Mi, ya, más frágil memoria, me lleva a una tarde gris y desapacible del otoño bastetano. Sería año, arriba, año abajo, en la mitad de la década de los 60. El lugar: el Cine Ideal de Baza. Recuerdo un grupo reducido de personas jóvenes, todas ellas con marcadas inquietudes sociales y políticas y entre ellas, insisto, si mi memoria no me falla, los dos curas más progresistas de la época, don Gregorio y don Tomás. El motivo era ver la película ¿Vencedores o vencidos? o “El Juicio de Nuremberg” estrenada en 1961, dirigida por Stanley Kramer y contando con un elenco tan reconocido como Maximilian Schell, Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Marlene Dietrich o Montgomery Clift.
Como es conocido, la película trata del juicio celebrado en la mencionada ciudad, por parte de las potencias aliadas vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, a parte de los dirigentes y cúpula judicial responsables de las atrocidades y horrores que se cometieron durante los gobiernos de Hitler y cuyo fin último era el exterminio del pueblo judío.
Impresionante el final, cuando el más atormentado y arrepentido de los acusados y que, además de juez, había sido un prestigioso jurista, papel interpretado por Burt Lancaster, intenta explicar al presidente del tribunal que los ha condenado, las tibias razones por las que actuaron de esa forma, y este le corta la argumentación, diciendo “… la primera vez que condenó a un acusado sabiendo que era inocente ahí empezó todo”.
¿Fue corresponsable el pueblo alemán de lo sucedido?. Posiblemente seria desproporcionado afirmar tal cosa. Como, también considero, que sería poco riguroso defender que no sabía nada del horror que se estaba cometiendo sobre el pueblo judío, los adversarios políticos y otras minorías raciales.
En la propia película aparecen personas normales, sin responsabilidades políticas, administrativas o militares, con tristeza y sentimiento de culpa.
Su delito fue mirar para otro lado, cuando apreciaron las primeras injusticias cometidas a sus amigos, vecinos o conocidos. Y después, cuando los horrores comenzaron, su responsabilidad fue no querer saber, fue taparse los ojos y los oidos. Las excusas para tan graves omisiones pudieron ser: la animosidad hacia las potencias vencedoras en las Primera Guerra Mundial, por las cuantiosas sanciones económicas y de soberanía que impusieron a Alemania después de su derrota; la recuperación económica; la disminución del paro, gracias a políticas expansivas de obra pública; el sentimiento de recuperación de la dignidad germana, etc, etc. Después de la segunda derrota en una guerra mundial, y cuando los horrores cometidos eran evidentes y demostrables, ya no se podía mirar a otro lado y el pueblo alemán, en su mayoría, se sumió en una tristeza culpable.
Volviendo a aquellos días de la década de los 60, no era normal en España, en aquellos años, ver películas que mostraran las atrocidades del nazismo y al tiempo las simpatías por el pueblo judío. El franquismo no estaba por la labor. Era el tiempo en que se repetía, un día sí y el otro también, aquello de “ las hordas marxistas” o el “contubernio judeo-masónico”.
En aquellos años, el régimen español excusaba los horrores del nazismo y los progresistas eran los que defendían la causa judía.
Eran los años en los que la izquierda europea tenía como objeto de culto los kibutz israelitas. Todo el que podía, intentaba participar en aquellas comunas agrícolas, integradas por voluntarios con principios muy llamativos por ser marcadamente izquierdistas y muy compartidos, después de la barbarie que había supuesto la Segunda Guerra Mundial. Entre esos principios rectores, recuerdo, la propiedad colectiva, la autogestión, la estructura democrática en la toma de decisiones, la cultura secular o aquella máxima que decía “cada cual otorga según sus responsabilidades y recibe según sus necesidades”.
Pero aquella defensa y reconocimiento al estado israelita, empezó a quebrarse a los pocos años. A la inicial incomprensión sucedió la indignación hasta llegar a la sensación de horror, que muchos sentimos hoy, cuando vemos y oímos las atrocidades que el gobierno de Israel, con la aceptación de la mayor parte de su población, está practicando contra la población civil de Palestina.
Ninguna persona decente, puede justificar los ataques terroristas de Hamás del 7 de Octubre, pero si que son necesarios verlos desde una perspectiva histórica más amplia y, como bien dijo Antonio Guterres, Secretario General de la ONU: “El ataque no surgió de la nada […] el pueblo palestino ha estado sometido a 56 años de ocupación asfixiante […] han visto su tierra ser constantemente devorada por las ocupaciones y plagada por la violencia […] su economía asfixiada […] su gente desplazada y sus casas destruidas”. Y, añado yo, personas que han nacido y crecido en la mayor cárcel del mundo, sin atisbar en ningún momento un pequeño resquicio de esperanza, ni para ellos ni para sus hijos o nietos. Inaguantable para cualquiera.
Y si ese fue el pasado más reciente, a partir del 7 de Octubre todo ha ido a peor. Lo que el gabinete de Netanyahu y sus colegas ultraortodoxos fanáticos están haciendo en la franja de Gaza, claramente es el intento planificado de exterminio de todo un pueblo. El número de muertos civiles y niños así lo atestigua, y todo ello, incumpliendo la legalidad internacional, como llevan haciendo decenas de años.
¿Cómo se puede llamar guerra a unos bombardeos mediante aviones, que enfrente no tienen fuerzas ni baterías antiaéreas? No es una guerra, es un exterminio calculado e indiscriminado.
El pueblo judío, al igual que hizo el alemán, no puede mirar para otro lado, ni alegar desconocimiento. Las tecnologías informativas existentes hoy día, no tienen nada que ver con las que había durante la Segunda Guerra Mundial. No, no puede llamarse guerra a disparar fríamente desde un blindado militar a un niño de nueve años, sin tener enfrente a tropas militares regulares. No es una guerra, es el exterminio de todo un pueblo.
Por tantos y tantos años de abusos y negación de derechos, el respaldo internacional y nacional a las acciones de los gobiernos de Israel ha cambiado de bando. Hace unos días, Enric Juliana decía en un artículo, entre otras cosas: “Los nietos de los franquistas que hablaban de la existencia de un complot judeo-masónico contra España, hoy piden la medalla de oro de la ciudad de Madrid para el Estado de Israel”.
Los judíos y ciudadanos progresistas del mundo, mejor dicho los conservadores e izquierdistas, defensores de los derechos humanos de todos, sin discriminar por su raza, nacionalidad o sexo, deben unir su voz, para parar esta barbarie y conseguir la existencia de dos estados soberanos viables y seguros. También la UE, EEUU y la ONU tienen que garantizar la existencia de estos dos estados y, ante las dificultades que para ello pudiera plantear el estado de Israel, dejar a un lado la doble vara de medir y aplicar las sanciones de todo tipo que se han aplicado en otras zonas del mundo. Además de por justicia, nuestra propia seguridad está en juego. Hasta que no se reconozca un estado palestino soberano y viable, los extremistas islámicos tendrán excusa para realizar atentados terroristas en cualquier lugar del mundo occidental.
Diego Hurtado Gallardo, 3 de Diciembre 2023