Por Lola Fernández Burgos
Paseando por las calles de Granada fotografío una pintada en que junto al signo de la mujer han escrito un insulto. Nada nuevo, me digo, pero me parece tristísimo el clima general de rechazo al feminismo, con el nuevo término feminazi, que siento como una agresión más a las mujeres y la defensa de nuestros derechos. Nadie quiere ser más que nadie, es cuestión de igualdad de derechos, que para nada se da ni existe; y es repugnante que muchas mujeres vayan en contra de una lucha que es por todas. Cuando la violencia machista no sólo no disminuye, sino que crece en número de víctimas, al que añadir también un incremento en los menores muertos por los mismos machistas, una no puede callarse de ninguna manera. Aunque se nos insulte, aunque pongan en duda la verdad de los datos y de las denuncias, aunque nieguen una indeseable realidad más que evidente, las mujeres siguen muriendo por esta asquerosa violencia de género, en la que el más fuerte se aprovecha del más débil; y hablo, es obvio, de fuerza física. Pero aún así no dejarán de apuntar que las mujeres también maltratan y matan, aunque no sea eso lo que veamos en las noticias de cada día. Se trata de anular lo general excusándose en la excepción, y mostrando una actitud que es igualmente de maltrato. Quien niega la violencia machista y su reguero de mujeres y menores muertos, no respeta a las víctimas; y quien insulta el feminismo, tratando de equipararlo al machismo, es igualmente un maltratador, por tratar mal a las mujeres y a quienes tratan de conseguir que se las respete y se las trate con dignidad y desde la igualdad.
Por desgracia, de nada sirve el Pacto de Estado contra esta violencia, pues no pasa de un mero decálogo de propósitos, una vez más: sin presupuesto asociado, a no ser que a la simple calderilla le queramos llamar inversión preventiva y reparadora, que es lo que debería existir, este Pacto no deja de ser una gran mentira, otra más. Mientras los políticos que pactan no hagan suya esa lucha, la violencia machista seguirá matando, y las mujeres seguiremos siendo vistas como las culpables de que se nos mate. Porque dicen los machistas que es que queremos decidir por nosotras mismas, que hacemos lo que nos parece y no lo que ellos quieren que hagamos, que es que somos feministas en vez de femeninas, que eso no pasaba cuando estábamos en casa y sin ir a trabajar, que nos debemos a la crianza y educación de los hijos y ya ellos nos mantienen, y que con decir amén nos basta y que menos quejarnos… Pero, ay, resulta que llega un momento en que el mismo curso de la vida dice hasta aquí, y ya no pueden contra él ni los machistas ni sus agentes asociados, ni esas mujeres que son peores que los hombres que las han convertido en enemigas de su propio género.
Aunque seamos las mujeres las que seguimos muriendo a manos de asesinos protegidos por una sociedad tan machista y misógina como ellos, ya no es algo desconocido y escondido como históricamente lo ha sido, la verdad ya clama que hay que acabar con esto de una vez. Afortunadamente hay muchos más hombres que aman a las mujeres, que quienes las odian; y en algún momento habrá que empezar a aplicar las leyes, que no es que no existan, sino que sólo se ignoran. Las sentencias y los jueces y juezas cómplices de esta violencia asesina tienen los días contados, como el insultar a las víctimas por no ser agradecidas. Algunos quieren que seamos como perros apaleados que aun así no dudan en lamer la mano de su amo en lugar de pegarle un buen mordisco. Pero ni somos perros, aunque no duden en llamarnos perras, ni estos, pobrecillos, van a seguir mucho tiempo aguantando palos. Y si el Derecho ya protege a los animales, y se empieza a perseguir y castigar a quienes los maltratan, estoy segura de que más pronto que tarde hará lo mismo con quienes matan a las mujeres y a sus hijos e hijas. Mientras, no nos acostumbraremos al insulto por decir en alto lo que otras mujeres no se atreven casi ni a pensar, por la sencilla razón de que viven asustadas por un miedo interiorizado hacia los pseudo-hombres que les tocó en esta vida.