Por Lola Fernández.
Hay tantas ocasiones en que siento vergüenza de esta sociedad nuestra, que es que ya ni llevo la cuenta; es más, a veces me esmero concienzudamente en olvidar lo feo que me rodea, para que no me afecte, aunque lo cierto es que eso se me hace imposible, pues no podemos vivir en una burbuja por más que lo deseemos. Lo último que me ha dejado impactada negativamente es saber que a una señora mayor la han desahuciado por una deuda ridícula con la propietaria de su vivienda, que ha ignorado a la misma administración local, que deseaba condonar tal deuda para evitar que la mujer tuviera que irse a la calle; bueno, lo más que el Ayuntamiento ha conseguido es que no se quedara en la calle y pase a vivir en una pensión… ¡Qué triste, qué asco dan estas cosas! La propietaria seguramente desea dedicar el piso a turismo ilegal, mucho más productivo que una renta antigua, y la administración debiera exigirle todos los permisos y registros pertinentes, porque es una vergüenza todo lo relativo a este tema. Ya que no tiene humanidad ni sabe lo que es tener dignidad, que pague y no pueda hacer y deshacer a su antojo, que ya está bien de tanta gentuza.
Más temitas que me provocan arcadas: llega el momento de llevar a juicio a un famoso futbolista que presuntamente violó a una muchacha hace poco más de un año; el elemento ha dado tropecientas versiones, a cuál más disparatada y falsa, y su madre, una vergüenza para todas las mujeres, ha estado haciendo públicos la identidad y datos personales de la víctima, resaltando que al parecer la chica vive una vida normal: no sé si es que una mujer después de violada ha de recluirse hasta la muerte, como si fuera culpable de algo. El caso es que el presunto violador se ha descolgado pidiendo no ser juzgado y que se anule el proceso, porque resulta que, según él, se vulneró su presunción de inocencia y hubo indefensión para con él; o sea, que el deportista desea irse de rositas y que su delito sea impune: con que sufra la víctima, ya es más que suficiente para él y su señora madre, porque él en realidad no hizo nada que no hubiera hecho, seguramente, otras veces sin que le pasara nada de nada. A qué viene ahora tanto aplicar la ley y hacer justicia, parece decirse el muy desgraciado, con lo feliz que estaría él en su casita, con la familia que ha perdido por su ominosa conducta.
Por citar algo más que me enerva y me lleva a desear cambiar el chip y vivir mis días tranquilamente sin echar cuentas a tanta porquería social, este empeño de algunos partidos por no dejar gobernar a quien la ciudadanía eligió para ello, no sólo no haciendo nada de sus obligaciones como representantes nuestros, sino sin dejar que nadie lo haga, como aborrecibles perros del hortelano, o, sencillamente, como odiosos perros sin más. Se les llenan las sucias bocas de palabras como constitucionalismo, cuando incumplen desde hace más de un lustro los preceptos de la Constitución, tales como la renovación del CGPJ, por poner un ejemplo. No los puedo soportar, y no lo siento nada de nada; si acaso me molesta tan sólo pensar en semejante panda de impresentables, que se asemejan a un feo motivo de esos que de repente te encuentras en cualquier muro, ignorando dónde está su sentido, ya sea siquiera a nivel meramente estético. No sé, será que me
decanto más por la belleza que por lo desagradable, aunque ya se sabe que eso es algo demasiado subjetivo; pero, qué quieren que les diga, hay cosas que incluso objetivamente son más feas que Picio.