Por Lola Fernández.
Aún no he olvidado las imágenes de terroristas yihadistas destrozando con explosivos un templo milenario en los restos históricos de la maravillosa ciudad de Palmira, en Siria, arrasando, sin dudarlo un segundo, tesoros culturales de la humanidad. Un ataque frontal y directo contra el mundo occidental en una acción tan cobarde como irracional, rasgos que por otra parte definen a estos locos mesiánicos crueles y desalmados. Los mismos que decapitaban a rehenes inocentes frente a las cámaras, para que tan horribles imágenes nos acompañaran en los noticiarios diarios. Unas acciones que estremecen hasta al ser menos sensible, por inútiles, por extremistas, por despreciables, por tan contrarias a la misma esencia de nuestra supervivencia como especie. Frente a ellas, cómo no valorar y agradecer el trabajo de los arqueólogos, ajenos a las mafias del ámbito, que esa es otra, quienes pasan horas, días, meses, años investigando minuciosa y pacientemente los restos de culturas extintas para que todos aprendamos de la Historia, y disfrutemos de las obras del ser humano en los museos. Cómo olvidar la tarea médica de entrega para salvar vidas, aun a costa de perder las propias por infecciones o estar en lugares de guerra en los que la muerte es la tónica. Es la eterna contradicción de las personas, capaces de lo mejor y de lo peor: mientras unas son modelos de comportamientos a seguir, otras son deplorables y miserables seres que solamente degradan la condición humana.
La misma relación de oposición encuentro entre valores aprendidos y la realidad a la que, en múltiples ocasiones, nos vemos expuestos a diario, en esta sociedad nuestra que parece no tener tiempo para detenerse un poco y permitir, al ralentizar su ritmo, la necesaria reflexión acerca de hacia dónde vamos y si es hacia donde quisiéramos ir. Tengo a mano un libro con muchos años, tantos como yo, pues su fecha de edición coincide con la de mi nacimiento, con el sencillo título de Lecturas, en el que a través de 48 textos de los más variopintos temas se trataba de inculcar a los lectores principiantes los principios y valores éticos de una buena persona. Uno de ellos, titulado ¡Ya llegan!, ¡ya llegan!, empieza así: El pobre “peque”, el desarrapado mendigo, andaba aquellos días muy cabizbajo. Si les digo que es sobre los Reyes Magos y que, gracias a la generosidad de los más pudientes, un niño mendigo conseguía pasar unas navidades alegres y con muchos regalos, entenderán que se trataba de inculcar el amor a los más desfavorecidos, nunca el rechazo, haciendo todo lo posible para que la tristeza desapareciera y se tornara alegría… Frente a esto, he seguido el caso del barco humanitario con migrantes a bordo rescatados en el Mediterráneo, que ha tenido que acoger finalmente Francia ante la negativa por parte del nuevo Gobierno ultraderechista, o fascista más directamente, de Giorgia Meloni en Italia a que atracara en sus puertos, con la amenaza además de considerar a los barcos de rescate barcos de piratas, sic, reservándose su derecho de atacarlos… Se ve que la señora Melones debió aprender a leer sus primeros textos en libros muy diferentes al mío, lo cual es para mí un motivo de satisfacción y alivio por lo que a mi modo de ser respecta. Y me pregunto si tanta gente que se llama de bien y apoya estas doctrinas de odio, no alcanza a tener la suficiente inteligencia como para comprender que esos odios que hoy buscan a seres ajenos a ellos se volverán un día contra ella y ya será tarde. Es el sempiterno enfrentamiento entre el bien y el mal, y el peligro que corremos si finalmente ganan los enemigos de la razón, los que están en el lado equivocado.