Por Lola Fernández.
Estaba yo paseando por esos caminos de la vega bastetana cuando, en la entrada de una finca, me encontré un letrero que decía prohibido el paso a toda persona ajena, lo que no sólo llamó mi atención, sino que me hizo empezar a cavilar acerca de la ajenidad y algunos conceptos relacionados. Si hablamos de lo ajeno respecto a las cosas materiales, no me resulta demasiado extraño, pues algo que no te pertenece te es ajeno; pero si se refiere a las personas, se me dispara la imaginación. Personas ajenas, sí, pero en relación a qué: a la finca que no es nuestra, a sus moradores, al aire que allí se respira… Si hay un único propietario, qué hacemos con el resto de gente que pueda vivir allí para no considerarla ajena. Si recurro a los sinónimos de ajeno, me encuentro con extraño, foráneo, extranjero, forastero, diferente, distinto, diverso; incluso, indiferente. Pienso en esos habitantes, y me parece que, si son varias personas, también serán diferentes, distintas y diversas entre sí; lo de extranjero, forastero o foráneo, me hace imaginar que alguna de ellas sea no nativa de Baza, con lo cual igual ni los mismos que vivan en la finca puedan acceder a ella, dada su condición de ajenos. Por no hablar de la indiferencia recogida en la definición de ajenidad, puesto que si un día estás digamos que pasota y todo te es ajeno, ya no podrás entrar en esa casa, con lo cual empiezo a pensar que estamos ante un predio ciertamente cuasi inexpugnable.
Yendo más allá de una prohibición de paso, y no entrando en la existencia de una hipotética servidumbre que pudiera inutilizar tal prohibición, qué significa exactamente ser una persona ajena. El diccionario habla también de perteneciente a otra persona para referirse al adjetivo ajeno, así que si alguien está enamorado y le dice a su amor te pertenezco, de inmediato deja de ser ajeno, y, mientras elucubro que ya podría entrar en el corazón de la persona amada, me digo que empieza a ser suficiente, que el cartel no da para más. Aunque la verdad es que me parece muy oportuno, en estos tiempos que vivimos, lo de personas ajenas. Hay tantas realidades que deberían importarnos de verdad, y ante las que permanecemos al margen y totalmente neutros, como si no nos correspondiera tomar partido y nos fueran ajenas, que lo experimentamos día a día. Si algo ajeno es algo impropio, que no nos pertenece en exclusiva, lo propiamente nuestro tal vez acabe convirtiéndose en puro egoísmo, en ausencia de solidaridad, y en nula generosidad. Tendríamos que entender que igual todos llevamos, colgado de nuestro pensamiento, un cartel que dice eso precisamente: Prohibido el paso a toda persona ajena. Y quien dice persona, dice causa, motivación, lucha, interés, objetivos; porque no es nada extraño en esta sociedad que cada vez haya más lobos solitarios, cada uno a lo suyo, en sus parcelas de bienestar y sin mover un dedo, ni una idea siquiera, por algo que no les ataña directamente; es así, lo que no les incumbe, les es absolutamente ajeno.