Por Lola Fernández.
Si mentir es, aparte de un pecado, algo que habla muy mal de quien lo hace, tomar el pelo a alguien pretendiendo mentir sin lograrlo es patético. Que dicen los responsables políticos que los temas sanitarios funcionan cada vez mejor, que se hacen inversiones en la sanidad como nunca anteriormente, que cada día hay más personal y las listas de espera son más cortas, y un largo etcétera que desde la e a la a es simplemente mentira, y de las gordas. Lo cierto es que antes, si quería pedir una cita médica entraba con internet y consultaba la Agenda Sanitaria de la web del Servicio Andaluz de Salud, y si para ese mismo día no había ya horas libres, para el siguiente la tenía asegurada con posibilidad de elegir la que mejor me iba. Previamente a ponerme a escribir este artículo, he entrado por curiosidad a consultar en qué fecha puedo obtener una cita de atención primaria con mi médica de familia, y si les aseguro que la primera disponible es para dentro de 15 días, pueden creerme, porque es la pura verdad. O sea, que si me pongo enferma, ya me puedo olvidar de ir al Ambulatorio, y disponerme a que, al llegar a Urgencias, la amable persona de turno me reciba con el consabido por qué no ha ido usted a su médico de cabecera…, olvidando que, cuando te encuentras mal físicamente, lo último que necesitas es que te mareen con tonterías. Así que no, no se han acortado los plazos para nada, más bien al contrario; por lo que esas maravillosas e incrementadas inversiones en sanidad desde luego no se han ido a la pública, sino a la privada, no me cabe la mínima duda: el consabido reparto para un puñado de amiguitos, con la nada disimulada intención de incidir en la deplorable desigualdad social. Siempre tuvimos un excelente servicio sanitario público, y parece que no quieren parar hasta cargárselo y que tengan acceso al cuidado de la salud los más pudientes, en detrimento de los más necesitados.
Y si hablamos del Hospital de Baza el panorama es igualmente desalentador, eliminando camas y especialistas, teniendo que ir cada vez con más frecuencia a la capital, con quejas continuas por parte de personal, usuarios y sindicatos. No sé de qué sirve de vez en cuando comprar alguna máquina nueva para que algún político se haga una foto y se vanaglorie de su magnífica contribución a la novedosa adquisición, si al mismo tiempo las condiciones laborales son tan nefastas que los médicos ni siquiera se quedan a vivir aquí, y su mayor anhelo es conseguir otra plaza lejos. Pero no me apetece detenerme en esos asuntos, porque lo único que se consigue es un cabreo innecesario. Ahora bien, me puede alguien decir por qué narices sigue cerrada a cal y canto la cafetería del Hospital, después de tres años desde que todos nos quedáramos sin ella. Primero se pasó un largo tiempo cerrada sin más; después hicieron unas obras que prometían una pronta apertura tras su conclusión; y finalmente, ahí sigue el edificio, arreglado pero vacío y sin la más mínima señal de que vaya a recobrar su vida de antaño, la que tantas veces acompañó a quienes necesitábamos sus servicios. Qué falta de respeto más grande hacia el personal, los enfermos, sus familiares, y los usuarios del Hospital en general. Actualmente, si vas en ayunas a hacerte una analítica, olvídate de desayunar después: si tienes que pasarte horas y horas acompañando a un enfermo, no pienses en descansar un poco tomándote aunque sea un café; si eres un trabajador, seguramente tendrás en cada departamento una oportunidad para tomar algo sin tener que coger el coche y desplazarte, pero también tendrás ganas de desconectar un poco con solo bajar a la cafetería. No sé, cada vez que paso y veo cerrado ese precioso edificio circular en el que tantas horas hemos tenido que pasar, muchas veces con dolor propio o por algún familiar, no llego a entender por qué ocurren estas cosas que al final redundan en más malestar para todos. Pero en algo me reafirmo invariablemente, y es en el convencimiento de que nos toman por tontos porque lo somos, y mucho, al permitir que sucedan. Porque no hay que olvidar que un mal político está ahí por el apoyo de muchos ciudadanos que después sufren en sus carnes las consecuencias de su malísima gestión. Así que es muy verdad y muy absurdo eso de que sarna con gusto no pica. Y mientras, a ver si llego alguna vez a ver que se vuelven a abrir las puertas de la cafetería del Hospital, que parece que se está convirtiendo en una causa tan perdida como el regreso del tren a Baza.