Por Lola Fernández.
Me gusta de la fotografía que hace posible atrapar momentos que quedan plasmados en una imagen a la que podemos añadir lo invisible a los ojos ajenos, pero tan vivo en nosotros. Los sentidos todos se activan ante ciertas instantáneas atrapadas en cualquier tipo de soporte, pero no al modo de mariposas disecadas, tan bellas y tan muertas, sujeta su fugacidad con alfileres, sino como reflejos de vida titilando quedos, casi imperceptibles. Con respecto a las fotos, tengo comprobado que el paso del tiempo las mejora a la mirada personal y propia: es como si recién hechas hubiera siempre, o por lo general, cierto grado de desilusión desde lo imaginado, o visto, hasta el resultado final, que se esfuma con el tiempo, cuando queda la fotografía obtenida, y se olvida la deseada. Claro que eso ocurría mucho más con las cámaras fotográficas analógicas, puesto que con las digitales, o los mismos móviles, poca ocasión se da para desilusión alguna, cuando podemos repetir una y otra vez, hasta conseguir lo que queremos. Sin embargo, aun así, cuanto menos recientes, más atractivas nos suelen parecer las imágenes; sin entrar en la presencia de las ausencias, algo siempre doloroso, pero que enriquece exponencialmente algunas fotografías, que pasan a sernos casi un tesoro, cuando antes carecían de ese valor añadido de mostrarnos vivos a nuestros seres más queridos, ya ausentes.
Mirar fotografías nunca es algo sin importancia, lo hagamos a solas o en compañía de amistades o familiares; y eso se potencia por todas las cosas que no se ven en ellas, pero que son su esencia y lo que hace que perder nuestras fotos, por el motivo que sea, pueda constituir todo un drama. Con ocasión del terrible y dantesco incendio de un edificio en Valencia, ocurrido el otro día, escuchaba a una superviviente que lo había perdido todo: estaba sobrecogida, tanto como podemos imaginar cuando todos nos hemos sentido tan mal, y al tiempo que valoraba muchísimo estar viva, a la pregunta de qué era lo que más sentía haber perdido por el fuego, cuando no le queda nada, decía que sus fotos, que no podría recuperar, puesto que también habían ardido el ordenador y las memorias externas. Y la entendí perfectamente, porque nunca he podido superar la tristeza de haber eliminado permanentemente alguna fotografía importante; puedes tener miles de fotos, pero esa que perdiste para siempre nunca la vas a olvidar.
Me detengo en la imagen de este artículo, no tiene ni un año desde que la tomé en tierras asturianas, así que recuerdo perfectamente el momento en que realicé la instantánea. En ella se ven unos fardos de heno y una barca entre la hierba, bajo un árbol que la cobija; al fondo, el mar, como telón idóneo para esa barcaza anclada en la tierra. Siempre me han gustado las pacas de hierba, rectangulares o cilíndricas, y verlas diseminadas o apiladas en los campos, como esperando a ser recogidas y trasladadas lejos de allí. Y aún más me gusta la esporádica visión de los barcos fuera de su hábitat natural, como en un retiro calmo después de surcar las aguas marinas, mucho más peligrosas que el viento o la lluvia en tierra. Me pregunto, si es que los barcos sienten, qué sentirá ese, entre las flores silvestres, pudiendo oler el mar, tan cercano, pero atado a un destino terrestre hasta que no quede resto de él. Y al observar la fotografía, veo, o recuerdo, lo que no se ve en ella: la lluvia estival que cayó mientras me entretenía en ponerles música de jazz a las vacas que me rodeaban, logrando que alguna se acercara con curiosidad mientras el resto la miraba rumiando su aburrimiento; mi alegría porque la selección femenina de fútbol ganó uno de los partidos que la llevaría a conseguir el campeonato mundial; la mezcla de olores en el aire; y hasta el coche de picoletos, extrañados de haberme visto a su ida y que siguiera allí a su vuelta… Todo eso y mucho más puede caber en una simple fotografía, más allá de su buen o mal encuadre, la luminosidad, el enfoque y todos esos elementos objetivos para una buena imagen; y qué poco importa eso para que ella nos sea indispensable.