Autor: Juan Antonio Díaz Sánchez, Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino.
“Al carro de la cultura española
le falta la rueda de la ciencia.”
Santiago Ramón y Cajal.
Pareciera que todo le fuera un juego de niños a la pequeña Angelita, que así era como la llamaban todos en casa y en la escuela, cuando en aquellas tardes estivales en las que florecía la canícula aguileña, ella jugaba con sus amiguitas en las playas de dicha localidad murciana. También disfrutaba muchísimo cuando asistía, acompañada por sus padres y hermanos, a observar el ocaso del día en la playa de poniente, sita ésta a las faldas del castillo de San Juan de las Águilas, que fue una fortaleza dieciochesca diseñada por el célebre ingeniero militar, Sebastián Feringán, y mandada construir por Fernando VI, el rey Prudente, para vigilar y proteger dicha bahía murciana. Sin lugar a duda, un lugar privilegiado para ver semejante espectáculo que la naturaleza, gracia de la Creación Divina, nos regala a diario.
Aquella niña, que vivía una infancia muy feliz en Águilas, nació el 23 de noviembre de 1903 y era la segunda hija de los once que tuvieron el matrimonio conformado por el Dr. don Alejandro Santamaría de la Paz y doña Ángela Giménez Gris. Además de ella, tres de sus hermanos también fueron médicos: Juan, Francisco y José Luis. El Dr. Santamaría fue médico titular de dicha localidad y de «The Great Southern Spain Railway Company Limited» que fue la compañía inglesa encargada de llevar a cabo la construcción y explotación hasta su nacionalización, una vez finalizada la Guerra Civil Española con el nacimiento de RENFE, de la línea ferroviaria Águilas-Lorca-Baza. Sin lugar a duda, Angelita pudo lograr alcanzar a ser la eminencia médica que fue, en primer lugar, gracias a sus altas capacidades, inteligencia, sagacidad, mérito, esfuerzo y trabajo; y, en segundo lugar, gracias a tener unos padres maravillosos que jamás se rigieron por los convencimientos sociales de aquella época como veremos más adelante.
Angelita estudió sus primeras letras en las escuelas unitarias femeninas que había en la localidad aguileña. Debido a la carencia de Instituto de Bachillerato en dicha localidad, nuestra protagonista estudió por libre en Águilas y examinándose en el Instituto General y Técnico de Murcia, obtuvo el título de Bachiller. Junto a sus estudios medios cultivaba su pasión por la naturaleza entrando a formar parte de los Exploradores de España (Tropa de Águilas) –lo que nosotros conocemos hoy en día como los Scouts‒ una costumbre británica, que los ingleses habían exportado hasta aquellas localidades en las cuales se asentaron durante el último tercio del s. XIX como fueron Águilas (Murcia), Linares (Jaén), Alquife (Granada), Minas de Riotinto (Huelva)…, para ejercer un colonialismo capitalista económico.
Así mismo, dentro de este grupo de Exploradores, Angelita experimentó también su afición por la farándula participando en la representación de obras de teatro y de zarzuela como por ejemplo hemos podido documentar su pertenencia al elenco de actores aficionados que puso en escena la obra del género chico, “El rey que rabió”, con libreto de Vital Aza y Ramos Carrión, música del maestro Ruperto Chapí y dirección musical del director de la Banda Municipal de Música de Águilas, maestro Francisco Díaz Romero; toda ésta bajo la dirección escénica de Juan Antonio Dimas fue estrenada en Águilas en 1918. De igual forma, podemos destacar que, en la década de los años 20, Angelita jugaba al tenis que, por supuesto, es un deporte inglés que trajeron consigo dichos ciudadanos británicos cuando se establecieron en esta ciudad.
Una vez obtenido el título de Bachiller nuestra protagonista se trasladó a la ciudad de la Alhambra para estudiar Medicina en la Facultad que la Universidad de Granada tenía destinada a tal fin. Obtuvo la licenciatura en Medicina y Cirugía al finalizar el curso 1927-1928, y aquí mismo cursó una cátedra de Pediatría. Fue la tercera mujer en licenciarse en esta carrera por la Universidad de Granada junto a la Dra. Adaellen Dreed Gray; siendo la primera la Dra. Eudoxia Píriz Diego, que era salmantina, y la Dra. Leonor Gaona Constante la segunda. Conviene recordar que entre el espacio temporal comprendido desde 1904 hasta 1932, en el seno de la universidad granadina, de un total de 758 estudiantes de medicina tan sólo estas cuatro eran mujeres. No perdamos nunca de vista que, en esta época, el convencimiento social que había al respecto era el siguiente: el estudio de la Medicina estaría destinado a los hombres y la formación en Enfermería a las mujeres. Este fue el constructo social que, junto a otras “sinsombrero”, Angelita coadyuvó a modificar. Ella fue una mujer pionera en romper techos de cristal impuestos por la sociedad de la época en la cual vivió.
Encontrándose prácticamente recién licenciada, Angelita ayudó a su padre, el Dr. Santamaría, en la prestación de la tan necesaria y urgente atención médica a todos y cada uno de los heridos producidos por un terrible accidente ferroviario acaecido el 25 de mayo de 1927, en Pulpí (Almería), cuando un tren mercancías procedente de Almendricos, que es una pedanía de Lorca (Murcia), chocó brutalmente contra otro de pasajeros. La tragedia estuvo marcada y quedó reflejada en la prensa de la época. Gracias a la rápida intervención sanitaria se pudieron salvar bastantes vidas, aunque hubo que lamentar cuantiosos fallecimientos debido a lo aparatoso de dicho accidente cuya gravedad fue demasiado pronunciada.
A continuación, se traslada a Madrid para cursar sus estudios de Doctorado en los cuales obtuvo unas excelentes calificaciones, es más, logró obtener una matrícula de honor en la asignatura de Antropología Física. Fue tal la huella, que esta gran mujer dejó a su paso por la Universidad Central de Madrid –en la actualidad, Universidad Complutense de Madrid‒, que se ha podido encontrar, entre la documentación privada, una carta que el eminentísimo catedrático de Antropología, el Dr. don Francisco de las Barras Aragón y Sevilla, de dicha universidad, escribió una misiva al padre de Angelita en la que dejó plasmadas las siguientes consideraciones: “…lo poco que hago dirigiéndola en sus trabajos es para mí el cumplimiento de un deber que a la vez es muy grato, por ser Angelita el mejor alumno [sic] que he tenido desde que desempeño la cátedra de antropología.” (Dada en Covarrubias, provincia de Burgos, 21-04-1931)
Por si esto fuera todavía insuficiente, durante el curso 1929-1930, en la capital de España, Angelita realizó estudios científicos complementarios en el Instituto Nacional Alfonso XIII –actualmente, Instituto de Salud Carlos III‒, que por aquellos años estaba bajo la dirección del premio Nobel de Medicina, Don Santiago Ramón y Cajal. En dicha institución obtuvo los certificados oficiales de estudios en Prácticas aplicadas al Diagnóstico, en Desinfección y Prácticas Sanitarias, y, por último, en ampliación de estudios en Obstetricia y Prácticas. En cuanto a su producción científica también podemos apuntar que fue notoria, es más, un artículo suyo titulado: “La gripe en el niño”, fue publicado en dos prestigiosas revistas científicas, concretamente, en el nº 26 de La actualidad médica (Granada, febrero, 1927) y en Medicina Íbera (Madrid, febrero, 1927). Sin embargo, su pluma no sólo fue mojada en el tintero para escribir sobre el papel cuestiones científicas, sino que, en el otoño de su vida, cultivó una poesía breve pero intensa, a la vez que profunda, cargada de una enorme religiosidad y un fino sentido del humor que denotaba su extraordinaria inteligencia, pero siempre alejada de la pedantería. También fue una gran lectora puesto que era la mejor forma de cultivar su intelectualidad. Siempre se sintió atraída por los géneros lírico y dramático, jamás por el narrativo. Fue una apasionada de la Historia de España por lo que en su biblioteca particular se encontraban varios volúmenes que versaban sobre dicha materia. Sin embargo, debido a su sencillez y discreción, nunca hizo alarde de su vasta cultura y jamás presumió ni de su enorme erudición ni de sus grandes conocimientos.
En 1928, siguiendo los pasos de su padre, fue nombrada médica de la Sección Especial y de Cirugía General en «The Great Southern Spain Railway Company Limited». Paralelamente a esto, opositó a una plaza del cuerpo de Inspectores Municipales de Sanidad en las oposiciones celebradas en Madrid durante el mes de febrero de 1930, obteniendo la tercera posición de un total de 609 facultativos opositores. Al ser considerado este hito como una verdadera gesta, la prensa aguileña le dedicó una hoja volante firmada por sus amigos en la que se podían leer las siguientes palabras: “Gloria a la mujer aguileña progresiva y culta. Oh mujer adorable que elevas tus purísimos pensamientos al saber, que cultivas abstraída la difícil ciencia, y tu espíritu penetra en los intrincados y admirables secretos divinos de la materia viva, la materia pensante; y sondeas el caos de las complejísimas reacciones transformativas de la materia muerta. Tú eres la espuma, eres la esencia, eres lo divino… Águilas ondea una bandera de gloria que tú le trajiste. Tus paisanos te admiran, recibe su adhesión y nuestro cariño.”
En consecuencia, el 20 de junio de 1930, solicitó la plaza de Médico Titular (Distrito 4º) de su localidad natal, Águilas, tras haber ganado, en la Audiencia Provincial de Murcia, un pleito contencioso interpuesto contra su nombramiento por uno de los médicos opositores. Fue tal la repercusión mediática de esta batalla judicial ganada por una mujer que, la prensa de la época tituló de la siguiente manera la noticia que dicho fallo judicial generó: “Un triunfo del feminismo. La doctora Angelina Santamaría Giménez, que en la Audiencia de Murcia ha ganado pleito contencioso contra su nombramiento de inspectora de Sanidad del Ayuntamiento de Águilas” (AHORA: viernes, 6 de mayo de 1932, nº 434, Año III, p. 2). Estableció su consulta médica en la calle Conde de Aranda, en Águilas, junto a la de su padre y fue la primera mujer médica inscrita en el Colegio Oficial de Médicos de Murcia.
Angelita conoció a quien posteriormente sería su marido, Francisco Hernández Bocanegra –más conocido en su localidad natal, Caniles, por don Paco “Maravillas” ‒, en donde era gran propietario y terrateniente, cuando éste acompañaba a su hermana, Mercedes, a Águilas para tomar los baños. Resulta que hasta la casa donde ambos hermanos se hospedaban, la de doña Angelita Nuño, sita ésta en la C/ Lara de Águilas, tuvo que desplazarse Angelita a realizar una consulta médica a domicilio. Mercedes y Angelita se hicieron bastante amigas porque ambas muchachas congeniaron bastante bien, Paco “le echó el ojo” a la doctora quedando prendado de ella, el ama de la casa los presentó formalmente… Y pasó lo que había de pasar, es decir, que surgió la relación epistolar entrambos.
Transcurridos pocos años de aquello, y tras haber fallecido por contagio de tifus el Dr. Alejandro Santamaría, concretamente, el día de la Candelaria de 1941; el 15 de octubre de 1943, Angelita y Paco contrajeron matrimonio en la capilla doméstica de la casa familiar de los Santamaría, siendo la boda oficiada por el Rvdo. Padre don Antonio Sánchez Bernabé. “De una boda surge otra boda”, reza un viejo refrán popular, pues algo parecido pasó aquí, y es que la hermana de Angelita, Catalina, se casó con el hermano de Paco, Manuel, que era maestro de escuela.
Tres años después, concretamente el día de San Valentín de 1946, Angelita obtuvo una plaza de igual mérito y capacidad, que la que ocupaba en su Águilas natal, en la villa de Caniles. Por consiguiente, dicho matrimonio fija su residencia en este municipio de la comarca de Baza, tras colegiarse ella en el Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Granada. Tras el luctuoso deceso de Manuel a edad temprana, Catalina y su hija, ‘Angelitica’, se trasladaron a vivir a Caniles, a la casa de “los Maravillas” como era conocida en el pueblo, donde convivieron con Mercedes y su hermano Paco, esposo de Angelita y la propia doctora, naturalmente. Sin lugar a duda, en aquella casa, ‘Angelitica’ hacía gala de su nombre, al igual que su tía, porque ambas eran como dos ángeles descendidos desde el Reino de los Cielos. La pequeña tocaba el piano y alegraba el alma del hogar familiar mientras que la mayor curaba a los enfermos de la localidad.
Al poco tiempo de residir en Caniles, Angelita supo ganarse el cariño y el respeto de todos y cada uno de los vecinos de su villa adoptiva. Sobre ella, quienes la trataron y además fueron sus pacientes, la recuerdan por ser una persona caritativa, humanitaria, solidaria, cariñosa, poseedora de unos extraordinarios valores humanos y cristianos, y, sobre todo, por ser una gran profesional que ejercía la Medicina aplicando los valores hipocráticos de una forma estricta y con un incuestionable recto proceder galénico; al igual que lo fue el maestro más grande que ella pudo tener, su padre. Angelita atendía a toda aquella persona que acudiera a su consulta o acudía presta y rauda allá donde se le requiriese su presencia para prestar atención médica, pudieran pagarle o no –recordemos que en aquella época la sanidad no era pública, ni universal, ni gratuita‒, y, además, a quienes no poseían dinero para comprar medicinas se las donaba ella. Por si esto fuera poco, Angelita siempre empatizaba con el sufrimiento ajeno, que padecían sus pacientes, daba ánimos, regalaba cariño y positivismo.
En resumen, la Dra. Santamaría poseía una cantidad de virtudes, humanas y cristianas, que superaba con creces los escasos defectos que pudiera poseer. Sirva el presente artículo como homenaje póstumo a la Dra. Doña Angelita Santamaría Giménez, que es la única y verdadera protagonista de esta biografía tan apasionante como edificante, cuyo recuerdo siempre permanecerá en nuestra memoria y su nombre pasará a los anales de la Historia.
NOTA: Quiero mostrar mi más profundo agradecimiento a los sobrinos de Angelita, Alejandro Santamaría Cas y Ángela Hernández Santamaría. Igualmente agradecer a Dolores Mª Belmonte García, Cristina Jiménez Martínez, Alfonsa Díaz Torres, Pilar Velázquez de Castro y Viejo, y a Casto Gea Martínez todas y cada una de sus indicaciones, aportaciones y observaciones. Por último, es mi deseo mostrar mi más sincero agradecimiento a la Dra. Sol Mochón-Benguigui por su ánimo constante, tenacidad incesante e incondicional apoyo. A todos ellos: ¡Muchas gracias!