Por: Lola Fernández.
Cuando escucho a alguien despotricar contra la Administración, no puedo sino sonreírme interiormente pensando en que casi todos nuestros actos en esta sociedad son administrativos, quedando registrados muchos de ellos: desde el certificado de nacimiento al de defunción, pasando, por poner algún ejemplo, por matrimonio, divorcio, nacimiento de hijos, compraventas diversas, etcétera. En paralelo, negar la importancia de la Política es tanto como obviar que prácticamente todo es un hecho político en una u otra forma de manifestarse: apostar por los servicios públicos o desmantelarlos paulatinamente para apoyar el ámbito privado, repartiéndose el erial público con los mejores postores, es una decisión política; como lo es ignorar que los impuestos sirven para paliar las necesidades ciudadanas, sabiendo muy bien que las rebajas fiscales a los ricos es sólo una manera más de robar a los que no lo son; como es igualmente una apuesta política dejar de contemplar ayudas económicas en los diferentes presupuestos para los museos y las universidades públicas, dando millones a universidades privadas innecesarias de acuerdo a la demanda, y a los empresarios de algo tan poco cultural como son los toros y los festejos relacionados, cada día, por cierto, con menos espectadores.
Así que decir que todos son iguales es, ni más ni menos, que una absoluta mentira: no es lo mismo reducir las jornadas laborales e incrementar los sueldos, que explotar a los trabajadores; o luchar por la expansión de los derechos frente al intento de desmantelarlos; o crear vivienda asequible para todos, y en especial para la juventud, empezando por los pisos de estudiantes, que a día de hoy son prácticamente un lujo al alcance de muy pocos, que reconvertir cada día más viviendas en pisos turísticos, cargándose barrios y ciudades, a la vez que haciéndolo sin importar que haya que echar a la calle a personas, muchas veces ancianas, que no tienen a dónde ir, por lo que no es infrecuente que prefieran suicidarse. No, no es lo mismo pensar en el bienestar general, que hacer todo lo posible para empoderar a un grupo de amiguitos a costa del malestar de una inmensa mayoría. Y quien diga lo contrario, o es un ignorante, y debería informarse bien para solucionarlo, o es un cínico, o está muy ciego. No todos son iguales, por fortuna, y eso está por encima de ideologías, porque es cuestión de principios: se puede ser de derechas o de izquierdas, faltaría más; lo que no se puede es ser mala gente, tratar de acallar la verdad a base de bulos y patrañas, negar lo evidente y querer que se comulgue con piedras de molino. Y me detengo un momento en el verbo negar, para resaltar la relevancia de ignorar o no las consecuencias del negacionismo en general: de la eficacia de las vacunas, del cambio climático, del avance del neofascismo, de la legitimidad de gobiernos salidos de las urnas por mucho que no les gusten a quienes sólo buscan machacarlos y subirse al poder que el pueblo no les concedió, de la importancia de un sistema fiscal poderoso progresivo e igualitario, de la necesidad de seguir los cauces democráticos que marcan nuestra Constitución y las leyes y demás normas a ella supeditadas por el principio de jerarquía normativa; en definitiva, del negacionismo frente a la ciencia, el progreso y las reglas de juego de la democracia. Así que no me digan que todos son iguales, porque, al contrario y felizmente, nada tienen que ver los unos con los otros; y lo repito una vez más, si me dan a elegir, sé muy bien con quién me quedo.