Por Lola Fernández.
Que Córdoba fue romana, lo vemos con sólo cruzar el puente Viejo sobre el Guadalquivir, con sus 16 arcos, de los 17 que tenía en su origen; que fue judía, nos lo dice el barrio de la Judería, con su típico laberinto de callejas; y que musulmana, lo atestigua su Mezquita, protagonista de la que fuera capital del califato omeya, y que resume el estilo hispanomusulmán en tiempos de su mayor apogeo. De sus bellas mujeres, contemplamos algunas en los cuadros de Romero de Torres, quien, como dice la copla popular, pintó a la mujer morena; y de la convivencia de culturas tan diversas como árabe, judía, cristiana y gitana, tenemos el flamenco, un arte andaluz por excelencia, aquí muy arraigado. En tierras cordobesas hace un intenso calor durante muchos meses, lo que propicia sus patios: ya en tiempos romanos y después adoptado por los musulmanes, lograban que la vida doméstica girara en torno a ellos; con una fuente en el centro, y con frecuencia un pozo para recoger el agua de lluvia, siempre bienvenida en climas tan secos y calurosos. El llenar los patios de flores es, pues, una costumbre de siglos, aunque es desde 1921 que el ayuntamiento de Córdoba organiza en la primera quincena de mayo un concurso conocido como Fiesta de los Patios de Córdoba, declarado por la UNESCO hace casi una década como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Al norte de la provincia de Córdoba, las comarcas del Guadiato y de Los Pedroches, que durante siglos abastecieron con sus numerosos yacimientos mineros al imperio romano, y cuya explotación convirtió a la Corduba romana, capital de la Bética, en una metrópolis tan importante y monumental que trataba de emular a la mismísima Roma. Aunque en la actualidad es muy diferente, Córdoba es una bella capital, de hermosos monumentos, y con un centro histórico de preciosos rincones con plazuelas, fuentes, jardines, patios, y un entramado callejero que es Patrimonio de la Humanidad. No puedes visitarla sin recorrer sus tabernas, con unos magníficos vinos que, como los de Montilla-Moriles, emplean desde el siglo XVII el curioso sistema de criaderas y solera, unido a las peculiaridades de las variedades de uvas autóctonas y levaduras propias; o sin saborear una rica gastronomía famosa por su excelencia. Recorriendo las tierras andaluzas está claro que en todas ellas se come y se bebe de maravilla; y Córdoba contribuye muy mucho a ello, aportando con su historia y sus tradiciones una riqueza cultural que suma en una Andalucía que rebosa arte por doquier. Y qué mejor para disfrutarlo, que deleitarse en las delicadezas de unos platos y unos vinos que maridan perfectamente con la pasión y el sentimiento de todas las expresiones artísticas que atesora Andalucía; desde las nacidas en la misma tierra, hasta las más espirituales, y todo ello siguiendo el compás y el ritmo propios de nuestra tierra. Sin olvidar nunca que para ser andaluz o andaluza no es necesario haber nacido aquí, porque basta con amar Andalucía y compartir ese sentimiento andaluz, para serlo.