Por Lola Fernández.
Los seres humanos somos evolutivos, desde el mismo origen hemos ido cambiando hasta llegar a lo que hoy somos, y ha habido una serie de hitos importantísimos para la humanidad, que no deja de ser un conjunto de seres vivos pertenecientes a los mamíferos. Seres complejos y evolucionados, lo primero que nos ayudó a diferenciarnos de otros animales fue el descubrimiento y domesticación del fuego, lo cual ocurrió hace más de un millón y medio de años, por parte de nuestro antecesor el Homo Erectus. Estamos hablando de cuando el ser humano era cazador, pescador y recolector, llevando una vida nómada y que se refugiaba en cuevas. Tras el fuego, lo que se domesticó, por decirlo de alguna manera, fueron las plantas y la ganadería, lo cual ocurrió hará unos 12.000 años. Fue así cómo en el Neolítico la agricultura y la ganadería propiciaron el paso a una sociedad sedentaria, con grupos más numerosos y asentamientos humanos asociados a las viviendas y a las primeras aldeas. Hablamos de sencillas chozas de barro, cañas y paja, madera y piedra, muy parecidas a las de las tribus que aún persisten actualmente en África o en América; y junto a ellas, los graneros en los que guardar los productos de las cosechas para alimentarse a lo largo del año. Ya no eran construcciones efímeras de paso para el hombre cazador, sino que en su conjunto constituían comunidades estables, en las que el ganado y la agricultura trajeron consigo la aparición generalizada de la cerámica llamada doméstica, con las primeras vasijas, que ayudaban a cocinar sobre el fuego, y a almacenar los alimentos, procedentes tanto de la ganadería como de las cosechas. Todo esto pasaba en lo que se conoce como Prehistoria, que daría paso posteriormente a la Historia, justo en el momento en que el ser humano, necesitado de comunicación con sus semejantes, además de tener que organizar y administrar sus propiedades, diera lugar a la escritura y a la numeración, puesto que el número escrito acompañó en su nacimiento a la palabra escrita.
Hemos de tener presente que pasarían muchos siglos hasta el nacimiento de lo que hoy entendemos por Ciencia Moderna, así que los seres humanos buscaban respuestas a sus muchas incógnitas en lo que podemos denominar Filosofía Natural, un conjunto diverso de corrientes en las que se trataba de explicar las respuestas que no se encontraban como hoy en día en los libros y manuales de las distintas disciplinas del saber y el conocimiento humano. Así, al principio, y previamente a las diferentes religiones, eran tiempos politeístas, y había dioses de todo y para todo: del fuego, de las tormentas, del viento, de la noche, del día, etcétera. Ya los primeros filósofos presocráticos esbozaban sus teorías de los 4 elementos de la Naturaleza: fuego, aire, agua y tierra; y, después de Sócrates, fueron Platón y Aristóteles los que dieron sus particulares versiones; como, ya en el medievo, los alquimistas retomaron e hicieron suya esta teoría explicativa. Con todas las diferencias y matices según los países y las épocas históricas, podríamos resumirla simple y sencillamente diciendo que el fuego es para calentarnos, el aire para respirar, el agua para beber y la tierra para comer. Los 4 elementos, esenciales en la agricultura, que propició la denominada revolución neolítica, e igualmente presentes y necesarios en la cerámica, tan ligada a la evolución humana: barro y agua para modelar o moldear, aire para secar, y el fuego en el horno para cocer. Respuestas sencillas para las profundas preguntas de un ser tan complejo como el humano.