Por Lola Fernández.
Sábado, el último de este mes de octubre. Esta noche, cambio horario. De él, lo único que salvo es que nos regala una hora. Tengo por costumbre cambiar los relojes para la cena, huyendo de que ese regalo horario me pille durmiendo. Dado que nos esperan días de aclimatación de biorritmos a ocurrencias humanas que suscitan un rechazo mayoritario, qué menos que ser consciente de esos sesenta minutos extras. Cambios. El tiempo, climático en este caso, está cambiando. Y a ciertas edades, ello conlleva que te duela el cuerpo; aunque nada comparable a cuando te duele el alma. Es verdad que la felicidad son momentos, y lo mismo ocurre con la infelicidad. Pero por qué los primeros son un instante, y los segundos pesan como losas de hormigón; eso es algo que nunca entenderé, pero seguro que es un buen ejemplo para explicar la relatividad de las cosas terrenales. O igual tiene algo que ver con lo que desde la infancia nos cuentan acerca de la expulsión de un paraíso original y el precio a pagar por haberla provocado. Desde luego que me gustan mucho más los cuentos de princesas, aunque, ay, siempre aparece un príncipe convertido en rana; seguro que es para irnos acostumbrando a las futuras decepciones por ver defraudadas nuestras expectativas, que suele ser lo que ocurre en tanto no aprendemos a no esperar nada, y así no desesperar.
Llegan unos días de recuerdos a los difuntos. ¡Cómo duelen nuestros muertos! Pero aquí seguimos los vivos, afrontando los cambios. Es curioso: en esto de cambiar o de asimilar que cambien, todo lo que es voluntario es espuela que da alas a nuestros días; pero, puf, todo cambio no deseado es como un ancla que pesa y nos hace parar, aunque queramos seguir caminando. Como me gusta decir, la vida va, por fortuna; lo malo es cuando más que acompasar nuestros pasos a su ritmo, ella nos pasa por encima, como una ola que nos obliga a sumergirnos si no queremos que su fuerza nos embista. Así que aquí estoy, entre dolores de todo tipo, sin ganas de hacer lo que millones han hecho, coger el coche y perderse con motivo del puente; pensando en que me gustará levantarme y que no sea de noche, pero me deprimirá, y mucho, que a media tarde ya lo sea. Al menos, por aquí por el sur seguimos con un clima suave para tener las macetas fuera, aún llenitas de flores; que no es ninguna tontería, porque cualquier pequeño detalle que nos alegre los momentos del día, es para valorarlo y desear que persista. Lo que los humanos nos roben con sus absurdos desaguisados, que nos lo devuelva la Naturaleza, siempre sabia y poderosa.