Por Lola Fernández
Aunque a veces se hizo agotador, por las elevadísimas temperaturas que no pueden ser buenas para estos cuerpos, el verano pasó; un año más se perdió para siempre con su estela de nuevos recuerdos, de los que quién sabe cuáles perdurarán, y cuales se esfumarán sin dejar rastro en esa gran nube que llamamos olvido. Después de una fría primavera, y un estío ardiente, llegó el otoño sin demasiados cambios, y de repente estamos ya en octubre y parece que va haciendo más fresquito, aunque ahora viene el tiempo de los veranillos, para quien no tenga ganas todavía de fríos. Después de los calores soportados y de la sequía que nos amenaza en todo el país, la verdad es que no me importaría que llegaran días de lluvia, para refrescar las ciudades, alegrar los campos y llenar los embalses. Pocas cosas tan tristes como ver los pantanos casi secos, porque si el agua es vida, su ausencia es agobiante en todos los sentidos. Para nosotros los humanos, pero también para la flora y la fauna; así que cantemos eso de que llueva, que llueva, la virgen de la cueva… Me gustaría que el tiempo fuera tan normal y corriente, que el clima dejara de ser una perenne noticia; que sólo dudáramos sobre qué ponernos para salir en estos tiempos de transición, otoñales o primaverales. Y que nada perturbara nuestro disfrute de los últimos días largos, porque cuando acabe octubre lo hará con el fastidioso cambio horario, ese que a nadie gusta pero que se mantiene no se sabe muy bien por qué, y de repente anochecerá demasiado pronto, lo que propiciará que nos quedemos mucho más tiempo en casa.
Pasó el verano, y como quien no quiere la cosa estamos en octubre, y parece que ya vamos olvidando los años de pandemia. A lo largo de estos meses, casi todo lo que hemos celebrado ha sido después de dos años sin poderlo celebrar, con lo cual todo estaba como magnificado, con lo de exageración que ello conlleva. Supongo que esto pasará, y que lo mismo que ya es raro ver a alguien con mascarilla, se olvidarán las urgencias y la desesperación por lo que no las merecen demasiado, puesto que, aunque a veces parezca que no, hay vida más allá de la fiesta. Cuando andábamos confinados había quien reflexionaba sobre las consecuencias de tan general encierro, y se aventuraba a predecir cambios a mejor, virajes hacia una mayor profundidad espiritual y una huida de la superficialidad y el materialismo. No sé qué pensarán ustedes sobre ello, si creen que eran predicciones acertadas, o no; yo prefiero guardarme mi opinión, aunque me parece que es de esas ocasiones en que, aunque una calle, le salen subtítulos. Disfrutemos de este otoño temprano, mientras no sabemos muy bien si guardar las ropas de verano y sacar las de más abrigo; ojalá que todos nuestros problemas consistieran en algo tan sin importancia. Vivamos los días a través de las horas, apreciando el sabor de los tiempos, que cuando queramos darnos cuenta ya habrá llegado el invierno, y seguiremos aquí cambiando de ciclos: imperturbables y eternos ellos, mutables y perecederos nosotros.