Por Lola Fernández.
Escribir es un placer que está mucho más allá de personalismos y otras consideraciones humanas. Sentarse ante un espacio en blanco y crear un escrito es algo que llena con independencia de lo que se escriba, porque es un acto íntimo en el que eres la dueña y señora de las palabras, de los pensamientos que transmites, de lo que plasmas en la pantalla o en el papel. Desde luego es muy diferente escribir, como ahora mismo, un artículo, un texto en prosa en el que das tu opinión sobre un tema o tu visión de un montón de cosas que después llegarán a sus lectores, que estarán o no de acuerdo contigo, pero que precisamente serán la otra orilla del escrito; abriéndose entre emisor y receptores un canal de comunicación en el que habrá una reflexión, un posible debate, acaso un comentario; y eso, sin entrar en que se esté o no de acuerdo en lo que se haya escrito. Un artículo es un modo de escribir que pudiéramos llamar social, porque será leído. Sin embargo, escribir poesía es mucho más individual, y siendo un acto igual de íntimo, porque para escribir siempre estás sola contigo misma, aunque haya gente alrededor, es expresar o darle forma material a algo mucho más espiritual e intangible que una mera opinión. Cuando se escribe un poema no se piensa en que será leído, pues lo que se busca es poder leer una misma algo que se lleva muy adentro y que quiere salir y vestirse de versos. Nada que ver entre ambos tipos de escrituras, la poética, sea en verso o en prosa, y la no poética, siempre en prosa, por muy lírica que sea.
Por supuesto que la poesía también puede transformarse en acto social, sea porque la publicas, sea porque la recitas y la compartes. Pienso, por ejemplo, en unos años en que un grupo de escritores nos reuníamos en Baza ante el público una vez al año para homenajear a la poesía, fuera dedicando el acto a un poeta clásico, o a uno contemporáneo que nos acompañaba. Me gustaban aquellas veladas poéticas, y a la gente también, porque siempre acudían y nos transmitían su apoyo, a cargo de los llamados poetas locales, que curiosamente éramos un grupo de escritores que ninguno era de Baza. Me sería muy fácil y conciso explicar por qué se abandonaron aquellos recitales poéticos, pero no me apetece perder ni un segundo en ello. Digamos que factores absolutamente ajenos a la poesía, se cargaron un elemento cultural interesante en el panorama de nuestra ciudad. Pero recuerdo aquellos encuentros con mucho cariño y nada que no sea poético podrá cargarse su encanto en mi recuerdo. Creo que darle su sitio a lo de fuera está estupendo, porque además sirve de promoción de Baza más allá de sus límites y fronteras, lo cual nunca viene mal. Pero olvidarse de algunas cosas de aquí no es tan estupendo, por mucho que se quiera reconducir y transformar, solamente consiguiendo acabar con algo que nació con total autenticidad y ajeno al aplauso y al medrar. Y ahí lo dejo. Escribir es un placer, y mucho más si lo haces con la verdad por delante y sin querer dejar cadáveres por el camino. Hay quien nunca aprenderá que, por mucho que apagues la luz, quien brilla, brilla; y quien es oscuro, solo podrá ofrecer oscuridad. Así que mi deseo de hoy para este año que ya empieza a despedirse por siempre jamás, es que a escribir mucho y bien quien guste de ese placer, y a leer todos, porque es la mejor manera de aprender a crecer en todos los sentidos.