Por Lola Fernández.
Me pregunto qué será de nosotros como consecuencia del cambio climático, tan evidente, excepto a los ojos de los ciegos a nivel intelectual, que de nada sirve tener sentidos si se empecinan en el sinsentido de negar no ya sólo las evidencias, sino la voz de los científicos. Porque todos estos cambios son más lentos que rápidos, pero llevan tantos años advirtiéndonos sobre ellos, que ya no cabe el tonto consuelo de a mí no me pilla… Por mucho que haya gente con pocos dedos de frente, que siguen con lo de que calor en verano siempre ha habido, las olas de calor que hemos sufrido este verano, y las temperaturas que tenemos a esta altura de otoño, no son normales, y así lo señalan los registros oficiales; esos que, sin embargo, siguen ignorando los negacionistas de todo, que mira que les gusta a algunos, o a muchos, que es peor, negar… lo que sea, pero lo niegan.
Qué será de nosotros cuando lleguen otoños sin sus colores, porque si no hace frío, por qué habrán de protegerse los árboles de hoja caduca y prepararse para el invierno desnudando sus ramas, que es justamente lo que propicia esos colores otoñales que tanto seducen por su variedad y cromatismo. Cómo sabrán las aves migratorias que va llegando el momento de partir, si por los calores estarán dudando si es época de cría… Qué va a ser de nosotros si no llegan las lluvias y persiste el menguar de los pantanos, si se estropean los cultivos por la sequía, y se malogran las cosechas temporales. Me pregunto si se habrá de acostumbrar la Naturaleza a factores tan hostiles, cuando ni nosotros podemos sobrellevar con facilidad el cambio horario con que nuestros políticos persisten en castigarnos dos veces al año; que no sé ustedes, pero yo sólo tengo sueño cuando a media tarde ya es de noche. Son tiempos raros, la verdad, con los armarios sin definir, porque hasta la rebeca sobra la mayor parte de los días. Siempre nos hemos quejado por estas tierras de que apenas hay primaveras y otoños, que pasamos del calor al frío, sin tránsito; pero no recuerdo una primavera más fría que la de este año, ni unos calores más insoportables que los que hemos padecido desde que aquellos fríos se fueran, y de seguir así ya me imagino una navidad en mangas de camisa.
Ha pasado mucho tiempo desde que en Baza hacía un frío que pelaba, siempre digo que desde que construyeron los embalses y pantanos, y no recuerdo navidades sin todo nevado, porque antes de las vacaciones de diciembre nevaba copiosamente y toda Baza se vestía de blanco y de frío hasta bien entrado el nuevo año. Eso son ya recuerdos, y es lo que me da miedo: que los colores otoñales y los ciclos estacionales lleguen un día a ser recuerdos del pasado, ahora que el cambio climático empieza a mostrarnos los dientes como un lobo salvaje que avisa antes de atacar, para que nos dé tiempo de ponernos a salvo. Qué será de nosotros si eso ocurre, me pregunto preocupada mientras miro una bella pintura de Konstantin Gorbatov con poco más de un siglo, Otoño en las islas, 1919: en ella, los maravillosos colores propios de la estación, y la palpable sensación de frío en las aguas, y en las pocas figuras humanas en una barcaza y en el camino junto a la orilla. Qué va a ser de nosotros si la Naturaleza deja de ser una amiga que nos facilita la vida, y se convierte, a consecuencia de nuestras conductas, en una enemiga que nos haga muy difícil vivir.