Por Lola Fernández
Cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella.
André Maurois
Creo que estamos de acuerdo en que vivimos tiempos muy difíciles, y que la pandemia los tiñe de una profunda fealdad. Tiempos pandémicos; estados de ánimo pandémicos; actualidad y comunicación pandémicas; restricciones pandémicas; cuerpos pandémicos; limitación pandémica de la capacidad de hacer lo que se quiera, cuando se quiera, como se quiera y con quien se quiera…; etcétera. Sólo con el paso de los meses vamos adquiriendo la suficiente perspectiva temporal que va posibilitando que poco a poco vayamos viendo la magnitud real de a qué nos enfrentamos. Es muy fácil caer en la desesperanza, impacientarnos, sentirnos con una confusión que no nos deja ni ser, ni querer ser, ni saber muy bien si queremos o no queremos, y qué. Ser conscientes, aunque sea muy poquito a poco, de lo que está ocurriendo, y empezar a comprender que esto no es cosa de días o semanas, ni siquiera meses, no lo hace más ligero; antes al contrario, parece como si los días pesaran cada vez un poco más. Y cuando lo feo empieza a ser como un líquido derramado que todo lo impregna si no lo recogemos pronto, creo que no nos queda otra que tratar de contrarrestarlo, y eso se puede lograr sólo buscando un equilibrio en el que el contrapeso sea ni más ni menos que la belleza.
Nos faltan los besos y los abrazos; y no sólo recibirlos, sino también darlos. Quién no añora los días en que podías comerte a besos a tus padres, a tus abuelos, a tus nietos: ahora hasta te sientes rara si alguien se te acerca más de la cuenta, y no digamos si hace ademán de tocarte o darte un beso. Nos faltan las salidas con las amistades, el sentarnos donde nos apetezca, el poder juntar unas mesas y disfrutar en grupo: ahora ni se nos ocurre quedar, y si lo hacemos y hay algo abierto, esperamos que desinfecten mesas y sillas, y nos sentamos en donde se nos diga, sin osar mover una mesa porque se nos llamará la atención de inmediato. Nos faltan esos días de levantarte y decir vámonos a la capital, o a la playa, o a la sierra; por el puente, por el fin de semana, por el día, por unas horas; a comprar, a comer, a un concierto, a pasear por la orilla del mar o por los senderos en la montaña: ahora sales a tirar la basura, a comprar lo necesario, a pasear si tienes ganas y son horas de hacerlo; y no dices nada, porque apenas nada puedes decir. Nos faltan los viajes, coger el coche, coger un avión, patear las ciudades, visitar los museos, gastar las noches sin prisas y con risas y carcajadas: ahora no se tienen ni ganas de reír, y de viajar qué vamos a decir, si no podemos salir del perímetro de nuestra localidad, de cruzar fronteras ni pensarlo siquiera.
No nos queda otra que soñar la belleza, y al hacerlo convertirla en realidad, porque el poder de nuestras mentes es mucho más intenso de lo que imaginamos. Aunque todo esté complicado, hay que hacer un ejercicio de ilusión por estar vivos, que ya es importante; y por seguir aquí cuando todo pase, que sólo podemos tener la seguridad de que todo lo malo acaba. Cada quien ha de aferrarse a lo que le impida derrumbarse, sea lo que sea, que, si le sirve para ello, ya es bueno. Y no hemos de olvidar la importancia de soñar, y de tener sueños, sean los que sean, pero tenerlos. Es como la lotería, que si no juegas, nunca toca; pues igual, si no se sueña, jamás de los jamases podrán convertirse nuestros sueños en realidad. Soñemos, pues, que seguro que llega un momento en que despertamos de la pesadilla que vivimos, y todo queda atrás.