Por Lola Fernández.
Si Baza puede presumir de nuestra Alameda, en Huéscar tienen el Parque Municipal Rodríguez Penalva para orgullo y recreo de todos los oscenses y visitantes. Ideado en 1940, y terminado en 1948, es un ejemplo de cómo antes se daba mucha importancia a los elementos naturales dentro de la ciudad. El parque de Huéscar impresiona por su tamaño y variedad de flora y fauna, diversa esta última y a cuya cabeza colocaría las ardillas, que siempre son un aliciente al que buscar y disfrutar sin que se asusten, porque son muy suyas. Respecto a la flora, hay tanta y tan diferente, que son muy de agradecer los atriles informativos que de jardín en jardín nos van señalando cada árbol, cada arbusto, cada flor, las aves, los insectos…, lo que nos permite conocer y reconocer cada especie. No señalaré ninguna, para que sean ustedes mismos los que se acerquen y vean con sus propios ojos. Este lugar es uno de los más hermosos no ya de la provincia, sino que puede competir con cualquier otro parque reconocido como excelente, porque lo es y nada tiene que envidiar a ningún otro.
Otro aspecto a destacar es el sumo cuidado de jardinería y limpieza que nos permite deleitarnos sin interferencias de mal gusto. Allí todo es vida y, a la vez, quietud. Los trinos se funden con los perfumes, el verdor general se llena de múltiples colores, y nunca deja de asombrar la sensación de inmensidad que los altos árboles, y alguna planta altísima como la palmera, nos provoca. Aquí hay que mirar al suelo, pero los ojos terminan perdidos en el cielo. La forja ornamental del vallado se extiende por sus 800 metros de perímetro, solamente interrumpida en sus 8 puertas. Dividido en dos amplias zonas, la de invierno tiene un pasillo central que llega hasta una larga pérgola siempre colmada de rosas y otras hermosas plantas trepadoras. A ambos lados, una fuente circular de piedra en cada uno, y como esquinas del área de verano, estatuas de bronce representando a las cuatro estaciones anuales. Pasada la pérgola, se está en la zona estival, donde crecen los árboles más altos para optimizar las sombras, y donde hay una amplia explanada que seguramente se dejó sin plantar para albergar el ideado estanque que nunca llegó a realizarse. Hoy hay en él un parque infantil rodeado de bancos para que los padres no pierdan de vista a los críos.
Fuentes, estatuas, árboles de todo tipo, un precioso palomar de planta cuadrada que se pensó para guardar los aperos de jardín, coronada con dos alturas hexagonales rematadas por un precioso tejado de tejas árabes vidriadas en verde, a seis aguas, que es tan bonito como donde se encuentra. Perderse por los laberintos y paseos, sin prisa, con los sentidos atentos, es todo un placer. En sus 33 hectáreas no hay ningún rincón para que te entren ganas de marcharte; al contrario: este lugar es de esos al que siempre tienes ganas de volver, entrar por alguna de sus puertas y dejarte sorprender. El placer está asegurado, y no viene nada mal pasear y descansar entre tanta belleza, porque si se entra con agobios, se sale feliz y descansado, lo cual es el mejor motivo que se me puede ocurrir para ir y regresar cuantas veces sea posible. Si no conocen el parque de Huéscar, les invito a visitarlo, estoy segura de que les habrá de encantar.