Por Lola Fernández Burgos
Un año más, mientras la lógica no impere, nos vuelven a trastocar los horarios, ignorando nuestros relojes biológicos y manteniendo una impuesta hora oficial que nada tiene que ver con la solar. Somos muy absurdos, o, hablando con propiedad, nos obligan a serlo; y seguimos forzando a nuestros organismos a trabajar y descansar sin atender a las señales fisiológicas perfectamente diseñadas por la naturaleza para hacerlo cuando toca, y no cuando nos digan que es el momento adecuado. En fin, cuando los políticos toman decisiones es para temerles, máxime cuando se empecinan en ir contra los criterios científicos. No llego a comprender que en pos de un presunto ahorro energético, cuando a diario vivimos inmersos en un despilfarro que asusta, tengamos que sufrir las negativas consecuencias de ir en contra de la misma naturaleza. Y eso que en este caso, otoño, se dignan a regalarnos una hora, porque cuando en primavera nos la roban, eso sí que es malo.
Podríamos aprender de los mismos girasoles, esas hermosas plantas que viven girando en busca del sol, como su propio nombre indica. Despiertan por la mañana y giran siguiendo el trayecto solar, de este a oeste, en el sentido de las agujas de un reloj. Pero por la noche, ya sin sol que los alumbre y guíe, vuelven a hacer el recorrido en sentido contrario, para a la mañana siguiente, cuando amanezca, estar prestos para volver a girar buscando el sol. Es algo mágico que responde igualmente a sus relojes internos, aunque lo más sorprendente es que esta conducta sólo la mantienen mientras son jóvenes; cuando se hacen maduros, no vuelven a girar nunca más, quedándose mirando hacia el este por el resto de sus vidas. Todo eso gracias a sus ritmos circadianos, que funcionan igual que los nuestros. Y cuando los científicos han experimentado con ellos (metiéndolos en macetas que miran hacia oriente por las tardes, o impidiendo su giro, o sometiéndolos a ciclos de luz mayores que los de un día), sometiéndolos a situaciones en las que no pueden seguir dichos ritmos, el resultado es una disminución de biomasa y una reducción del tamaño de sus hojas… Se ha descubierto que el tallo de los girasoles crece por el día, con la luz solar, pero crece igualmente por la noche, sin ella: precisamente es ese crecimiento desigual el que hace que los tallos giren, por lo mismo que una vez que alcanzan su máximo crecimiento, no es necesario que lo hagan, y se detienen. O sea: su movimiento hace que crezcan más, y dejan de hacerlo sólo cuando han crecido lo suficiente. Si les modificamos las condiciones naturales, impedimos una adecuada producción de su hormona de crecimiento, perjudicando el perfecto desarrollo de una planta que lleva en este mundo la friolera de 15 millones de años.
Es evidente que si al modificar las pautas naturales del girasol, lo perjudicamos, el resultado no es mejor cuando alteramos nuestros ritmos circadianos, que no siempre funcionan de acuerdo a los cambios de luz, por más que cada año los políticos se olviden de ello en dos ocasiones. Si tuvieran la inteligencia de escuchar los dictados de la Ciencia, serían muy conscientes de que tan importantes como la luz, son los mecanismos biológicos de nuestros cuerpos, esos relojes internos que no entienden de adelantos o retrasos de horas. Preferible será, pues, que dejen de molestarnos con estos cambios de horario que para bien poco sirven, dejándonos la libertad, como a los girasoles, de buscar por nosotros mismos el sol cuando nos apetezca y lo necesitemos.