien también que en los planes generales de ordenación urbana se busque preservar la imagen y proteger el patrimonio cultural, en sus diferentes aspectos arquitectónico, arqueológico, urbano, etc. Lo malo es incluir en las normas de protección zonas que más que antiguas son viejas y decadentes, con lo que se condena a morir calles y barrios en los que cualquier reforma se encarece por no poder derribar y edificar, siendo obligatorio preservar el exterior. Vamos, eso está muy bien cuando hablamos de edificios con valor real, que es imperdonable que se tiren sin más. O de lugares que tienen importancia por su historia, como la casa en la que vivía Cervantes, que, por cierto, se tiró sin más miramientos, evidenciando carecer de luces, por lo menos culturales. Pero si subimos, por ejemplo, desde la calle de los Dolores por la calle Zapatería, me puede alguien explicar por qué no se puede edificar sin restricciones en la inmensa mayoría de los solares, ocupados por viviendas que nunca tuvieron más valor que el de ser las casas de unas familias ya desaparecidas. Es que los planes, más allá de ser muchas veces un simple copia y pego de otros de lugares lejanos en todo, han de ser razonables y tratar de evitar problemas, no crearlos.

Foto: Lola Fernández.

A ver, hay que ser realistas y prácticos, y si no hay ayudas para arreglar cenadores, ¿no se ha pensado nunca en abrir al público, permanente y gratuitamente, los jardines del Palacio de los Enríquez, como un complemento de la Alameda, para disfrute de todos, aunque por la noche se cerraran? Y si en vez de sólo centrarse en querer reformar, se insistiera también en cuidar lo que se crea nuevo, eso sería ya el colmo de las cosas bien hechas. Si una está de repente en una plaza bastetana tan céntrica como Trinidad, en la que se invirtió bastante tiempo y dinero para cambiar su aspecto, y se encuentra con su estado actual de abandono, no cabe sino preguntarse qué nos ofrecemos y qué les ofrecemos a quienes vienen a conocer nuestra ciudad. Basta mirar detenidamente la imagen de hoy para sentir desazón y vergüenza, y para preguntarse si esto es todo lo que se puede hacer, y si creemos que así vamos a dejar en la gente que viene de fuera deseos de regresar. En fin, no sé, igual hay que olvidarse de ideas peregrinas y darles mucha más importancia a los detalles, que no se nos vaya a olvidar que no hay grandeza que valga si no atendemos a las pequeñas cosas. Después de todo, los sentidos, las auténticas ventanas del alma, se conforman con muy poquito para hacernos dichosos: les basta algo tan sencillo y elemental como la belleza y lo bien hecho.