632. Cómo ha cambiado todo

Por Lola Fernández.

Cantaba la gran Mercedes Sosa, la Negra, la voz de América Latina, un precioso tema llamado Todo cambia:(…) Y así como todo cambia/ Que yo cambie no es extraño (…), decía entre sabios versos; si no lo conocen, les animo a escucharlo. Es obvio que todo cambia, de no ser así seguiríamos en plan troglodita; y nosotros mismos somos un puro mutar, poco a poco lo vamos reconociendo. La cuestión es que si se cambia para mejor, perfecto; pero ay, lo malo es cuando es para peor, tanto a nivel personal como respecto al mundo que nos circunda.  Un cambio más que evidente en la actualidad es el climático: quién nos iba a decir que casi acabando octubre se puede viajar a las zonas costeras y, si se saca tiempo, bañarnos en el mar, en aguas nada frías. Es lo que he hecho hace apenas unos días, volviendo a unos pueblos que visité en agosto; cierto que ahora había mucha menos gente, cosa que no viene nada mal, y que es más fácil salir a comer fuera sin necesidad de reservar con una semana de antelación, o casi más fácil, porque aún se llenan los restaurantes y bares, qué barbaridad. La verdad es que vayas donde y cuando vayas, hay un gentío, pero la cosa es más llevadera, porque lo que en verano parece una feria continua, en el temprano otoño se asemeja más a días de fiesta sin más. El caso es que recorriendo cómodamente calles en agosto atiborradas, ahora mucho menos concurridas, me encontré delante de la fachada de un bar de arroces y pescado, toda ella cubierta con grandes fotografías en blanco y negro con motivos de la vida de los pescadores allá por los años 60; aprovechando que era su día de descanso y las mesas exteriores estaban vacías, tomé unas cuantas fotos, una de las cuales acompaña este artículo.

Foto: Lola Fernández

Observando, tranquilamente ya en casa, la imagen, no pude sino exclamar: ¡Cómo ha cambiado todo! La fotografía local nos lleva en una sola mirada a aquellos veranos de entonces, en mi caso los de mi niñez; y, no sé si porque la infancia es la más bonita época de nuestras vidas, o por qué, pero qué maravillosos recuerdos. Una instantánea en ese mismo lugar, hoy sería absolutamente diferente: para empezar, la naturaleza, pinos y dunas, que llegaba hasta la misma orilla, hoy queda oculta, si es que existe, tras filas de edificios que se lo van comiendo todo a velocidades de vértigo; para continuar, los bañistas que se ven disfrutando relajadamente de la playa, paseando felices, hoy estarían constreñidos por hamacas de alquiler y un mundo cuasi infinito de sombrillas, entre un ruido incomprensible y multitudes que van y vienen; y para terminar, porque se me hace impensable siquiera imaginar que los pescadores pudieran estar con sus labores en plena armonía con el entorno. La fotografía, más que del pasado, se me antoja de ciencia ficción, qué quieren que les diga; tanto y de tal manera cambió todo, y no precisamente a mejor. Hay un antes y un después, y no me remito a las décadas del boom turístico en España, sino a un hecho mucho más reciente, como fue la pandemia y su confinamiento: creí que tras ellos aprenderíamos a paladear la vida sorbito a sorbito, pero más bien ocurrió que las masas salieron, atropelladamente, a zampárselo todo a dentelladas. No soy muy de nostalgias, pero miro esa foto y no puedo sino añorar la suave cadencia que transmite, si tuviera que ponerle música, seguramente sería algún allegro barroco; mientras que, si miro una imagen de playas y calas saturadas, de esas que todos tenemos en la retina, el heavy de ACDC sería como una nana, porque se precisaría algo mucho más fuerte.