Por Lola Fernández Burgos.
Dicen que el amor todo lo puede, y la verdad es que nada me gustaría más que que fuera cierto, porque falta hace algo que nos ayude y nos eleve por encima de tantas miserias y los muchos problemas que nos rodean. Los mismos miedos empiezan a ponerse nerviosos ante algo como el coronavirus, que ha logrado que se acaben de suspender los carnavales de Venecia. Mientras las causas se mantienen lejanas, parece que podemos respirar, pero, ay, en cuanto se acercan ya es otro cantar. Y no precisamente el cantar de los cantares, por desgracia. Una se mueve entre las noticias que van desgranando estadísticas de muertos y contaminados, y las opiniones de quienes creen que es una exageración para hacer y deshacer a su antojo con unos intereses ocultos. Pero no alcanzo a ver esta vez mucha manipulación, porque los muertos son reales, y las cuarentenas igualmente, y la alarma internacional de la OMS no creo que sea un cuento de la China, en donde precisamente están viviendo una situación que a mí personalmente me aterra, qué quieren que les diga… Si el amor tiene poderes, que se manifiesten, por favor, que necesitamos que lo feo desaparezca, pero no momentáneamente, sino para siempre. Que se lleven la imposibilidad de viajar a donde una quiera, porque o hay peligro de contaminación, o alguien te puede convertir en víctima de un terrorismo ciego y fanático. Y con ella, se lleve el auge de los extremismos y la chulería facha que ni se sabe dónde estaba agazapada. Quiero que no se camine para atrás, en nada, porque eso es involución; pero menos en derechos sociales, que llevan aparejados una lucha de siglos, y que se tiran a la basura en cuestión de segundos.
Lo último ya es la imbecilidad del veto parental, con el que algunos descerebrados hablan de que los padres han de tener la última palabra, ni se sabe en qué. Los padres ya influyen en los programas educativos de los centros, a través de su representación en los consejos escolares, y es de muy mala educación, ya que en el ámbito educativo estamos, presuponer y presumir que los docentes son poco menos que unos delincuentes que quieren destrozar a sus discentes a nivel moral. Es repugnante el concepto subyacente, y si no fuera por el bien de los menores, que no tienen la culpa de sus progenitores, ni a estos pertenecen, dan ganas de decirles a esos padres, que dan vergüenza ajena y son un insulto a la inteligencia, que se queden con su prole y los adoctrinen a su gusto y voluntad, que después se quejan si tienen que hacerse cargo de ellos algún día lectivo suelto… Pobres hijos, y pobres de nosotros si se expande en la sociedad este tipo de personas con semejantes ideas retrógradas. Veto parental, dicen, pero no veo yo que se preocupen demasiado de los reales delitos contra los menores realizados por los pederastas que están amparados desde hace siglos bajo el manto protector de la Iglesia.
Una Iglesia que sigue recaudando dineros que a todos nos pertenecen y los invierten en cadenas televisivas y radiofónicas fascistas, dejando unas cuantas migajas para Cáritas… Se ve que como se trata de una organización de organizaciones dedicadas a la lucha contra la pobreza, entre otros meritorios objetivos de servicios sociales, la Iglesia debe de pensar que se ha de conformar con una limosna. Donativos para la caridad, y sueldazos para quienes nada tienen que ver con el ejercicio de la doctrina católica. Esto gracias a lo que recaudan con el IRPF, las subvenciones directas y las exenciones fiscales; y como todavía tienen queja, se dedican a hacer política contraria a la del Gobierno… En fin, todo un desvarío. Así que sólo quiero amor, del verdadero, no del que se ensucia en las bocas de según quienes. Ese es el mejor poder al que someternos, en la confianza de que no nos traicionará; en este mundo nuestro de traidores a los valores, a las creencias, a los ideales, a la verdad, y a todo aquello en que lo que menos se precisa es la traición.