Por Lola Fernández Burgos
No sé qué tienen estos tiempos, pero creo que la decadencia es una nota muy significativa para describirlos. Tenemos una Europa que parece más desconcertada que otra cosa; un país que parece no saber muy bien qué quiere; autonomías que igual siguen un curso que el contrario, tan poco claras están las cosas, etc. Hay gente que es apática hasta para votar, cuando es su mayor poder; personas que viven al margen de todo y no parece que les vaya tan mal, mientras otras están tan integradas y son desgraciadas sin más… Es difícil analizar el estado de las diferentes cuestiones, especialmente porque tal análisis es uno u otro antagónico en función del cristal con que se miren los distintos temas. La ciudadanía a veces está muy indiferente, pero otras tantas ocasiones muestra un grado de implicación máximo. Así las cosas, mejor vivir sin tanto comerse el coco, porque lo que haya de ser, será. Y no es resignación, sino instinto de supervivencia, muy necesario si no queremos que lo ajeno nos amargue…
Instinto de supervivencia es lo que parece faltarles a quienes han hecho colas de hasta doscientas personas para pisar la cumbre del Everest. Y claro, el resultado es un número de muertes tan absurdo que dan ganas, más que de llorar, de insultar a quien permite que esto suceda. Esto ya no es decadencia de espíritu, sino ausencia total de esa vocación aventurera que, desde que tenemos memoria de especie, el hombre ha tenido siempre, lo cual le ha permitido abrir caminos. Es muy absurdo pagar millones para que te lleven a la antesala del techo del mundo y hacerte una foto que certifique tu idiotez supina. Dónde estarán el logro, la superación, el objetivo cumplido… Es sólo un pasatiempo de ricos, que dejan la montaña llena de basura; a lo que hemos de unir la ambición de gobiernos corruptos que ni siquiera dedican parte de los muchos ingresos recibidos a limpiar la porquería que los niñatos que juegan a ser escaladores van dejando tras de sí. Es demencial, pero un signo más de la decadencia actual. Ciertamente que lo mejor es no sufrir por la imbecilidad ajena, que ya tenemos bastante con lo que nos rodea. No puedo comprender que nos estemos cargando el planeta y no se haga nada, a no ser decir tonterías como, por poner un solo ejemplo, que, si desaparecen las abejas, la polinización puede ser llevada a cabo con microdrones. Está muy bien buscar soluciones para problemas sobrevenidos e inevitables, pero decir idioteces sin poner remedio a los grandes males, eso ya me parece inconcebible. Pero bueno, hay que saber entender que todo ello es propio de la desolación del tiempo que vivimos, más para espíritus decrépitos que para actitudes de cambiar lo caduco por energías positivas que nos permitan avanzar, más que ir para atrás. Somos responsables de nuestros actos, no de la tontería de los demás, lo que es sin duda un gran alivio, porque nos permite seguir sin tener que acarrear con cargas que no nos corresponden.