Por Lola Fernández.
En la provincia más oriental de Andalucía, existen tan diversos ecosistemas, que no es raro que sus paisajes estén en películas memorables, de antaño y de ahora. En Almería hay desierto, el único de Europa; hay mar y montañas, con nieve en sus cumbres al llegar el frío; y tantas horas de luz, que siempre ha estado ligada al cine. Por no extenderme y nombrar sólo un puñado de buenas películas, sus paisajes pueblan los fotogramas de La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo, Indiana Jones y la última cruzada, Lawrence de Arabia, Cleopatra, y tantas otras, que necesitaría más de un artículo para citarlas a todas. Por no hablar de series actuales de éxito mundial, como Juego de Tronos, o La Casa de Papel. Distinto es cómo se ha gestionado de bien o mal a la hora de atraer o espantar a las grandes productoras, pero eso es otro asunto. Hay que desear que no quede todo en rutas cinematográficas y el poblado del Oeste en Tabernas, como parque temático para visitar con los más pequeños. Porque Almería es mucho más que variados y preciosos escenarios para rodar películas, aunque mal que nos pese, a día de hoy aún es, junto a Jaén, una gran desconocida; las grandes desconocidas de Andalucía.
Con una historia de relevancia debida a las culturas que en ella se asentaron, y a su puerto, y habiendo llegado a ser un referente comercial y cultural en tiempos del Califato de Córdoba y los Omeya, lo cierto es que acabó en el olvido, y víctima de males diferentes, tales como plagas, terremotos o ataques piratas. Tardó en repuntar, y lo hizo de la mano de la minería (ahí están los restos de las minas de oro en Rodalquilar) y la agricultura; pero de nuevo llegó el declive, y no fue hasta mediados ya del s.XX, que se reinventó gracias a la agricultura intensiva, el turismo, o el mármol de Macael, famoso mundialmente. Gracias a la agricultura intensiva, Almería es hoy la huerta de Europa, aunque habría mucho que hablar sobre el tema de los invernaderos y los mares de plástico, visibles desde los mismos satélites. Porque sobrecoge pasar por los poblados de chabolas donde malviven los trabajadores que pasan sus días ocultos bajo el plástico, muchas veces llegados directamente desde las pateras que arriban clandestinamente por el mar de Alborán. No se puede permitir que el resurgir económico de una provincia, y la riqueza de unos cuantos, se asiente en condiciones laborales que rozan la esclavitud de una gran mayoría de inmigrantes indocumentados. No puede ser que los supervivientes que tuvieron la suerte de no acabar en la fosa común en que se ha convertido el Mar Mediterráneo, acaben ahogados bajo esos mares de plástico.
Mucho menos triste es el otro potente pilar económico con que cuenta Almería, el turismo. Sus más de 200 km. de litoral, la mitad de los cuales rodean el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, posibilitan disfrutar de playas magníficas, recónditas calas, paisajes de ensueño, a la vista y subacuáticos, y sus cálidas aguas mediterráneas; las mismas que albergan todo un patrimonio protegido, que da fe de la riqueza, diversidad cultural e importancia histórica de Almería desde sus orígenes, a lo largo de toda su historia, hasta hoy. Porque a ese tesoro subacuático, se unen muchos más, en sus pintorescos pueblos, sus vinos y gastronomía en general, y todo el prometedor futuro que se despliega ante sí en una tierra que vivió años, décadas, siglos incluso, de abandono; pero que hoy avanza orgulloso y sin complejos, dispuesto a ofrecer todos sus privilegiados recursos a quienes vivan o se acerquen a disfrutar de las tierras y las costas de Almería.