Autor: Fernando Serrano González, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología.
“Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión”; esta frase del polifacético Paul Auster que condensa el espíritu de un verdadero demócrata, es uno de mis aforismos preferidos aunque en mi caso personal he roto con su monoteísmo para creer y adorar a dos dioses: democracia y libertad. Tranquilos ni soy “ayusista” ni voy a hablar de Ayuso, tan alejada por cierto de ciertos principios democráticos como de la esencia liberal; de hecho, no se puede ser liberal adoptando comportamientos liberticidas, como posicionarse contra el aborto o el derecho a una muerte digna, pero ese es otro debate.
Si contemplamos la historia de España con cierta distancia llegaremos a la conclusión de que la “democracia” es un bien escaso, y por tanto valioso y digno de proteger; como bien valioso son muchos los que quieren robarlo, o acapararlo para sí, acabando con todo su valor, porque la democracia o es para todos, o no es democracia.
Desde la instauración de la democracia en nuestro país en 1977 y 1978, estamos disfrutando del mayor periodo de estabilidad, crecimiento, prosperidad y libertad de nuestra larga historia.
Los hombres y mujeres (pocas en los focos y muchas en la sombra) que hicieron posible la Transición y elevaron al frontispicio de la negociación el término “consenso”, no disfrutaron del regalo de libertad que hoy tenemos y por ello su respeto a los valores y principios democráticos era y es casi reverencial.
Nosotros, las generaciones venideras, nos hemos encontrado con el trabajo hecho, y la maquinaria en pleno funcionamiento, y quizá por ello no valoremos este regalo como se merece.
La democracia, como todo bien material o inmaterial, se estropea y degrada con el tiempo y con el uso; la maquinaria se oxida, y algunas piezas deben ser reparadas o sustituidas. Es lo que se conoce como “degradación democrática”.
A este respecto la prestigiosa “Economist Intelligence Unit (EIU)” acaba de valorar la calidad de la democracia en más de un centenar de países en base a cinco categorías: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política cultura política y libertades civiles. En función de los varios índices analizados se clasifican los países en cuatro tipos de regímenes distintos: democracia plena, democracia defectuosa, régimen híbrido y régimen autoritario.
En el último informe España ha dejado de ser una democracia plena para incorporarse al grupo de las democracias defectuosas. El año pasado la puntuación de nuestro país comenzó a rozar la “segunda división democrática”, pero desgraciadamente hoy, se ha consumado el descenso.
No hay que ser un lince para descubrir que desde hace años la democracia española adolece de graves problemas, que paradójicamente no requieren de una solución difícil, sino más bien, precisan de generosidad y altura de miras de nuestros políticos, aunque bien mirado, lo difícil es encontrar cuadros políticos nacionales con estas cualidades.
El surgimiento, consolidación y auge de los populismos en España es un claro síntoma de la enfermedad que sufre nuestra democracia y que por desgracia amenaza con cronificarse.
El informe elaborado por “The Economist” pone el foco en la situación de parálisis y bloqueo que sufre el poder judicial y la excesiva politización y falta de independencia del tercer poder del Estado.
Son muchos los que han avisado durante décadas de estos “defectos democráticos”, pero he de reconocer que fue el “primer” Podemos, el del 13M, el que acertó de lleno con el diagnóstico, aunque eso sí, difiero de lleno con “sus soluciones y propuestas”.
Lo que está claro es que, junto a la reforma del poder judicial, en aras a una mayor independencia, hay otros muchos asuntos de calado que requieren de una auténtica política de Estado, respaldada por una mayoría cualificada y que una vez aprobada sea apartada del debate público, dándole tiempo suficiente como para poder funcionar. Estoy pensando en este momento en la política educativa, continuamente sometida a cambios sujetos a los vaivenes de los diferentes partidos en el gobierno de la nación.
¿De verdad es tan difícil debatir y consensuar un modelo educativo por y para todos los españoles en lugar de cambiar las leyes educativas cada vez que cambia el Gobierno?. La democracia española necesita de esa generosidad para volver a la Primera División, generosidad que debe extenderse al entendimiento y consenso en otras políticas como: sanidad, pensiones, desigualdad, despoblación, empleo, política migratoria, regeneración democrática, sistema electoral y vamos a dejarlo ahí.
El terrorismo ha dejado de ser uno de los problemas señalados por los españoles y si lo pensamos bien, solo conseguimos acabar con ETA desde la unidad de todas las fuerzas políticas.
Toca ahora a exigir a la clase política altura de miras para sanar nuestra democracia, divino tesoro.